martes, 23 de diciembre de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, LA ESCRITURA COMPROMETIDA


RESUMEN

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, LA ESCRITURA COMPROMETIDA
A Gabriel García Márquez se le ha identificado preponderantemente con una corriente literaria llamada realismo mágico, suponiendo de esta manera, que el Premio Nobel de Literatura, hace de su escritura un hecho meramente estético. Pero si revisamos la obra del autor colombiano, nos encontramos con una escritura comprometida en la búsqueda identitaria de América Latina que linda entre la utopía y la realidad asumida a manera de compromiso implícito dentro del discurso narrativo y el ensayo periodístico. Por ello, en este artículo queremos destacar como desde la ficción o el discurso ensayístico se asume una posición dialéctica sobre la realidad del hombre y su circunstancialidad histórica, que el mismo autor encuadra dentro de los postulados socialistas a manera y razón de vía para lograr la participación colectiva y el balance de la humanidad en una posición más justa y equitativa.
Palabras clave: Escritura, compromiso, historia, ficción

ABSTRACT

GABRIEL GARCIA MARQUEZ, writing COMMITTED
A Gabriel García Márquez has been identified with a preponderantly called magical realism literary current, thus assuming that the Nobel Prize for Literature, his writing makes a merely aesthetic. But if we review the Colombian author's work, we find a deed committed in finding identity in Latin America that borders between utopia and reality taken as a compromise implicit in the narrative and journalistic essays. Therefore, in this article we want to highlight as from fiction or essayistic discourse assumes a dialectical position on the reality of man and his historical circumstantial, that the author falls within the socialist principles and rationale way way to achieve collective participation and the balance of humanity in a more fair and equitable.
Keywords: Writing, commitment, history, fiction


GABRIEL GARCIA MARQUEZ, LA ESCRITURA COMPROMETIDA EN LA ARQUITECTURA DE LA SENSIBILIDAD.[1]


“Ningún ser humano tiene derecho a mirar desde arriba a otro, a menos que sea para ayudarlo a levantarse.”
                                        Gabriel García Márquez


