martes, 18 de junio de 2019

APROXIMACIÓN CRÍTICA: DE LA HISTORIA A LA NOSTALGIA


APROXIMACIÓN CRÍTICA: DE LA HISTORIA A LA NOSTALGIA[1]

Luís Javier Hernández Carmona 
Universidad de los Andes
Trujillo, Venezuela.

Se verá… que desde hace mucho tiempo el mundo posee el sueño de una cosa de la que tan solo le falta tener la conciencia para poseerla realmente.
(Carlos Marx, 1843)


 Resumen

Consecuentemente, la historia se ha constituido en cartabón para argumentar sobre una realidad presente, legitimarla desde un pasado  forjado  como estamento ético. Así se construye  una historia de bronce que se blinda  frente a los tiempos presentes y se estructura en el vértice sobre el que se funda toda visión rectora del pensamiento cultural. En este sentido, la historia es crasamente objetiva, la visión del historiador-enunciante pasa a ser definitiva y definitoria en las acepciones históricas. En su defecto, la nostalgia conduce a la revalorización del hecho histórico desde la cercanía, para hacerlo  íntimo, asimilable, creíble, y así trasladarlo hasta las regiones de la utopía. En la mayoría de los discursos históricos se percibe una nostalgia, no aquella nostalgia lugar común que nos vuelve a la infancia, sino por la solidaridad que pretendemos construir alrededor del hecho social. La nostalgia es necesaria para familiarizar la historia con el enunciante, hacerla referente sentido que produzca textos que van desde la memoria individual a la memoria colectiva, emparentando el hecho histórico con la anécdota personal, que no solo puede estar referida a  un  individuo, sino a una región determinada que sirve de punto de partida para  abarcar espacios geográficos e históricos.


La historia jerarquiza las acepciones y las entroniza dentro de los elementos ideológicos, por cuanto, ella se transfigura en ideología; estamento para justificar haberes y procederes, donde la herencia es categoría sine qua non para detentar  el poder, poder abigarrado en las clases privilegiadas que articulan la historia y descendencias a manera de privilegios naturales, otorgando  una  jerarquía genérica dentro de la línea de descendencia, aun cuando esas consanguinidades sean terriblemente lejanas o improbables. Pero a pesar de ello, no deja de ser una sonrisa o bendición de la historia para el enunciante regodeado en su heráldica fastuosa que lo diferencia de todos los demás; “La historia sigue siendo fundamentalmente un relato y lo que denominamos explicación no es más que la forma en que se organiza el relato en una trama comprensible” [Veyne, 1984, p. 67]

Así la historia se convierte crasamente en objetiva, la visión del historiador- enunciante pasa a ser definitiva y definitoria en las acepciones históricas, aun cuando ella sean una falsificación de la realidad2 –como en la gran mayoría de casos- se inserta dentro de la memoria colectiva como hecho cierto y profundamente objetivo. La repitencia del hecho histórico y su legitimación  a  través de las esferas del poder se transforman en “acervo” de las  naciones,  palabra consagrada y de bronce que estatuye toda una ideología que pretende ser identitaria para presumir desde allí la homogeneización de los pueblos en torno a  su génesis, manifestaciones culturales y la construcción de la idiosincrasias como puntos de referencia. Indudablemente la escritura misma de la historia la atomiza, potenciándola en fragmentos que giran en torno a un gran centro o eje, pero que  en cualquier momento pueden ir desde la periferia al centro y pugnar por el desplazamiento de lo estatuido. Esa es la mayor evidencia de la historia como constructo ideológico;

la dimensión ideológica de la obra histórica pone de manifiesto   el factor ético que se encuentra en juego cuando el historiador adopta la decisión concreta respecto a la naturaleza del conocimiento histórico y las implicaciones que pueden derivarse del estudio de los acontecimientos pasados a la hora de comprender el presente. [White, 1992, p. 32]

