martes, 23 de diciembre de 2014

EL DISCURSO LITERARIO Y LAS NOCIONES DE HIPERTEXTUALIDAD




El discurso literario y las nociones de hipertextualidad                                          
                                                                                                   
Luis Javier Hernández Carmona
Universidad de los Andes. Venezuela     
                                                                        
 Resumen

            Los términos informáticos han popularizado la noción de hipertexto. La idea de magnificar a través del referente y aludir a un “macro texto” pone en evidencia los alcances de un mecanismo globalizador que pretende apropiarse de las particularidades del lenguaje y la imaginación e intenta construir rostros comunes. Pero la definición misma de hipertexto o su desdoble en hipertextualidad llevan dentro de sí una `connotación` que anula toda posibilidad de unificar miradas y criterios, sorprendiendo la alternabilidad. El discurso literario es un claro ejemplo de  hipertextualización al permitir establecer un eje de correspondencias y de orden dialógico, textual y contextual con otras nociones de texto que hipertextualizan el sentido y aperturan nuevas posibilidades de interpretación/significación. Al referir la hipertextualidad, nombro una posibilidad de acceso “no lineal o secuencial” a la información textual. El texto literario asume “conciencia virtual” e implica una manifestación sinergética que permite transgredir cánones establecidos a partir de la hibridación de medios, códigos, y lenguajes que se superponen y combinan en procesos de creación. El carácter “táctil, sensorial e inclusivo de los textos literarios permite dialogar en ritmos intervisuales, intertextuales e intersensoriales con diferentes códigos de la información.  Es en estos intervalos, entre los diferentes códigos, donde se instaura una frontera fluida entre información y  pictoricidad ideográfica del texto literario.