Desde las Crónicas de Indias venimos buscando una explicación al imaginario americano que nace como memoria mítica y se convierte en verdadera pulsión subversiva que se muda incesantemente acompañando los aires de la modernidad y su incorporación en “post” dentro de la re-consumación de un barroco aletargado que siempre surge cuando intentamos hablar de identidad latinoamericana. Entonces, las teorías se sustentan en las dudas. ¿Qué nos hace latinoamericanos? Es el gran acertijo que se cierne sobre nuestra historia de las ideas. Por lo tanto, la categoría realismo mágico pareciera la respuesta más acertada, es la que nos hace diferentes; prueba fehaciente de una imaginación mestiza que busca sus asideros estéticos. Es la historia que lucha contra la desmemoria impuesta por las glorias épicas y la cronología avasallante. O más bien, la yuxtaposición de historias, unas oficiales, otras, reincidentes en los capítulos de la subversión.
A la suma, es lucha contra el olvido y la fundación de una identidad en la memoria, en palabras de García Márquez; “La historia de América Latina es también  una suma de esfuerzos desmesurados e inútiles y de dramas condenados al olvido. La peste del olvido existe también entre nosotros” (Apuleyo, 1982: 76). Entonces, escribimos para no olvidar, o quizás, para soñar una memoria auténtica que nos haga idénticos en un mar de sincretismos; porque “Los sueños tienen la ventaja de que nunca sabemos si son verdad o son mentira” (García Márquez, 1995: 16), y bajo esa premisa, García Márquez, asume la escritura de creación como representación adivinatoria de la realidad, “una especie de adivinanza del mundo” (Apuleyo, 1982: 36), donde azar y realidad se conjuntan en los relatos para construir mundos posibles, y así, “La vida cotidiana en América Latina nos demuestra que la realidad está llena de cosas extraordinarias” (Apuleyo, 1982: 36)
            Desde esta concepción, América Latina tiene para Gabriel García Márquez una significación primigenia que la hace peculiar y particular: “es un continente mágico, pues la realidad está marcada por un sello fantástico, estupendo y maravilloso”[2]. Huelga referenciar la forma y manera como el escritor ha llevado esa concepción real maravillosa a sus textos que deambulan entre la realidad histórica y los espacios míticos latinoamericanos en un intento por conjurar la soledad del hombre en estas tierras que nacieron bajo el asombro y la novedad de los conquistadores europeos. En repetidas oportunidades, García Márquez ha manifestado su preocupación por: “la soledad del individuo latinoamericano, que es gente solitaria, con dificultades de comunicación. En Cien años... lo cuento. Conversando con Mario Vargas Llosa me dice que esa soledad se debe a su alienación[3]”.
            Desde su nacimiento como entidad físico territorial, América Latina es sometida a un terrible proceso de alienación que bajo las más inhumanas formas de imposición constituye el gran dilema sobre la identidad latinoamericana sobre el que discurre con particular insistencia la historia de las ideas de nuestro continente. América Latina se ha convertido desde siempre en la caja chica de los países desarrollados que la han plagado de hambre y miseria en nombre del progreso y la autodefinición de los pueblos. Alienado el hombre latinoamericano, intenta buscar sus reflejos identitarios en culturas foráneas que atentan contra el sentido originario de las manifestaciones culturales latinoamericanas; “a nadie se le ha hecho raro que hayamos tenido que atravesar el vasto Atlántico para encontrarnos en París con nosotros mismos” (García Márquez, 2010: 124).
            En base a esta determinante particularidad, García Márquez propone un reencuentro con nosotros mismos desde la región latinoamericana, que se convertirá en una territorialización[4] de la sensibilidad para proveer una mirada desde las raíces mestizas; “No esperen nada del siglo XXI, que es el siglo XXI el que espera de ustedes. Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan pacífico y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo” (García Márquez. 2010: 124). Y en esa combinatoria entre historia y ficción, memoria e imaginación, surge el compromiso como materialización de esa territorialización de la sensibilidad; “El desafío es para todos los escritores, todos los poetas, narradores y educadores de nuestra lengua, para alimentar esa sed y multiplicar esta muchedumbre, verdadera razón de ser de nuestro oficio y por supuesto de nosotros mismos” (Ídem: 132). Y allí, se puede denotar el compromiso escritural como necesidad subjetiva del idioma que va más allá de la simple acción lingüística, para convertirse en acción humana-trascendente que sirva de mediadora entre el autor y sus lectores por medio del texto.
            Y donde el texto, no sea sólo una expresión estética, sino más bien, un mecanismo de reflexión que usa diversas y disímiles formas expresivas para seducir lectores, y en el caso concreto de García Márquez, es a través del uso de la narrativa ficcional y el ejercicio del periodismo, que el autor colombiano logra incorporar las magias y maravillas del continente latinoamericano como referentes temáticos, homologando una escritura profundamente barroca[5] con contenidos cósmicos-telúricos, para lograr un desborde de la imaginación que alecciona dentro de los perfiles identitarios.
