Las nociones de ciudadanía en la territorialización de la sensibilidad.[1]
Luís Javier Hernández Carmona
Universidad de los Andes. Venezuela
El proceso independentista
venezolano, además de las prefiguraciones libertarias y acciones
políticas-militares, se yergue como la territorialización de la sensibilidad
diversificada en diferentes perspectivas; entre ellas: la concepción de
ciudadanía, la acción humana como hecho trascendente y el sostenimiento de un
proyecto utópico-telúrico que se extiende en la historia de las ideas
fundacionales venezolanas.
Circunstancia que nos hace pensar una línea de investigación
desde la ontosemiótica para insistir en la necesidad subjetiva como isotopía
recurrente y concatenante del proceso independentista venezolano. En este
sentido, partimos de un principio de ajenidad y/o extrañeza con la llegada de
los europeos, quienes paulatinamente, van estableciendo un sentido de
pertenencia con estas tierras, en principio foráneas, y que tiene su base en el
mestizaje como intento conciliatorio de los sincretismos étnico-culturales.
El mestizaje es un proceso dicotómico que
sirve de piso o base al planteamiento que queremos formular, no sin antes
aclarar, que
el mestizaje es la máscara armónica de lo obviamente desgajado y beligerante.
Es la negación del profundo conflicto de las sociedades latinoamericanas al
pretender homologar las disimilitudes y conciliar los pasados en función de una
concepción de ciudadanía. El ser heterogéneo,
en este sentido, se ubica entre la posicionalidad (característica ideológica}
y la memoria (ser autoelaborado); de lo cual, posicionalidad, locación y
memoria, parecen surgir a manera de centros del debate político e intelectual
de comienzo de siglo.
En este sentido, la noción de nación
latinoamericana será el espacio donde antagonizan por el poder distintos
proyectos nacionales, o donde distintas memorias compiten por el poder bajo la
postura ideológica, bien sea, de una región racional/empírica o una región
cósmica. Ambas, antagonizadas por la memoria de la historia (discurso del poder
europeo) frente a la memoria de la ahistoria (discurso del poder
latinoamericano). Esto no es nuevo pero si relevante cuando se trata de
construir una noción de nación latinoamericana sin atender a sus
especificidades históricas y culturales y sin considerar al ser
heterogéneo como agente productor de discurso.
Además de tomar en cuenta la territorialización de
la sensibilidad desde el discurso estético-romántico latinoamericano que asume una
configuración identitaria, representando una posicionalidad ensoñada o utópica
que se transfigura en cultura de la subversión.
A nuestro criterio,
todo se ha fundado en el manejo de los discursos de la tradición heredada, que a su vez, es
el discurso de una memoria que se
realiza desde el poder; ya sea hegemónico o subalterno. El imaginario nacional
construido a través del discurso fundacional de la literatura desemboca en la
formación de la tradición nacional donde ser venezolano es un hecho ético, no
geográfico, y allí específicamente, radica la fundación sensible de la nación
venezolana.
Y esa fundación sensible
recorre diversos destinos y posicionalidades; desde las alegorías épicas como
instrumentos de moralidad y patriotismo de textos al estilo de Venezuela Heroica de Eduardo
Blanco, pasando por el género costumbrista como elemento ligado a hechos
históricos capitales y llegando a la concreción ensayística en el Liberalismo
Romántico; donde la ardua tarea de invención de la nación ha impulsado una
indagación sobre las fronteras de la identidad, aun cuando ese resultado arroje
más preguntas que respuestas y el camino continúe disperso y sustentado en
paradojas, pero siempre proponiendo un vínculo entre ejercicio escritural y
compromiso social.
Ahora bien, esa extrañeza y/o ajenidad alimentada por el impacto
y la novedad que las nuevas tierras causan en los europeos, crea una percepción
maravillada que linda entre la realidad y la ficción, estableciendo bases
simbólicas para una historia de magias y maravillas. Y lo que se inicia como un
proceso de conquista y colonización, se va convirtiendo en causa afectiva que
esgrime la posibilidad de hacer suya la tierra ajena y circunscribir en ella la
fundación de un imaginario que paulatinamente constituye la concreción de una
necesidad subjetiva.
Indudablemente, América es una invención de
Europa signada por la construcción de un imaginario que conmueve y conmociona
al llamado Viejo Mundo, y lo geográfico-cultural desconocido, se hace alteridad
representada por la convivencia de varias culturas en un mismo espacio de
significación. Y posteriormente, esa hibridez cultural se transformará en
recurso estilístico e ideológico que servirá de base a los diversos discursos
que se producen en torno a este complejo proceso.
