LA REGION POETICA ENTRE EL PAISAJISMO Y LA CIUDAD
DERRUIDA.
Luís Javier Hernández Carmona
Dos vértices sostienen la “región
poética”, uno apunta hacia lo telúrico y lo dimensiona entre paisaje y hombre,
todavía respirando aires épicos. El otro, la ciudad desdoblada en palabra, hecha lenguaje
traslúcidamente urbano.
Dos referentes en apariencia
disímiles cohabitan en los surcos de la palabra y hacen de la “región
literaria” un “potens poético” que sigue latente en los predios de la
imaginación y las alas de la utopía. Lezama Lima atemporaliza la poesía y la ubica estrictamente en la perspectiva
creacional y la línea del tiempo: “La
creación, la poesía, no tienen que ver ni con el pasado ni con el futuro,
creación es eternidad. Por la imago se sustantiviza el mundo óntico, pensado
del tiempo. Por la imago el tiempo se convierte en extensión. Presente y pasado
son una extensión recorrida por la cantidad novelable”.[Oppiano Licario:
, México, Biblioteca Era, 1977].
La “región” es arquetipo consciente
o inconsciente dentro de la producción poética. El hombre, ente generador de
procesos culturales, ha visto en el lenguaje la posibilidad de expresión que
vence las fronteras y permite la extrapolación de referentes y significantes,
enriqueciendo la “contextualidad” y “metatextualidad”, y así, producir textos
que sin proponérselo o con todo el propósito explícito, articulan un rasgo
biográfico que puede interpretarse tanto en lo individual como lo colectivo.
La región poética está íntimamente
ligada a esa posibilidad “autobiográfica” de la palabra; al autoreconocimiento
reflexivo que busca raíces y explicaciones
a través de un diálogo íntimo entre el “ser” y su reflejo en acción
concomitante e inseparable. La literatura se convierte así en el espejo donde
se buscan las respuestas o se propende hacia ellas en una alternativa
estrictamente íntima. Y lo cual genera toda una “dinámica coercitiva”, puesto
que la crítica misma o reescritura literaria es una especie de autobiografía.
La región literaria –especie de
ontología militante- siempre ha
representado esa articulación autobiográfica
que subyace a manera de corriente ideológica para despuntar luego a
razón de estructurante central de determinando texto literario. Esa ideología
devenida en utopía o planteamiento dentro de la posibilidad del ser, constituye
la “forma” de mirar la realidad a través del cristal de la poesía y más
insistentemente de la literatura toda. Los límites del mundo (región óntica y
región literaria) están contextualizados por el
lenguaje –sea cual fuere su modalidad expresiva- ; Maurice Beuchot al abordar la expresión artística en función
de lenguaje, insiste en el encuentro de esas dos regiones: “Un ejemplo límite lo tenemos en la expresión artística. La obra del
artista es su palabra exterior, aquello con lo que manifiesta su palabra
interior”.[Beuchot, Maurice: Hermenéutica, lenguaje e inconsciente,
México, Universidad Autónoma de Puebla, 1989]
Desde el mismo momento de la llegada
del europeo a tierras americanas, la región referencial, geográficamente
delimitada ha constituido un profundo atractivo que emerge a las regiones
superficiales de la palabra para mostrar al hombre en un acto reflexivo. En las
“crónicas” bajo el encanto y hechizo de un continente maravilloso, la mirada se
asombra y la imaginación contiene más fuerza y evidencia que el referente
histórico. Así surgen los cimientos para lo real-maravilloso latinoamericano.
La “región natura” es filosofía subyacente dentro de un contexto histórico
donde el plano referencial alude a una microhistoria extensible a un “yo”
colectivo entronizado dentro de un espacio geográfico.
