martes, 23 de diciembre de 2014

LAS NOCIONES DE CIUDADANÍA EN LA TERRITORIALIZACIÓN DE LA SENSIBILIDAD




Las nociones de ciudadanía en la territorialización de la sensibilidad.[1]



Luís Javier Hernández Carmona

Universidad de los Andes. Venezuela



        

        

El proceso independentista venezolano, además de las prefiguraciones libertarias y acciones políticas-militares, se yergue como la  territorialización de la sensibilidad diversificada en diferentes perspectivas; entre ellas: la concepción de ciudadanía, la acción humana como hecho trascendente y el sostenimiento de un proyecto utópico-telúrico que se extiende en la historia de las ideas fundacionales venezolanas.

         Circunstancia que nos hace pensar una línea de investigación desde la ontosemiótica para insistir en la necesidad subjetiva como isotopía recurrente y concatenante del proceso independentista venezolano. En este sentido, partimos de un principio de ajenidad y/o extrañeza con la llegada de los europeos, quienes paulatinamente, van estableciendo un sentido de pertenencia con estas tierras, en principio foráneas, y que tiene su base en el mestizaje como intento conciliatorio de los sincretismos étnico-culturales.

El mestizaje es un proceso dicotómico que sirve de piso o base al planteamiento que queremos formular, no sin antes aclarar, que el mestizaje es la máscara armónica de lo obviamente desgajado y beligerante. Es la negación del profundo conflicto de las sociedades latinoamericanas al pretender homologar las disimilitudes y conciliar los pasados en función de una concepción de ciudadanía. El ser heterogéneo, en este sentido, se ubica entre la posicionalidad (ca­racterística ideológica} y la memoria (ser autoelaborado); de lo cual, posicionalidad, locación y memoria, parecen surgir a manera de centros del debate político e intelectual de comienzo de siglo.

            En este sentido, la noción de nación latinoamericana será el espacio donde antagonizan por el poder distintos proyectos nacionales, o donde distintas memorias compiten por el poder bajo la postura ideológica, bien sea, de una región racional/empírica o una región cósmica. Ambas, antagonizadas por la memoria de la historia (discurso del poder europeo) frente a la memoria de la ahistoria (discurso del poder latinoamericano). Esto no es nuevo pero si relevante cuando se trata de construir una noción de nación latinoamericana sin atender a sus especificidades históricas y culturales y sin considerar al ser heterogéneo como agente productor de discurso.

Además de tomar en cuenta la territorialización de la sensibilidad desde el discurso estético-romántico latinoamericano que asume una configuración identitaria, representando una posicionalidad ensoñada o utópica que se transfigura en cultura de la subversión.   

A nuestro criterio, todo se ha fundado en el manejo de los discursos de  la tradición heredada, que a su vez, es el  discurso de una memoria que se realiza desde el poder; ya sea hegemónico o subalterno. El imaginario nacional construido a través del discurso fundacional de la literatura desemboca en la formación de la tradición nacional donde ser venezolano es un hecho ético, no geográfico, y allí específicamente, radica la fundación sensible de la nación venezolana.

Y esa fundación sensible recorre diversos destinos y posicionalidades; desde las alegorías épicas como instrumentos de moralidad y patriotismo de textos al estilo de Venezuela Heroica de Eduardo Blanco, pasando por el género costumbrista como elemento ligado a hechos históricos capitales y llegando a la concreción ensayística en el Liberalismo Romántico; donde la ardua tarea de invención de la nación ha impulsado una indagación sobre las fronteras de la identidad, aun cuando ese resultado arroje más preguntas que respuestas y el camino continúe disperso y sustentado en paradojas, pero siempre proponiendo un vínculo entre ejercicio escritural y compromiso social.

         Ahora bien, esa extrañeza y/o ajenidad alimentada por el impacto y la novedad que las nuevas tierras causan en los europeos, crea una percepción maravillada que linda entre la realidad y la ficción, estableciendo bases simbólicas para una historia de magias y maravillas. Y lo que se inicia como un proceso de conquista y colonización, se va convirtiendo en causa afectiva que esgrime la posibilidad de hacer suya la tierra ajena y circunscribir en ella la fundación de un imaginario que paulatinamente constituye la concreción de una necesidad subjetiva.

Indudablemente, América es una invención de Europa signada por la construcción de un imaginario que conmueve y conmociona al llamado Viejo Mundo, y lo geográfico-cultural desconocido, se hace alteridad representada por la convivencia de varias culturas en un mismo espacio de significación. Y posteriormente, esa hibridez cultural se transformará en recurso estilístico e ideológico que servirá de base a los diversos discursos que se producen en torno a este complejo proceso.