Introducción

            La sociedad occidental ha visto sustentado su desarrollo y evolución en la tecnología. Hoy, el avance de una sociedad no se mide por la actividad cultural sino por el avance tecnológico. La estandarización a través del peso y las medidas, la revolución del tiempo y los relojes, la volatilidad del automóvil, el avance de la televisión y los sistemas informáticos, han cambiado la vida y el pensamiento humano hacia la máquina y, lo han hecho olvidarse de las manos, es decir del cuerpo como unidad sensible negada por la razón y el autoritarismo de los sistemas capitalistas donde florece la tecnología. Esto implica la conversión de una sociedad manufacturera en una sociedad de servicios, donde la comunicación ha equiparado a la producción industrial como actividad primordial de la sociedad. Evolucionamos del Homo sapiens hasta el Homo cibernético
            La tendencia hacia el modelo mecánico llevada tiempo atrás y hoy el modelo informático, revelan esa “inclinación” hacia lo tecnológico, lo exacto: “El hombre ha  tenido desde el comienzo la facultad de  poder utilizar una parte de la energía disponible al crecimiento, no biológico, sino técnico, de sus riquezas en energía” (Bataille, 1974, 78). El modelo informático ha provocado una transición entre la “cultura de la imprenta” a la “cultura electrónica”.
La imprenta se sacude hoy como ayer ella sacudió los viejos sistemas monásticos de hacer libros. Venimos de una cultura oral hacia una cultura de la imprenta:
         “Al hacerse más común la interacción escritura/lectura, opuesta a la del habla/escucha y al convertirse en un parte más crucial de la vida del individuo, la nueva manera de adquirir información confiable remodeló la conciencia al menos de las clases intelectual y lectora” (Kernan, 1993, 131).
            La sociedad oral promueve el acercamiento,  la lectora propicia individuos “solitarios” que logran la hipertextualización: Los signos abstractos y convencionales del discurso literario se hipertextualizan al remitir a una contextualización y provocar un analogismo que involucra diversos procesos culturales, que lejos de antagonizar,  se hacen sincréticos en una amalgama productiva.
            Es el caso de la traducción literaria, donde, el autor creador es desplazado en mayor medida que en otro tipo de textos por el traductor, puesto que,  la traducción implica siempre una interpretación, y toda obra traducida es incorporada a la literatura de la lengua a la que se traduce. Esta operación de traslación nos hace tomar conciencia  que el término traducir indica una operación básicamente hipertextual: saltar de un texto a otro, vinculando una cultura a otra. Es lo que Julia Kristeva ha determinado como “dialogismo”.
No en vano, dentro de la literatura existen sobrados ejemplos del uso de la “traducción” a manera de excusa en cuanto a la realidad textual contenida en las obras. Cervantes utiliza a manera de proceso textual en Don Quijote una “supuesta”  traducción. Una traducción al castellano, encargada a un morisco, de un texto escrito en árabe por un tal Benengeli, historiador moro. Lo único original del autor serían, según esto, las escasas opiniones que desgrana a lo largo del libro sobre el historiador moro, a la vez que acepta algunas sugerencias del traductor al poner en duda, en algunos casos, la veracidad del primer autor.
Así que, la poca importancia que se otorga a la traducción y a los traductores en algunas partes del Quijote es sólo aparente, pues es de ellos y de sus traducciones de donde, según la ficción, procede todo: el original es poco fiable, no es accesible sino a través de un oscuro traductor, lo que equivale a sospechar de la verdad o realidad de lo que se cuenta, que es como poner en duda lo que entendemos por realidad, a la vez que se muestran las conflictivas relaciones entre verdad e historia -en los dos sentidos de la palabra historia en castellano-, los temas fundamentales, en fin, que la obra desarrolla. Desde allí deja discurrir toda una espiral de significaciones del texto que se ensanchan al momento de abordarlo desde la crítica literaria y donde el lector es figura determinante en los hallazgos de sentido y extrapolación de significados.
            La imprenta hace “literalmente” a la literatura, quien le da la organicidad y sistematización al sistema literario es la cultura de la imprenta. Desde la literatura se ha visto desfilar un sin número de obras canónicas, hasta llegar a la intención del hombre de buscar el sentido del mundo. Entre el texto literario y el lector crítico o crítico lector se  “vive”: “una experiencia de la realidad en la página impresa, incompleta, misteriosa, resistente a cualquier interpretación fácil o totalizadora y como algo que en última instancia escapa al juicio” (Kernan, 1993, 134).
