PABLO NERUDA: DE LA POÉTICA DEL AMOR A LA PROSA DE LA JUSTICIA
Luis Javier Hernández Carmona
Universidad de Los Andes
Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (LISYL)
RESUMEN
La pretensión académica de esta investigación radica en
articular una revisión de la obra de Pablo Neruda a partir de la ontosemiótica
y su particular propósito de discernir este discurso estético por medio de la
poética del amor, prosa de la justicia, voluntad creadora y acción ideológica a
modo de configuraciones expresivas que crean espacios de reflexión e inflexión
sobre realidades sociopolíticas a través del verso encarnado en equidad social
y práctica sensible. Para de esta manera establecer relaciones dialógicas entre
las diferentes etapas creacionales del autor a través de la transversalidad
referencial, fusión simbólica y transcorporalidad como campos enunciativos que
evidencian la generación de una estética vinculante a través de las relaciones
de significación-representación e interconexiones entre: sujetos, textos,
contextos y referentes. Todo ello convergido en dialogismo enriquecedor de las
posibilidades de interpretación desde varias posicionalidades: estéticas,
ideológicas, nociones de arte comprometido y otras corrientes del pensamiento
que convergen e interactúan en circunstancialidades patémico-enunciativas
determinadas.
Palabras Clave: Ontosemiótica, transversalidad, fusión,
corporalidad, simbólico.
PABLO NERUDA:
FROM THE POETICS OF LOVE TO THE PROSE OF JUSTICE
SUMMARY
The academicpretension of
thisresearch lies in articulating a review of the work of Pablo Neruda from the
Ontosemiotics and itsparticularpurpose of discerningthisaestheticdiscourse by
means of the poetics of love, prose of justice, creativewill and ideological
action by way of expressive configurations thatcreatespaces of reflection and
inflection on sociopoliticalrealitiesthrough the incarnated verse in social
equity and sensible practice. In order to establishdialogical relations between
the differentcreation stages of the authorthroughreferentialtransversality,
symbolic fusion and transcorporeality as enunciativefieldsthatdemonstrate the
generation of a bindingaestheticthrough the relationship of
signification-representation and interconnections between:subjects, texts,
contexts and referents. All thisconverged in a dialogue thatenriches the
possibilities of interpretationfromvariouspositionalities:aesthetic,
ideological, notions of compromised art and othercurrents of thoughtthat
converge and interact in specificpathemics-enunciativescircustantialities.
Keywords: Ontosemiotics,
transversality, fusion, corporality, symbolic.
INTRODUCCIÓN
Los propósitos de esta investigación están fundados en los
principios de la ontosemiótica[1] o semiótica de la afectividad-subjetividad[2] que
privilegia las relaciones de significación-representación a partir del enunciante
como instancia sensible e instauración del cuadrante:
sujeto-texto-sujeto-contexto; mediante el centramiento en ese enunciante que
construye el objeto enunciado en función de un espacio sensibilizante para
desbordar desde lo óntico las fronteras del texto e indagar sobre la
transtextualidad que permite incorporar perspectivas
fenomenológico-hermenéuticas y relaciones simbólicas entre acontecimiento real
y patemia, para proponer la generación de semiosis a partir de relaciones intra
e intersubjetivas.
Bajo esta óptica metodológica surge el subjetivema a
manera de isotopía vinculante entre la referencialidad simbólica-contextual y
los sujetos enunciantes que articulan imaginarios socioculturales a través del
lenguaje creador. Entendiendo por subjetivema “la construcción simbólica que
crea una territorialización de la sensibilidad a partir de la función
existencial para posibilitar la intersubjetividad entre los sujetos
enunciantes-atribuyentes” (Hernández, 2014: 180); generando espacios
enunciativos como formas de leer el mundo y diversificación de las lógicas de
sentido a través de las relaciones de significación.
En tal dirección se intentará develar el binomio
contenido en el desdoblamiento de la voluntad estética en imaginario social
para construir tapices de historia figurada a través de la mirada, a ratos
ensoñada, en momentos reveladora de la tragedia histórica que subsume al hombre
en medio de los discursos del poder y la dominación, al hombre atrapado dentro
de la materialidad e intrascendencia del mundo ajeno a los intereses sensibles
de los creadores y del arte en general. Esto es, a las realidades
desubjetivantes que niegan las potencialidades espirituales de los sujetos para
encajarlos dentro de los valores y principios de las relaciones de producción
socioeconómica.
Para tal fin, se articula el análisis ontosemiótico de
los planos discursivos-representacionales de la producción poética, en la cual los referentes eminentemente
existenciales ceden paso al referente amplificado en el espacio
histórico-social que aglutina las categorías de una realidad cuestionada y
reflexionada poéticamente. Estableciéndose de esta manera un elemento medular
representado por el amor entre la producción literaria del autor y su actitud
frente a los valores espirituales del hombre; recurrencia que permite mantener
los criterios de unidad referencial dentro del universo simbólico construido
por Neruda, donde quizá el amor no argumenta, pero la injusticia sí, haciendo
del amor práctica social del lenguaje e intención trascendente de quien está
dispuesto a trabajar por la equidad social como forma de comprenderse dentro de
la figuración social.
