martes, 23 de diciembre de 2014

LA CORPOHISTORIA Y LAS RELACIONES SIGNICAS DE LA CULTURA



LA CORPOHISTORIA Y LAS RELACIONES SIGNICAS DE LA CULTURA.
LUIS JAVIER HERNANDEZ CARMONA
LISYL. ULA-NURR
RESUMEN
Bajo las nociones de Corpohistoria se pretende enfocar las relaciones signicas de la cultura alrededor de la imagen como ente mediador entre los sujetos enunciantes y sus circunstancias enunciativas. Y bajo la aplicación Ontosemiótica referir al sujeto como texto que permite, a través de la corporeización de los referentes, la construcción de un universo simbólico en constante refiguración dentro de un grafismo testimonial que sirve de mundo primordial, pero a la vez, de punto de reflexión e inflexión para la generación de nuevos discursos donde la imagen se hace metáfora para leer el mundo desde las perspectivas de ciudadanía a manera de posicionamiento enunciativo dentro de contextos específicos. Es inferir, el mundo como texto, y al texto como mundo, bajo el reino de la imagen.
Palabras clave: Corpohistoria, discurso, cultura, sujeto, imagen.



ABSTRACT
Under Corpohistoria notions of relationships is to focus signic of culture around the image as a mediating body between subjects and circumstances enunciantes declarative. And under the application ontosemiotic text refer to the subject as you can, through the embodiment of the leaders, the construction of a symbolic universe constantly refiguring within a testimonial graphics serving primordial world, but at the same time point reflection and inflection for generating new discourses where the image becomes metaphor for reading the world from the perspectives of citizenship by way of example positioning within specific contexts. It is inferred, the world as text, and the text as a world, under the reign of the image.
Keywords: Corpohistoria, speech, culture, subject, image.






¡Qué aclare!
¡Qué amanezca en el cielo y la tierra!
No habrá gloria ni grandeza
Hasta que exista la criatura humana:
El hombre formado.
POPOL VUH

INTRODUCCIÓN
Esta investigación propone la interacción entre el Sujeto y la cultura a través de las metáforas del cuerpo como relación sígnica en la pluralidad de los discursos, quienes tradicionalmente, han insistido en la orientación sociológica que vincula el texto con el contexto, privilegiando las incidencias contextuales que demarcan  el discurso entre centros y periferias. Para ello, se plantea una interacción desde el cuerpo como isotopía estética-discursiva que permita discernir sobre la sensibilidad trascendida o sensibilidad cultural. De esta manera, insistiremos en la posicionalidad del sujeto y su relación con el objeto corporeizado dentro de la dinámica que implica el pacto interpretante  a partir de las relaciones de intersubjetividad.

Desde el cuerpo representando la historia, o la historia establecida como metáfora del cuerpo, proponemos una revisión académica en base al sujeto enunciante que construye desde la enunciación, mundos de la representación que son una respuesta a lo individual-comunitario, que han intentado dar respuesta a las ‘formas de narrar’ el mundo, o más bien, corporeizar el mundo, para hacerlo espacio de resignificación del sujeto.
Bajo el razonamiento anterior, surge la Ontosemiótica[1], o semiótica de la afectividad-subjetividad, como metodología de análisis del narrar como reconfiguración de la memoria individual-comunitaria a partir del sujeto enunciante que construye un objeto enunciado en función de un espacio sensibilizante. Propuesta que permite abordar diferentes y diversos discursos para reconvenir sobre la impelencia de lo óntico a través de la filosofía del lenguaje y su desdoblamiento en enunciados metafóricos. Y es a partir de la Ontosemiótica que podemos explorar articulaciones claves en torno a diversas ramas vinculadas al lenguaje para crear un instrumento de reflexión a partir de las isotopías intersubjetivas y su interrelación dentro de la cultura, y no sólo desde lo enteramente inmanente, sino a partir de la creación de suprarrealidades, tal es el caso de los sueños, los mitos o el discurso ficcional, donde la contextualidad pierde referencia inmediata y se constituye en mundo posible que funda su propia lógica de sentido.
  LA IMAGEN: LA ANALOGÍA CUERPO/SER
El epígrafe extraído del Popol Vuh nos remite a una interesante alegorización del hombre nombrado desde diferentes perspectivas simbólicas, pero en el caso que nos atañe, vamos a destacar fundamentalmente dos de ellas; una, la criatura humana, sinónimo de sensibilidad, sentir y sentimiento (gramática-arqueología-arquitectura de los  sentimientos);  la otra, el hombre formado (el cuerpo como espacio de la enunciación, el cuerpo como recipiendario natural del lenguaje que nombra y construye la imagen). De esta manera, estamos frente a la constitución de un cuerpo significado y significante a partir de lo orgánico y lo sensible como lugares de la enunciación (exterioridad-intimidad).
