LA
CORPOHISTORIA Y LAS RELACIONES SIGNICAS DE LA CULTURA.
LUIS JAVIER HERNANDEZ CARMONA
LISYL. ULA-NURR
RESUMEN
Bajo
las nociones de Corpohistoria se pretende enfocar las relaciones signicas de la
cultura alrededor de la imagen como ente mediador entre los sujetos enunciantes
y sus circunstancias enunciativas. Y bajo la aplicación Ontosemiótica referir
al sujeto como texto que permite, a través de la corporeización de los
referentes, la construcción de un universo simbólico en constante refiguración
dentro de un grafismo testimonial que sirve de mundo primordial, pero a la vez,
de punto de reflexión e inflexión para la generación de nuevos discursos donde
la imagen se hace metáfora para leer el mundo desde las perspectivas de
ciudadanía a manera de posicionamiento enunciativo dentro de contextos
específicos. Es inferir, el mundo como texto, y al texto como mundo, bajo el
reino de la imagen.
Palabras
clave: Corpohistoria, discurso, cultura, sujeto, imagen.
ABSTRACT
Under Corpohistoria notions of relationships is to
focus signic of culture around the image as a mediating body between subjects
and circumstances enunciantes declarative. And under the application
ontosemiotic text refer to the subject as you can, through the embodiment of
the leaders, the construction of a symbolic universe constantly refiguring
within a testimonial graphics serving primordial world, but at the same time
point reflection and inflection for generating new discourses where the image
becomes metaphor for reading the world from the perspectives of citizenship by
way of example positioning within specific contexts. It is inferred, the world
as text, and the text as a world, under the reign of the image.
Keywords: Corpohistoria, speech, culture, subject,
image.
¡Qué aclare!
¡Qué amanezca en el cielo y la tierra!
No habrá gloria ni grandeza
Hasta que exista la criatura humana:
El hombre formado.
POPOL VUH
INTRODUCCIÓN
Esta investigación propone la interacción entre el
Sujeto y la cultura a través de las metáforas del cuerpo como relación sígnica
en la pluralidad de los discursos, quienes tradicionalmente, han insistido en
la orientación sociológica que vincula el texto con el contexto, privilegiando
las incidencias contextuales que demarcan el discurso entre centros
y periferias. Para ello, se plantea una interacción desde el cuerpo como
isotopía estética-discursiva que permita discernir sobre la sensibilidad
trascendida o sensibilidad cultural. De esta manera, insistiremos en la
posicionalidad del sujeto y su relación con el objeto corporeizado dentro de la
dinámica que implica el pacto interpretante a partir de las relaciones de
intersubjetividad.
Desde el cuerpo representando la historia, o la
historia establecida como metáfora del cuerpo, proponemos una revisión
académica en base al sujeto enunciante que construye desde la enunciación,
mundos de la representación que son una respuesta a lo individual-comunitario,
que han intentado dar respuesta a las ‘formas de narrar’ el mundo, o más bien,
corporeizar el mundo, para hacerlo espacio de resignificación del sujeto.
Bajo el razonamiento anterior, surge la Ontosemiótica[1], o
semiótica de la afectividad-subjetividad, como metodología de análisis del
narrar como reconfiguración de la memoria individual-comunitaria a partir del
sujeto enunciante que construye un objeto enunciado en función de un espacio
sensibilizante. Propuesta que permite abordar diferentes y diversos discursos
para reconvenir sobre la impelencia de lo óntico a través de la filosofía del
lenguaje y su desdoblamiento en enunciados metafóricos. Y es a partir de la Ontosemiótica que podemos explorar
articulaciones claves en torno a diversas ramas vinculadas al lenguaje para
crear un instrumento de reflexión a partir de las isotopías intersubjetivas y
su interrelación dentro de la cultura, y no sólo desde lo enteramente
inmanente, sino a partir de la creación de suprarrealidades, tal es el caso de
los sueños, los mitos o el discurso ficcional, donde la contextualidad pierde
referencia inmediata y se constituye en mundo posible que funda su propia
lógica de sentido.
LA IMAGEN: LA ANALOGÍA
CUERPO/SER
El epígrafe extraído del Popol Vuh nos remite a una
interesante alegorización del hombre nombrado desde diferentes perspectivas
simbólicas, pero en el caso que nos atañe, vamos a destacar fundamentalmente
dos de ellas; una, la criatura humana,
sinónimo de sensibilidad, sentir y sentimiento (gramática-arqueología-arquitectura
de los sentimientos); la otra, el
hombre formado (el cuerpo como espacio de la enunciación, el cuerpo como recipiendario
natural del lenguaje que nombra y construye la imagen). De esta manera, estamos
frente a la constitución de un cuerpo significado y significante a partir de lo
orgánico y lo sensible como lugares de la enunciación (exterioridad-intimidad).
De la misma manera, la gloria y la grandeza son
colateralidades simbólicas del hombre en función de sus espacios de enunciación
y construcción de sistemas de representación y significación a partir del autorreconocimiento.