Es la sempiterna pugna entre ideología y utopía; tomadas estas desde las acepciones de Paul Ricoeur: “ La ideología es en definitiva, un sistema de ideas que se hace anticuado porque no puede ajustarse a la realidad presente, en tanto que las utopías son saludables sólo en la medida en que contribuyen a la interiorización de los cambios” [1989, p.328] Creo que este  es el profundo dilema  que alimenta el pensamiento de Simón Bolívar, o de quienes quieran asumir el pensamiento de nuestro Libertador como precepto ideológico. Porque el pensamiento de Bolívar fue profusamente nostálgico, nostálgico en el sentido que lo define Murena; “Esa melancolía es la nostalgia de la criatura por algo perdido o nunca alcanzado, nostalgia por un mundo que falta de modo irremediable”  [Murena, 1984, pp. 25-26].

El discurso de Bolívar se convierte en paradoja discursiva al no encontrar aserto en el referente como instrumento de acción. Su visión ensoñada del hecho político lo conduce a discurrir en los predios de la utopía, en la propuesta de cambios que nunca llegan a concretarse;

Dignaos, Legisladores, acoger con indulgencia la profesión de mi conciencia política, los últimos votos de mi corazón y los ruegos fervorosos que a nombre del pueblo me atrevo a dirigiros.  Dignaos conceder a Venezuela un Gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral, que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno que haga triunfar bajo el imperio de leyes inexorables la Igualdad y la Libertad. [Discurso de Angostura, 1819]

Sólo quedan los referentes del discurso como potencia ideal para la realización, empero en el campo práctico, que no llegan a concretarse porque tendrá que hacerse ideología, consecuencia práctica del pensamiento. Entonces, ese discurso discurre entre lo realizable y lo irrealizable al ser referencia de la práctica del enunciante como ser humano y no como sujeto político, ahí es donde el referente está mas cercano al imaginario que a la realidad, y por lo tanto se convierte en metáfora del ‘deber ser´ y no del ‘es’. Un ejemplo fehaciente de esta manifestación es “Mi delirio sobre el Chimborazo” (1823) que a pesar de no ser un texto político de Bolívar evidencia esa ambivalencia entre lo real y lo imaginado para encubrir la noción de grandeza e inmortalidad que tenía Bolívar sobre si mismo. Es el encubrimiento de la intención biográfica a partir de la escritura con matiz poético, espacio desde donde es posible la legitimación a partir de subjetividad que se convierte en estamento ético, proyección nostálgica del ser que está abatido frente a las circunstancias, y hace de la escritura exclamativa su confesión sentida.

Lógicamente, esta intención confesional es posible a través del texto  poético, quien se convierte en el receptáculo-expositor de la utopía y la nostalgia,  el discurso recurrente que siempre vuelve a sus orígenes para mantener la perpetuidad que se pierde en la aplicación práctica o política de cualquier texto o pensamiento. Para llegar a él sólo es posible a través de la nostalgia de lo que no puede ser dentro de un es: “La nostalgia es la magia de la utopía, es el hechizo de una realidad que se quiso distinta y se nos evaporó en las manos”. [Quesada Monge, 1999]. La nostalgia conduce a la revalorización del hecho histórico desde  la cercanía, para hacerlo íntimo, asimilable, creíble, y así trasladarlo hasta las regiones de la utopía. En la mayoría de los discursos literarios se percibe una nostalgia, no aquella nostalgia lugar común que nos vuelve a la infancia, sino por aquella solidaridad que pretendemos construir alrededor del hecho histórico. La nostalgia por lo excluido, la sensibilidad frente a lo incierto del futuro, o  la  querencia a vivir el pasado como se hubiese soñado, y no como lo impone la dinámica del presente; “La nostalgia trasciende la añoranza por las infancias perdidas y por las escenas de los primeros años de vida, y adopta pasados imaginados nunca experimentados por sus devotos y tal vez  por  nadie”.(Lowenthal, 1998, p. 12)