         El europeo trajo a estas tierras símbolos de su cultura que bajo un proceso de territorialización, fueron regionalizándose, adquiriendo connotaciones particulares que los hacen desemejantes a la cultura original, y los acercan a la generación de nuevos sustratos culturales que fundan una nueva originalidad, tal es el caso de idioma y sus diferentes variantes que sufre en América. O el ejemplo en la figura de Alonso Andrea de Ledesma que metaforiza la conversión afectiva-cultural de los llegados de otras partes a esta Tierra de Gracia, que hoy sirven de ejemplo a diferentes escritores para metaforizan el ideal por una patria adquirida y forjada desde el sentimiento[2].

         En ese sentido, asumimos la territorialización de la sensibilidad como instrumentación del discurso que busca dar respuesta a una necesidad subjetiva del enunciante en torno al espacio que le rodea. De esta manera, estamos indicando una forma de apropiación sensible del espacio geográfico que pasa a constituirse en experiencia sentida y significativa. De allí las nociones de patria que van naciendo a partir de los diversos significados que va adquiriendo en el proceso histórico venezolana.

         Inicialmente, los principios de ajenidad y extrañeza nos hablan de una tierra encontrada, más que descubierta, para posteriormente cifrarse sobre concepciones de patria, donde podemos observar el cambio de posicionamiento del ser enunciante y su relación con el objeto denotado. Al hablar de patria, estamos frente a una percepción subjetivada del referente, donde la apropiación es elemento determinante en la nominación que se inclina hacia la construcción de un ideario no heredado, sino transigido a partir de un proceso libertario.

         Simón Rodríguez propone el concepto de ciudadanía como la forma de armonizar los intereses  y canalizar las pasiones de los individuos, insistiendo en la condición humana a manera de elemento transformador de las sociedades. Y allí, creemos que existe un claro ejemplo de esa territorialización de la sensibilidad que se va dando en los diferentes discursos que se producen en el siglo XIX. Mientras que Simón Bolívar con su metáfora de “la patria es América”[3] centra la universalidad en el continente que busca su autodefinición con respecto al resto del mundo, y en esa noción de patria universal se deduce un proceso de territorialización de la sensibilidad que se hace sistemática en el discurso político-ideológico de la época.

         De allí que, el proceso independentista venezolano, con todas las diatribas ideológicas e intereses políticos encontrados, delinea esa territorialización de la sensibilidad que se hace instrumento de lucha y arenga política. A partir de ella se establecen las parcialidades con respecto a los bandos en pugna, los patriotas y los realistas, donde el ejercicio bélico se transfigura en acto romántico que posibilita el camino a la gloria, que más de ser personal, es hecho colectivo que intencionadamente recurre al engrandecimiento de la patria.

         Obviamente, es Bolívar el que más insiste en la lucha por la gloria que se traduce en libertad para la patria representada por América, lo que evidencia en sus discursos un propósito sostenido por crear esa afinidad con el espacio a liberar por medio del establecimiento de la patria romántica que habita en los espacios de la utopía. Esto es, la patria desde las fronteras de lo trascedente que va más allá de la simple figuración lexical o política, para ubicarse en el plano emotivo-trascendente, el que provee la empatía que forja lo identitario.

         Por consiguiente, estamos refiriendo un proceso paralelo a la manifestación bélica que se da en el proceso independentista venezolano; proceso que permite la asunción de la ciudadanía como forma de aprehender la realidad, y más aún, extenderse en el tiempo y en la historia. Prefigurarse en diversos discursos que siguen alimentando la noción romántica de la patria forjada a través de las armas y el sacrificio, al mismo momento que sirve de elemento aleccionador de un presente y sus perspectivas en el futuro.

En la literatura venezolana es recurrente esa noción de patria idealizada desde el proceso independentista, tal es el caso de Juan Vicente González y Eduardo Blanco, entre otros, quienes asumen el referente histórico a manera de referente ético-estético de sus discursos. Al mismo tiempo que quieren canonizar una ciudadanía devenida de la obra de los héroes y hechos bélicos, especie de ciudadanía universal que congregue todos los sentimientos y esfuerzos en torno a una nacionalidad épica que sirve de base fundacional para sustentar discursos y acciones.