De la misma manera, la gloria y la grandeza son colateralidades simbólicas del hombre en función de sus espacios de enunciación y construcción de sistemas de representación y significación a partir del autorreconocimiento. Será la concreción de la conciencia del hombre a través de la legitimación dentro de una conciencia histórica y una conciencia cósmica o mítica. Dos instancias que paralelamente se corresponden en el compartimiento de la realidad y la ficción como puntos de equilibrio simbólico dentro de las sociedades a lo largo de los tiempos y la historia de las ideas. Porque indudablemente, la humanidad se construye en base a las imágenes que intentan testimoniar la evolución del hombre y sus épocas, esa es la concreción figurativa de la cultura.
Esto es, la configuración de imaginarios[2] que constituyen los espacios de representación del Ser en su devenir humano y social. Devenir que para efectos de nuestra investigación, lo llamaremos grafismo testimonial, para referir toda aquella red simbólica que ha entretejido el hombre para comunicarse, y en ese empeño, dejar constancia ancestral de su paso por la historia. Por lo tanto, se erige un importante e imprescindible campo semiótico construido inicialmente con una finalidad lingüística-comunicativa; para luego, establecerse como una tentativa hermenéutica que extrapola las referencialidades dentro de lo polivalente, el sentido figurado y el enunciado metafórico.
Bajo esta óptica, podemos definir una textualización espacial de la imagen  dentro de las relaciones signicas que establece dentro de lo intradiscursivo y lo extradiscursivo. Punto de discurrencia simbólica dentro de su figuración como espacio o escenario de la enunciación. Porque esta textualización espacial  es la que permite la conversión de la imagen en campo semiótico, destacado a partir de la relación isotópica, quien junto  a los referentes evocados de la sensibilidad, produce la interacción semiótica de los sujetos a través de las imágenes. Por ello, la concepción de metáfora a partir de las nociones de enunciado de la representación y no de la sustitución, adquiere aquí, una relevante significación[3].
La metáfora representa la posibilidad de sacar al exterior una forma de ver que nos es cercana a través de la figuración de una esfera íntima que marca toda generación discursiva-enunciativa que linda entre lo visible e invisible; por lo tanto, la esencia de la imagen está en su potencialidad simbólica que se va generando a partir de lo agregado por los enunciantes-espectadores, y donde reside la posibilidad de hacer visible lo invisible, cierta la incertidumbre o tangible lo intangible.
En tal sentido, las imágenes además de constituir  una reproducción analógica de la realidad,  son procesadas a partir de un proceso intersubjetivo que permite la empatía entre los enunciantes involucrados, al mismo tiempo, que surge la agregación de procesos significantes[4]. Por lo tanto, los enunciantes van creando métodos de interpretación para el abordaje de esas  imágenes dentro de las posibilidades de argumentación que establecen la textualización espacial y las relaciones de significación atribuidas.
 Para ello, vamos a tomar en cuenta un ejemplo; o más bien, una conversión simbólica de una imagen dentro de un campo semiótico determinado. Recurramos a una imagen dentro de la llamada imagenología médica; una radiografía que demuestre para su lector una anomalía del cuerpo físico-orgánico, ello remite a una semiosis que podemos llamar limitada o estratificada.
Ahora, imaginemos que en esa misma radiografía se sugiere la silueta o figura que puede ser asociada con una deidad (José Gregorio Hernández); la imprevisibilidad rompe con la causalidad y amplía la textualización espacial de la imagen que desborda lo intradiscursivo y se transforma en metáfora del cuerpo místico concatenado en una red simbólica sustentada en un grafismo testimonial.  A partir de un proceso de agregación mística, las relaciones de significación se amplían dentro de una semiosis ilimitada que va más allá de la imagen radiográfica que se distiende entre la conciencia de lo real y la conciencia mística, conecta las relaciones signicas  dentro de un contexto cultural que se ha formulado a través de esa interrelación entre lo místico y lo histórico[5].
Pero además, debemos considerar a los enunciantes desde los cuerpos sensibles y su potencialidad simbólica a partir de la ensoñación y la reminiscencia de referentes, el juego de la memoria y sus formas simbólicas que actúan como catalizadores de la referencialidad gráfica dentro de los discursos de lo íntimo; expresados de la manera más profunda en los discursos estéticos; esos discursos caracterizados por el momento de aprehensión trascendente de una noción de realidad, donde:  “El acto específicamente estético es el tomar posesión de un segmento descubierto de lo real, establecer sus dimensiones y definir su forma. La realidad es, pues, aquello que de este modo articulamos, y lo que articulamos sólo puede comunicarse por su forma estética” (Read,  1975: 16).
Indudablemente son procesos de conversión donde la subjetividad natural se hace trascedente a través de la autoconciencia de los enunciantes para producir imágenes que intenten representar lo real, o más bien, la conformación de lo real a través de la subjetividad trascendente que crean espacios y tiempos de la enunciación que rebasan las categorías expresamente lógicas, y crean una lógica de sentido afectivizada. Uno de los mayores ejemplos reside en la nostalgia, ese maravilloso reconstruir las imágenes a través de la ensoñación, y mediante el goce de recordar. Allí reside la fuerza representativa de los museos; los espacios de la nostalgia por excelencia, donde lo representado es un eterno retorno a tiempos originales-fundacionales que motivan tiempos presentes y futuros, y donde indudablemente las agregaciones subjetivas son de vital importancia dentro de su permanencia en el universo simbólico que conforman.