            Pero la concepción de libro y, de hecho, de discurso literario, va más allá de una simple interrogación de imprenta o ubicación dentro de esa determinada técnica editorial: “la obra debe ser la conciencia del desacuerdo entre la “obra” y el juego literario y esta discordancia forma parte del juego, es el juego mismo” (Blanchot, 1992, 261). La analogía vendrá a través de lo diverso. El discurso literario siempre ha surgido de esa otra mirada del lector que le confiere la noción de singularidad, allí se extienden las coordenadas y ejes de significación que van más allá de la simple palabra expresa, aquí se ha cumplido el cometido de la palabra, entablar dos ejes referenciales y permitir la reconstrucción –deconstrucción- del sentido.
“El juego de dados” aguarda el azar que conmociona. Lo lúdico es una relación “cómplice” entre lector y texto. Imagino un texto de García Márquez, Cien años de soledad, leído desde la literalidad y bajo el descarte de la ficción, sencillamente no habría texto, porque la hipertextualidad quedaría ahogada tras la “óptica metodista” de la razón. Al contrario, el texto literario se reactualiza, no perece con una lectura, surge revitalizado cada vez que un “lector cómplice” hurga en sus páginas:
“El lenguaje no crea nuevos medios de expresión para cada nueva esfera de significación que se le abre, sino que su fuerza reside justamente en configurar de modo diverso un determinado material dado de tal manera que pueda ponerlo al servicio de una nueva tarea e imprimirle una nueva forma espiritual sin necesidad de variar su contenido”(Cassirer, 1971,181).
            Los términos informáticos han popularizado la noción de hipertexto. La idea de magnificar a través del referente y aludir a un “macro texto” pone en evidencia los alcances de un mecanismo globalizador que pretende apoderarse de las particularidades del lenguaje  y la imaginación a partir de una relación de poder  e intenta construir rostros comunes. Pero la definición misma de “hipertexto” o su desdoble en “hipertextualidad” llevan dentro de si una `connotación` que anula toda posibilidad de unificar miradas y criterios, sorprendiendo su alternabilidad.
El discurso literario es  claro ejemplo de la hipertextualización al permitir establecer un eje de correspondencias y de orden dialógico, textual y contextual con otras nociones de texto que hipertextualizan el sentido y aperturan nuevas posibilidades de interpretación/significación.
            Al referir la hipertextualidad, nombro una posibilidad de acceso “no lineal o secuencial” a la información textual, como el cine, por ejemplo que traduce, una “mirada” de las múltiples que presenta el texto a la hora de  hacer las adaptaciones cinematográficas. Ubico al usuario/lector como ente crítico que decide el camino a seguir dentro de la interpretación literaria y en libre juego con las relaciones a establecer. Es una “iconicidad” compartida la que soporta la hipertextualidad; lugar de múltiples principios y finales donde la mirada interpretativa está impregnada de sensibilidad y utopía para vencer la dura razón de lo “científico” traducida en la globalidad cuadriculada de los ordenadores y la “superautopista de la información”.
            El discurso  literario asume “conciencia virtual” e implica una relación sinergética que permite transgredir cánones establecidos a partir de la hibridación de medios, códigos, y lenguajes que se superponen y combinan en procesos de creación. A decir de Paul Ricoeur:
“Lo que sucede en la escritura es la manifestación completa de algo que está en estado virtual, algo incipiente y rudimentario que se da en el habla viva; a saber, la separación del sentido y el acontecimiento (...) La escritura es la manifestación íntegra del discurso” (1995, 38).
 La “conciencia” virtual del texto literario llega a través de la metáfora viva, el pulimento de esa ruda superficie que se haya en la cotidianidad y es ensalmada por la imaginación al estilo de un exquisito orfebre: -siguiendo con Ricoeur:
“Las metáforas vivas son metáforas de invención dentro de las cuales la respuesta a la discordancia en la oración se convierte en una nueva ampliación del sentido, si bien es realmente cierto que tales metáforas inventivas tienden a convertirse en metáforas muertas mediante la repetición. En tales casos, el sentido ampliado se convierte en parte de nuestro léxico y contribuye a la polisemia de las palabras en cuestión, cuyos contenidos cotidianos se ven acrecentados. No hay metáforas vivas en un diccionario” (1985, 65).
            De aquí que el principal actante dentro de la noción de hipertextualidad va a ser la palabra literaria y sus horizontes de significaciones; Heidegger, refiriéndose a la poesía de Hoelderlin dice:
“La poesía es despertador de las apariencias de irrealidad y de ensueño, frente a esa realidad apresable y ruidosa en la que creemos estar cual casa propia. Y  es, con todo, al revés: que lo que el poeta dice, y lo que sobre su palabra toma por ser, eso es lo real” (1968,34).