            Ante las particulares circunstancias de América Latina, García Márquez, cree que: “el destino no sólo de Latinoamérica sino de la humanidad: es el socialismo”. El socialismo como reinvención latinoamericana sin copiar modelos, un socialismo nacido de las circunstancias regionales[6] que intente conjugar las aspiraciones desde las perspectivas idiosincrásicas de la región:
Mi convicción es que tenemos que inventar soluciones nuestras, en las cuales se aprovechen hasta donde sea posible las que otros continentes han logrado a través de una historia larga y accidentada, pero sin tratar de copiarlas de un modo mecánico, que es lo que hemos hecho hasta ahora, al final, sin remedio, esa será una forma propia de socialismo (Apuleyo, 1982: 105)
Al final, será la reinvención de la utopía latinoamericana, de lograr a través de los sincretismos una unidad política que se base en la equidad y la justicia social.
            En su postura ideológica, García Márquez insiste en creer:
Que el mundo debe ser socialista, va a serlo, y te­nemos que ayudar para que lo sea lo más pronto posible. Pero estoy muy desilusionado con el socialismo de la Unión Soviética. Ellos llegaron a esa forma del socialismo por experiencias y con­diciones particulares y tratan de imponer a otros países su propia burocratización, autoritarismo y falta de visión histórica. Eso no es socialismo y es el gran problema de este momento[7].
A pesar del desaliento que le causa la aplicación del modelo socialista en algunos países sigue insistiendo: “Yo ambiciono que toda la América Latina sea socialista, pero ahora la gente está muy ilusionada con un socialismo pací­fico, dentro de la constitución. Todo eso me parece muy bonito electoralmente, pero creo que es totalmente utópico”[8].
            Para García Márquez, la noción de socialismo está asociada a un estado de conciencia que va más allá de la simple contienda electoral o proyecto político partidista, porque se convierte en acción humana-trascendente que haga de la justicia y la equidad, los horizontes de los gobiernos latinoamericanos, por lo tanto, “cualquier gobierno que haga feliz a los pobres” (Apuleyo, 1982: 109)  se podrá catalogar como socialista para García Márquez. Lo cierto es que en el reino de la utopía que linda entre la aplicación política y la referencia literaria, García Márquez, vislumbra el socialismo como la solución frente a los sistemas políticos actuales que para él: “son ridículos y prácticamente medievales”, quizá porque cree en la cultura como recurso para el desarrollo de los pueblos, pero la cultura genuina y su vinculación con la acción humana, no la cultura burocratizada y convertida en discurso del poder; “No hay que simplificar. Lo que rechazo es la estructura ministerial, víctima fácil del clientelismo y la manipulación política” (García Márquez, 2010: 95).
            Esa apreciación de García Márquez la llevaríamos más allá de la burocracia gubernamental y la ubicamos en la burocracia académica, donde el conocimiento se hace discurso del poder que apunta hacia la sectorización y la exclusión, por ello, el autor de Cien años de Soledad, apuesta por la masificación del conocimiento y los saberes a partir de la educación:
Hay quienes piensan que la masificación ha pervertido la educación, que las escuelas han tenido que seguir la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo, y que los talentos de ahora son esfuerzos individuales y dispersos que luchan contra las academias. Se piensa también que son escasos los profesores que trabajan con un énfasis en aptitudes y vocaciones. << Es difícil, porque comúnmente la docencia lleva a la repetidera de la repetición>>, ha replicado un maestro. <<Es preferible la inexperiencia simple del sedentarismo de un profesor que lleva más de veinte años con el mismo curso>>. El resultado es triste; los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, sólo se hacen periodistas cuando tienen la oportunidad de reaprenderlo todo en la práctica dentro del medio mismo (García Márquez, 2010: 111)
            Aunque García Márquez se refiere específicamente al periodismo, sus consideraciones sobre el divorcio entre educación y realidad son concomitantes para cualquier carrera universitaria, cuántos profesionales no egresan divorciados de su realidad circundante, ajenos a un sistema cultural que sirve de base para el desempeño de las diferentes profesiones, donde la cultura es punto de partida, y al mismo tiempo,  de llegada en el devenir de los hombres y las sociedades.
            Esa es la posición ideológica-personal de García Márquez sobre el socialismo como práctica reivindicativa de las sociedades; pero, y el Gabriel García Márquez escritor qué opina de esa acepción política:
Hay algo que podría parecer dualidad, pero que no lo es. Primeramente está la ideología, la formación política del escritor. Que le da una aptitud frente a los hechos, que se refleja en su obra. Mas yo no creo que el escritor tenga que dar soluciones en sus libros; hay muchas gentes que pueden hacerlo. Pero si debe plantear la realidad, ponerla ante los ojos de la gente. Porque el poeta se diferencia en que puede ver el otro lado de las cosas y su función radica en dar a conocer su interpretación de la realidad[9].