Y dentro de esa impelencia semiótica[6] de la imagen, aparece la doble perspectiva entre el sujeto evocado y el sujeto pretendido[7]; dos formas de enunciar desde diferentes circunstancialidades semióticas, donde el sujeto evocado es el que aparece directamente referenciado en lo intradiscursivo de la imagen, mientras el sujeto pretendido, desarrollará sus perspectivas de significación dentro de las esferas de lo extradiscursivo; subyugado a las relaciones de significación que le inducen una imagen semiótica en constante construcción. Garantizándole esta particularidad semiótica una constante redimensión dentro de la red simbólica, y como caso concreto apelamos a la imagen dentro de los discursos estéticos, donde las refencialidades se amplían a través de las figuraciones estésicas.
Por lo tanto, la figuración del sujeto  pretendido dentro de la imagen, o más aún, dentro de una semiótica de la imagen, radica precisamente en las relaciones intra e intersubjetivas de los sujetos enunciantes que devienen en nuevos órdenes simbólicos, así lo compartimos con la tesis de Conrad Fielder:
La actividad artística comienza en el momento en que el hombre se encuentra frente a frente con el mundo visible como en algo terriblemente enigmático… En la creación de una obra de arte el hombre se entrega a una lucha con la naturaleza no por su experiencia física, sino por su existencia espiritual  (Fielder, 1994: 21).
Pero más allá de los discursos estéticos nos encontramos con el discurso publicitario, enunciados potencialmente alegóricos que centran su atención en las referencias extradiscursivas, en el que la imagen representada se potencia en las agregaciones de los sujetos enunciantes. Tomemos por ejemplo, las agregaciones de tipo erótico, fundamentalmente representadas por cuerpos semidesnudos, tal es el caso de una emblemática modelo que representa una popular marca de cerveza en Venezuela, alegorizada por la simbiosis de “catira regional”, la humanización del objeto del deseo diversificado entre la triada conformada por la mujer, la botella y el contenido de ésta; referencias todas orientadas hacia el color dorado (dicho sea de paso, el color que representa la santidad) que funcionará como isotopía concatenante entre las imágenes que aparecen en diferentes espacios de contextualización.
En torno a lo anterior, y en referencia al presente enfoque, además de la similitud  entre el cuerpo femenino (objetualizado en la estática de la imagen) y la botella representando el objeto a través del cual se puede poseer-aprehender el cuerpo simbolizado, la modelo aparece semidesnuda y sin rostro. Ello es evidencia de la erotización dentro de espacios de la cotidianidad, no hay rostro, no hay territorialización de la mujer entre lo ordinario y lo extraordinario, lo que implica una cercanía con los sujetos enunciantes-espectadores, quienes de alguna manera quedan en la libertad de colocar el rostro que corresponde con sus necesidades subjetivas. Y allí, la apropiación simbólica es singularmente productiva a partir de la agregación erótica como el universal simbólico que soporta la intencionalidad comercial.
Mujer, cuerpo, deseo; conjuntados en las esferas de una topografía urbana que sirve de gran escenario para estructurar los espacios del  espectáculo que acompañan al hombre en su diario devenir y en la construcción de una historia graficada y vivida en la inmediatez, entre centros y periferias desde donde el hombre se disipa y se reencuentra más allá de las cronologías y los empeños de la historia conmemorativa. Pero siempre encontrándose en la escenificación de situaciones reales o hipotéticas para graficar el acontecimiento sucedido y otorgarle sentido a través de su impostación en imágenes.
LA CORPOHISTORIA, UNA FORMA DE NARRAR EL MUNDO.
Y desde el cuerpo, el sujeto no sólo se reconoce en las certidumbres, sino también en las incertidumbres que permiten fundar sistemas de representación tanto desde las racionalidades como desde las subjetividades. Por lo tanto, en nuestro señalado sujeto pretendido las imágenes se potencian en la incertidumbre, en las incausalidades que hacen al sujeto no solo autorreconocerse, sino posicionarse en las diversas ciudadanías que confiere la CORPOHISTORIA dentro del discurso cultural.
Porque indudablemente el sujeto proyecta las imágenes a partir de su más grande y reconocido espacio de la enunciación: el cuerpo; ese cuerpo que no es un simple objeto biológico, sino una diáspora simbólica movida por la pasión y el deseo a partir de una patemización de las experiencias, y por ende, de las imágenes. En el procesamiento infinito del acontecimiento vivido y el acontecimiento figurado en la configuración del sentido, y donde la imagen se hace agente mediador; forma de leer el mundo desde el sujeto como texto, pero al mismo tiempo, del texto como sujeto.