Será la concreción de la conciencia del hombre a través de la legitimación
dentro de una conciencia histórica y una conciencia cósmica o mítica. Dos
instancias que paralelamente se corresponden en el compartimiento de la
realidad y la ficción como puntos de equilibrio simbólico dentro de las
sociedades a lo largo de los tiempos y la historia de las ideas. Porque
indudablemente, la humanidad se construye en base a las imágenes que intentan
testimoniar la evolución del hombre y sus épocas, esa es la concreción
figurativa de la cultura.
Esto es, la configuración de imaginarios[2]
que constituyen los espacios de representación del Ser en su devenir humano y
social. Devenir que para efectos de nuestra investigación, lo llamaremos grafismo testimonial, para referir toda
aquella red simbólica que ha entretejido el hombre para comunicarse, y en ese
empeño, dejar constancia ancestral de su paso por la historia. Por lo tanto, se
erige un importante e imprescindible campo semiótico construido inicialmente
con una finalidad lingüística-comunicativa; para luego, establecerse como una
tentativa hermenéutica que extrapola las referencialidades dentro de lo
polivalente, el sentido figurado y el enunciado metafórico.
Bajo esta óptica, podemos definir una textualización espacial de la imagen dentro
de las relaciones signicas que establece dentro de lo intradiscursivo y lo
extradiscursivo. Punto de discurrencia simbólica dentro de su figuración como
espacio o escenario de la enunciación. Porque esta textualización espacial es
la que permite la conversión de la imagen en campo semiótico, destacado a
partir de la relación isotópica, quien junto
a los referentes evocados de la sensibilidad, produce la interacción
semiótica de los sujetos a través de las imágenes. Por ello, la concepción de
metáfora a partir de las nociones de enunciado de la representación y no de la
sustitución, adquiere aquí, una relevante significación[3].
La metáfora representa la posibilidad de sacar al
exterior una forma de ver que nos es cercana a través de la figuración de una
esfera íntima que marca toda generación discursiva-enunciativa que linda entre
lo visible e invisible; por lo tanto, la esencia de la imagen está en su
potencialidad simbólica que se va generando a partir de lo agregado por los
enunciantes-espectadores, y donde reside la posibilidad de hacer visible lo
invisible, cierta la incertidumbre o tangible lo intangible.
En tal sentido, las imágenes además de constituir una reproducción analógica de la realidad, son procesadas a partir de un proceso
intersubjetivo que permite la empatía entre los enunciantes involucrados, al
mismo tiempo, que surge la agregación de procesos significantes[4]. Por
lo tanto, los enunciantes van creando métodos de interpretación para el
abordaje de esas imágenes dentro de las
posibilidades de argumentación que establecen la textualización espacial y las
relaciones de significación atribuidas.
Para ello,
vamos a tomar en cuenta un ejemplo; o más bien, una conversión simbólica de una
imagen dentro de un campo semiótico determinado. Recurramos a una imagen dentro
de la llamada imagenología médica; una radiografía que demuestre para su lector
una anomalía del cuerpo físico-orgánico, ello remite a una semiosis que podemos
llamar limitada o estratificada.
Ahora, imaginemos que en esa misma radiografía se sugiere
la silueta o figura que puede ser asociada con una deidad (José Gregorio
Hernández); la imprevisibilidad rompe con la causalidad y amplía la textualización espacial de la imagen que
desborda lo intradiscursivo y se transforma en metáfora del cuerpo místico concatenado
en una red simbólica sustentada en un grafismo testimonial. A partir de un proceso de agregación mística, las
relaciones de significación se amplían dentro de una semiosis ilimitada que va
más allá de la imagen radiográfica que se distiende entre la conciencia de lo
real y la conciencia mística, conecta las relaciones signicas dentro de un contexto cultural que se ha
formulado a través de esa interrelación entre lo místico y lo histórico[5].
Pero además, debemos considerar a los enunciantes
desde los cuerpos sensibles y su potencialidad simbólica a partir de la
ensoñación y la reminiscencia de referentes, el juego de la memoria y sus
formas simbólicas que actúan como catalizadores de la referencialidad gráfica
dentro de los discursos de lo íntimo; expresados de la manera más profunda en
los discursos estéticos; esos discursos caracterizados por el momento de
aprehensión trascendente de una noción de realidad, donde: “El acto específicamente estético es el tomar
posesión de un segmento descubierto de lo real, establecer sus dimensiones y
definir su forma. La realidad es, pues, aquello que de este modo articulamos, y
lo que articulamos sólo puede comunicarse por su forma estética” (Read, 1975: 16).
Indudablemente son procesos de conversión donde la
subjetividad natural se hace trascedente a través de la autoconciencia de los
enunciantes para producir imágenes que intenten representar lo real, o más
bien, la conformación de lo real a través de la subjetividad trascendente que
crean espacios y tiempos de la enunciación que rebasan las categorías
expresamente lógicas, y crean una lógica de sentido afectivizada. Uno de los
mayores ejemplos reside en la nostalgia, ese maravilloso reconstruir las
imágenes a través de la ensoñación, y mediante el goce de recordar. Allí reside
la fuerza representativa de los museos; los espacios de la nostalgia por
excelencia, donde lo representado es un eterno retorno a tiempos originales-fundacionales
que motivan tiempos presentes y futuros, y donde indudablemente las
agregaciones subjetivas son de vital importancia dentro de su permanencia en el
universo simbólico que conforman.