En consecuencia, detallaremos cómo se produce el alejamiento de la
trascendencia estético-espiritual –metafísica- para asumir la cotidianidad a
manera de punto de acceso a la realidad social, demarcado por el tránsito del
cuerpo a razón de escenario del deseo, amor trascendido y especularidad sígnica,
hacia instancias colectivas, en las cuales, asistimos al desdoblamiento de la
corporalidad femenina en noción de patria, madre y su transversalidad referencial
con hombres e hijos como vínculos de consanguineidad simbólica y
establecimiento de sentidos de pertenencia, apropiación y compromiso con las
circunstancialidades enunciativas devenidas del entorno acechante y
transfiguradas en discurso poético.
DE LA VOLUNTAD CREADORA A LA ESTÉTICA VINCULANTE
La voluntad creadora es la
visión narrada –poetizada- de la vida idealizada bajo los propósitos
trascendentes de los enunciantes; de allí que lo narrativo responde a lo
experencial-histórico en función de los hechos humanos fundamentales; esto es,
con base en lo transhistórico –metafísica de la persona-, tal y como refiere
Ricoeur, citado en la introducción de Amor
y Justicia por su traductor:
<<la tarea de la metafísica sería la de detectar
los invariantes fundamentales en los
que se puede reconocer el invariable
humano>>. Invariables humanos son la capacidad de diálogo, la acción y el
sufrimiento en una realidad interpretable, la posibilidad de memoria, es decir,
de narración. <<Hay hombre cuando hay capacidad de juzgar entre el bien y
el mal >>. (Declaraciones de Ricoeur a El país, 28-11-1986, p. 46).
(Moratalla, 1990, p. 10).
Según estas referencias estamos frente a la constitución
de una fenomenología hermenéutica del sí mismo bajo la recreación de lógicas de
sentido en cuanto interpretación teórica, que en este caso, está fundada en la
relación entre amor y justica; amor y presunción de ideales libertarios en los
cuales convergen todas las nociones de libertad como acción humana que va desde
la manifestación espiritual hasta la corporalidad sensible-erótica; pasando por
la práctica cotidiana, y de allí, a la acción política; espacios donde la
interacción de los términos genera nuevas redes de significación.
De esta manera la voluntad creadora constituye la
reciprocidad de las libertades encarnadas en diferentes visiones del amor;
acepciones que enriquecen la circulación de referentes y su transversalización
en la fusión simbólica constituyente de la estética vinculante como intercambio
o reciprocidad de representaciones entre seres de raigambre sensible. Así que esta estética vinculante se establece
a
manera de materia significada de una realidad interpretable o materia
significante. Además la estética vinculante está determinada por la voluntad en
sus derivaciones fenomenológico-hermenéuticas para la construcción de discursos
alternativos –estéticos en este caso-, a partir de una literatura filosófica
derivada de la sensibilidad reflexiva.
En
este sentido es menester puntualizar los pormenores de la fusión simbólica
aludida a manera de comprensión de lo referido por medio de la estética
vinculante y la presunción de horizontes de interpretación, destacándose el
elemento vinculante y diversificante de sentidos y redes de significación, a
decir de Gadamer:
Comprender es siempre el proceso de fusión de estos
presuntos «horizontes para sí mismos». La fuerza de esta fusión nos es bien
conocida por la relación ingenua de los viejos tiempos consigo mismo y con sus
orígenes. La fusión tiene lugar constantemente en el dominio de la tradición;
pues en ella lo viejo y lo nuevo crecen siempre juntos hacia una validez llena
de vida, sin que lo uno ni lo otro lleguen a destacarse explícitamente por sí
mismos (Gadamer, 1984, pp. 376-377).
Por lo que la incorporación de lo
simbólico a esta fusión posibilita la convergencia a manera de espacio
en el cual se hacen coincidir semióticamente los planos enunciativos en función
de lo lexical y lo figurado como líneas paralelas articuladas por relaciones de
significación establecidas a partir de un fin determinado o propósito de
investigación. De esta manera, la señalada convergencia son los espacios o
campos semióticos revelados a partir de la transversalidad referencial y la
fusión simbólica; dos formas de articular lógicas de sentido y de la
significación.
Ahora bien, en este aspecto es
preciso decantar el móvil de esta estética vinculante denominado voluntad creadora para destacar la prefiguración de la persona que
obra detrás de la producción de textos como instancias enunciativas para
nombrar al sujeto desde su identidad: narrativa, poética, social, política,
cultural, mítica, y
toda aquella constitución simbólica de la acción humana convertida en práctica
fundamental del Ser desplegado en función de la trascendencia y el
reconocimiento consigo mismo, los otros y los contextos enunciativos.