         Pero esa finalidad fundacional no termina en una época determinada ni con modalidad alguna de discurso, aun cuando, es desde el discurso estético que se logra la potenciación de esa fuerza sensible que forja ideales de ciudadanía, al mismo tiempo que transforma discursos políticos en metáforas de la sensibilidad, tal es el caso de la escritura del Libertador Simón Bolívar, quien al incorporar esa noción de patria sensible y trascendente, la territorializa en los predios de la utopía que se hace isotopía recurrente en la búsqueda de lo perfectiblemente auténtico. Por ello, sus discursos son amalgama de una realidad histórica y una realidad sensible que se conjuntan para ir más allá de la finalidad meramente comunicacional, y se convierten en textos testimoniales que revelan una contextualidad desde la experiencia sensible-trascendente.

         Entonces, surge otra perspectiva de ciudadanía, la ciudadanía óntica que refiere al ser de la enunciación como centro en el forjamiento de ideales identitarios con lo nacional; una manera de territorializar la intención y la pasión por la patria idealizada, hecha herramienta para sembrar conciencia romántica. Recordemos en este sentido, que el Libertador Simón Bolívar en repetidas oportunidades refiere la acción política como una vulnerabilidad del individuo, a la cual antepone la noción de gloria a razón de blindaje de las sensibilidades que se entregan a un ideal. Y desde la ontosemiótica, se nos permite otro cauce interpretativo al formular premisas de análisis a partir de lo patémico-volitivo, donde la gloria se hace concepto bifronte que sirve de gozne para amalgamar al individuo con la patria, y hacerlos una entidad indisoluble.

         Y a pesar de los intentos de la historiografía por objetivar ese proceso histórico, hacerlo instancia conmemorativa que pareciera en momentos no guardar relación con el presente, por sus intenciones laudatorias, la territorialización de la sensibilidad desborda lo crasamente objetivo y lo transfigura en acto trascedente, donde la acción humana se hiperboliza en relación con la noción de patria, y en binomio hiperbólico, una sustenta a la otra para homologar sentimiento y patria, y así construir la nación deseada y soñada.

         De esta manera, la patria se convierte en un concepto en constante construcción a partir de los visores de la utopía, quien también funda una noción de ciudadanía erguida como tierra prometida o lugar de destino, a través de una nostalgia de futuro y reconversión. La patria buena como suma de voluntades y esfuerzos es la recompensa que espera dentro de la historia de las ideas que intenta de dar cuenta de los procesos históricos en función a la pertenencia e identidad.

         Por ello, pensamos que el proceso independentista centra lo que la ajenidad y extrañeza había descentrado en función del sostenimiento de una noción de patria a partir de la sensibilidad. Sensibilidad que posteriormente se trasmuta en principio ético representado por la particularidad telúrica, y la mirada se vuelve hacia adentro, para descubrir las potencialidades geográficas en función de la construcción de un ideario nacional, que en principio, se sostiene en las glorias épicas, para luego dar paso a lo telúrico, y desde allí, producirse una serie de planteamientos estéticos que siguen homologando el alma humana con el espacio geográfico.

         Esa territorialización de la sensibilidad comienza a afianzarse en el legado independentista que sacude la ciudad europea impuesta en estas tierras, para sentar las bases de un región telúrica establecida entre el espacio presente y los sueños de futuro entronizados en lo autóctono y sus diferentes acepciones: criollismo, tradicionismo, costumbrismo, y todas aquellas manifestaciones reivindicativas de lo local como fuerza identificadora de una nación devenida de un proceso épico como fundamental gestor de nacionalidad.

Y esta trasmigración de la sensibilidad desde las forjas épicas a las manifestaciones telúricas-identitarias, tiene una singular importancia en la historia de las ideas venezolanas, porque capitaliza un sentimiento nacionalista que intenta forjar una ciudad particularizada, por no decir localizada con el sentimiento nacionalista. Y allí, precisamente en esa locación afectiva del espacio geográfico, surge una ciudadanía telúrica, donde el espacio geográfico se transfigura en vértice simbólico-identitario para alentar una cruzada ideológica que intenta reivindicar al individuo dentro de una configuración cósmica que entrelaza la conciencia histórica con la conciencia mítica; tal es el caso de la novela Doña Bárbara  de Rómulo Gallegos, o La Vorágine de José Eustacio Rivera. Y allí, la sensibilidad se territorializa a partir de diferentes mecanismos que van desde el amor hasta las tradiciones, las creencias y el folklore.