Y dentro de esa impelencia semiótica[6] de
la imagen, aparece la doble perspectiva entre el sujeto evocado y el sujeto
pretendido[7];
dos formas de enunciar desde diferentes circunstancialidades semióticas, donde
el sujeto evocado es el que aparece directamente referenciado en lo
intradiscursivo de la imagen, mientras el sujeto pretendido, desarrollará sus
perspectivas de significación dentro de las esferas de lo extradiscursivo; subyugado
a las relaciones de significación que le inducen una imagen semiótica en
constante construcción. Garantizándole esta particularidad semiótica una constante redimensión dentro de la red simbólica,
y como caso concreto apelamos a la imagen dentro de los discursos estéticos,
donde las refencialidades se amplían a través de las figuraciones estésicas.
Por lo tanto, la figuración del sujeto pretendido dentro de la imagen, o más aún,
dentro de una semiótica de la imagen, radica precisamente en las relaciones
intra e intersubjetivas de los sujetos enunciantes que devienen en nuevos
órdenes simbólicos, así lo compartimos con la tesis de Conrad Fielder:
La
actividad artística comienza en el momento en que el hombre se encuentra frente
a frente con el mundo visible como en algo terriblemente enigmático… En la
creación de una obra de arte el hombre se entrega a una lucha con la naturaleza
no por su experiencia física, sino por su existencia espiritual (Fielder, 1994: 21).
Pero más allá de los discursos estéticos nos
encontramos con el discurso publicitario, enunciados potencialmente alegóricos
que centran su atención en las referencias extradiscursivas, en el que la
imagen representada se potencia en las agregaciones de los sujetos enunciantes.
Tomemos por ejemplo, las agregaciones de tipo erótico, fundamentalmente
representadas por cuerpos semidesnudos, tal es el caso de una emblemática
modelo que representa una popular marca de cerveza en Venezuela, alegorizada
por la simbiosis de “catira regional”, la humanización del objeto del deseo
diversificado entre la triada conformada por la mujer, la botella y el
contenido de ésta; referencias todas orientadas hacia el color dorado (dicho
sea de paso, el color que representa la santidad) que funcionará como isotopía
concatenante entre las imágenes que aparecen en diferentes espacios de
contextualización.
En torno a lo anterior, y en referencia al presente
enfoque, además de la similitud entre el
cuerpo femenino (objetualizado en la estática de la imagen) y la botella
representando el objeto a través del cual se puede poseer-aprehender el cuerpo
simbolizado, la modelo aparece semidesnuda y sin rostro. Ello es evidencia de
la erotización dentro de espacios de la cotidianidad, no hay rostro, no hay
territorialización de la mujer entre lo ordinario y lo extraordinario, lo que
implica una cercanía con los sujetos enunciantes-espectadores, quienes de
alguna manera quedan en la libertad de colocar el rostro que corresponde con
sus necesidades subjetivas. Y allí, la apropiación simbólica es singularmente
productiva a partir de la agregación erótica como el universal simbólico que
soporta la intencionalidad comercial.
Mujer, cuerpo, deseo; conjuntados en las esferas de
una topografía urbana que sirve de gran escenario para estructurar los espacios
del espectáculo que acompañan al hombre
en su diario devenir y en la construcción de una historia graficada y vivida en
la inmediatez, entre centros y periferias desde donde el hombre se disipa y se
reencuentra más allá de las cronologías y los empeños de la historia
conmemorativa. Pero siempre encontrándose en la escenificación de situaciones
reales o hipotéticas para graficar el acontecimiento sucedido y otorgarle
sentido a través de su impostación en imágenes.
LA CORPOHISTORIA, UNA FORMA DE NARRAR EL MUNDO.
Y desde el cuerpo, el sujeto no sólo se reconoce en
las certidumbres, sino también en las incertidumbres que permiten fundar
sistemas de representación tanto desde las racionalidades como
desde las subjetividades. Por lo tanto, en nuestro señalado sujeto pretendido las
imágenes se potencian en la incertidumbre, en las incausalidades que hacen al
sujeto no solo autorreconocerse, sino posicionarse en las diversas ciudadanías
que confiere la CORPOHISTORIA dentro del discurso cultural.
Porque indudablemente el sujeto proyecta las
imágenes a partir de su más grande y reconocido espacio de la enunciación: el
cuerpo; ese cuerpo que no es un simple objeto biológico, sino una diáspora
simbólica movida por la pasión y el deseo a partir de una patemización de las experiencias,
y por ende, de las imágenes. En el procesamiento infinito del acontecimiento
vivido y el acontecimiento figurado en la configuración del sentido, y donde la
imagen se hace agente mediador; forma de leer el mundo desde el sujeto como
texto, pero al mismo tiempo, del texto como sujeto.
Bajo esa refundación del sentido a partir del
acontecimiento, los filósofos se han preguntado y repreguntado sobre la
relación entre el hombre y el lenguaje como la mayor potencialidad creadora de
imaginarios, tal es el caso de Walter Benjamín:
Puesto que un acontecimiento vivido es finito, al
menos está incluido en la esfera de la vivencia, y el acontecimiento recordado
carece de barreras, ya que es sólo clave para todo lo que vino antes que él y
tras él. Y todavía es en otro sentido el recuerdo el que prescribe
estrictamente cómo ha de tejerse. (Benjamín, 1980: 19).