De hecho es un acercamiento a la
persona en su fundamentación ética a
partir de la triada: acción, lenguaje, narración; inherentes a la
fundamentación del sujeto humano en
una específica ubicación en los planos discursivos-representacionales, donde el
uso de la notación ‘planos’, es para
significar las circunstancialidades donde se generan las relaciones de
significación-representación desde diferentes semiosis, que en la transversalidad
referencial y fusión simbólica, crean dinámicas sígnicas desde la
transtextualidad. Adquiriendo esta transtextualidad una importancia capital en
el análisis discursivo y su sostenimiento en la metáfora y alegoría a manera de
formas distributivas de sentido.
E indudablemente ese correlato de voluntad creadora y estética vinculante deviene en concepción ética en la cual redunda
la experiencia a manera de base fundamental que indaga en los mundos
primordiales u originarios radicados en el amor como acción humana enfatizada
desde lo individual hacia lo colectivo en cónsona expresión dialéctica de lo
intra e intersubjetivo y sus mediaciones prácticas entre: sujeto, lenguaje y
contextos a través de la sublimidad de la alabanza del objeto amado y su
posterior conversión en principios de solidaridad consigo mismo y los otros a
partir del discurso poético y su infinita posibilidad en la construcción de
imaginarios; ya que: “en poesía las palabras-claves sufren amplificaciones de
sentido, asimilaciones inesperadas, interconexiones inéditas” (Ricoeur, 1990:
16).
En todo caso, con base en la
ontosemiótica, esas palabras claves aludidas por Ricoeur serán los subjetivemas
dentro de la articulación del sentido y establecimiento de las relaciones de
significación-representación a través de la transversalidad referencial y
fusión simbólica entre amor y justicia; o más bien, la subjetivación del amor y
la justicia a manera de prácticas de la cotidianidad, en las cuales, cuerpo y
formas de desear juegan un papel primordial en la formulación de
argumentaciones que van de lo corpóreo a lo transcorporal donde es posible
conjuntar las diversas isotopías concatenantes del orden discursivo en obvia
recurrencia del sujeto y sus espacios enunciativos en la imaginación simbólica.
Referida esta transcorporalidad como el tiempo-espacio en el cual se conjuntan
corporalidad y naturaleza humana con las ricas y complejas relaciones de
significación textual, discursiva, cultural y contextual.
A nuestro entender, en esta
transcorporalidad se ubican las dimensiones simbólicas que potencian los
imaginarios socioculturales y su intrincada red de producción de significados;
reflexión donde surge la conceptualización de corpohistoria, como:
Una
posibilidad metodológica para establecer relaciones sígnicas dentro de la
cultura, donde los arquetipos corporales juegan una relación simbólica de suma
importancia dentro de la interpretación histórica, porque a partir de ellos se
puede reconstruir, tanto de manera facsimilar, como desde la alegoría, procesos
históricos que nos dejan percibir y analizar lo aparente y lo figurado, la
imagen y lo representado; pero en todo caso, el cuerpo como espacio simbólico
de las vicisitudes del hombre en su constante construcción metafórica desde sus
espacios históricos e íntimos. Esto es, del cuerpo como el gran espacio y
tiempo de la enunciación (Hernández, 2013, p. 162).
Asumido
entonces el cuerpo a manera de espacio enunciativo, en la transcorporalidad
reside el desdoblamiento de lo simbólico, y por consiguiente, la
transtextualidad devenida del anteriormente referido cuadrante semiótico
entre: sujeto-texto-sujeto-contexto; ya que: “Somos sujetos permanentes de una
palabra que nos sujeta. Pero sujetos en proceso,
perdiendo a cada instante nuestra identidad, desestabilizados por las
fluctuaciones de esa misma relación con el otro que presenta sin embargo cierta
homeostasis que nos mantiene unificados” (Kristeva, 1985, p. 23).
Convirtiéndose esos desdoblamientos del sujeto en las posibilidades de
resignificarse y resignificar las realidades a través del lenguaje como
mediador.
Cónsonos con las ideas de la ontosemiótica y su
centramiento en el sujeto enunciante-atribuyente, cabe destacar la figuración
de la voluntad creadora como manifestación
transubjetiva que requiere de la estética
vinculante para manifestarse en toda su plenitud y propiciar la generación
de semiosis fundamentadas en lo figurado, con especial énfasis, en el discurso
metafórico-alegórico, en el cual: “El símbolo, como la alegoría, conduce lo sensible de
lo representado a lo significado, pero además, por la naturaleza misma del
significado inaccesible, es epifanía, es decir,
aparición de lo inefable por el significante (Durant, 1971, p. 14). Y
precisamente los territorios del amor y la justicia son posibles de recorrer a
partir de esta vinculación simbólica diversificada en el discurso poético de
Pablo Neruda, como intentaremos demostrar en los párrafos subsiguientes.