Bajo esa refundación del sentido a partir del acontecimiento, los filósofos se han preguntado y repreguntado sobre la relación entre el hombre y el lenguaje como la mayor potencialidad creadora de imaginarios, tal es el caso de Walter Benjamín:
Puesto que un acontecimiento vivido es finito, al menos está incluido en la esfera de la vivencia, y el acontecimiento recordado carece de barreras, ya que es sólo clave para todo lo que vino antes que él y tras él. Y todavía es en otro sentido el recuerdo el que prescribe estrictamente cómo ha de tejerse. (Benjamín, 1980: 19).
Vivencia y recordación son formas productoras de imágenes centradas en el sujeto enunciante que realiza un complejo e importante proceso de reconversión signica que se desprende de lo estrictamente gráfico para sumarse dentro de un proceso simbólico donde  las instancias profundamente humanas trasvasan el discurso explícito y dejan la recurrencia implícita como ese gran articulador de significación dentro de las relaciones signicas de la cultura leída desde los sujetos enunciantes a través de un principio subjetivo como la gran metáfora del sujeto desdoblado en imágenes..
Y si Lotman (1981) describe la cultura a razón de texto que puede ser leído desde diferentes maneras, y producto de las tensiones y distensiones, desde la Ontosemiótica[8] se puede leer al individuo como un texto en sus relaciones intra e intersubjetivas, y en ambas dimensiones se estructura una red simbólica sostenida por el acto de asociar-recordar, forma de posicionarse desde el yo íntimo en los espacios tanto públicos como privados para generar imágenes que permitan reconocerse y autorreconocerse en el ya aludido proceso intra e intersubjetivo; esto es, establecer un desdoblamiento entre el enunciante y las imágenes que forman su imaginario cultural, o si se prefiere, la cultura en función  al imaginario.
Por lo tanto, el cuerpo es una metáfora de la historia, y la historia, una metáfora de los cuerpos, y esa interrelación simbólica (semiótica) ha creado una simbiosis, una metáfora que construye LA CORPOHISTORIA como una derivación de la conciencia del hombre y su pertinencia histórica; como una transposición de la memoria desdoblada en tres facetas imprescindibles en la relación signica de toda  cultura: la memoria histórica, la mítica y la íntima.
De allí que, la corporeidad de las acciones se convierte en testimonio, en lexía para perpetuarse en las sociedades del conocimiento, por una parte, y por la otra, para constituirse en elemento identificatorio del hombre y su sentido de pertenencia con sus espacios tanto exteriores como íntimos. En párrafos anteriores se hizo referencia al grafismo testimonial, espacio y tiempo de la convergencia entre sujetos e imágenes diversificados en las potencialidades simbólicas generadas por las dinámicas culturales y su intento por preservarse ante el paso del tiempo y la construcción de la historia. Y esa preservación es dual, el hombre y la cultura; la cultura y el hombre, un binomio indisoluble que puede ser reconstruido entre las imágenes y los vuelos de la imaginación.
En resumen, lo que hace la memoria o el testimonio es crear un espacio de significación (semiosis) llamado ciudadanía. Y dentro de los discursos culturales, ciudadanía es una isotopía que denota efectos de pertenencia universal, nacional o local. En fin, es un proceso identificatorio que involucra tanto el estado de las cosas como el estado del sujeto en correspondencia con la subjetividad relacionante. De allí que, LA CORPOHISTORIA esté profundamente relacionada con la noción de ciudadanía y las identidades del sujeto enunciante (IDEM/IPSE)[9]; tanto ciudadanías fundacionales-contextuales como ciudadanías-trasgresoras.
Y a partir de la definición de estas dos ciudadanías se intenta dejar claro los posicionamientos enunciativos desde lo establecido (fundacionales) y lo subversivo (trasgresión de los cánones y paradigmas) para significar las relaciones de tensión y distensión que pueden producirse dentro del discurso cultural y su representación en imágenes que apunte a uno u otro enfoque.
Por lo tanto, La CORPOHISTORIA es la metaforización (lugar de la representación-enunciación) de los cuerpos dentro  y fuera de la memoria testimonial-trascendental. Por ello, la CORPOHISTORIA está íntimamente vinculada a la subjetividad, responde a un principio subjetivo que es la base de toda construcción signica en la relación: estado del sujeto y  el estado de las cosas. La subjetividad como el momento de la experiencia (campo platónico de las ideas con una densidad ontológica) donde el cuerpo se hace imagen dentro de una memoria colectiva sometida y legitimada por las leyes del tiempo, asegurando su permanencia icónica-ideológica.
Y a partir de esa notación el principio subjetivo se desdobla en diferentes posicionalidades enunciativas; subjetividad absoluta, despotenciada, subversiva, y reflexiva.  La subjetividad absoluta rompe con los radicalismos, es un desestabilizador natural y originario, obviamente, por provenir del sujeto (arte, utopía, subversión). La subjetividad despotenciada es cuando lo subjetivo se convierte en discurso del poder, tal es el caso de la historia, que nace como expresión de la sensibilidad nacional y ciudadana para convertirse en paradigma excluyente. Pero además podemos hablar de una subjetividad despotenciada cuando el estímulo de las relaciones intersubjetivas se da a partir de la abyección y la negación del sujeto como entidad sensible-trascendente.