Vivencia y recordación son
formas productoras de imágenes centradas en el sujeto enunciante que realiza un
complejo e importante proceso de reconversión signica que se desprende de lo
estrictamente gráfico para sumarse dentro de un proceso simbólico donde las instancias profundamente humanas trasvasan
el discurso explícito y dejan la recurrencia implícita como ese gran
articulador de significación dentro de las relaciones signicas de la cultura
leída desde los sujetos enunciantes a través de un principio subjetivo como la
gran metáfora del sujeto desdoblado en imágenes..
Y si Lotman (1981) describe la cultura a razón de
texto que puede ser leído desde diferentes maneras, y producto de las tensiones
y distensiones, desde la Ontosemiótica[8] se
puede leer al individuo como un texto en sus relaciones intra e
intersubjetivas, y en ambas dimensiones se estructura una red simbólica
sostenida por el acto de asociar-recordar, forma de posicionarse desde el yo
íntimo en los espacios tanto públicos como privados para generar imágenes que
permitan reconocerse y autorreconocerse en el ya aludido proceso intra e
intersubjetivo; esto es, establecer un desdoblamiento entre el enunciante y las
imágenes que forman su imaginario cultural, o si se prefiere, la cultura en función al imaginario.
Por lo tanto, el cuerpo es una metáfora de la
historia, y la historia, una metáfora de los cuerpos, y esa interrelación
simbólica (semiótica) ha creado una simbiosis, una metáfora que construye LA
CORPOHISTORIA como una derivación de la conciencia del hombre y su pertinencia
histórica; como una transposición de la memoria desdoblada en tres facetas
imprescindibles en la relación signica de toda cultura: la memoria histórica, la mítica y la
íntima.
De allí que, la corporeidad de las acciones se
convierte en testimonio, en lexía para perpetuarse en las sociedades del
conocimiento, por una parte, y por la otra, para constituirse en elemento
identificatorio del hombre y su sentido de pertenencia con sus espacios tanto
exteriores como íntimos. En párrafos anteriores se hizo referencia al grafismo testimonial, espacio y tiempo
de la convergencia entre sujetos e imágenes diversificados en las
potencialidades simbólicas generadas por las dinámicas culturales y su intento
por preservarse ante el paso del tiempo y la construcción de la historia. Y esa
preservación es dual, el hombre y la cultura; la cultura y el hombre, un
binomio indisoluble que puede ser reconstruido entre las imágenes y los vuelos
de la imaginación.
En resumen, lo que hace la memoria o el testimonio
es crear un espacio de significación (semiosis) llamado ciudadanía. Y dentro de
los discursos culturales, ciudadanía es una isotopía que denota efectos de
pertenencia universal, nacional o local. En fin, es un proceso identificatorio
que involucra tanto el estado de las cosas como el estado del sujeto en correspondencia
con la subjetividad relacionante. De allí que, LA CORPOHISTORIA esté
profundamente relacionada con la noción de ciudadanía y las identidades del
sujeto enunciante (IDEM/IPSE)[9];
tanto ciudadanías fundacionales-contextuales como ciudadanías-trasgresoras.
Y a partir de la definición de estas dos ciudadanías
se intenta dejar claro los posicionamientos enunciativos desde lo establecido
(fundacionales) y lo subversivo (trasgresión de los cánones y paradigmas) para
significar las relaciones de tensión y distensión que pueden producirse dentro
del discurso cultural y su representación en imágenes que apunte a uno u otro
enfoque.
Por lo tanto, La CORPOHISTORIA es la metaforización
(lugar de la representación-enunciación) de los cuerpos dentro y fuera de la memoria
testimonial-trascendental. Por ello, la CORPOHISTORIA está íntimamente vinculada
a la subjetividad, responde a un principio subjetivo que es la base de toda
construcción signica en la relación: estado del sujeto y el estado de las cosas. La subjetividad como
el momento de la experiencia (campo platónico de las ideas con una densidad
ontológica) donde el cuerpo se hace imagen dentro de una memoria colectiva sometida
y legitimada por las leyes del tiempo, asegurando su permanencia
icónica-ideológica.
Y a partir de esa notación el principio subjetivo se
desdobla en diferentes posicionalidades enunciativas; subjetividad absoluta,
despotenciada, subversiva, y reflexiva. La
subjetividad absoluta rompe con los radicalismos, es un desestabilizador
natural y originario, obviamente, por provenir del sujeto (arte, utopía,
subversión). La subjetividad despotenciada es cuando lo subjetivo se convierte
en discurso del poder, tal es el caso de la historia, que nace como expresión
de la sensibilidad nacional y ciudadana para convertirse en paradigma
excluyente. Pero además podemos hablar de una subjetividad despotenciada cuando
el estímulo de las relaciones
intersubjetivas se da a partir de la abyección y la negación del sujeto como
entidad sensible-trascendente.