            Aquí se deslinda la literatura de creación del ensayo político, en la literatura de creación, el referente ideológico está entre líneas y hay que extrapolarlo del universo simbólico del autor. Porque indudablemente, el factor ideológico no deja de moverse subyacentemente dentro de los espacios literarios, y como ejercicio recurrente de la imaginación que ayuda a vencer la muerte y la desmemoria:
Entramos, pues, en la era de la América Latina, primer productor mundial de imaginación creadora, la materia básica más rica y necesaria del mundo nuevo, y del cual estos cien cuadros de cien pintores visionarios pueden ser mucho más que una muestra: la gran premonición de un continente todavía sin descubrir, en el cual la muerte ha de ser derrotada por la felicidad, y habrá más paz para siempre, más tiempo y mejor salud, más comida caliente, más rumbas sabrosas, más de todo lo bueno para todos. En dos palabras: más amor (García Márquez, 2010: 60).
            En extraordinaria metáfora, la cotidianidad se transfigura en imaginación liberadora e identitaria que nos hace únicos, donde el sincretismo sigue siendo una gran fábrica de sueños y utopías. Elemento que no es nada nuevo, y detalla su permanencia dentro de la historia de las ideas latinoamericanas, a manera de factor impelente de perfiles identitarios que deben propiciar la empatía con los espacios latinoamericanos, tal y como lo propuso el Libertador de América: “Bolívar no lo usó. Él decía América, sin adjetivos antes que los norteamericanos se apoderaran del nombre para ellos solos. Pero, en cambio, comprimió Bolívar en cinco palabras el caos de nuestra identidad para definirnos en la Carta de Jamaica: somos un pequeño género humano” (García Márquez, 2010: 92)
            La búsqueda de la autenticidad dentro de ese “pequeño género humano” del que habló el Libertador, de esa raza cósmica a la que hizo referencia Vasconcelos,  ambas, indicando las posibilidades ciertas de la América Mestiza a partir de la unidad de los pueblos alrededor del sincretismo cultural, entendido este como las posibilidades de autenticidad que cohabitan en el pasado de los pueblos, en la tradición heredada que pueda reasumir el futuro a través de los antagonismos y las conciliaciones:
La peligrosa memoria de nuestros pueblos. Es un inmenso patrimonio cultural anterior a toda materia prima, una materia primaria de de carácter múltiple que acompaña cada paso de nuestras vidas. Es una cultura de la resistencia que se expresa en los escondrijos del lenguaje, en las vírgenes mulatas –nuestras patronas artesanales-, verdaderos milagros del pueblo en contra del poder clerical colonizador. Es una cultura de la solidaridad, que se expresa ante los excesos criminales de nuestra naturaleza indómita, o en la insurgencia de los pueblos por su identidad y su soberanía. Es una cultura de protesta en los rostros indígenas de los ángeles artesanales de nuestros templos, o en la música de las nieves perpetuas que trata de conjurar con la nostalgia los sordos poderes de la muerte. Es una cultura de la vida cotidiana, que se expresa en la imaginación de la cocina, del modo de vestir, de la superstición creativa, de las liturgias íntimas del amor. Es una cultura de fiesta, de transgresión, de misterio que rompe la camisa de fuerza de la realidad y reconcilia por fin el raciocinio y la imaginación, la palabra y el gesto, y demuestra de hecho que no hay concepción que tarde o temprano no sea rebasado por la vida (García Márquez, 2010: 41)
            Una cultura metaforizada en diferentes facetas de la vida latinoamericana, sugerida desde el humano ser que la construye a diario, eslabonándola a lo largo de la historia como la suma de particularidades que se convierten en resistencia frente a la desmemoria y el olvido, para conjurarlos desde la constante renovación de la imaginación y los deseos de soñar:
Esta es la fuerza de nuestro retraso. Una energía de novedad y belleza que nos pertenece por completo y con el cual nos bastamos nosotros mismos, que no podrá ser domesticada ni por la voracidad imperial, ni por la brutalidad del opresor interno, ni siquiera por nuestros propios miedos inmemoriales de traducir en palabras los sueños más recónditos. Hasta la revolución misma es una obra cultural, la expresión total de una vocación y una capacidad creadoras que justifican y exigen de todos nosotros una profunda confianza en el porvenir. (García  Márquez, 2010: 41).
            Y allí surge el discurso estético como el centro de integración de los pueblos y la cultura, particularidad que potencia a los escritores, poetas, cultores en función de: “El destino de la idea bolivariana de la integración parece cada vez más sembrado de dudas, salvo en las artes y las letras, que avanzan en la integración cultural por su cuenta y riesgo” (García Márquez, 2010: 94). E insistimos en el discurso estético como esa territorialización de la sensibilidad que la historia como discurso del poder ignora, y se hace de la memoria conmemorativa el centro de sus referentes, lo que crea un sentido de exclusión que confina a la periferia todos aquellos contenidos que discrepen de sus intenciones laudatorias.