Tal es el caso de las imágenes sobre cuerpos ensangrentados o mutilados como las publicadas en las páginas de sucesos de los diarios, donde lo siniestro produce un enganche a partir de la abyección y la alteridad. La anormalidad crea un espacio de significación alterna, que en un determinante sentido, posiciona al sujeto enunciante-espectador  dentro de las esferas de la normalidad y la vida, en todo caso, es una reafirmación del sujeto a partir del otro desmembrado.
Y aquí se debe hacer una salvedad justa y necesaria, esta subjetividad despotenciada no puede ser confundida con una estética de lo feo, porque esta representa una subjetividad subversiva que surge frente a la institucionalización de la forma y los discursos del poder.
Entonces, la subjetividad subversiva tiene lugar cuando las revueltas íntimas se convierten en acciones trascendentes; espacios de la enunciación que superan el estadio de los hechos y/o las cosas (el Romanticismo, las utopías, el proceso libertario latinoamericano),  todas ellas transitan por las esferas de la conciencia superior que hace ver los hechos más allá de las acciones humanas y los transforma en categorías simbólicas impelidas por la espiritualidad a manera de generación de universos simbólicos alternos a la realidad tipificada de real.
Mientras que la subjetividad reflexiva es aquella que se sirve del discurso estético para crear su campo simbólico; la podemos señalar en dos direcciones para ejemplificar que a través del arte se puede establecer una reflexividad por demás productiva. Tal es el caso del ensayo lírico, en el cual, el discurso poético cuestiona espacios y prácticas sociales reñidas con los valores y principios del hombre, y en Venezuela tenemos un ejemplo fehaciente en el genio y la figura de Andrés Eloy Blanco, quien construyó un repertorio poético basado en la corporeización de personajes representantes de la periferia social, Juan Bimba, la loca Luz Caraballo, entre otros, estampas de la tierra, hoy representados como paradigmas de una tradición que corre paralela a los tiempos actuales.
Y sobre esta reflexión, es menester volver a la referencia anterior sobre los cuerpos desmembrados y en atribución a una subjetividad despotenciada. Y pensar en el cuadro la batalla de Guernica de Pablo Picasso, allí el desmembramiento y la fragmentariedad no se queda en lo simplemente siniestro, sino que desde la metáfora plantea escenarios de la interpretación que conducen hacia una subjetividad trascendente para que el hombre se vea reflejado frente a los horrores de la guerra y la irracionalidad de sus semejantes en función a la apetencia y el poder. Entonces son circunstancialidades enunciativas que producen su generación signica dentro del discurso cultural.
Cuerpos cambiantes que en su metamorfosis van creando nuevas alternativas de interpretación y sentido. Acontecimientos que van corporeizándose para establecer arquetipos que sobreviven al paso del tiempo. Entonces, todas las expresiones de los contextos sociales se manifiestan en el cuerpo y sus diversas metáforas.
CIUDADANÍA Y CORPORALIDAD, LAS METÁFORAS DEL SER
Consecuentemente, la historia de los hombres y los pueblos también se hacen testimonio corporal para crear espacios de representación y significación donde las acciones se corporeizan, y al mismo tiempo, trascienden a los espacios de la sublimidad terrena, a los estatutos de la divinidad que otorgan los paradigmas de la historia y los pueblos. Una historia de cuerpos aleccionadores construyen el principio identitario de los hombres a partir del hombre mismo que ha superado las barreras de lo estrictamente humano y limitado. Entonces, asistimos a una cultura de lo corporal o corpocultura que alegoriza lo trascendente del pasado en la construcción de futuros a partir de la construcción de universos simbólicos sustentados en las imágenes.
Porque en todo caso, la historia de la humanidad tiene un potencial inicio en una historia de la sensibilidad; todas las religiones, vinculan un tronco común a la conciencia mítica como la legación sensible que hacen las deidades a la tierra y sus criaturas. Dan cuerpo a lo amorfo para ordenar el caos; afianzan la unión primigenia y primordial del hombre y la tierra; y al mismo tiempo, consolidan un sistema de representación que legitima el cuerpo desde su sublimidad; porque la deidad se hace alegoría corporal, desdoblamiento de lo mítico y del hombre a manera de espacio de autorreconocimiento.
Dios es Dios como metáfora del hombre; el hombre es metáfora de Dios por una relación profundamente representacional, donde el cuerpo es metáfora del ser mismo y del otro en complemento de la sublimidad. En tal caso, estamos frente a una subjetividad mística que logra su afianzamiento signico en los cuerpos alegorizados; cuerpo de Cristo, sangre de Cristo, creando una ciudadanía del espíritu, el vínculo identificatorio con la deidad a través de imágenes duales que representan al uno por el otro, en un intercambio de roles que no llega a un proceso de sustitución o desplazamiento entre la deidad y el sujeto enunciante. Ello no ocurre por la mediación del ritual a manera de proceso de sostenimiento de la preeminencia de la deidad y la oportunidad del oferente de ingresar a dimensiones místicas, aun cuando no pueda permanecer para siempre en ellas, pero si se puedan materializar en imágenes y lugares.