Tal es el caso de las
imágenes sobre cuerpos ensangrentados o mutilados como las publicadas en las
páginas de sucesos de los diarios, donde lo siniestro produce un enganche a
partir de la abyección y la alteridad. La anormalidad crea un espacio de
significación alterna, que en un determinante sentido, posiciona al sujeto
enunciante-espectador dentro de las
esferas de la normalidad y la vida, en todo caso, es una reafirmación del
sujeto a partir del otro desmembrado.
Y aquí se debe hacer una
salvedad justa y necesaria, esta subjetividad despotenciada no puede ser
confundida con una estética de lo feo, porque esta representa una subjetividad
subversiva que surge frente a la institucionalización de la forma y los
discursos del poder.
Entonces, la subjetividad subversiva tiene lugar
cuando las revueltas íntimas se convierten en acciones trascendentes; espacios
de la enunciación que superan el estadio de los hechos y/o las cosas (el
Romanticismo, las utopías, el proceso libertario latinoamericano), todas ellas transitan por las esferas de la
conciencia superior que hace ver los hechos más allá de las acciones humanas y
los transforma en categorías simbólicas impelidas por la espiritualidad a
manera de generación de universos simbólicos alternos a la realidad tipificada
de real.
Mientras que la subjetividad reflexiva es aquella
que se sirve del discurso estético para crear su campo simbólico; la podemos
señalar en dos direcciones para ejemplificar que a través del arte se puede
establecer una reflexividad por demás productiva. Tal es el caso del ensayo
lírico, en el cual, el discurso poético cuestiona espacios y prácticas sociales
reñidas con los valores y principios del hombre, y en Venezuela tenemos un
ejemplo fehaciente en el genio y la figura de Andrés Eloy Blanco, quien
construyó un repertorio poético basado en la corporeización de personajes
representantes de la periferia social, Juan Bimba, la loca Luz Caraballo, entre
otros, estampas de la tierra, hoy representados como paradigmas de una
tradición que corre paralela a los tiempos actuales.
Y sobre esta reflexión, es menester volver a la
referencia anterior sobre los cuerpos desmembrados y en atribución a una
subjetividad despotenciada. Y pensar en el cuadro la batalla de Guernica de Pablo Picasso, allí el desmembramiento y
la fragmentariedad no se queda en lo simplemente siniestro, sino que desde la
metáfora plantea escenarios de la interpretación que conducen hacia una
subjetividad trascendente para que el hombre se vea reflejado frente a los
horrores de la guerra y la irracionalidad de sus semejantes en función a la
apetencia y el poder. Entonces son circunstancialidades enunciativas que producen su generación signica dentro del discurso cultural.
Cuerpos cambiantes que en su metamorfosis van
creando nuevas alternativas de interpretación y sentido. Acontecimientos que
van corporeizándose para establecer arquetipos que sobreviven al paso del
tiempo. Entonces, todas las expresiones de los contextos sociales se
manifiestan en el cuerpo y sus diversas metáforas.
CIUDADANÍA Y CORPORALIDAD, LAS METÁFORAS DEL SER
Consecuentemente, la historia de los hombres y los
pueblos también se hacen testimonio corporal para crear espacios de
representación y significación donde las acciones se corporeizan, y al mismo
tiempo, trascienden a los espacios de la sublimidad terrena, a los estatutos de
la divinidad que otorgan los paradigmas de la historia y los pueblos. Una
historia de cuerpos aleccionadores construyen el principio identitario de los
hombres a partir del hombre mismo que ha superado las barreras de lo
estrictamente humano y limitado. Entonces, asistimos a una cultura de lo
corporal o corpocultura que alegoriza lo trascendente del pasado en la
construcción de futuros a partir de la construcción de universos simbólicos
sustentados en las imágenes.
Porque en todo caso, la historia de la humanidad
tiene un potencial inicio en una historia de la sensibilidad; todas las
religiones, vinculan un tronco común a la conciencia mítica como la legación
sensible que hacen las deidades a la tierra y sus criaturas. Dan cuerpo a lo amorfo
para ordenar el caos; afianzan la unión primigenia y primordial del hombre y la
tierra; y al mismo tiempo, consolidan un sistema de representación que legitima
el cuerpo desde su sublimidad; porque la deidad se hace alegoría corporal,
desdoblamiento de lo mítico y del hombre a manera de espacio de
autorreconocimiento.
Dios es Dios como metáfora del hombre; el hombre es
metáfora de Dios por una relación profundamente representacional, donde el
cuerpo es metáfora del ser mismo y del otro en complemento de la sublimidad. En
tal caso, estamos frente a una subjetividad mística que logra su afianzamiento
signico en los cuerpos alegorizados; cuerpo de Cristo, sangre de Cristo,
creando una ciudadanía del espíritu, el vínculo identificatorio con la deidad a
través de imágenes duales que representan al uno por el otro, en un intercambio
de roles que no llega a un proceso de sustitución o desplazamiento entre la
deidad y el sujeto enunciante. Ello no ocurre por la mediación del ritual a
manera de proceso de sostenimiento de la preeminencia de la deidad y la
oportunidad del oferente de ingresar a dimensiones místicas, aun cuando no
pueda permanecer para siempre en ellas, pero si se puedan materializar en
imágenes y lugares.