La nostalgia es categoría que remite al “animus”, a la interioridad del Ser  que está trasvasada por lo impredecible; en el fondo del Ser se  aloja  la complejidad de las emociones y las articulaciones de la sensibilidad; es por ello que: “Se ha podido crear la nostalgia, pero no podrá poseerse nunca” [Lukács, 1975, p. 55] La nostalgia es una “razón” que se basa en la sensibilidad, en la corporeidad, ella deviene del cuerpo sensible que se desdobla frente a las circunstancias de la realidad y se hace axioma de la cotidianidad. Esto es, receptáculo de los impulsos que activan la sensibilidad en diversas maneras, en:

la capacidad que tiene nuestro espíritu de recibir representaciones (receptividad) en tanto que es afectado de una manera cualquiera, por el contrario, se llamará entendimiento la facultad que tenemos de producir nosotros mismos representaciones o a la espontaneidad del conocimiento. Por la índole de nuestra naturaleza, la intuición no puede ser más que sensible, de tal suerte que sólo contiene la manera como somos afectados por los objetos. [Kant, 1973, p. 20]

En nuestras sociedades altamente politizadas, la historia se afianza aun  mas como proveedora de privilegios en cuanto a la detentación  del  poder; privilegia su posicionamiento dentro de la memoria colectiva. En el acercamiento  en torno al referente histórico, y más aun, frente al pensamiento de Bolívar, tiene una peculiar connotación, este pensamiento se ha convertido en “inserto universal” del discurso político para justificar o legitimar cualquier acción. Aquí, ser herederos de Bolívar, hijos de Bolívar, se convierte en la base para que su pensamiento se convierta en franquicia ideológica del pensamiento político y su conversión político-partidista. La imposibilidad recurrente del pensamiento de Bolívar se hace posibilidad presente del discurso, donde el enunciante la convierte en presunción, aforismo ético para blindar su mensaje y potenciar el referente sobre las posibilidades del compromiso y la empatía.

Pero esa intencionalidad se diluye en la práctica discursiva, y  en profundidad no logra su cometido, porque adolece de la nostalgia como inhibidor  de la concepción ideológica y potenciadora de la manifestación de la subjetividad que se transfigura en especie de sinceridad discursiva, y por ende, en manifestación ética por parte del enunciante que avala su discurso desde lo ensoñado de la historia, la historia que se deslastra de su violencia natural para convertirse en cándida y falaz, historia que arrulla desde un peligroso didactismo y la pérdida de objetividad y secuencialidad lógica de los hechos impostados como históricos: “La nostalgia es hoy la palabra universal a la hora de considerar el pasado. Llena la prensa popular, sirve como cebo publicitario, merece un estudio sociológico; ningún término expresa mejor el malestar moderno” […] “Si el pasado es un país extraño, la nostalgia lo ha hecho <<el país extraño con el mercado turístico más saneado de cuanto existen>>”. [Lowenthal, 1998, p. 29]

Aun así, la nostalgia es necesaria para familiarizar la historia con el enunciante, hacerla referente sentido que produzca textos que van desde la memoria individual a la memoria colectiva, emparentando el hecho histórico con la anécdota personal, que no solo puede estar referida a un individuo, sino a una región determinada que sirve de punto de partida para abarcar espacios geográficos e históricos. Tal es el caso de Mario Briceño Iragorry, quien combinó historia regional y nostalgia para potenciar sus escritos sobre una subjetividad identitaria que se asume hoy día como resistencia frente a los discursos del poder. Sin intentar glosar profusamente sobre la obra de Briceño Iragorry, es menester recordar textos como: Mensaje sin destino, Alegría de la Tierra o Mi infancia y mi pueblo, donde está contenido ese viaje proyectivo desde dentro hacia fuera; viaje   a través de la memoria invadida de nostalgia para presagiar frente a un  presente, el futuro ideal, o, mas conveniente para las sociedades latinoamericanas.