El europeo trajo a estas tierras símbolos de su cultura que
bajo un proceso de territorialización, fueron regionalizándose, adquiriendo
connotaciones particulares que los hacen desemejantes a la cultura original, y
los acercan a la generación de nuevos sustratos culturales que fundan una nueva
originalidad, tal es el caso de idioma y sus diferentes variantes que sufre en
América. O el ejemplo en la figura de Alonso Andrea de Ledesma que metaforiza
la conversión afectiva-cultural de los llegados de otras partes a esta Tierra
de Gracia, que hoy sirven de ejemplo a diferentes escritores para metaforizan
el ideal por una patria adquirida y forjada desde el sentimiento[2].
En ese sentido, asumimos la territorialización de la
sensibilidad como instrumentación del discurso que busca dar respuesta a una
necesidad subjetiva del enunciante en torno al espacio que le rodea. De esta
manera, estamos indicando una forma de apropiación sensible del espacio
geográfico que pasa a constituirse en experiencia sentida y significativa. De
allí las nociones de patria que van naciendo a partir de los diversos
significados que va adquiriendo en el proceso histórico venezolana.
Inicialmente, los principios de ajenidad y extrañeza nos
hablan de una tierra encontrada, más que descubierta, para posteriormente
cifrarse sobre concepciones de patria, donde podemos observar el cambio de
posicionamiento del ser enunciante y su relación con el objeto denotado. Al
hablar de patria, estamos frente a una percepción subjetivada del referente,
donde la apropiación es elemento determinante en la nominación que se inclina
hacia la construcción de un ideario no heredado, sino transigido a partir de un
proceso libertario.
Simón Rodríguez propone el concepto de ciudadanía como la
forma de armonizar los intereses y canalizar las pasiones de los
individuos, insistiendo en la condición humana a manera de elemento
transformador de las sociedades. Y allí, creemos que existe un claro ejemplo de
esa territorialización de la sensibilidad que se va dando en los diferentes
discursos que se producen en el siglo XIX. Mientras que Simón Bolívar con su
metáfora de “la patria es América”[3] centra la universalidad en el
continente que busca su autodefinición con respecto al resto del mundo, y en
esa noción de patria universal se deduce un proceso de territorialización de la
sensibilidad que se hace sistemática en el discurso político-ideológico de la
época.
De
allí que, el proceso independentista venezolano, con todas las diatribas
ideológicas e intereses políticos encontrados, delinea esa territorialización
de la sensibilidad que se hace instrumento de lucha y arenga política. A partir
de ella se establecen las parcialidades con respecto a los bandos en pugna, los
patriotas y los realistas, donde el ejercicio bélico se transfigura en acto
romántico que posibilita el camino a la gloria, que más de ser personal, es
hecho colectivo que intencionadamente recurre al engrandecimiento de la patria.
Obviamente,
es Bolívar el que más insiste en la lucha por la gloria que se traduce en
libertad para la patria representada por América, lo que evidencia en sus
discursos un propósito sostenido por crear esa afinidad con el espacio a
liberar por medio del establecimiento de la patria romántica que habita en los
espacios de la utopía. Esto es, la patria desde las fronteras de lo trascedente
que va más allá de la simple figuración lexical o política, para ubicarse en el
plano emotivo-trascendente, el que provee la empatía que forja lo identitario.
Por
consiguiente, estamos refiriendo un proceso paralelo a la manifestación bélica
que se da en el proceso independentista venezolano; proceso que permite la
asunción de la ciudadanía como forma de aprehender la realidad, y más aún,
extenderse en el tiempo y en la historia. Prefigurarse en diversos discursos
que siguen alimentando la noción romántica de la patria forjada a través de las
armas y el sacrificio, al mismo momento que sirve de elemento aleccionador de
un presente y sus perspectivas en el futuro.
En la
literatura venezolana es recurrente esa noción de patria idealizada desde el
proceso independentista, tal es el caso de Juan Vicente González y Eduardo
Blanco, entre otros, quienes asumen el referente histórico a manera de
referente ético-estético de sus discursos. Al mismo tiempo que quieren
canonizar una ciudadanía devenida de la obra de los héroes y hechos bélicos,
especie de ciudadanía universal que congregue todos los sentimientos y
esfuerzos en torno a una nacionalidad épica que sirve de base fundacional para
sustentar discursos y acciones.