            Por ello, la realidad se abre como la posibilidad de ser mostrada a través del discurso estético o la prosa periodística, dos formas de leer el mundo que García Márquez ha privilegiado en su labor de escritor, y en su objetivo específico de recrear la memoria latinoamericana a través de un imaginario genesiaco que sirve de proyección identitaria, de identidad sensible que ayuda a sobrevivir las acechanzas de la aldea global;
Con toda modestia, pero también con toda determinación del espíritu, propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella, prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad (García Márquez, 2010: 49)  
La cultura transfigurada en imaginario, es el eje carretero que mueve las sociedades y permite la interacción desde  diversos órdenes e índoles; es dinamia cultural que desborda las fronteras latinoamericanas y cautiva otras tierras, entre ellas, a los agentes más poderosos de la intervención cultural de la humanidad:
Cuando la integración política y económica se cumplan, y así será, la integración cultural será un hecho irreversible desde tiempo atrás. Inclusive en los Estados Unidos, que se gastan enormes fortunas en la penetración cultural, mientras que nosotros, sin gastar un centavo, le estamos cambiando el idioma , la comida, la música, le educación, las formas de vida, el amor. Es decir, lo importante de la vida: la cultura (García Márquez, 2010: 94-95)
Una cultura que en principio fue considerada como bárbara, y desde la extrañeza y ajenidad, cautivó a los conquistadores, se convierte con el devenir de los tiempos en  instrumento de resistencia identitaria, muy a pesar de los intentos positivistas de convertir esa particularidad en principio ideológico, tal es el caso de Andrés Bello y Domingo Sarmiento, el primero, con sus llamados a la culta Europa para que traiga el conocimiento y la cultura milenaria en pos del desarrollo de estas nóveles tierras, mientras Sarmiento, y sus categorías de Civilización y Barbarie, para revelar una interacción cultural que apuntaba hacia la ciudad como concepción salvífica de los estados originarios de los pueblos.
Pero esa denominada Barbarie sobrevive en la conciencia mítica de los pueblos, en la aldea cósmica que antagoniza con la ciudad europea que se expande por tierras americanas como el primer proceso de globalización que sufre nuestro continente, luego del encuentro de dos mundos. Y esa conciencia mítica, se hace, para unos, realismo mágico, para otros, real maravilloso, pero para todos, una fuente identitaria que nos otorga autenticidad a través de la sensibilidad forjada más allá de la realidad histórica; esto es, en una suprarealidad que sirve para ordenar el mundo a través del autoreconocimiento cósmico devenido de un sustancioso y sincrético proceso étnico-cultural:
Fue así como se defendieron de los invasores con la leyenda vivencial de El Dorado, un imperio fantástico cuyo rey se sumergía en la laguna sagrada con el cuerpo cubierto con polvo de oro. Los invasores les preguntaban dónde estaba y ellos señalaban el rumbo con los cinco dedos extendidos. <<Por aquí, por allá, más allá>> decían. Los caminos se multiplicaban, se confundían, cambiaban de sentido, siempre más lejos, siempre más allá, siempre un poquito más. Se volvían tan imposibles como fuera posible para que los buscadores enloquecidos por la codicia pasaran de largo y perdieran el rastro sin caminos de regreso. Nadie encontró nunca El Dorado, nadie lo vio, nunca existió, pero su nacimiento puso término a la Edad Media y abrió el camino para una de las grandes edades del mundo. Su solo nombre indicaba el tamaño cambio: el Renacimiento (García Márquez, 2010, 58-59)
García Márquez metaforiza este proceso entre lo alucinado y el imaginario latinoamericano para fortalecer las bases constitutivas de un sistema cultural representado por la magia y la maravilla: “América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda” (García Márquez, 2010: 23). Y de allí, que el gran desafío se establece en buscar los mecanismos que permitan traducir esa desbordante imaginación en conciencia identitaria, en forma de resistencia cultural donde las utopías y las nostalgias se conviertan en el lugar común de las naciones latinoamericanas: “América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración universal” (García Márquez, 2010: 27).
Es la voz que pregona la conciliación de los sincretismos latinoamericanos a través de la cultura y sus diásporas del pensamiento que en la historia de las ideas han transigido para formar una dicotómica cultura que se fundamenta en la sensibilidad del hombre, posibilidad que vence las limitantes entre ciencia y arte, ese eterno divorcio entre las actividades del hombre a partir del cercenamiento de la sensibilidad:
Nos hemos atrevido a desafiar el contubernio tan temido de las ciencias y las artes; a mezclar en un mismo crisol a los que todavía confiamos en la clarividencia de los presagios y los que sólo creen en las verdades verificables: la muy antigua adversidad entre la inspiración y la experiencia, entre el instinto y la razón (García Márquez, 2010: 38).