Es asumir la escritura como recorrido cariñoso hacia el pasado para buscar los estamentos éticos que permitan ilustrar en un presente las disecciones del comportamiento humano y las tránsfugas ideológicas que subvierten el lógico devenir de las sociedades; “Lo cierto es que la metáfora del viaje a través del tiempo se ha extendido más allá de las fronteras de la ciencia-ficción y ahora designa todas las formas de diversiones nostálgicas” [Lowenthal. Ob. cit. 44]. Y en Briceño Iragorry la percepción retrospectiva nos permite comprender el pasado en medio de un presente incomprensivo; desde esta perspectiva se evidencia una de las mayores “intencionalidades” de Briceño Iragorry al partir de la triada individuo- región-patria como sustento de todo principio de interpretación histórica que debe comenzar con el individuo mismo y su conexión con el espacio local para luego ensancharlo con el colectivo que involucra la noción de patria a modo de dechado de virtudes;

El hombre, tanto por su valor de individuo como por su  significado  integrador de las entidades sociales, pueblo, religión, ejército, raza; es el verdadero sujeto de la Historia. Sujeto en la actividad de crear hechos, y sujeto en la pasividad de estar incluido en la propia realidad de los procesos colectivos [Briceño Iragorry. V. IV. 237]

Briceño Iragorry en Mi infancia y mi pueblo hace un dual  recuento  biográfico, el de él y el de Trujillo a partir de la nostalgia de responder  a  la inquietud de una Querida Amiga; del por qué nombra a su tierra natal como “La tierra de María santísima”. Cuatro cartas son el soporte de una reflexión poética- histórica que reconstruye el lar de su infancia con el añadido de la experiencia del enunciante que ve lo que fue y lo que él quiere ver a partir de la ensoñación que produce el viaje subjetivado, simbólico, imaginado. Es el sensible uso de la literatura como instrumento ideal para resarcir las utopías y convertirlas  en  mundos aleccionadores a través de la escritura, y eso sólo es posible en la literatura porque en ella cohabita la nostalgia.

Y esto es fácilmente comprobable en diversos textos literarios, o en la obra de un autor específico, tal es el caso de Vicente Gerbasi, quien a través de su poesía utiliza la nostalgia como el catalizador de sus textos, es la “niebla” que se descorre lentamente frente a sus ojos develando el mundo que sólo el yo de la enunciación puede ver y transmitir a través del discurso poético, lugar donde se junta la subjetividad del texto con la del lector y se potencia la intencionalidad, se logra el cometido de la escritura como hecho comunicacional a partir de la recurrencia de la intimidad. En Vicente Gerbasi, la nostalgia está unida al concepto de región cósmica, lugar desde donde se enuncia el acto de la escritura, o al cual, se pretende llegar a través de la escritura (sepulcros nocturnos en el caso de “Mi padre el inmigrante”). Es una poética vivencial que está traspasada por la autobiografía, o más bien, la reconstrucción autobiográfica de un entorno que se ensueña y al mismo tiempo se hace propio, terreno conquistado a través de la palabra poética. Es el espacio autobiográfico-biográfico como especialización de una minucia cotidiana. Es un énfasis emocional que se trasfigurará en  la  verdadera obsesión de la memoria; una memoria biográfica, la denotación de un valor biográfico, momento biográfico que va a constituir el “espacio biográfico” que alimenta el mito del yo.

Y eso es posible a la incorporación del entorno inmediato del autor al texto convertido en principio ético. Porque la vida misma, lo autobiográfico en literatura, gana cadencia ética, principio moral desde donde se apuntalan las metáforas de vida y las aspiraciones del autor dentro del mundo real. En cualquier texto o entrevista de un autor literario, la incidencia biográfica es capital, es el atolón desde donde se soporta su obra o parte de ella, tal es el caso de Domingo Miliani, quien se resemantiza en los textos autobiográficos, donde la vida es alegoría de una obra, testimonio de haberes y procederes;

Existe un objeto de nostalgia y un sujeto nostálgico. La nostalgia no es simplemente una emoción, un afecto, un sentimiento o un resentimiento. Es todas esas cosas juntas, y al mismo tiempo, es también una actitud frente a la vida; en especial la de todos los días [Quesada Monge, 1999]