En esa mirada tenemos el “sentido
panteista-positivista” de Andrés Bello y la intencionalidad ideológica de
trasponer umbrales a través de la condición geográfica y en la utilización del
“impacto natural” a razón de referente. Dos ejemplos ilustran este camino: Alocución
a la poesía dentro de la caracterización ideológica y Silva
a la agricultura de la zona tórrida como moldura de la “región natura”
en actante fundamental dentro de la cosmovisión del poeta: “¡Oh jóvenes naciones, que ceñida/alzáis sobre el atónito occidente/de
tempranos laureles la cabeza!/honrad el campo, honrad la simple vida/del
labrador, y su frugal llaneza”[“Silva a la agricultura de la zona tórrida”, en:
Antología distinta, (selección de Lubio Cardozo), Caracas, Monte Avila
Editores, 1981].
La región natura dentro de la poesía
venezolana va solapadamente acompañando las diversas posturas e inclinaciones
poéticas-ideológicas que intentan configurar la “autobiografía colectiva” de
una nación que anda a tropel de caballo y bajo las glorias épicas de su
emancipación; allí en ese extremo, descansa Venezuela Heroica de Eduardo Blanco y los textos de Juan
Vicente González, produciendo la especie de “ensenada épica” que desborda el
referente histórico inmediato y se deja seducir por la magnificencia del
lenguaje y la pasión nacionalista para desbordar en lo didáctico-moralizante.
El enunciante de Venezuela Heroica
lo canta henchido de orgullo: “Se
ambicionaba gloria, no riquezas... La aspiración moral mataba toda tendencia
material. Aquel heroico ejército, sometido a todo género de penalidades sin
paga de ordinario, desnudo casi siempre, y a menudo sin pan, no profería ni una
queja, y lleno de entusiasmo, moría vitoreando la patria, sin cuidarse de sus
propias miserias”[Blanco, Eduardo: Venezuela Heroica, 1881, Madrid, J.
Pérez del Hoyo, 1970]. Hombre y paisaje se hacen inseparables y surgen las
categorías femenino-maternales de “madre patria”, “historia patria” en mimesis y traslación del concepto de
“madre tierra” con toda su implicación
emocional, la región natura se transfigura así en un “objeto subjetivizado” y la
región geográficamente delimitada se incorpora a la poética nacional y forma
parte de la “literatura telúrica” del siglo XIX.
Literatura de la tierra donde el espacio
natural pasa a ser una especie de actante que intercambia roles y
personalidades en un “juego ideológico” inmerso dentro de una historia de las
ideas. En Latinoamérica, un caso concreto, aunque no único: Martín
Fierro de José Hernández. En Venezuela y bajo la denominación del Criollismo una larga y provechosa lista
de publicaciones y autores constituyen esta “visión romántica de la tierra” que
esgrime un subyacente contenido ideológico en procura de nuevas y mejores
formas de vida. Un ejemplo puntual: La Silva Criolla de Francisco Laso
Martí, donde la Silva utilizada como aliado por Bello se concentra en un
“territorio específico”. Aquí la región
es un “corpus” estilístico-vivencial al suponer una identidad, o la búsqueda de
esta, a partir de la reafirmación de lo autóctono y la traslación “paisajista”
de la realidad a través del lenguaje. El paisaje asume configuraciones
literarias y la literatura es reflejo artístico de una realidad fundada en lo
rural y campestre, donde la tierra asume fehacientemente sus aristas
matriarcales para cobijar a los grandes “patriarcas” o “caudillos” del siglo XIX y parte del XX.
Son tiempos para los hombres de brega
que verán llegar su ocaso con el
surgimiento de la explotación petrolera.