AMOR Y
JUSTICIA EN LA DIVERSIFICACIÓN SIMBÓLICA
Comencemos por señalar al amor como
espacio enunciativo a través de los intentos por construir un ideal
diversificado en un otro que ejerce funciones de balance, complementariedad y
fusión simbólica de la acción humana en diversas dimensiones representacionales
sustentadas en la transversalidad referencial que posibilita las relaciones de
significación. Concebido de esa manera, el amor es inherente a la experiencia
devenida de una necesidad subjetiva que intenta corporeizarse a través de la
transferencia de valores patemizados:
Ya que generalmente
se aborda como un sentimiento idealizado y magnificado por una retórica que compromete
al sujeto en la promesa de completud y plenitud bajo el signo del amor, que no
es otra promesa que la de ser uno en fusión con el otro-amado. El amor es
concebido frecuentemente como una voluntad o una pasión encauzada por los
diques del yo y de la conciencia (Aguirre y Vega, 1996, p. 48).
Visto desde esta perspectiva, el
amor es una fusión simbólica, una metáfora del yo y la creación de espacios
enunciativos desde donde ese yo se reconoce en función del otro, pero al mismo
tiempo, como manifestación discursiva y su vinculación con agentes de
normatización cultural, agencia una ética que le permite establecer rasgos
diferenciadores entre sus diversas expresiones-dimensiones: filial, patrio,
erótico, platónico, místico, fraterno, desexualizado, entre otras.
Expresiones-dimensiones desde las cuales se establecen estamentos reguladores
para garantizar su circulación dentro de los espacios de la significación; esto
es, la configuración de una moral del amor donde funda su propia lógica de
sentido, y en todo caso, crea una ética.
Con las anteriores presunciones
otorgadas al amor, este se convierte en imaginario que ocurre a las formas
discursivas para tratar de materializarse a manera de conciencia semiótica,
argumentada esta como reflejo activo de la realidad diversificada a través de
la mediación del lenguaje y sus posibilidades de interpretación. O mejor dicho,
a manera de construcción simbólica, en la cual, la realidad de la conciencia es
la realidad de las fusiones simbólicas que se puedan establecer en la
interacción y circulación de los signos dentro de los escenarios enunciativos y
los procesos de significación tanto subjetivos como contextuales; en que: subjetividad,
objetividad, utopía e ideología son formas de conciencia porque vehiculizan
ideas sobre la realidad designada (Bajtín, 1976, 2003).
En este
sentido estamos infiriendo la dialéctica simbólica a partir de las relaciones
intra e intersubjetivas, a decir de Bajtín (2003):
Yo me
conozco y llego a ser yo mismo sólo al manifestarme para otro, a través del
otro y con la ayuda del otro. Los actos más importantes que constituyen la
autoconciencia se determina por relación a la otra conciencia (al tú) […] Y
todo lo interno no se basta por sí mismo, está vuelto hacia el exterior, está
dialogizado, cada vivencia interna llega a ubicarse sobre la frontera, se ubica
con el otro, y en ese intenso encuentro está toda su esencia […] El mismo ser
del hombre (tanto interior como exterior) representa una comunicación más profunda. Ser significa comunicarse (p. 327)
(Resaltado en el original).
Teniendo en cuenta lo anterior, la
conciencia es acto dialógico, al mismo tiempo, semiótico, en cuanto a la
resignificación y cohabitación del sentido mediante las formas discursivas dentro
de las relaciones de significación. Y en el caso del amor en tanto conciencia:
Siempre
está dirigido a otro, sea este un semejante y/o la representación que hace el
sujeto de sí mismo. Se juega en el campo de una dialéctica, siempre bajo el
signo de la alteridad. Extrañamente, y en oposición al sentido común, no son
dos los personajes que intervienen en el drama amoroso, son cuatro. Esto es así
porque el enamorado ve en el objeto de amor no lo que este es, sino la imagen
idealizada que ha forjado del ser amado, desde ahí el objeto de amor queda
escindido entre lo que es y lo atribuido por el otro. A su vez, este ser amado,
en caso de corresponder, hará exactamente lo mismo: escindirá a su objeto. En
consecuencia tenemos cuatro posiciones: dos sujetos y dos ostentosas imágenes
yuxtapuestas (Aguirre y Vega, 1996, pp. 50-51).
Así pues, el amor construye una
lógica subjetivada que interactúa de una manera singular dentro de los espacios
culturales, y basada en el orden del lenguaje, parte de la experiencia
individual que es propia y única para cada sujeto para luego concatenarse con
otro a través de circunstancialidades enunciativas determinadas. Tal es el caso
de la erotización de los referentes, en la cual siempre tiene que existir un
sujeto erotizante para que fluya el objeto erotizado como fusión simbólica y
concreción de la realidad significada. En este sentido, se está argumentando la
presencia de una lógica patemizada, a razón de estructurante transubjetivo que
trasciende de una simple materialidad a los espacios de la voluntad creadora,
en donde, el amor se produce, crea sus formas de veridicción y cohabita con la
racionalidad.