Pero en la historia, la nostalgia sirve para resemantizar el hecho o el héroe desde su dinámica natural, no para proyectarlo dentro de un marco político-ideológico, en este caso se diluye, pierde sus fortalezas utópicas, se hace propenso a la vulnerabilidad de la lógica formal. Y eso es claramente discernible cuando se aborda un hecho histórico en un presente con miras al proselitismo ideológico; intentemos evidenciarlo en un caso hipotético: “la entrega y mística de los héroes independentistas obliga al acatamiento de  una resolución de un gobierno en un momento dado, porque el sacrificio impera sobre cualquier posición individual, la sangre derramada en el pasado es dogma para derramarla nuevamente”. Esta situación –repetida con diversas acepciones y circunstancias- propone lo histórico a manera de  indicio conductual en el presente, la repetición de la historia es condición saludable e indispensable para el acatamiento de un requerimiento gubernamental, o a mas de gubernamental, una posición política-ideológica. La historia se hará oráculo para ‘monitorear´ el pasado en función de la legitimación de acciones en el presente, la historia será síndrome de adoctrinamiento y alienación a través del reflejo y la paternidad. Si los padres libertadores asumen esa posición, los herederos están obligados históricamente a asumir ese mismo compromiso, aun cuando las condiciones de realización sean otras y las guerras cambien de nombres y tecnologías,   se mantienen los principios de la violencia reivindicativa.

El discurso político-ideológico es altamente abrasivo para la nostalgia y la historia por su afán de deformación del referente histórico para adaptarlo a su conveniencia. La historia se corroe tanto en medio de las perspectivas político- partidistas, que hasta las mismas referencias personales de un enunciante suenan falsas cuando intenta hacer del hecho histórico una parcela particular, o la  asunción de un héroe se esgrime como la referencia obligada a través de la exclusión de los otros. Esto es atomizar la historia en función de las inclinaciones ideológicas, la negación de la historia como un todo sistemático que responde a la interdisciplinariedad y no a la abstracción caprichosa del historiador o lector; un historiador debe combinar la inmediatez con la percepción retrospectiva. Volver a visitar el pasado sirve para algo más que confirmar o refutar hechos históricos; da  a la historia una nueva dimensión.

El discurso político se convierte en oferta frente a una demanda; el enunciante político está imposibilitado por la naturaleza misma de su discurso a utilizar la nostalgia como empatía, porque aquí la nostalgia se convierte en simple marketing, donde el marketing de la nostalgia refuerza esa oferta para lograr la mayor demanda y así lograr sus objetivos:

Cuando sentimos nostalgia del presente, del verdadero presente que merecen los jóvenes, sabemos que ahí no tienen cabida los que falsean. Hoy se hallan frente a un presente adulterado, apócrifo; mas, por debajo del mismo pueden vislumbrar eso que en pintura se llama pentimento, o sea, el cuadro primitivo.  Nuestra nostalgia se refiere pues a ese presente-pentimento, a ese presente que debió ser, y está semioculto, cubierto por los barnices capitalistas, liberales, socialdemócratas. [Benedetti, 2004, p. 38]

Es usual el político que usa su pasado para homologarse con la clase social que quiere seducir, “ama a los pobres porque fue pobre”, “es popular porque viene del pueblo”. Pero esa referencia lo hace moverse en la mas completa ambivalencia porque la condición que esgrime ha sido superada, ya no es, lo fue, ahora habla desde el intercambio de roles, ha salido de un estadio social para no volver a él, y mucho menos si es elegido para el cargo que ostenta. Entonces el discurso se hace desde una falsa nostalgia que se convierte en mercadeo político que se repite en las imágenes que destacan   la ternura y entrega del candidato para con los suyos. La nostalgia aquí manipulada deja de ser nostalgia como la concibió Georg Lukács:

la nostalgia vincula a los desiguales, pero aniquila al mismo tiempo toda esperanza de ser uno; ser uno es encontrar la patria, y la verdadera nostalgia no ha tenido nunca patria. La nostalgia forma su patria perdida con intensos sueños de su último abandono, y todo el contenido de su vida es una búsqueda de los caminos que pueden llevar allí. La nostalgia auténtica está siempre dirigida hacia dentro, por mucho que todos sus caminos se encuentren fuera [Ob. cit: 155]

Es emplear las mismas técnicas de comercialización de productos a través de lo antiguo, de la heredad que tiene lo presente con un pasado histórico que representa la memoria colectiva de una comunidad.