         Bajo esta referencia, los discursos se hacen traductores de una visión estética de la realidad a partir de la trascendencia de la escritura en su contextualización ideológica que intenta vislumbrar una nación en correspondencia con la ciudad que nacerá del espacio rural, aun cuando, esta ciudad se transforme en infierno-asfalto[4] y escinda la sensibilidad hacia los territorios del neotelurismo. Siendo precisamente el neotelurismo una forma de reinterpretar y resignificar el espacio natural sustituido por las edificaciones, la manifestación de la nostalgia telúrica que constituye otra forma de ciudadanía a partir de una memoria afectivizada que quiere rescatar lo paradisíaco, lo originario.

         Al respecto, Mario Briceño-Iragorry en su texto Alegría de la tierra, y más puntualmente, en el capítulo denominado La huerta, hace el tránsito de la extensión territorial hacia los espacios telúricos-simbólicos, donde a medida que el hombre se diversifica en los centros poblados, los espacios naturales se achican, tal es el caso de la huerta y posteriormente las macetas como evidencia nostálgica de la tierra que desaparece físicamente para convertirse en memoria afectivizada, recurso para ensoñar y revitalizar el espíritu.

         Pero lo cierto es, que entre escritura de la historia y discurso estético se potencia la territorialización de la sensibilidad iniciada con la misma llegada de los europeos y se radicaliza con el proceso independentista venezolano, ambos estimulados por una visión romántica de la realidad que trasluce la manifestación de la acción humana con respecto al espacio geográfico que posteriormente se metaforiza en patria, nación; todas ellas acepciones que intentan mostrar la sensibilidad como notación de conocimiento a partir de un proceso profundamente intersubjetivo. De allí, pensamos, tiene mucho fundamento la creación de una utopía donde se funden los principios épicos y el espacio geográfico para dar muestra de una particular noción de la realidad venezolana.

         Las singularidades apuntadas anteriormente configuran una historia de las ideas en Venezuela que se apega irrestrictamente a la realidad circundante, transformándose en herencia taxativa que delinea los discursos y las acciones de los intelectuales y pensadores que gravitan en función de ese centro referencial. Y allí nos encontramos con aparentes rupturas, tal es el caso de la vanguardia, referida por algunos estudiosos como el cierre de un pensamiento telúrico frente a la aparición de lo urbano, pero tenemos otra apreciación al respecto, y la fundamos en función a la memoria telúrica que se convierte en espacio de la ensoñación para referir al espacio donde está la territorialización de la sensibilidad.

         Físicamente, la ciudad desplaza el espacio urbano, quien a su vez, se transforma en memoria afectivizada que guarda esa tradición heredada, esa cultura fundacional que engarza indistintamente lo épico y lo telúrico, ejes referenciales sobre los cuales se vuelca una y otra vez la dinámica escritural nacional, pero siempre con un eje transversal que estructura todas las formas y sentidos, la fundación de una ciudadanía que escapa a lo normativo-legal y se refugia en la territorialización de la sensibilidad para crear mundos posibles que contribuyan al hombre en su reafirmación como sujeto sensible.









BIBLIOGRAFÍA.

Bolívar, Simón (1947) Obras Completas. Cuba. Editorial Lex.

Briceño-Iragorry, Mario (1992) Obras Completas. Caracas. Ediciones Congreso de la República de Venezuela



Gonzalez, Adriano (1998) Todos los cuantos más uno. Buenos Aires. Alfaguara.



Lazo Martí, Francisco (2000) Poesía. Caracas. Biblioteca Ayacucho.



Rodríguez, Simón (2001) Obra Completa. Caracas. Ediciones de la Presidencia de la República.







[1] Este trabajo es producto del Proyecto de Investigación NURR-H-516-11-06-B, financiado por el CDCHTA de la Universidad de Los Andes. Venezuela

[2] Mario Briceño-Iragorry, en su texto El caballo de Ledesma (1951), hace de Alonso Andrea de Ledesma, un paradigma ético sobre la historia y la tradición, y la función aleccionadora del pasado frente a las nuevas generaciones. Es el europeo transfigurado en americano que sale a defender estas tierras de sus afectos, la otra cara de la historia más allá de las connotaciones entre vencidos y vencedores.

[3] De alguna manera es la unificación de las Repúblicas Aéreas a partir de una territorialización de la sensibilidad como símbolo vinculante entre los pueblos de América, traspasando la simple distribución geopolítica e impregnándose  de la sensibilidad necesaria y requerida para aglutinar voluntades en torno al proceso independentista.


[4] Utilizamos esta categoría de Adriano González León para simbolizar la ciudad como punto de digresión del hombre, espacio del desencanto y encierro que hace volver a añorar los espacios primigenios. Y que de alguna manera, aparecen contenidos en el llamado que hace Francisco Lazo Martí en su Silva Criolla.

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