En todo caso el amor es la
asimilación de los sentimientos por sí mismo y por el otro para la
identificación y comprensión del objeto metafórico radicado en la
transcorporalidad, en el cuerpo simbólico que contiene las claves para
desmenuzar esas lógicas de sentido subjetivado o trascendental, (estética
filosófica como elemento vinculante) que en este caso intentamos explicar a
través de la ontosemiótica y la identificación del objeto de estudio con lo
espiritual a manera de indicio “que tienen un sentido sin tener por ello una
significación. Repartidos por los diversos registros perceptivos (oído, vista,
olfato, tacto), los unos reciben el goce de los otros para hacer que exista la
expresión y la sensación propia” (Kristeva, 1988, p. 295).
De esta manera estamos en presencia
de un proceso de metaforización vinculante de los procesos semióticos como
inscripciones simbólicas que generalmente operan dentro de las paridades
oposicionales valor/antivalor, tal es el caso del amor y la justicia,
instancias categoriales movidas a través de la antítesis:
Que
confiere al amor el dinamismo gracias al cual pasa a ser capaz de movilizar una
variedad de afectos que designamos por sus estados terminales: placer vs. dolor,
satisfacción vs. descontento, alegría vs. angustia, felicidad vs. melancolía…
El amor no se limita a desplegar en torno a él toda esta variedad de afectos,
como un vasto campo de gravitación, pero crea entre ellos una espiral
ascendente y descendente que recorre en los dos sentidos (Ricoeur, 1990, p.
19).
No
obstante, en la operacionalidad de los campos semióticos los contrasentidos
rearticulan los procesos de significación, específicamente en la obra de Pablo
Neruda y su instauración de ideales de justicia y equidad a partir de la
injusticia e inequidad social, desde la irrupción de lo excluido y marginado
por las esferas sociales; surgiendo la refiguración de los contenidos
referenciales a partir de una fusión simbólica determinada por específicas circunstancialidades
enunciativas que desafían el carácter normativo de lo jurídico mediante la
apelación del espíritu y los afectos, ya que:
Una sociedad
cualquiera tiene todas las reglas a la vez, jurídicas, religiosas, políticas,
económicas, del amor y del trabajo, del parentesco y del matrimonio, de la
servidumbre y de la libertad, de la vida y de la muerte, mientras que su conquista
de la naturaleza sin la cual dejaría de ser una sociedad, se hace progresivamente,
de fuente en fuente de energía, de objeto en objeto. Por ello, la ley pesa
con todo su peso, incluso antes de que se sepa cuál es su objeto, y sin que
pueda saberse nunca exactamente (Deleuze, 1994, p. 41).
Ahora bien, dentro de los planos
enunciativos, la justicia argumenta a partir de la ley y las reglas; esto es,
desde lo imperativo, mientras el amor no argumenta desde cánones establecidos,
sino funda una argumentación soportada en valores subjetivados que llegan a
racionalizarse en función de una dialéctica del reconocimiento; particularidad
que equilibra las dimensiones del amor y la justicia, no solo terrena, sino
también divina. Puesto que el amor propende a la justicia, tal es el caso del
planteamiento de la poética de Pablo Neruda, creando un sentido a través de un
complejo entramado simbólico que trataremos de dilucidar más adelante.
Lo que si ocurre, es que en esa
dialéctica del amor y la justicia, el amor crea una especie de mandato
implícito dentro de la acción humana, que en muchos y deliberados momentos, se
convierte en práctica social o concreción institucional; un tránsito entre
ideología y utopía en los cuales se forjan ideales a partir de la identidad narrativa que aplica tanto
para personas como para instituciones. Identidad narrativa articulada a través
del lenguaje, tal y como lo apunta Paul Ricoeur (2004, p. 39): “el mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo
temporal. (…) el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo
narrativo; a su vez, la narración es significativa en la medida en que describe
los rasgos de la experiencia temporal”.
E indudablemente esa identidad
narrativa está profundamente relacionada con la transcorporalidad (corpohistoria)
y la asunción de una fusión simbólica a manera de principio de
interpretación-argumentación que parte del sujeto enunciante para luego
proyectarse en lo colectivo, en lo institucional como imaginario, puesto que:
La institución es una red simbólica, socialmente
sancionada, en la que se combinan, en proporción y relación variables, un
componente funcional y un componente imaginario. Esta autonomización de la
institución se expresa y se encarna en la materialidad de la vida social, pero
siempre supone también que la sociedad vive sus relaciones con las instituciones
a la manera de lo imaginario (Castoriadis, 1983, p. 228).
Así
lo narrativo está implícito en lo imaginario, constituyendo un binomio
indisoluble de las formas enunciativas de la realidad y sus diversas formas de
expresión; y: “la narración en este sentido, es ella misma una institución
obedeciendo los cánones para los cuales se cumple la dialéctica temporal de la
identidad” (Ricoeur, 1990, p. 124). Institución que puede convenirse desde la
subjetivación como lógica, o en su defecto, en función de la objetivación, tal
y como sucede con la historia en su diversificación más aludida: regional y
nacional, en la cual lo sincrético funda una convencionalidad, en la cual:
Muchos debates sobre la identidad nacional pueden
aparecer completamente falsos por el desconocimiento de la única identidad que
conviene a las personas y a las comunidades, a saber, la identidad narrativa,
con su dialéctica de cambio y de mantenimiento de sí mismo por la vía del
juramento y la promesa (Ricoeur, 1990, p. 124).