Tal es el caso de la figuración de la nostalgia y su relación con la memoria remota contenida en los museos, donde las regiones del arte permiten a la nostalgia resguardan los íconos del pasado, remozar la historia allí contenida, permitir el arte en expresión ´pura´. Es la conservación de la historia y  la  naturaleza (geográfica, humana) como identidad de la humanidad. Las reliquias  son iconos del pasado e instrumentos de la nostalgia para marcar el presente, es   la estimación del pasado en el presente que nos ayuda a vivir sostenidos por una identidad devenida en una heredad que sirve de base para sostener nuestro sistema cultural, legitimar una pertenencia que da prestigio, poder y propiedad. A través de estos íconos se presupone la continuidad  de las civilizaciones a través  de la reverencia de los legados, manteniendo un pasado vivo que puede ser eternizado, estandarizado a través de los inventarios artísticos.

Porque la nostalgia funciona a manera de asepsia social y personal, borra   lo malo y exalta lo bueno, permite el goce del individuo que recuerda, o proyecta lo pretendido. Y aquí es recurrente hacer en voz alta la pregunta de Mario Benedetti “sea una buena interrogante para los jóvenes de hoy. ¿No será  que la nostalgia  del presente es, también, nostalgia de la decencia?” [Ob. cit: 39]. Lo ensoñado no permite que el individuo pierda su condición de ser humano y conserve sus proyecciones éticas como grandes metáforas de la vida; “Mientras la falsedad depende de la mala atribución de una etiqueta, la verdad metafórica depende de la “reatribución”” [Goodman, 1976, p. 84].

En todo caso, la nostalgia permite acceder a una memoria moral  que  guarda los más prospectivos estamentos éticos para aleccionar no desde un pasado fechado-eternizado sino desde un espacio semiótico que permite la intersubjetividad acrecentada a partir de la estimulación de una memoria moral por parte de la nostalgia;

La memoria moral parece inseparable de cierto clima de tristeza. En este sentido, los recuerdos “felices”, en la nostalgia, el pesar, la melancolía, no son muy diferentes de los recuerdos francamente dolorosos, de las “reminiscencias desagradables” propias del remordimiento y del arrepentimiento [Beltrand, 1977, p. 45] 

En su devenir mismo, estos espacios se cargan de significación, se constituyen en espacios semióticos, “universos significantes” influidos por las transformaciones de las esferas culturales. La semiosfera es el espacio semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de la semiosis. Las semiosferas no se encuentran aisladas, sino que tienen carácter grupal, intercambiando información constantemente. Son partes interdependientes de ese “texto” a que  Iury Lotman llama cultura. La cultura, destaca Lotman (1981), posee rasgos distintivos, no representa un conjunto universal, sino tan sólo un subconjunto con una determinada organización. La cultura, entendida como un sistema de signos  en un área cerrada en el fondo de la no-cultura, se expresa a partir de la oposición cultura/no-cultura. Esa noción de texto es transferible a cualquier tipo de  producción textual, no necesariamente se restringe a los textos verbales  que  tienen como característica ser discretos, sino que puede ser entendido como el producto de cualquier tipo de lenguaje como el musical, el pictórico, el museográfico, entre otros, los cuales se caracterizan por ser continuos, pero igualmente constituyen un tejido cohesionado, un sistema de  estructuras  complejas a distintos niveles, de manera que cada elemento adquiere un valor en relación con los demás.

Es una memoria moral que no solo mira al pasado sino que recurre en una proyección hacia el futuro buscando un destino cierto dentro de lo incierto:

La nostalgia es a menudo más de pensamientos pasados que de cosas pasadas, es <<un soñar despierto al revés –como pensar que adorábamos los libros de nuestra juventud- cuando lo que de verdad amamos es la idea de nosotros mismos jóvenes, leyéndonos>>”. [Cross, 1979, p. 34]

La nostalgia es la instancia que me permite estar en contacto con el mundo, es el arquetipo de la historia íntima del deseo.