El conocimiento transfigurado en sensibilidad se convierte en cultura; “la fuerza totalizadora de la creación: el aprovechamiento social de la inteligencia humana” (García Márquez, 2010: 39), que forja la tradición de los pueblos en las quimeras de lo auténtico y lo propio, a manera y razón de alma de los pueblos que se convierten en reflejo de sus moradores, y estos a su vez, en simbiosis de los espacios geográficos que se prolongan en medio de la sensibilidad humana y su desdoblamiento en acción humana-trascedente, para dejar de ser: “una aldea sin memoria, dejada de la mano de sus dioses en el último suburbio de la gran patria universal” (García Márquez, 2010: 47).
Cultura y memoria se transforman en homología para crear conciencia liberadora de los pueblos, espacios de libertad para imaginar sin ataduras el pasado en su devenir en futuro, reinventar y reescribir la historia como imaginario fundante de autenticidades, y no microfísicas del poder que justifiquen genocidios y atrocidades. La sensibilidad humana y su traducción en revuelta íntima, genera una cultura centrada en el hombre como alfarero de su propio compromiso y sentido de pertenencia con respecto a los espacios de la sensibilidad que transforman los rigores científicos, tal es el caso de la historia y demás ciencias sociales con un corte preocupantemente cientificista, donde los seres humanos se transforman en simples gráficos estadísticos.         
            Por lo tanto, el discurso estético, además de ser prolongación del sujeto cultural se presenta en la particular dicotomía de traducir ese complejo y rico imaginario, al mismo tiempo, de representar el más puro acto de sinceridad, y esa es la perspectiva que tiene García Márquez de la labor del escritor:
Escribir bien, no bonito, sino con absoluta sinceridad. Pero nosotros queremos resolver desde ahora un problema, ya que estamos seguros que viene eso (el socialismo). Es mi convencimiento de que un escritor no puede renunciar a la crítica, inclusive en la sociedad socialista, tratando de buscarle un perfeccionamiento constante. Por eso los escritores que queremos al socialismo señalamos esto[10].
            Ahora, cómo aparece esa postura sobre el socialismo en la obra de García Márquez, creo que de todas maneras y de ninguna, porque no hay una definición convencional sobre el socialismo, sino una reconstrucción de la historia latinoamericana a través de la conciencia mítica, de la inversión de la causalidad a partir del discurso ficcional, como maneras de mostrar una realidad paralela que corre a la par de la historia oficial, desde donde es posible mostrar a los sujetos migrantes y periféricos que deambulan como metáforas de la conversión humana, más allá de las intrincadas redes del poder político.
La obra literaria de García Márquez es una reconstrucción de la utopía latinoamericana a través del imaginario social que heredó de sus abuelos, esto es, un ejercicio de la memoria particular que trata de armar una lógica de sentido entre historia y ficción. Dentro de los imaginarios garciamarquianos existe una recurrencia de caricaturizar a los caudillos a través de la decrepitud y la vejez, seres que son atropellados por la historia dinámica, pero a diferencia de la historia de bronce que han construido las posiciones positivistas, envejecen y se subsumen en mundos de la soledad y la congoja. Es una recurrente sustitución del patriarcado por el matriarcado, donde las mujeres asumen el rol protagónico, son las ductoras de la historia, tal es el caso de Úrsula Iguarán en Cien años de soledad.
Y precisamente en Cien años de soledad, aparecen una serie de indicios que nos llevan a pensar en una aproximación sociológica desde las perspectivas del socialismo; Macondo se transforma de una aldea de veinte casas de barro en una pujante comunidad que crece a la sombra de una compañía bananera que a la postre destruye el pueblo y lo sume en el mas desastroso estado de abandono y postración. A los inicios, Macondo es el escenario del trabajo comunitario a través de la guía de la familia Buendía, primero de la mano del Coronel Aureliano Buendía y posteriormente a través de las diligencias de Úrsula Iguarán, recordemos que es ella quien encuentra la ruta de los mercaderes que llegan a Macondo e inician la transformación anterior a la llegada de la compañía bananera.
El liderazgo de los Buendía es una dialéctica que fluye entre una realidad histórica y la conciencia mítica que llega con los gitanos. Es la acepción del mundo entre lo propio y lo ajeno que dentro de la historia textual configura el mundo socio-político sobre el cual se rige la ley de los hombres y la naturaleza, en medio de un espacio donde las cosas no tienen nombre y todo está conformándose como espacio sígnico. Es la oportunidad de enmendar errores y construir las utopías latinoamericanas dentro del reino de la idiosincrasia. Y donde las estructuras del poder, y más aún, del poder militar, son desplazadas por las isotopías de la sensibilidad-afectividad de los personajes, que surgen al margen de la historia conmemorativa, acuñados por la vejez y la soledad,[11] donde las glorias militares se convierten en instrumentación mítica que construye un imaginario otro, a través del cual, se reinventa la historia; “El tema ha sido una constante de la literatura latinoamericana desde sus orígenes, y supongo que seguirá siendo. Es comprensible, pues el dictador es el único personaje mitológico que ha producido la América Latina, y su ciclo histórico está lejos de ser concluido” (Apuleyo, 89: 1982).