Y como caso concreto, podemos mencionar, las estatuas y monumentos conmemorativos, así como también,  ya lo hicimos con los museos, espacios de la gran nostalgia, para reconstruir el pasado desde diferentes dimensiones y expresiones del conocimiento. Cuerpos petrificados en imágenes, (sobre esta piedra edificarás mi Iglesia, ciudadanía mística, o, sobre los escombros de la guerra edificarán la república, ciudadanía heroica/bélica); moldeados a partir de un proceso de intervención subjetiva a partir de diversos y diferentes discursos. La estatua, el monumento se convierten en el congelamiento del momento histórico, pero al mismo tiempo, los espacios que la contextualizan; las plazas, museos establecen fronteras y delimitaciones con los tiempos presentes para conservar el espacio originario que representan.
El tiempo histórico se detiene a partir de lo subjetivo y se transforma en tiempo interior, instrumento identificatorio, mediador entre presente y pasado, donde la imagen es el agente modelizador del presente en función de lo simbolizado para el sujeto enunciante que se reafirma en la unidad simbólica que le provee esta particular textualización de la imagen que:
Sólo pudo establecerse una conexión –es decir, sólo pudo hacerse visible, captarse y representarse perceptivamente- por medio de un signo, esto es, por medio de una imagen que puede separarse de la percepción inmediata y conservarse en la memoria. El signo surgió para establecer la sincronicidad, con el oculto deseo de hacer que un hecho correspondiera a otro (Read,  1975: 17).

De esta manera, la relación simbólica de las imágenes, además de la textualización espacial aludida en párrafos precedentes, también incorpora agentes de la temporalización referencial. Escenarios de la enunciación icónica-testimonial que permite no sólo resguardar la memoria de la humanidad, sino jerarquizarla a través de los procedimientos de periodización que el hombre ha establecido en su afán por reconstruir la historia y la evolución de los tiempos para someterlos a diferentes formas y maneras de interpretación.
Y el gran fundamento de ello es el lenguaje y su impresionante capacidad de creación de mundos tangibles e intangibles, de esa evolución de sociedades eminentemente orales a la sociedad de la imagen que permite la diversificación de los espacios de la enunciación; unos desde el centro; otros desde la periferia; pero todos dentro de una CORPOHISTORIA que permite establecer relaciones signicas dentro de los diversos y disímiles discursos culturales.
Pero además de indagar en esos espacios constitutivos de la ciudadanía como centro de la corporalidad histórica, LA CORPOHISTORIA también indaga en las incertidumbres de la ciudadanía como variaciones de los espacios y tiempos de la enunciación,  y el surgimiento de los cuerpos alternativos, cuerpos de la abyección; de la transgresión; la manifestación de los cuerpos travestidos; de los cuerpos andróginos; los cuerpos caricaturizados que desde una periferia irrumpen para oponer su sistema representacional a lo establecido social y culturalmente. Donde la esencia manifestada en símbolos corporales se desdobla como la representación de la subjetividad subyacente en los textos-discursos.  Entre otros casos,  Don Quijote, una de las máximas representaciones de la subjetividad subversiva. Mafalda, los Simpson; metáforas del cuestionamiento social a partir de la ironía como procedimiento estético para la reformulación de niveles de interpretación desde la caricaturización del cuerpo, donde el dibujo animado es alegoría de la cotidianidad, además de ser espacio del cuestionamiento y la ironización del sujeto y sus espacios.
Pero además, la cotidianidad se convierte en el gran espacio enunciativo de los cuerpos alternativos como portavoces de los espacios de lo íntimo que permiten un posicionamiento dentro de los conglomerados sociales, y a  partir de la transmigración sensible hacia los objetos en esa interesante dualidad sujeto-cuerpo; sujeto-objeto (maniquí, muñecas) que desde niños contribuyen a la construcción de nuestra visión de mundo, a partir de una exploración profundamente sensible. Pero así mismo, forman parte del mundo primordial que servirá de arquetipo del inconsciente colectivo para futuros órdenes simbólicos, y en esta oportunidad, las tiras cómicas son muestra fehaciente de ello. Allí se construyen imágenes que conforman realidades paralelas a partir de cuerpos andróginos, tal es el caso de las heroínas, mezcla de voluptuosidad y valor (Mujer Maravilla) que hoy día se corporeizan en carne y hueso.