En este sentido, la historia se hace hipérbole nostálgica que permite asumir el referente desde la ensoñación y vindicar la utopía  como la máxima expresión  del ser humano y sus proyecciones éticas, o la discurrencia del espíritu en un presente cargado de pasado bajo la sospecha de un futuro incierto. Es intentar malear el pasado sin alterarlo, como lo ha intentado la literatura cuando frecuenta  la historia y la ficción, tal es el caso del General en su laberinto de  García  Márquez, donde la figura de Bolívar se engrandece en el ocaso de la vida y las dificultades, a través de su metamorfosis en ser humano que sufre y padece, el héroe que bajó del bronce para mirar la historia desde las fronteras de la ficción;

la escritura de la historia ha comenzado a reinterpretarse conforme a las categorías de lo que suele llamarse semiótica, simbólica o poética, debido, principalmente, a una especie de transposición de la teoría del relato de ficción a la historia considerada como un <<artefacto literario>> [Ricoeur, 1999. p. 136]


             Es la reinterpretación de la escritura de la historia desde una  “semiótica crítica de la cultura” que propone la nostalgia como el gran catalizador de las subjetividades y proyecciones éticas del enunciante. Es la convocatoria de variados intentos de definición y apreciaciones teóricas heterogéneas las que podrían establecer rutas de navegación en tan intricadas aguas que mecen al enunciante entre la historia y la nostalgia, donde la apariencia y el sueño se confunden para bien de la reescritura de la historia y la construcción de mundos posibles literarios.


BIBLIOGRAFÍA.

                         (1999) Historia y narratividad. Paidós. Barcelona

Beltrand, Pierre (1977) El olvido, revolución o muerte de la historia. México. Siglo veintiuno editores.

Benedetti, Mario (2004) Memoria y esperanza (un mensaje para los jóvenes). Barcelona. Ediciones Destino.

Bolívar, Simón (1964) Obras Completas. Caracas. Ministerio de Educación.


Briceño Iragorry, Mario (1990) Obras Completas. V. IV. Caracas. Ediciones del Congreso de la República.

Cross Amanda (1979) Poetic Justice. New York. Avon.

Goodman, Nelson (1976) Los lenguajes del arte. España. Seix Barral. 

Kant, Enmanuel (1973) Crítica de la razón pura. Madrid. Espalsa-Calpe.

Lotman, Iuri M. (1981). «El texto en el texto», en La Semiosfera I. Semiótica de la cultura y del texto (Selección y traducción del ruso de Desiderio  Navarro).  Madrid: Cátedra.

Lowenthal, David (1998) El pasado es un país extraño. Madrid. Ediciones Akal. Lukács, Georg (1975) El alma y las formas. Barcelona. Grijalbo.

Murena H. A. (1984) La metáfora y lo sagrado. Barcelona. Editorial Alfa.

Quesada Monge, Rodrigo (1999) “La lógica de la nostalgia. Historia y cultura en el siglo XX”. Escáner Cultural [Revista en base electrónica] Disponible: www.escánercultural.com.

Ricoeur, Paul (1989) Ideología y utopía. Barcelona. Gedisa. 

Veyne, Paul (1984) Cómo se escribe la historia. Madrid. Alianza.

White, Hayden (1992) Metahistoria. México. Fondo de Cultura Económica.

*Imagen tomada de: https://unavistabocono.blogspot.com/2011/11/plaza-centro-bocono.html
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Notas:

(1) Este artículo es producto del proyecto NURR-H-335-06-06-B. Financiado por el CDCHTA de la Universidad de Los Andes-Venezuela.

(2) Falsificación de la historia para que no desilusione y sirva como elemento estabilizador del presente, evitando las interferencias que otros puedan llevar a cabo.


2 comentarios:

  1. Profesor, quiere decir que cuando hablamos de nostalgia historica, nos sentimos identificados con este discurso sólo porque nos desdoblamos en nuestra propia nostalgia? O sea que el discurso político-ideológico llega más fácilmente por la nostalgia ya que desde siempre narran la historia como si cada uno de nosotros hemos sido partícipes de ella y se va creando así, una nostalgia colectiva? O la nostalgia son proyecciones completamente personales?

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