En
efecto el discurso estético de Pablo Neruda linda entre una poética del amor y
una necesidad de justicia; emana del cuerpo desnudo de la mujer deseada a la
cotidianidad del sujeto dentro de los imaginarios personales, para luego
inquirir en la justicia como forma de resarcimiento del yo y su contexto. Todo
ello conjuntado en la construcción de una particular identidad narrativa
mediada por lo terreno y lo divino; lo corpóreo trascendental como fusión
simbólica del Ser reivindicado en su propia esencia y la complementariedad en sus
semejantes.
LA CORPORALIDAD TRANSVERSA: LOS MOMENTOS ÍNTIMOS
Los
espacios íntimos reconfiguran al sujeto desde la perspectiva intrasubjetiva
para sentar los estamentos fundacionales de su relación consigo mismo y los
otros a través del amor carnal, erótico, pasional, a modo de acción humana
presupuesta en la esencia misma del sujeto. E indudablemente a través del otro
cuerpo deseado/poseído a partir de la palabra se construye la transcorporalidad
erótica donde se conjuntan en un mismo plano enunciativo el
erotismo y la construcción de subjetivemas basados en la sublimidad y la
trascendencia del cuerpo metaforizado en la representación del sujeto y sus
desdoblamientos en el discurso poético como fórmula ideal para construir una
estética del amor, por demás vinculante desde la reflexión patemizada.
Así mismo lo erótico funda una ética
transpuesta en amor con el establecimiento de las convencionalidades entre los
amantes para la materialización de la idealidad inmersa dentro de una
hermenéutica del sujeto fundada “en la idea de que hay en nosotros algo oculto y vivimos
siempre en la ilusión de nosotros mismos, una ilusión que enmascara el secreto. De ahí se
desprende la exigencia continua para el sujeto de descifrarse a sí mismo y su
deseo” (Foucault, 2002, p. 16). En este sentido, lo erótico en su figuración
ética constituirá la identidad narrativa que permite al sujeto configurarse y
reconfigurarse dentro de los espacios de la significación como respuesta a una
falta o carencia intentada solventar en la complementariedad con el otro.
En
particular, este hecho de la búsqueda de sí mismo es taxativamente evidente en
la poesía de Pablo Neruda, específicamente en la etapa que él mismo definió
como metafísica, en la cual el cuerpo femenino se hace fusión simbólica para
encontrarse en el deseo a manera de autoreconocimiento y reafirmación en la
metáfora de lo amado materializado en la palabra:
Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos,/ te pareces al mundo en actitud de
entrega./Mi cuerpo de labriego salvaje te socava/y hace saltar el hijo del
fondo de la tierra/Fui sólo como un túnel. De mi huían los pájaros,/y en mí la
noche entraba su invasión poderosa./para sobrevivirme te forjé como arma,/como
una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda (Neruda, 1977a, p. 13).
En
esta fusión simbólica como semiosis contentiva de lo afectivo más allá de lo
cotidiano aparece lo corpotelúrico o la junción del cuerpo femenino desdoblado
en tierra y deseo; tierra labrable con la mirada/palabra del oferente para
materializar el objeto amado en arma originaria (arco-flecha) o milenaria y
mística (honda) para reafirmar su presencia terrena en función del ideal
erótico. De esta manera la corporalidad transita desde lo físico-orgánico hasta
lo místico en correspondencia con lo sublime y sus posibilidades de homologar
la fragmentariedad en la convocatoria de la recomposición del sentido, ya que el erotismo es una metáfora del límite; como si el límite debiera dar lugar
a la plenitud del ser. Pues, en todo caso, el erotismo como metáfora busca el
punto central y oculto de la experiencia; en ese punto se determina el doble y
complementario flujo de sentido:
Oh, AMADA, oh claridad bajo mi cuerpo,/oh suave tú de la
aspereza desprendida,/eres toda la noche con su acción constelada/y el peso de
la luz que la atraviesa./Eres la paz del trigo que se prepara a ser/Oh amada
mía, acógeme y recógeme ahora en esta última isla nupcial que se estremece/como
nosotros con el latido de la tierra./Oh amada de cintura parecida a la
música,/de pechos agrandados en el Edén glacial,/de pies que caminaron sobre
las cordilleras,/Oh Eva Rosía, el reino no esperaba/sino el frío estallido de
la tormenta, el vuelo/de tórtolas salvajes, y eras tú que venías,/soberana
percibida, fugitiva del cielo (Neruda, 1977b, p. 66).
El discurso poético asume
la particularidad hímnica para alabar el cuerpo femenino mediante la
transversalidad referencial con variados elementos: telúricos, aéreos,
tempestuosos que sirven de escenario para el descenso de la amada a derramar la
calidez terrenal a quien admira a través de la palabra y utiliza las
exclamaciones retóricas a manera de recurso recurrente para puntualizar la
imagen añorada. Y mediante una transcorporeización produce un holograma que
encarna toda la figuración pretendida a través de la estética vinculante entre
el enunciante y la realidad significada.