Y dentro de esta alterabilidad de los cuerpos andróginos en los espacios de la significación-representación, el boxeo femenino visto desde LA CORPOHISTORIA es el cuerpo intervenido y manipulado. El cuerpo teatralizado, simulado, convertido en cuerpo alternativo que quiere convertirse en primordial. Es la androginia  a manera de construcción de ciudadanías alternas desde la imagen y el deseo; la fuerza y la seducción. Mujeres soldado, boxeadoras que nos remontan a las heroínas destacadas en un escenario de aparente ficción, pero que en la retrospección simbólica se hacen realidad. Es decir, la imagen proyectada, se hace realidad, ingresa a los espacios de la cotidianidad y los niveles de verosimilitud la consolidan como real.
Constante e irremediablemente se produce una legación de atributos corposensibles del yo al objeto para crear una relación intersubjetiva, vivimos en un mundo que personaliza los objetos como expresión de lo humano, tal es el caso de los fondos de pantalla de los celulares y computadoras. Al mismo tiempo que los objetos más cercanos y personales, cotidianos, se convierten en espacios de la enunciación sensible; mediadores entre el sujeto y lo comunitario. Entonces, las ciudades se convierten en una sincrética alegoría de los cuerpos, espejos que miran y permiten mirarse; espacios donde conviven lo antiguo, lo nuevo y lo irreverente como formas de expresar la vida, bajo las sustituciones y los desplazamientos. Tal es el caso del graffiti como isotopía sustituyente en la refiguración de sentidos y significados, imágenes que se han impregnado del sujeto a razón de espacio de enunciación; imágenes que parecieran cobrar vida a manera que son interrogadas desde diferentes tiempos y espacios.
Obviamente, esa transmigración subjetiva se aprecia en ese paso hacia los objetos, la relación sujeto-objeto se convierte en mediadora, vocera o portavoz del enunciante que los convierte en espacios y tiempos de su enunciación a través de las imágenes y sus relaciones signicas dentro de los discursos culturales
En virtud de lo anterior, la CORPOHISTORIA, se vislumbra como una posibilidad metodológica para establecer relaciones signicas dentro de la cultura, donde  los arquetipos corporales juegan una relación simbólica de suma importancia dentro de la interpretación histórica, porque a partir de ellos se puede reconstruir, tanto de manera facsimilar,  como desde la alegoría, procesos históricos que nos dejan percibir y analizar lo aparente y lo figurado, la imagen y lo representado; pero en todo caso, el cuerpo como espacio simbólico de las vicisitudes del hombre en su constante construcción metafórica desde sus espacios históricos e íntimos. Esto es, del cuerpo como el gran espacio y tiempo de la enunciación. El cuerpo transmigrado en imágenes que generalmente no guardan fidelidad con sus propósitos originarios, sino que mudan de piel en constante metamorfosis dentro de complejos campos semióticos que convergen dentro de los discursos culturales y su polisemia.

CONCLUSIONES
El propósito de este trabajo ha sido mostrar la transmigración simbólica del cuerpo y su conversión en grafismo testimonial dentro de las relaciones signicas de la cultura. Para ello se ha hecho referencia a diferentes circunstancias enunciativas que forman campos semióticos a partir del cuerpo y sus desdoblamientos referenciales, para establecer una red simbólica en la formación de imaginarios que constituyen ciudadanías sensibles que intentan dar respuesta a las constantes interrogantes del Sujeto en su recorrido tanto intrasubjetivo como intersubjetivo por los espacios socio-culturales.
Imagen y cuerpo interaccionan en la conformación de enunciados metafóricos que representan al hombre y su mundo transfigurado en imaginario, transmigración del lenguaje para establecer un grafismo testimonial, al mismo tiempo, de ser realidad subjetivada que hereda una cosmovisión cultural a través de la relación individua-comunitaria que sostiene tanto la memoria histórica como la memoria cósmica; universos paralelos que sostienen las relaciones sígnicas de la cultura.
Esta interacción nos ha permitido construir un principio argumentativo que hemos designado CORPOHISTORIA, para significar la historia como un campo semiótico alegorizado a través cuerpo como el gran espacio de la enunciación, desde donde  es posible narrar el mundo, narrarse como sujeto, posicionarse dentro de la esfera individual-colectiva. Por ello, hemos considerado al cuerpo como texto, y a partir de un acercamiento ontosemiótico, realizar un cartograma simbólico desde la arquitectura sensible. En este sentido, propugnar por una semiosis representada por la circulación sensible de los símbolos, y su prolongación en isotopías culturales que interactúan dentro de la semiosfera.
La imagen como metáfora de la sensibilidad transfigurada en cuerpo, expresión patémica que se constituye en discurso argumentativo, testimonial, histórico o cósmico; pero discurso que siempre  lleva dentro de sí, los hologramas corporales que identifican y representan a los sujetos enunciantes, sus formas de narrar y constituir el mundo; el mundo del sujeto y el mundo de las imágenes, que al final, es un mismo mundo vertido en una compleja relación sígnica.
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______________ (1999) “Respuesta a mis críticos”, Fractal, Nº 13, abril-junio, año 3, volumen IV, pp.129-137. Traducción del francés: Flora Botton-Burlá.