Pero esa finalidad fundacional no termina en una época
determinada ni con modalidad alguna de discurso, aun cuando, es desde el
discurso estético que se logra la potenciación de esa fuerza sensible que forja
ideales de ciudadanía, al mismo tiempo que transforma discursos políticos en
metáforas de la sensibilidad, tal es el caso de la escritura del Libertador Simón
Bolívar, quien al incorporar esa noción de patria sensible y trascendente, la
territorializa en los predios de la utopía que se hace isotopía recurrente en
la búsqueda de lo perfectiblemente auténtico. Por ello, sus discursos son
amalgama de una realidad histórica y una realidad sensible que se conjuntan
para ir más allá de la finalidad meramente comunicacional, y se convierten en
textos testimoniales que revelan una contextualidad desde la experiencia
sensible-trascendente.
Entonces, surge otra perspectiva de ciudadanía, la
ciudadanía óntica que refiere al ser de la enunciación como centro en el
forjamiento de ideales identitarios con lo nacional; una manera de
territorializar la intención y la pasión por la patria idealizada, hecha herramienta
para sembrar conciencia romántica. Recordemos en este sentido, que el
Libertador Simón Bolívar en repetidas oportunidades refiere la acción política
como una vulnerabilidad del individuo, a la cual antepone la noción de gloria a
razón de blindaje de las sensibilidades que se entregan a un ideal. Y desde la
ontosemiótica, se nos permite otro cauce interpretativo al formular premisas de
análisis a partir de lo patémico-volitivo, donde la gloria se hace concepto
bifronte que sirve de gozne para amalgamar al individuo con la patria, y
hacerlos una entidad indisoluble.
Y a pesar de los intentos de la
historiografía por objetivar ese proceso histórico, hacerlo instancia
conmemorativa que pareciera en momentos no guardar relación con el presente,
por sus intenciones laudatorias, la territorialización de la sensibilidad
desborda lo crasamente objetivo y lo transfigura en acto trascedente, donde la
acción humana se hiperboliza en relación con la noción de patria, y en binomio
hiperbólico, una sustenta a la otra para homologar sentimiento y patria, y así
construir la nación deseada y soñada.
De esta manera, la patria se convierte
en un concepto en constante construcción a partir de los visores de la utopía,
quien también funda una noción de ciudadanía erguida como tierra prometida o
lugar de destino, a través de una nostalgia de futuro y reconversión. La patria
buena como suma de voluntades y esfuerzos es la recompensa que espera dentro de
la historia de las ideas que intenta de dar cuenta de los procesos históricos
en función a la pertenencia e identidad.
Por ello, pensamos que el proceso
independentista centra lo que la ajenidad y extrañeza había descentrado en
función del sostenimiento de una noción de patria a partir de la sensibilidad.
Sensibilidad que posteriormente se trasmuta en principio ético representado por
la particularidad telúrica, y la mirada se vuelve hacia adentro, para descubrir
las potencialidades geográficas en función de la construcción de un ideario
nacional, que en principio, se sostiene en las glorias épicas, para luego dar
paso a lo telúrico, y desde allí, producirse una serie de planteamientos
estéticos que siguen homologando el alma humana con el espacio geográfico.
Esa territorialización de la sensibilidad
comienza a afianzarse en el legado independentista que sacude la ciudad europea
impuesta en estas tierras, para sentar las bases de un región telúrica
establecida entre el espacio presente y los sueños de futuro entronizados en lo
autóctono y sus diferentes acepciones: criollismo, tradicionismo, costumbrismo,
y todas aquellas manifestaciones reivindicativas de lo local como fuerza
identificadora de una nación devenida de un proceso épico como fundamental
gestor de nacionalidad.
Y esta trasmigración de la sensibilidad desde las forjas
épicas a las manifestaciones telúricas-identitarias, tiene una singular
importancia en la historia de las ideas venezolanas, porque capitaliza un
sentimiento nacionalista que intenta forjar una ciudad particularizada, por no
decir localizada con el sentimiento nacionalista. Y allí, precisamente en esa
locación afectiva del espacio geográfico, surge una ciudadanía telúrica, donde
el espacio geográfico se transfigura en vértice simbólico-identitario para
alentar una cruzada ideológica que intenta reivindicar al individuo dentro de
una configuración cósmica que entrelaza la conciencia histórica con la
conciencia mítica; tal es el caso de la novela Doña Bárbara de Rómulo
Gallegos, o La Vorágine de José
Eustacio Rivera. Y allí, la sensibilidad se territorializa a partir de
diferentes mecanismos que van desde el amor hasta las tradiciones, las
creencias y el folklore.
Bajo esta referencia, los discursos se
hacen traductores de una visión estética de la realidad a partir de la
trascendencia de la escritura en su contextualización ideológica que intenta
vislumbrar una nación en correspondencia con la ciudad que nacerá del espacio rural,
aun cuando, esta ciudad se transforme en infierno-asfalto[4]
y escinda la sensibilidad hacia los territorios del neotelurismo. Siendo
precisamente el neotelurismo una forma de reinterpretar y resignificar el
espacio natural sustituido por las edificaciones, la manifestación de la
nostalgia telúrica que constituye otra forma de ciudadanía a partir de una
memoria afectivizada que quiere rescatar lo paradisíaco, lo originario.