La noción de hipertextualidad no estará supeditada a cuantos ojos la vean. Hablar de hiperficción bajo la propuesta de  construir un texto a varias manos y bajo la mirada múltiple de disímiles enfoques. No se trata del traslado de una categoría económica de “macro” a todas las situaciones de la vida y llevar la notación de hipertexto sólo por el sentido elocutivo de largo alcance. En el discurso literario esa configuración está ganada a partir de una potenciación de sentidos a través de un trabajo “consciente” de la creación.
Un pequeño Dios al estilo de Vicente Huidobro para crear en las fronteras de la realidad y lo intrascendente. Un hipertexto nacido de los simbolistas y matizado por los románticos al fundamentar el juego de los acertijos y los retos soportados con los referentes innobrables para un espacio social saciado de tecnología, exactitud y velocidad de comunicación.
 Puede que la “muerte de la literatura” pregonada por los críticos esté en el carácter perentorio del papel del libro o en el agotamiento de la imprenta como técnica editorial frente al texto virtual de la superautopista de  la información, pero nunca estará en la impotencia de la palabra como expresión de creatividad y sustento de mundos posibles o en el “placer del texto” representado por el lector que concreta el laberinto de la obra a partir de sus interpretaciones y red de relaciones. El siglo XXI es una sociedad obituario. Todo muere. Desde dios hasta la historia.
El libro y el lector. Al mismo tiempo se juegan a escondidas con la muerte. De los grandes túmulos en los antiguos cementerios los hemos convertido en “jardines de descanso” y los rituales funerarios son excluidos de los espacios cotidianos. Hablamos, entonces, de una agonía de la cotidianidad comunicativa frente al otro. Los interlocutores se han convertido en virtuales (el papel es un monitor, un teclado, un mouse) se han globalizado, se han hecho “amigos invisibles”.
            Las tertulias se convierten en un “acto lejano” donde los gestos se sustituyen por el accionar de un teclado, el café se convierte en ciber-café, el  autor-texto-lector están enfermos de marketing. En la sociedad hipertextualizada;          nadie lee, todos escriben, todos hablan, nadie escucha. Borges dice que cada día la literatura se parece más al periodismo; los libros apuestan a la coyuntura y en la coyuntura muere la literatura. No hablamos, chateamos, nos despersonalizamos, somos hipertexto que dialoga en la simultaneidad del ciberespacio.
            Entonces, el texto se hace; HOLOGRÁFICO [monitor teclado]. La máquina ocupa el lugar de la creación; sitial de los dioses; ya no se cumple lo dicho por Wallace Stevens: “el lector se transforma en libro y la noche de verano era como el ser consciente de este libro”
El Lector es sinónimo de Veedor que: escruta, observa, asocia formas sígnicas, las hace expresivas; es omnipresencia, es un personaje más que interactúa. Lector que en todos los espacios y tiempos reclamará su momento de intimidad con el texto para ese diálogo silente que se hará transparencia cuando surja el ensayo revestido de un cruce de miradas que hacen horizontes inmensos; la del texto y la del lector dentro de la calma y la mesura que depara la palabra literaria en estos avatares del mundo tecnológico, apresurado y cosificante.
            La polifonía en el texto-discurso es clara noción de hipertextualidad que relativiza la autonomía del autor y de la obra. Es acto de interacción, en que el contenido (obra), el autor (artista) y el observador (lector) están conectados para formar un diálogo abierto a partir de una nueva concepción de la obra como construcción circunstancial y descentralizada. Pienso en la muerte simbólica del libro, cuyos símbolos son heterogéneos, disímiles,  y todo se me sugiere como una redimensión de este sobre su propia muerte; se hace memoria y nostalgia.
Creo que la muerte-agonía del libro es tan simbólica como el miedo de Horacio a que la sociedad romana lo olvidara, cuando dijo en estos versos;
He concluido una obra más durable que
el bronce,
y más alta que el túmulo real de las
pirámides;
no podrán destruirla la ávida tormenta
ni el Aquilón furioso, ni la incontable serie
de los años, el tiempo que se fuga, veloz.
No moriré del todo pues gran parte de mí
evitará la Muerte...



Bibliografía.
Bataille. George. (1974) La parte maldita. Edhasa. España.,
Blanchot, Maurice. (1992) El libro que vendrá. Monte Avila Editores. Caracas.
Cassirer. Ernst. (1985) Filosofía de las formas simbólicas. Fondo de Cultura Económica. México.
Heidegger. Martin. (1985) Schelling y la libertad humana. Monte Avila Editores. Caracas.
Kernan. Alvin. (1996) La muerte de la literatura. Monte Avila Editores. Caracas.
Ricoeur Paul. (2001) La metáfora viva. Editorial Trotta. Argentina

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