Esa circunstancialidad histórica provee a García Márquez de una interesante isotopía para desarrollar su posición sobre la hegemonía del poder, porque siempre ha “creído que el poder absoluto es la realización más alta y compleja del ser humano, y que por eso resume a la vez toda su grandeza y miseria” (Apuleyo, 89: 90).
 A mi modo de entender, es en el cuento Los funerales de la Mamá Grande”, donde la visión ideológica del escritor es el soporte de la realidad evocada dentro de esa historia textual. La parodia y la ironía son perspectivas desacralizadoras de una cultura establecida por siglos en América Latina, dentro del culto al poder y la adulancia de las instituciones del estado. Puesto que, la Mamá Grande simboliza la oligarquía terrateniente, la oligarquía criolla que recibe toda la solidaridad de las demás instituciones del poder. Así lo queda demostrado con el viaje del Papa a Macondo para asistir a las exequias de tan importante difunta y, en evidencia de la solidaridad de los poderes.
Al tratarse de una representante del poder económico que en su muerte reúne todos los poderes; desde el Papa, el Presidente hasta los dignatarios del estado, pone en entredicho la notación caudillista y demuestra la sumisión de todos los poderes frente al económico. Es la manifestación de un anacronismo feudal que se burla de los individuos históricos, se burla de la historia épica y reafirma las potencialidades de la actividad comercial como el verdadero ejercicio del poder en América Latina. Pero aún más, el poder que se hereda y se comparte en la consaguinidad, las familias que se convierten en dueñas de las comunidades, e incestuosamente garantizan su reproducción y supervivencia.
La muerte se convierte en el esplendor de la realización de los más fervientes deseos de grandeza de Mamá Grande en la formación de su imperio que se acaba con su muerte, ya que parientes y sobrinos comienzan a desbaratar la casa para repartírsela. La misma historia textual pronostica que “vendrán tiempos mejores”, invocando el desdoblamiento de la metáfora latinoamericana, de cómo los herederos de los terratenientes se multiplicaron en el ejercicio del poder. Modernizaron los sistemas productivos e instauraron sus riquezas en el capitalismo que surgió con la formación de las ciudades y los grandes centros industrializados.   
Irónicamente, mientras se celebran los funerales de la Mamá Grande, el pueblo se divierte en medio de la feria y las fritangas, un mundo alternativo al ejercicio del poder, donde la libertad y la imaginación asaltan la realidad racionalizada y la subvierten en mundos posibles. Es la cultura emergente que surge desde la periferia y amenaza los centros estatuidos por el poder. Es lo absurdo y lo grotesco, lo cándido e inocente que pone en entredicho la institucionalidad, tal es el caso de la novela El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, donde un grupo de mendigos trascotan el poder del dictador. 
Visto o no con el nombre de socialismo, dentro de la obra literaria de Gabriel García Márquez, existe una cultura contestataria que cuestiona el ejercicio del poder en Latinoamérica; la memoria mítica se convierte en periferia que subvierte los cánones, desacraliza la institucionalidad burguesa y procura soñar en la utopía latinoamericana de reescribir la cultura como factor de esperanza. Porque la palabra socialismo siempre estará asociada a la utopía, al bien y la bondad, la justicia y la equidad, de pretender sustituir las hegemonías políticas y económicas, por sistemas sociales basados en el compartir comunitariamente los beneficios sociales, políticos, económicos y culturales.
Y lógicamente, esas miradas a la literatura de creación de García Márquez, o de cualquier otro escritor latinoamericano desde esta perspectiva del socialismo siempre dependerán del lector que quiera interrogar los textos desde una mirada sociológica, pero eso sí, teniendo muy en cuenta que lo ideológico no atropelle lo simbólico, que las utopías no sean cercenadas en función del ensayo político. No se trata de buscar ropajes ideológicos para la soledad del hombre latinoamericano como atuendos del artificio, sino como indumentaria que lo proteja contra la intemperie de la ahistoria, o los acechos del olvido. Porque para García Márquez, la escritura es profunda y constante lucha contra el olvido, más aún, en América Latina, que constantemente reedita sus aspiraciones identitarias en la conciencia cósmica originaria que sigue despertando impacto y novedad entre propios y extraños. Entonces, recordar para los latinoamericanos será una cultura de la resistencia que tejerá nuestra memoria desde la sensibilidad que permita mirarnos en nuestros aciertos y desaciertos, y sentirnos desde allí, auténticamente latinoamericanos, sin ser neoliberales o socialistas, de derecha o izquierda, sino auténticamente latinoamericanos; puesto que:
Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra (García Márquez, 2010: 29)  

