martes, 23 de diciembre de 2014

LA REGION POETICA ENTRE EL PAISAJISMO Y LA CIUDAD DERRUIDA.




LA REGION POETICA ENTRE EL PAISAJISMO Y LA CIUDAD DERRUIDA.

Luís Javier Hernández Carmona



            Dos vértices sostienen la “región poética”, uno apunta hacia lo telúrico y lo dimensiona entre paisaje y hombre, todavía respirando aires épicos. El otro, la ciudad  desdoblada en palabra, hecha lenguaje traslúcidamente urbano.
            Dos referentes en apariencia disímiles cohabitan en los surcos de la palabra y hacen de la “región literaria” un “potens poético” que sigue latente en los predios de la imaginación y las alas de la utopía. Lezama Lima atemporaliza la poesía  y la ubica estrictamente en la perspectiva creacional y la línea del tiempo: “La creación, la poesía, no tienen que ver ni con el pasado ni con el futuro, creación es eternidad. Por la imago se sustantiviza el mundo óntico, pensado del tiempo. Por la imago el tiempo se convierte en extensión. Presente y pasado son una extensión recorrida por la cantidad novelable”.[Oppiano Licario: , México, Biblioteca Era, 1977].
            La “región” es arquetipo consciente o inconsciente dentro de la producción poética. El hombre, ente generador de procesos culturales, ha visto en el lenguaje la posibilidad de expresión que vence las fronteras y permite la extrapolación de referentes y significantes, enriqueciendo la “contextualidad” y “metatextualidad”, y así, producir textos que sin proponérselo o con todo el propósito explícito, articulan un rasgo biográfico que puede interpretarse tanto en lo individual como  lo colectivo.
            La región poética está íntimamente ligada a esa posibilidad “autobiográfica” de la palabra; al autoreconocimiento reflexivo que busca raíces y explicaciones  a través de un diálogo íntimo entre el “ser” y su reflejo en acción concomitante e inseparable. La literatura se convierte así en el espejo donde se buscan las respuestas o se propende hacia ellas en una alternativa estrictamente íntima. Y lo cual genera toda una “dinámica coercitiva”, puesto que la crítica misma o reescritura literaria es una especie de autobiografía.
            La región literaria –especie de ontología militante-  siempre ha representado esa articulación autobiográfica  que subyace a manera de corriente ideológica para despuntar luego a razón de estructurante central de determinando texto literario. Esa ideología devenida en utopía o planteamiento dentro de la posibilidad del ser, constituye la “forma” de mirar la realidad a través del cristal de la poesía y más insistentemente de la literatura toda. Los límites del mundo (región óntica y región literaria) están contextualizados por el lenguaje –sea cual fuere su modalidad expresiva- ; Maurice Beuchot  al abordar la expresión artística en función de lenguaje, insiste en el encuentro de esas dos regiones: “Un ejemplo límite lo tenemos en la expresión artística. La obra del artista es su palabra exterior, aquello con lo que manifiesta su palabra interior”.[Beuchot, Maurice: Hermenéutica, lenguaje e inconsciente, México, Universidad Autónoma de Puebla, 1989]   
            Desde el mismo momento de la llegada del europeo a tierras americanas, la región referencial, geográficamente delimitada ha constituido un profundo atractivo que emerge a las regiones superficiales de la palabra para mostrar al hombre en un acto reflexivo. En las “crónicas” bajo el encanto y hechizo de un continente maravilloso, la mirada se asombra y la imaginación contiene más fuerza y evidencia que el referente histórico. Así surgen los cimientos para lo real-maravilloso latinoamericano. La “región natura” es filosofía subyacente dentro de un contexto histórico donde el plano referencial alude a una microhistoria extensible a un “yo” colectivo entronizado dentro de un espacio geográfico.