Y como caso concreto, podemos mencionar, las
estatuas y monumentos conmemorativos, así como también, ya lo hicimos con los museos, espacios de la
gran nostalgia, para reconstruir el pasado desde diferentes dimensiones y
expresiones del conocimiento. Cuerpos petrificados en imágenes, (sobre esta piedra
edificarás mi Iglesia, ciudadanía mística, o, sobre los escombros de la guerra
edificarán la república, ciudadanía heroica/bélica); moldeados a partir de un
proceso de intervención subjetiva a partir de diversos y diferentes discursos.
La estatua, el monumento se convierten en el congelamiento del momento
histórico, pero al mismo tiempo, los espacios que la contextualizan; las
plazas, museos establecen fronteras y delimitaciones con los tiempos presentes
para conservar el espacio originario que representan.
El tiempo histórico se detiene a partir de lo
subjetivo y se transforma en tiempo interior, instrumento identificatorio,
mediador entre presente y pasado, donde la imagen es el agente modelizador del
presente en función de lo simbolizado para el sujeto enunciante que se reafirma
en la unidad simbólica que le provee esta particular textualización de la
imagen que:
Sólo
pudo establecerse una conexión –es decir, sólo pudo hacerse visible, captarse y
representarse perceptivamente- por medio de un signo, esto es, por medio de una
imagen que puede separarse de la percepción inmediata y conservarse en la
memoria. El signo surgió para establecer la sincronicidad, con el oculto deseo
de hacer que un hecho correspondiera a otro (Read, 1975: 17).
De esta manera, la relación simbólica de las
imágenes, además de la textualización espacial aludida en párrafos precedentes,
también incorpora agentes de la temporalización referencial. Escenarios de la
enunciación icónica-testimonial que permite no sólo resguardar la memoria de la
humanidad, sino jerarquizarla a través de los procedimientos de periodización
que el hombre ha establecido en su afán por reconstruir la historia y la
evolución de los tiempos para someterlos a diferentes formas y maneras de
interpretación.
Y el gran fundamento de ello es el lenguaje y su
impresionante capacidad de creación de mundos tangibles e intangibles, de esa
evolución de sociedades eminentemente orales a la sociedad de la imagen que
permite la diversificación de los espacios de la enunciación; unos desde el
centro; otros desde la periferia; pero todos dentro de una CORPOHISTORIA que permite
establecer relaciones signicas dentro de los diversos y disímiles discursos
culturales.
Pero además de indagar en esos espacios
constitutivos de la ciudadanía como centro de la corporalidad histórica, LA
CORPOHISTORIA también indaga en las incertidumbres de la ciudadanía como
variaciones de los espacios y tiempos de la enunciación, y el surgimiento de los cuerpos alternativos, cuerpos
de la abyección; de la transgresión; la manifestación de los cuerpos
travestidos; de los cuerpos andróginos; los cuerpos caricaturizados que desde
una periferia irrumpen para oponer su sistema representacional a lo establecido
social y culturalmente. Donde la esencia manifestada en símbolos corporales se
desdobla como la representación de la subjetividad subyacente en los
textos-discursos. Entre otros
casos, Don Quijote, una de las máximas
representaciones de la subjetividad subversiva. Mafalda, los Simpson; metáforas
del cuestionamiento social a partir de la ironía como procedimiento estético
para la reformulación de niveles de interpretación desde la caricaturización
del cuerpo, donde el dibujo animado es alegoría de la cotidianidad, además de
ser espacio del cuestionamiento y la ironización del sujeto y sus espacios.
Pero además, la cotidianidad se convierte en el gran
espacio enunciativo de los cuerpos alternativos como portavoces de los espacios
de lo íntimo que permiten un posicionamiento dentro de los conglomerados
sociales, y a partir de la
transmigración sensible hacia los objetos en esa interesante dualidad sujeto-cuerpo;
sujeto-objeto (maniquí, muñecas) que desde niños contribuyen a la construcción
de nuestra visión de mundo, a partir de una exploración profundamente sensible.
Pero así mismo, forman parte del mundo primordial que servirá de arquetipo del
inconsciente colectivo para futuros órdenes simbólicos, y en esta oportunidad,
las tiras cómicas son muestra fehaciente de ello. Allí se construyen imágenes
que conforman realidades paralelas a partir de cuerpos andróginos, tal es el
caso de las heroínas, mezcla de voluptuosidad y valor (Mujer Maravilla) que hoy
día se corporeizan en carne y hueso.
Y dentro de esta alterabilidad de los cuerpos
andróginos en los espacios de la significación-representación, el boxeo
femenino visto desde LA CORPOHISTORIA es el cuerpo intervenido y manipulado. El
cuerpo teatralizado, simulado, convertido en cuerpo alternativo que quiere
convertirse en primordial. Es la androginia
a manera de construcción de ciudadanías alternas desde la imagen y el
deseo; la fuerza y la seducción. Mujeres soldado, boxeadoras que nos remontan a
las heroínas destacadas en un escenario de aparente ficción, pero que en la
retrospección simbólica se hacen realidad. Es decir, la imagen proyectada, se
hace realidad, ingresa a los espacios de la cotidianidad y los niveles de
verosimilitud la consolidan como real.