Surge entonces la
cosmicidad de las locaciones enunciativas para abandonar la realidad tangible y
crear semiosis infinitas, constelativas en la cuales se hace eco lo
trascendente como visión onírica, donde el espacio de los sueños es la
posibilidad de enunciar la imposibilidad material:
Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte./Te estoy
amando aun en estas frías cosas./A veces van mis besos en esos barcos
graves,/que corren por el mar hacia donde no llegan./Ya me veo olvidado como
estas viejas anclas./Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde./Se
fatiga mi vida inútilmente hambrienta./Amo lo que no tengo./Estás tú tan
distante./Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos./Pero la noche llena y
comienza a cantarme./La luna hace girar su rodaje de sueño (Neruda, 1977a, p. 102).
Anudado a la perspectiva
nostálgica el referente acuático es el tránsito hacia el abandono de los
espacios cálidos del amor y la materialización del deseo en las instancias
sublimes del naufragio como transferencia hacia otros escenarios enunciativos
mediante el reconocimiento del abandono y el entonar una canción desesperada:
Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,/y en él cayó
mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!/De tumbo en tumbo aun llameaste y
cantaste./De pie como un marino en la proa de un barco/ […] Es la hora de
partir, la dura y fría hora/que la noche sujeta a todo horario/ […] Es hora de
partir. ¡Oh abandonado! (Neruda, 1977a, pp. 121-122).
Esta referencialidad
poética avizora una transmigración del cuerpo femenino individualizado hacia la
notación de patria en la cual se encuentra con la historia colectiva que
permite recorrer los senderos entre presente y pasado, e igualmente, se
autoreconoce en medio de la cotidianidad urbana para iniciar así a residir en
la tierra, y a partir de la reflexión poética hallar otras formas de trascendencia.
Allí, la corporalidad telúrica comienza a desprenderse en corpohistoria.
RESIDIR EN LA TIERRA O LA MUDANZA DEL ENCANTO
Bajo la isotopía
residir/habitar la tierra se pretende destacar la irrupción de una temática
completamente diferente a la de los espacios íntimos y su configuración en las
referencias del amor, cuerpo femenino y deseo carnal. Discurso poético centrado
básicamente en el yo de la enunciación y las divagaciones existenciales que
configuran su mundo primordial, tal es el caso de Crepusculario (1923) donde su referencialidad se hace nostálgica para
evocar el templo provinciano, la muchacha amada, el pueblo remoto, el padre o
el amigo; en fin, el balance e inventario de las isotopías existenciales que
sirven de referencia para evocar la noción de paraíso para el eterno retorno en
momentos de angustia y desesperación.
Residir en la tierra es el
encuentro con los espacios urbanos donde el sujeto sufre un proceso de
desubjetivación y se incorpora a una tropelía informe que lo conduce a la
materialización y cosificación. Es el hombre subsumido en una cotidianidad
trepidante que hace de la palabra poética su definición desde los artilugios de
la vestimenta o los enseres de trabajo, al mismo tiempo que simboliza la
conciencia del yo de la enunciación de su compromiso dentro de esa realidad,
con el inicio de una nueva travesía discursiva entre:
La voluntad de los motores se consumía lejos:/el humo de
los trenes iba hacia las ciudades/y yo, el empecinado, minero del
silencio,/hallé la zona sombra, el día cero,/donde el tiempo parecía
volver/como un viejo elefante o detenerse,/para morir tal vez, para seguir tal
vez,/pero entre noche y noche se preparaba el siguiente,/el día sucesivo como
una gota./Y aquí comienza esta sonata negra (Neruda, 1977b, p. 11).
En Residencias en
la tierra Neruda mostrará una residencia difícil, áspera, generadora de
vida y muerte; una residencia común para los hombres, y a la vez, residencia
del yo poético que intenta ser voz de la conciencia frente a la materialidad
representada por los establecimientos comerciales, mercaderías, ascensores. Por
lo que ya no se trata de la descripción de la naturaleza ensoñada mediante la
traslación con el cuerpo femenino, sino por la corporalidad que engulle y
devora: “Seguramente, eternamente me rodea/este gran bosque respiratorio y
enredado/con grandes flores como bocas y dentaduras/y negras raíces en forma de
uñas y zapatos” (Neruda, 1975, p.35).
En este aspecto residir en la tierra es presenciar la
fragmentación espacio-temporal que suplanta la unicidad alcanzada en la
corporeidad de los espacios íntimos y la calidez del amor; surgiendo el yo de
la enunciación a manera de exiliado que encuentra en la poesía la
reconfiguración del sentido como vehículo para abordar las realidades sociales
y políticas, al mismo tiempo que significa el viraje del discurso poético;
“Preguntaréis: ¿dónde están las lilas?/¿Y la metafísica cubierta de
amapolas?/¿Y la lluvia que a menudo golpeaba/sus palabras llenándolas/ de
agujeros y pájaros (Neruda, 1976, p.44). E indudablemente la figuración de los
ideales de justicia como desdoblamiento de otra forma de amar.