Una sociedad fundada en el latifundio y
sostenida a través de una literatura telúrica ve estremecerse sus cimientos al
arribar la sociedad capitalista y con ella la insurgencia del Modernismo como
elemento de contracultura frente al Positivismo exacerbado que copaba todos los
órdenes nacionales y mutilaba los sueños del hombre bajo el acordonamiento de
la razón. En esos predios, la región natura a manera de eje referencial se
evapora y surge otra región: la región
cósmica, cercana a la espiritualidad del hombre, soportada por el mito y
hecha intemporalidad. El alma, los sueños, la muerte, copan las regiones
intangibles donde no hay muros ni calzadas, sólo está el hombre y su palabra
como instrumento de lucha contra la muerte y el olvido. La región se hace
mítica, cósmica al representar una “particularidad” del ser. El hechizo
literario deviene del rompimiento del orden causal de la historia, ya los
trazos de legitimidad no están en el referente histórico sino en un “código”
específico “autobiográfico” de cada escritor. En este sentido, Ramón Palomares
es la concreción personificada del mito “tangencialmente regional”, el mito que
circunda el espacio confidencial y estructura un “códice” a descubrir dentro
del entramado verbal: “Allí hemos pasado
nuestro tiempo/en las redes mágicas donde los navíos cargan la noche/ y el
alcatraz toca con su pico amplio/en la zambullida, ajena a estas
épocas”[“Errantes”, en: Poesía, Caracas, Monte Avila Editores, 1985].
Fernando Paz Castillo deambula por un paisaje interior e interroga la
elocuencia de las formas “vacuas”, trasciende bajo el espíritu, cerca del
abismo para mirarse en la soledad: “El
camino ante el barranco/se ha quedado en suspenso./Atrás están las casas y adelante/la
recia soledad de un campo yermo/¡Ah! Si el camino se atreviera a saltar/sobre
el barranco, en la punta de enfrente le nacería otro pueblo”[El camino]. La
desolación abate el espíritu, la realidad es círculo que se cierra
irremediablemente en los cercos de la finitud: “Acaso tras el muro,/tan alto al deseo como pequeño a la esperanza/no
exista más que lo visto en el camino/junto a la vida y la muerte,/la tregua y
el dolor/y la sombra de Dios indiferente”[El muro] . Andrés Eloy Blanco
asume la región social y la cuestiona a través del humor y la ironía. Esta
consciente de la figuración de la melancolía a manera de propuesta estética. La
escritura desde le dolor y la tristeza encarna los profundos tesoros del poeta:
“Deja ver de los extraños la mitad de tu
alegría,/deja ver de los extraños un punto de tu dolor;/un verdadero poeta
nunca vio la luz del día/porque si le abro la jaula, me matan mi ruiseñor”
[...] “Cuántas veces para ellos llega como un inoportuno/lo que a ti te da una
noche de continuo cavilar:/esa palabra perdida que no interesó a ninguno y esos
dolores pequeños que a nadie hicieron llorar”[Paráfrasis del poeta”, en Obras
completas, Vol. I, Caracas, Ediciones Congreso Nacional, 1972].
El
paisajismo geográfico de la literatura queda atrás, de él quedan los mitos, los
encantos que se mudan a la ciudad y forman una “cofradía” literaria para
deambular con los fantasmas familiares, convivir con los espantos y rescatar de
esa manera lo que la “modernidad” desarticula en un mundo cambiante. Francisco
Pérez Perdomo construye su “ars poética” o su universo simbólico desde una
conciencia mítica que logra desbordar la conciencia histórica para construir
una estancia explícitamente literaria a través de los fantasmas afables que
comienzan a poblar la conciencia y la palabra como rescoldos de la “región
cósmica” que no se diluye en el tiempo: “De
entre las ruinas/de la casa antigua y olvidada/se levanta como una música/ese
ser irreal/que puebla la abstracción de mis sueños”[Sombra si sosiego en: Círculo
de sombras. Caracas, Monte Avila Editores, 1980]
La región del hombre se hace ciudad y se
analogiza en innumerables metáforas; el poeta colombiano Juan Manuel Roca en Farmacia del ángel la dibuja: “La ciudad. De ciudades ebrias se fragua/Un
país. De países se construye/El olvido. De desmemoria es la tinta/Con que se
traza la palabra”(p.21). Y el hombre se hace peregrino y errante de su
propio mundo en un espacio para la desmemoria y el olvido, para el eterno
rescate del cuerpo a través de la palabra y en la plenitud de la creación;
siguiendo con Roca transitamos en una sinonimia del destierro, una semántica de
la desmemoria: “Dicen/Que los pies
carecen de memoria./Que los pasos devorados por las calles/Desembocan noche a
noche en el olvido./Por entre secos pastizales/Cruza el vagabundo enfundado
en/Un cuerpo al que nunca acaba de habitar”(p.59).