Al respecto, Mario Briceño-Iragorry en
su texto Alegría de la tierra, y más
puntualmente, en el capítulo denominado La
huerta, hace el tránsito de la extensión territorial hacia los espacios
telúricos-simbólicos, donde a medida que el hombre se diversifica en los
centros poblados, los espacios naturales se achican, tal es el caso de la
huerta y posteriormente las macetas como evidencia nostálgica de la tierra que
desaparece físicamente para convertirse en memoria afectivizada, recurso para
ensoñar y revitalizar el espíritu.
Pero lo cierto es, que entre escritura
de la historia y discurso estético se potencia la territorialización de la
sensibilidad iniciada con la misma llegada de los europeos y se radicaliza con
el proceso independentista venezolano, ambos estimulados por una visión
romántica de la realidad que trasluce la manifestación de la acción humana con
respecto al espacio geográfico que posteriormente se metaforiza en patria,
nación; todas ellas acepciones que intentan mostrar la sensibilidad como
notación de conocimiento a partir de un proceso profundamente intersubjetivo.
De allí, pensamos, tiene mucho fundamento la creación de una utopía donde se
funden los principios épicos y el espacio geográfico para dar muestra de una
particular noción de la realidad venezolana.
Las singularidades apuntadas anteriormente
configuran una historia de las ideas en Venezuela que se apega irrestrictamente
a la realidad circundante, transformándose en herencia taxativa que delinea los
discursos y las acciones de los intelectuales y pensadores que gravitan en
función de ese centro referencial. Y allí nos encontramos con aparentes
rupturas, tal es el caso de la vanguardia, referida por algunos estudiosos como
el cierre de un pensamiento telúrico frente a la aparición de lo urbano, pero
tenemos otra apreciación al respecto, y la fundamos en función a la memoria
telúrica que se convierte en espacio de la ensoñación para referir al espacio
donde está la territorialización de la sensibilidad.
Físicamente, la ciudad desplaza el
espacio urbano, quien a su vez, se transforma en memoria afectivizada que
guarda esa tradición heredada, esa cultura fundacional que engarza
indistintamente lo épico y lo telúrico, ejes referenciales sobre los cuales se
vuelca una y otra vez la dinámica escritural nacional, pero siempre con un eje transversal
que estructura todas las formas y sentidos, la fundación de una ciudadanía que
escapa a lo normativo-legal y se refugia en la territorialización de la
sensibilidad para crear mundos posibles que contribuyan al hombre en su
reafirmación como sujeto sensible.
BIBLIOGRAFÍA.
Bolívar,
Simón (1947) Obras Completas. Cuba. Editorial
Lex.
Briceño-Iragorry,
Mario (1992) Obras Completas.
Caracas. Ediciones Congreso de la República de Venezuela
Gonzalez,
Adriano (1998) Todos los cuantos más uno.
Buenos Aires. Alfaguara.
Lazo
Martí, Francisco (2000) Poesía.
Caracas. Biblioteca Ayacucho.
Rodríguez,
Simón (2001) Obra Completa. Caracas.
Ediciones de la Presidencia de la República.
[1]
Este trabajo es producto del Proyecto de Investigación NURR-H-516-11-06-B,
financiado por el CDCHTA de la Universidad de Los Andes. Venezuela
[2]
Mario Briceño-Iragorry, en su texto El
caballo de Ledesma (1951), hace de Alonso Andrea de Ledesma, un paradigma
ético sobre la historia y la tradición, y la función aleccionadora del pasado
frente a las nuevas generaciones. Es el europeo transfigurado en americano que
sale a defender estas tierras de sus afectos, la otra cara de la historia más
allá de las connotaciones entre vencidos y vencedores.
[3]
De alguna manera es la unificación de las Repúblicas Aéreas a partir de una
territorialización de la sensibilidad como símbolo vinculante entre los pueblos
de América, traspasando la simple distribución geopolítica e impregnándose de la sensibilidad necesaria y requerida para
aglutinar voluntades en torno al proceso independentista.
[4]
Utilizamos esta categoría de Adriano González León para simbolizar la ciudad
como punto de digresión del hombre, espacio del desencanto y encierro que hace
volver a añorar los espacios primigenios. Y que de alguna manera, aparecen contenidos
en el llamado que hace Francisco Lazo Martí en su Silva Criolla.
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