            En esa mirada tenemos el “sentido panteista-positivista” de Andrés Bello y la intencionalidad ideológica de trasponer umbrales a través de la condición geográfica y en la utilización del “impacto natural” a razón de referente. Dos ejemplos ilustran este camino: Alocución a la poesía dentro de la caracterización ideológica y Silva a la agricultura de la zona tórrida como moldura de la “región natura” en actante fundamental dentro de la cosmovisión del poeta: “¡Oh jóvenes naciones, que ceñida/alzáis sobre el atónito occidente/de tempranos laureles la cabeza!/honrad el campo, honrad la simple vida/del labrador, y su frugal llaneza”[“Silva a la agricultura de la zona tórrida”, en: Antología distinta, (selección de Lubio Cardozo), Caracas, Monte Avila Editores, 1981].
            La región natura dentro de la poesía venezolana va solapadamente acompañando las diversas posturas e inclinaciones poéticas-ideológicas que intentan configurar la “autobiografía colectiva” de una nación que anda a tropel de caballo y bajo las glorias épicas de su emancipación; allí en ese extremo, descansa Venezuela Heroica  de Eduardo Blanco y los textos de Juan Vicente González, produciendo la especie de “ensenada épica” que desborda el referente histórico inmediato y se deja seducir por la magnificencia del lenguaje y la pasión nacionalista para desbordar en lo didáctico-moralizante. El enunciante de Venezuela Heroica lo canta henchido de orgullo: “Se ambicionaba gloria, no riquezas... La aspiración moral mataba toda tendencia material. Aquel heroico ejército, sometido a todo género de penalidades sin paga de ordinario, desnudo casi siempre, y a menudo sin pan, no profería ni una queja, y lleno de entusiasmo, moría vitoreando la patria, sin cuidarse de sus propias miserias”[Blanco, Eduardo: Venezuela Heroica, 1881, Madrid, J. Pérez del Hoyo, 1970]. Hombre y paisaje se hacen inseparables y surgen las categorías femenino-maternales de “madre patria”, “historia patria”  en mimesis y traslación del concepto de “madre tierra”  con toda su implicación emocional, la región natura se transfigura así en un “objeto subjetivizado” y la región geográficamente delimitada se incorpora a la poética nacional y forma parte de la “literatura telúrica” del siglo XIX.
Literatura de la tierra donde el espacio natural pasa a ser una especie de actante que intercambia roles y personalidades en un “juego ideológico” inmerso dentro de una historia de las ideas. En Latinoamérica, un caso concreto, aunque no único: Martín Fierro de José Hernández. En Venezuela y bajo la denominación del Criollismo una larga y provechosa lista de publicaciones y autores constituyen esta “visión romántica de la tierra” que esgrime un subyacente contenido ideológico en procura de nuevas y mejores formas de vida. Un ejemplo puntual: La Silva Criolla de Francisco Laso Martí, donde la Silva utilizada como aliado por Bello se concentra en un “territorio específico”.  Aquí la región es un “corpus” estilístico-vivencial al suponer una identidad, o la búsqueda de esta, a partir de la reafirmación de lo autóctono y la traslación “paisajista” de la realidad a través del lenguaje. El paisaje asume configuraciones literarias y la literatura es reflejo artístico de una realidad fundada en lo rural y campestre, donde la tierra asume fehacientemente sus aristas matriarcales para cobijar a los grandes “patriarcas”  o “caudillos” del siglo XIX y parte del XX. Son  tiempos para los hombres de brega que verán llegar su  ocaso con el surgimiento de la explotación petrolera.