Constante e irremediablemente se produce una
legación de atributos corposensibles del yo al objeto para crear una relación
intersubjetiva, vivimos en un mundo que personaliza los objetos como expresión
de lo humano, tal es el caso de los fondos de pantalla de los celulares y
computadoras. Al mismo tiempo que los objetos más cercanos y personales,
cotidianos, se convierten en espacios de la enunciación sensible; mediadores
entre el sujeto y lo comunitario. Entonces, las ciudades se convierten en una
sincrética alegoría de los cuerpos, espejos que miran y permiten mirarse;
espacios donde conviven lo antiguo, lo nuevo y lo irreverente como formas de
expresar la vida, bajo las sustituciones y los desplazamientos. Tal es el caso
del graffiti como isotopía sustituyente en la refiguración de sentidos y
significados, imágenes que se han impregnado del sujeto a razón de espacio de
enunciación; imágenes que parecieran cobrar vida a manera que son interrogadas
desde diferentes tiempos y espacios.
Obviamente, esa transmigración subjetiva se aprecia
en ese paso hacia los objetos, la relación sujeto-objeto se convierte en
mediadora, vocera o portavoz del enunciante que los convierte en espacios y
tiempos de su enunciación a través de las imágenes y sus relaciones signicas
dentro de los discursos culturales
En virtud de lo anterior, la CORPOHISTORIA, se
vislumbra como una posibilidad metodológica para establecer relaciones signicas
dentro de la cultura, donde los
arquetipos corporales juegan una relación simbólica de suma importancia dentro
de la interpretación histórica, porque a partir de ellos se puede reconstruir,
tanto de manera facsimilar, como desde
la alegoría, procesos históricos que nos dejan percibir y analizar lo aparente
y lo figurado, la imagen y lo representado; pero en todo caso, el cuerpo como
espacio simbólico de las vicisitudes del hombre en su constante construcción
metafórica desde sus espacios históricos e íntimos. Esto es, del cuerpo como el
gran espacio y tiempo de la enunciación. El cuerpo transmigrado en imágenes que
generalmente no guardan fidelidad con sus propósitos originarios, sino que
mudan de piel en constante metamorfosis dentro de complejos campos semióticos
que convergen dentro de los discursos culturales y su polisemia.
CONCLUSIONES
El propósito de este trabajo ha sido mostrar la
transmigración simbólica del cuerpo y su conversión en grafismo testimonial
dentro de las relaciones signicas de la cultura. Para ello se ha hecho
referencia a diferentes circunstancias enunciativas que forman campos
semióticos a partir del cuerpo y sus desdoblamientos referenciales, para
establecer una red simbólica en la formación de imaginarios que constituyen
ciudadanías sensibles que intentan dar respuesta a las constantes interrogantes
del Sujeto en su recorrido tanto intrasubjetivo como intersubjetivo por los
espacios socio-culturales.
Imagen y cuerpo interaccionan en la conformación de
enunciados metafóricos que representan al hombre y su mundo transfigurado en
imaginario, transmigración del lenguaje para establecer un grafismo
testimonial, al mismo tiempo, de ser realidad subjetivada que hereda una
cosmovisión cultural a través de la relación individua-comunitaria que sostiene
tanto la memoria histórica como la memoria cósmica; universos paralelos que
sostienen las relaciones sígnicas de la cultura.
Esta interacción nos ha permitido construir un
principio argumentativo que hemos designado CORPOHISTORIA, para significar la
historia como un campo semiótico alegorizado a través cuerpo como el gran
espacio de la enunciación, desde donde
es posible narrar el mundo, narrarse como sujeto, posicionarse dentro de
la esfera individual-colectiva. Por ello, hemos considerado al cuerpo como texto, y a partir de un acercamiento
ontosemiótico, realizar un cartograma simbólico desde la arquitectura sensible.
En este sentido, propugnar por una semiosis representada por la circulación
sensible de los símbolos, y su prolongación en isotopías culturales que
interactúan dentro de la semiosfera.
La imagen como metáfora
de la sensibilidad transfigurada en cuerpo, expresión patémica que se
constituye en discurso argumentativo, testimonial, histórico o cósmico; pero
discurso que siempre lleva dentro de sí,
los hologramas corporales que identifican y representan a los sujetos
enunciantes, sus formas de narrar y constituir el mundo; el mundo del sujeto y
el mundo de las imágenes, que al final, es un mismo mundo vertido en una
compleja relación sígnica.
BIBLIOGRAFÍA
Barthes, Roland (1992) La cámara lúcida. Barcelona. Ediciones Paidós.
Benjamín, Walter (1980) Imaginación y sociedad. Madrid. Taurus.
Castoriadis, Cornelius
(1983) La institución imaginaria de la
sociedad. Barcelona. Tusquets Editores.
Fielder, Conrad (1994) Los aforismos del arte. Milán. Assoclati.SPA.
Lotman, Yuri (1981) Semiosfera I. Madrid. Cátedra.
Read, Herbert (1975) Imagen
e idea. México. Fondo de Cultura
Económica.
Ricoeur, Paul (2001) La metáfora viva. Madrid. Ediciones Cristiandad.
______________ (1999) “Respuesta a mis críticos”, Fractal, Nº 13, abril-junio, año 3,
volumen IV, pp.129-137. Traducción del francés: Flora Botton-Burlá.