______________ (2005) “Volverse capaz, ser reconocido”, Esprit, Nº 7, julio. Traducción de Mónica Portnoy. Centro Cultural y de Cooperación de México. Instituto Francés de América Latina para la versión española.



[1] Tradicionalmente, la definición de Ontosemiótica está relacionada a la matemática en función de la relación del conocimiento matemático con la intención didáctica, privilegiando las relaciones cognitivas. En nuestro caso, referimos a la semiótica que privilegia al enunciante manifestado a través de la cadencia del texto, y el texto a manera de acto volitivo del enunciante, encuentro entre el acto consciente e inconsciente del productor del discurso desde donde es posible tratar de abordar las diferentes coordenadas de sentido, la significancia referida por Barthes, para intentar nominalizar las disímiles variables de significación dentro de una contextualización determinada.

[2] De segundo grado los llama Castoriadis al proponer una prolongación del imaginario del hombre dentro de los contextos sociales: “Nos encontramos primero, está claro, con lo simbólico en el lenguaje. Pero lo encontramos igualmente, en otro grado y de otra manera, en las instituciones. Las instituciones no se reducen a lo simbólico, pero no pueden existir más que en lo simbólico, son imposibles fuera de un simbólico en segundo grado y constituyen cada una su red simbólica.” (1983. :201)En este sentido, la idea se hace a partir del lenguaje como el universo simbólico de primer grado; la instancia desde donde se entretejen todas las redes simbólicas al involucrar al hombre y su espiritualidad.
[3] Nuestra base conceptual fundamental sobre la metáfora y sus potencialidades de representación, las asumimos desde las teorías desarrolladas por Paul Ricoeur en su texto La metáfora viva (2001)
[4] Para esta conceptualización de la agregación en los procesos significantes, quiero significar las circunstancialidades enunciativas desde donde el ser construye las visiones del mundo a partir del ser mismo y desde las posicionalidades históricas o míticas, tal sea el lugar de la enunciación. Por lo tanto, las imágenes no designan al mundo, sino la posibilidad de éste desde la perspectiva objetiva y subjetiva; o por qué no, la transferencia simbólica mediada por el individuo y la capacidad  simbólica del lenguaje para alegorizar mundos objetivos o subjetivados, pero mundos como alegoría del hombre.
[5] Toda la evolución de la humanidad se ha sustentado en una base mítica, asociada a la creación del mundo, ello nos da una base cognitiva-referencial para establecer un mundo primordial cósmico que sirve de imaginario base dentro de la evolución de la humanidad.
[6] Como forma de denominar la capacidad generativa de la semiótica para producir movimientos, significaciones y resignificaciones de los discursos como circunstancialidades enunciativas.
[7] Roland Barthes en La cámara lúcida, distingue dos sujetos: el mirado y el mirante, para establecer esa manera de operar la significación entre la imagen y el espectador. Además de lo propuesto por Barthes, creemos que la imagen contiene un sujeto evocado como analogía de lo real, y un sujeto pretendido que se construye a partir del orden simbólico. Aclarando que no lo llamamos objeto porque estamos intentando procesar la información a través de la red intersubjetiva de los enunciantes, y de esta manera existe una transposición de roles entre sujeto y objeto; una muestra fehaciente de ello, el proceso de humanización-objetualización que a partir de la legación sensible hace crear una red simbólica a partir de la subjetividad, o, más bien, la subjetivación de la realidad.   
[8] Este enfoque  parte de un primer estudio realizado en Maracaibo, sobre Hermenéutica y semiosis en la red intersubjetiva de la nostalgia, (2010) donde propusimos una semiótica de la afectividad-subjetividad como metodología de análisis del discurso, y a raíz de esa investigación, surgieron varios proyectos de investigación que fueron financiados por el CDCHTA de la ULA, entre ellos: La nostalgia en el proceso creador de Vicente Gerbasi, (NURR-H-422-07-06-B), Bolívar, el humano ser (NURR-H-456-08-06-B), y El proceso independentista, una lectura semiótica.(NURR-H-486-10-B). Además, la publicación y divulgación de estos estudios permitió confrontar nuestra propuesta con otras ideas, de las cuales derivó la inclinación por la definición de Ontosemiótica, como una forma definir una semiótica del sujeto y la sensibilidad cultural, bajo las relaciones intersubjetivas implícitas en los diversos discursos.
[9] A través de la ipseidad y lo ídem;  Paul Ricoeur define la identidad del sujeto referida a lo intrasubjetivo y lo intersubjetivo, privilegiando las nociones de sentido dado a un acontecimiento como una dialéctica entre el sujeto consigo mismo y su espacio comunitario. Por lo tanto, y en correspondencia a lo desarrollado hasta el momento; la imagen será un agente de mediación derivado de una necesidad de comunicarse a través de las dos dimensiones señaladas anteriormente. Y donde comunicarse es simultáneamente un acto de reconocimiento de los espacios íntimos, públicos y privados. 

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