Bibliografía.
Apuleyo, Plinio (1982) El olor de la guayaba. Bogotá. Oveja Negra.

Guibert, Rita (1974) Siete voces. México. Editorial Novaro.

García Márquez, Gabriel (2010) Yo no vine a decir un discurso. Barcelona. Mondaroni.

Gabriel García Márquez. Me alquilo para soñar. 1995.
Guibert, Rita (1974) Siete voces. México. Editorial Novaro.

Freyre, Maynor (2000) Altas voces de la literatura peruana y latinoamericana. Lima. Editorial San Marcos.



[1] Este artículo forma parte del Proyecto de Investigación NURR-H-516-11-06-B, financiado por el CDCHTA de la Universidad de Los Andes. Venezuela.
[2] Estos extractos han sido tomados de una entrevista que apareció en el semanario Unidad firmada bajo el seudónimo de Demetrio Manfredi Nº 150, del 15/9/67 y en Altas voces de la literatura peruana y latinoamericana publicada por el autor –Maynor Freyre-- en la Editorial San Marcos, Lima, 2000.
[3] Ídem.
[4] Como territorialización de la sensibilidad quiero definir una posición del enunciante desde la afectivización de su entorno, que a la vez, crea una conciencia que interacciona como acción trascendente y de cambio a través de la acción humana.  Son variados los intentos que se han hecho para establecer una relación óntica-telúrica, donde los individuos se vean reflejados con su espacio geográfico-cultural a partir de una necesidad subjetiva que contribuya a acendrar los sentidos de pertenencia latinoamericana.
[5] Esa acepción la sustento en la inclinación de García Márquez en las descripciones reiterativas que aparecen en su obra narrativa, y le dan al decurso narrativo, una singular traducción de la realidad cósmica latinoamericana que sirve de perfil identitario a una forma de narrar, y al mismo tiempo, a un continente que busca su definición a partir de un imaginario singular.
[6] Recordemos que esa visión la pregona Simón Rodríguez y sus postulados de inventar o errar, y se yergue como principio latinoamericano, donde la región es punto de partida y destino para lograr la emancipación de los pueblos. De igual manera, el Modernismo y el Liberalismo Romántico se oponen a las posiciones positivistas que surgen una vez alcanzada la independencia latinoamericana, vuelven sus ojos hacia la región como tesis primigenia para referir y soportar lo identitario, y allí, la conjunción de espacio geográfico autóctono e idiosincrasia se convierten en recurso temático para nuevas propuestas.
[7] Entrevista con Rita Guibert. Siete voces. México. Editorial Novaro. 1974
[8] Ídem
[9] Ídem.
[10] Ídem.
[11] Tal es el caso de sus novelas: El coronel no tienen quien le escriba, El otoño del patriarca, El general en su laberinto. Y las de otros escritores latinoamericanos como: El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, El recurso del método de Alejo Carpentier, Yo el supremo de Augusto Roa Bastos, y Oficio de Difuntos de Arturo Uslar Pietri.

No hay comentarios:

Publicar un comentario