______________ (2005) “Volverse capaz, ser
reconocido”, Esprit, Nº 7, julio.
Traducción de Mónica Portnoy. Centro Cultural y de Cooperación de México.
Instituto Francés de América Latina para la versión española.
[1]
Tradicionalmente, la
definición de Ontosemiótica está relacionada a la matemática en función de la
relación del conocimiento matemático con la intención didáctica, privilegiando
las relaciones cognitivas. En nuestro caso,
referimos a la semiótica que privilegia al enunciante manifestado a través de
la cadencia del texto, y el texto a manera de acto volitivo del enunciante,
encuentro entre el acto consciente e inconsciente del productor del discurso
desde donde es posible tratar de abordar las diferentes coordenadas de sentido,
la significancia referida por Barthes, para intentar nominalizar las disímiles
variables de significación dentro de una contextualización determinada.
[2]
De
segundo grado los llama Castoriadis al proponer una prolongación del imaginario
del hombre dentro de los contextos sociales: “Nos encontramos
primero, está claro, con lo simbólico en el lenguaje. Pero lo encontramos
igualmente, en otro grado y de otra manera, en las instituciones. Las
instituciones no se reducen a lo simbólico, pero no pueden existir más que en
lo simbólico, son imposibles fuera de un simbólico en segundo grado y constituyen cada una su red simbólica.” (1983. :201)En
este sentido, la idea se hace a partir del lenguaje como el universo simbólico
de primer grado; la instancia desde donde se entretejen todas las redes
simbólicas al involucrar al hombre y su espiritualidad.
[3]
Nuestra base conceptual
fundamental sobre la metáfora y sus potencialidades de representación, las
asumimos desde las teorías desarrolladas por Paul Ricoeur en su texto La metáfora viva (2001)
[4]
Para esta conceptualización
de la agregación en los procesos significantes, quiero significar las
circunstancialidades enunciativas desde donde el ser construye las visiones del
mundo a partir del ser mismo y desde las posicionalidades históricas o míticas,
tal sea el lugar de la enunciación. Por lo tanto, las imágenes no designan al
mundo, sino la posibilidad de éste desde la perspectiva objetiva y subjetiva; o
por qué no, la transferencia simbólica mediada por el individuo y la capacidad simbólica del lenguaje para alegorizar mundos
objetivos o subjetivados, pero mundos como alegoría del hombre.
[5]
Toda la evolución de la
humanidad se ha sustentado en una base mítica, asociada a la creación del
mundo, ello nos da una base cognitiva-referencial para establecer un mundo
primordial cósmico que sirve de imaginario base dentro de la evolución de la
humanidad.
[6]
Como forma de denominar la capacidad
generativa de la semiótica para producir movimientos, significaciones y
resignificaciones de los discursos como circunstancialidades enunciativas.
[7] Roland Barthes en La cámara lúcida, distingue dos sujetos:
el mirado y el mirante, para establecer esa manera de operar la significación
entre la imagen y el espectador. Además de lo propuesto por Barthes, creemos
que la imagen contiene un sujeto evocado como analogía de lo real, y un sujeto
pretendido que se construye a partir del orden simbólico. Aclarando que no lo
llamamos objeto porque estamos intentando procesar la información a través de
la red intersubjetiva de los enunciantes, y de esta manera existe una
transposición de roles entre sujeto y objeto; una muestra fehaciente de ello,
el proceso de humanización-objetualización que a partir de la legación sensible
hace crear una red simbólica a partir de la subjetividad, o, más bien, la
subjetivación de la realidad.
[8]
Este enfoque parte de un primer estudio realizado en
Maracaibo, sobre Hermenéutica y semiosis
en la red intersubjetiva de la nostalgia, (2010) donde propusimos una
semiótica de la afectividad-subjetividad como metodología de análisis del
discurso, y a raíz de esa investigación, surgieron varios proyectos de
investigación que fueron financiados por el CDCHTA de la ULA, entre ellos: La nostalgia en el proceso creador de
Vicente Gerbasi, (NURR-H-422-07-06-B),
Bolívar, el humano ser (NURR-H-456-08-06-B), y El proceso independentista, una lectura semiótica.(NURR-H-486-10-B).
Además, la publicación y divulgación de estos estudios permitió confrontar
nuestra propuesta con otras ideas, de las cuales derivó la inclinación por la
definición de Ontosemiótica, como una forma definir una semiótica del sujeto y
la sensibilidad cultural, bajo las relaciones intersubjetivas implícitas en los
diversos discursos.
[9]
A través de la ipseidad y lo ídem; Paul
Ricoeur define la identidad del sujeto referida a lo intrasubjetivo y lo
intersubjetivo, privilegiando las nociones de sentido dado a un acontecimiento
como una dialéctica entre el sujeto consigo mismo y su espacio comunitario. Por
lo tanto, y en correspondencia a lo desarrollado hasta el momento; la imagen
será un agente de mediación derivado de una necesidad de comunicarse a través
de las dos dimensiones señaladas anteriormente. Y donde comunicarse es
simultáneamente un acto de reconocimiento de los espacios íntimos, públicos y
privados.
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