Una sociedad fundada en el latifundio y sostenida a través de una literatura telúrica ve estremecerse sus cimientos al arribar la sociedad capitalista y con ella la insurgencia del Modernismo como elemento de contracultura frente al Positivismo exacerbado que copaba todos los órdenes nacionales y mutilaba los sueños del hombre bajo el acordonamiento de la razón. En esos predios, la región natura a manera de eje referencial se evapora y surge otra región: la región cósmica, cercana a la espiritualidad del hombre, soportada por el mito y hecha intemporalidad. El alma, los sueños, la muerte, copan las regiones intangibles donde no hay muros ni calzadas, sólo está el hombre y su palabra como instrumento de lucha contra la muerte y el olvido. La región se hace mítica, cósmica al representar una “particularidad” del ser. El hechizo literario deviene del rompimiento del orden causal de la historia, ya los trazos de legitimidad no están en el referente histórico sino en un “código” específico “autobiográfico” de cada escritor. En este sentido, Ramón Palomares es la concreción personificada del mito “tangencialmente regional”, el mito que circunda el espacio confidencial y estructura un “códice” a descubrir dentro del entramado verbal: “Allí hemos pasado nuestro tiempo/en las redes mágicas donde los navíos cargan la noche/ y el alcatraz toca con su pico amplio/en la zambullida, ajena a estas épocas”[“Errantes”, en: Poesía, Caracas, Monte Avila Editores, 1985]. Fernando Paz Castillo deambula por un paisaje interior e interroga la elocuencia de las formas “vacuas”, trasciende bajo el espíritu, cerca del abismo para mirarse en la soledad: “El camino ante el barranco/se ha quedado en suspenso./Atrás están las casas y adelante/la recia soledad de un campo yermo/¡Ah! Si el camino se atreviera a saltar/sobre el barranco, en la punta de enfrente le nacería otro pueblo”[El camino]. La desolación abate el espíritu, la realidad es círculo que se cierra irremediablemente en los cercos de la finitud: “Acaso tras el muro,/tan alto al deseo como pequeño a la esperanza/no exista más que lo visto en el camino/junto a la vida y la muerte,/la tregua y el dolor/y la sombra de Dios indiferente”[El muro] . Andrés Eloy Blanco asume la región social y la cuestiona a través del humor y la ironía. Esta consciente de la figuración de la melancolía a manera de propuesta estética. La escritura desde le dolor y la tristeza encarna los profundos tesoros del poeta: “Deja ver de los extraños la mitad de tu alegría,/deja ver de los extraños un punto de tu dolor;/un verdadero poeta nunca vio la luz del día/porque si le abro la jaula, me matan mi ruiseñor” [...] “Cuántas veces para ellos llega como un inoportuno/lo que a ti te da una noche de continuo cavilar:/esa palabra perdida que no interesó a ninguno y esos dolores pequeños que a nadie hicieron llorar”[Paráfrasis del poeta”, en Obras completas, Vol. I, Caracas, Ediciones Congreso Nacional, 1972].
El paisajismo geográfico de la literatura queda atrás, de él quedan los mitos, los encantos que se mudan a la ciudad y forman una “cofradía” literaria para deambular con los fantasmas familiares, convivir con los espantos y rescatar de esa manera lo que la “modernidad” desarticula en un mundo cambiante. Francisco Pérez Perdomo construye su “ars poética” o su universo simbólico desde una conciencia mítica que logra desbordar la conciencia histórica para construir una estancia explícitamente literaria a través de los fantasmas afables que comienzan a poblar la conciencia y la palabra como rescoldos de la “región cósmica” que no se diluye en el tiempo: “De entre las ruinas/de la casa antigua y olvidada/se levanta como una música/ese ser irreal/que puebla la abstracción de mis sueños”[Sombra si sosiego en: Círculo de sombras. Caracas, Monte Avila Editores, 1980]
La región del hombre se hace ciudad y se analogiza en innumerables metáforas; el poeta colombiano Juan Manuel Roca en Farmacia del ángel la dibuja: “La ciudad. De ciudades ebrias se fragua/Un país. De países se construye/El olvido. De desmemoria es la tinta/Con que se traza la palabra”(p.21). Y el hombre se hace peregrino y errante de su propio mundo en un espacio para la desmemoria y el olvido, para el eterno rescate del cuerpo a través de la palabra y en la plenitud de la creación; siguiendo con Roca transitamos en una sinonimia del destierro, una semántica de la desmemoria: “Dicen/Que los pies carecen de memoria./Que los pasos devorados por las calles/Desembocan noche a noche en el olvido./Por entre secos pastizales/Cruza el vagabundo enfundado en/Un cuerpo al que nunca acaba de habitar”(p.59).