Para Vicente Gerbasi, la ciudad no es
palabra sino ruido que acalla la voz de la “región natura”, voz que solo
percibe el poeta en su locutorio de silencio y el sagrado éxtasis de la poesía:
“En el ruido que hiere la ciudad sólo
oigo una voz que me llama/y de las campanas veo nacer aves hacia bosques
lejanos,/como si fuera yo un caminante hacia iglesias aldeanas/bajo guirnaldas
rayando en altas primaveras./Nadie llora en la luz junto a las flores/pero
junto a mi pasa, como sombra delgada, la tristeza del mundo,/sobre los
horizontes como invierno huyendo de la tierra”[Jardín desvelado; Obra
poética, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986]
La región literaria constituye un cuerpo
que busca rescatar la sensibilidad dispersa por el mundo de la razón y la
lógica. Al precioso cisne de la región natura le han torcido el cuello, sólo
queda la ciudad derruida. La poesía se hace juego de máscaras que a través de
la palabra propone un alejamiento de la
“realidad” para construir un mundo posible donde la historia se extravía en los
laberintos de la memoria y las encrucijadas del espíritu.
El “exilio paradojal” de Pérez Bonalde
en “Vuelta a la patria” se entroniza en la literatura venezolana y el escritor
acude a “regiones equinocciales” para crear sus textos en alas de la libertad y
embrujo de la imaginación. José Antonio Ramos Sucre funda un “ars poético” desde un yo íntimo que deambula en los entresijos
de la ciudad derruida: “He salido,
asentada en un pueblo pedregoso, durante el sueño narcótico de una noche y he
olvidado el camino de regreso. ¿Habré visto su nombre leyendo el derrotero de
los apóstoles? Yo estaba al arbitrio de mis mayores y no les pregunté, antes de
su muerte, por el lugar de mi infancia. La nostalgia se torna aguda de vez en
cuando. La voz del ser afectuoso me visita a través del tiempo desvanecido y yo
esfuerzo el pensamiento hasta caer en el delirio” [“El clamor”, en: Antología,
Caracas, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992]
La escritura se transforma en profunda
lucha contra la muerte y el olvido. El poeta es exiliado del espacio natural
que lo cobijó con el cromatismo y la policromía
de los colores. El verde azaroso y elegante de la “región natura” es
sustituido por el gris melancólico de la ciudad derruida que alienta la
desmemoria del espíritu y lo calcina en la muerte de la utopía y el fin de la
historia.
Bibliografía.
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BELLO, Andrés:
Antología distinta, (selección de Lubio Cardozo), Caracas, Monte Avila
Editores, 1981.
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Beuchot, Maurice: Hermenéutica,
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BLANCO, Andrés Eloy: Obras
completas, Vol. I, Caracas, Ediciones Congreso Nacional, 1972
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Blanco, Eduardo: Venezuela
Heroica, 1881, Madrid, J. Pérez del Hoyo, 1970
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GERBASI, Vicente: Obra
poética, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986
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LEZAMA LIMA, José:
Oppiano Licario: , México, Biblioteca Era, 1977.
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PALOMARES; Ramón: Poesía,
Caracas, Monte Avila Editores, 1985
·
PAZ CASTILLO, Fernando:
Obras completas, Caracas, Casa de Bello, 1994
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PEREZ PERDOMO,
Francisco: Círculo de sombras. Caracas, Monte Avila Editores, 1980
·
RAMOS SUCRE, José
Antonio: Antología, Caracas, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América,
1992
·
ROCA, Juan Manuel: La
farmacia del ángel, Santa fe de Bogotá, Editorial Norma, 1995
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