Para Vicente Gerbasi, la ciudad no es palabra sino ruido que acalla la voz de la “región natura”, voz que solo percibe el poeta en su locutorio de silencio y el sagrado éxtasis de la poesía: “En el ruido que hiere la ciudad sólo oigo una voz que me llama/y de las campanas veo nacer aves hacia bosques lejanos,/como si fuera yo un caminante hacia iglesias aldeanas/bajo guirnaldas rayando en altas primaveras./Nadie llora en la luz junto a las flores/pero junto a mi pasa, como sombra delgada, la tristeza del mundo,/sobre los horizontes como invierno huyendo de la tierra”[Jardín desvelado; Obra poética, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986]  
La región literaria constituye un cuerpo que busca rescatar la sensibilidad dispersa por el mundo de la razón y la lógica. Al precioso cisne de la región natura le han torcido el cuello, sólo queda la ciudad derruida. La poesía se hace juego de máscaras que a través de la palabra propone  un alejamiento de la “realidad” para construir un mundo posible donde la historia se extravía en los laberintos de la memoria y las encrucijadas del espíritu.
El “exilio paradojal” de Pérez Bonalde en “Vuelta a la patria” se entroniza en la literatura venezolana y el escritor acude a “regiones equinocciales” para crear sus textos en alas de la libertad y embrujo de la imaginación. José Antonio Ramos Sucre funda un “ars poético”  desde un yo íntimo que deambula en los entresijos de la ciudad derruida: “He salido, asentada en un pueblo pedregoso, durante el sueño narcótico de una noche y he olvidado el camino de regreso. ¿Habré visto su nombre leyendo el derrotero de los apóstoles? Yo estaba al arbitrio de mis mayores y no les pregunté, antes de su muerte, por el lugar de mi infancia. La nostalgia se torna aguda de vez en cuando. La voz del ser afectuoso me visita a través del tiempo desvanecido y yo esfuerzo el pensamiento hasta caer en el delirio” [“El clamor”, en: Antología, Caracas, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992]
La escritura se transforma en profunda lucha contra la muerte y el olvido. El poeta es exiliado del espacio natural que lo cobijó con el cromatismo y la policromía  de los colores. El verde azaroso y elegante de la “región natura” es sustituido por el gris melancólico de la ciudad derruida que alienta la desmemoria del espíritu y lo calcina en la muerte de la utopía y el fin de la historia.                                 

Bibliografía.

·         BELLO, Andrés: Antología distinta, (selección de Lubio Cardozo), Caracas, Monte Avila Editores, 1981.
·         Beuchot, Maurice: Hermenéutica, lenguaje e inconsciente, México, Universidad Autónoma de Puebla, 1989
·         BLANCO, Andrés Eloy: Obras completas, Vol. I, Caracas, Ediciones Congreso Nacional, 1972
·         Blanco, Eduardo: Venezuela Heroica, 1881, Madrid, J. Pérez del Hoyo, 1970
·         GERBASI, Vicente: Obra poética, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1986
·         LEZAMA LIMA, José: Oppiano Licario: , México, Biblioteca Era, 1977.
·         PALOMARES; Ramón: Poesía, Caracas, Monte Avila Editores, 1985
·         PAZ CASTILLO, Fernando: Obras completas, Caracas, Casa de Bello, 1994
·         PEREZ PERDOMO, Francisco: Círculo de sombras. Caracas, Monte Avila Editores, 1980
·         RAMOS SUCRE, José Antonio: Antología, Caracas, Biblioteca Ayacucho, Colección Claves de América, 1992
·         ROCA, Juan Manuel: La farmacia del ángel, Santa fe de Bogotá, Editorial Norma, 1995

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