Además de representar otra forma de amar, en ese ideal de
justicia subyace el desdoblamiento de la presencia femenina en la corporalidad
colectiva representada por la patria: “Es mi patria y comprenso tu canto y tu
llanto/y toco el contorno de tus tricolores guitarras llorando y
cantando,/porque soy un puñado de polvo de tu cordillera/y vivo en tu amor el
suplicio de condecorar tus tormentos” (Neruda, 1977c, p. 69). Entonces se
convierte en cronista para contar la historia de los otros: “la historia de
aquél o del hijo de aquél/ o de nadie, de todos, porque este destino de
greda/nos hace en el horno del pueblo parejos, parientes profundos” (Ibíd.).
En particular, esta conversión en cronista lo hace
discernir en un amor que procura la justicia y equidad, tal y como se puede
apreciar en Canto General mediante la
construcción de circunstancialidades enunciativas desde la historia, los
discursos del poder y la lucha fratricida por éste; acontecimientos que cambian
la forma de subjetivar las instancias del amor y convertirlas en un padecimiento
más demoledor: “Yo sufro/solo los sufrimientos de mi pueblo. Yo vivo/ adentro,
adentro de mi patria, célula/ de su infinita y abrasada sangre,/no tengo tiempo
para mis dolores./Nada me hace sufrir sino estas vidas/que a mí me dieron su
confianza pura” (Neruda, 1982, p.325).
Esto lo lleva a convertirse en peregrino, donde el
peregrinar se hace homólogo al acto de reflexionar en busca de la justicia, aún
más, su discurso se convierte en prosa de la justicia al develar desigualdades
y penurias a partir de una nueva dimensión de lo telúrico que sigue sosteniendo
como base ancestral y escritural: “Soy el hombre del pan y el pescado/y no me
encontrarán entre los libros,/sino con las mujeres y los hombres:/ellos me han
enseñado el infinito” (Neruda, 1977d, p.50). Entonces se vuelve multitud en la
solidaridad y el sufrimiento colectivo, puesto que: “No me siento solo en la
noche/en la oscuridad de la tierra./Soy pueblo, pueblo innumerable/tengo en mi
voz la fuerza pura/para atravesar el silencio/y germinar las tinieblas/ […]
Desde la muerte renacemos” (Neruda, 1982, p.286).
E indudablemente no está aludiendo solo a la muerte
biológica, sino a la castración social que convierte a las personas en especie
de espectros deambulantes en medio de la cotidianidad:
Somos torpes los transeúntes, nos atropellamos/de
codos,/de pies, de pantalones, de maletas,/bajamos del tren, del jet, de la
nave, bajamos/con arrugados trajes y sombreros funestos./ Somos culpables,
somos pecadores,/llegamos a los hoteles estancados o de la paz industrial,/ésta
es tal vez la última camisa limpia,/perdimos la corbata (Neruda, 1977e, p. 27).
Por lo que la palabra poética se convierte en estética
vinculante para despertar de los letargos y torpezas a través de su
materialización en piedra primigenia para edificar los nuevos cimientos de
justicia y equidad:
Quiero que a la salida de fábricas y minas/esté mi poesía
adherida a la tierra/al aire, a la victoria del hombre maltratado./Quiero que
un joven halle en la dureza/que construí con lentitud y con metales,/como una
caja, abriéndola cara a cara, la vida (Neruda, 1982, p. 392).
Ineludiblemente la
trascendencia ha mudado su encanto para hacerse compromiso social e ideológico,
ahora trasciende en la palabra hecha pueblo, voz de la conciencia que reclama a
través de la prosa: justicia, y al mismo tiempo, lega un testimonio poético a
la humanidad como otra forma de corporeizarse en el colectivo y darle utilidad
práctica al discurso estético frente a la afrenta a su pueblo: “Sólo los poetas
son capaces de ponerlo contra la pared y agujerearlo por entero con los más
mortíferos tercetos. El deber de la poesía es convertirlo a la fuerza de
descargas rítmicas y rimadas en un impresentable estropajo” (Neruda, 1974; p.
8).
Ahora el imaginario se
construye sobre la historia descarnada y las posibilidades de la lógica de la
equivalencia que depara la justica fundamentada en el amor a la patria
representada en el colectivo sufriente y padeciente, al mismo tiempo, de
convocar a la reconciliación a manera de lógica de la abundancia: “Te necesito
mi joven hermano/joven hermana, escucha lo que digo/yo no creo en odios
inhumanos./Y no creo que el hombre es el enemigo/creo que con tu mano y con mi
mano/llenaremos la patria de regalos,/sabrosos
y dorados como el trigo” (Ibíd. P.29).
En este sentido, el poeta nunca se deshumaniza ni pierde
su posicionalidad ética desde la perspectiva del amor y la justicia como
valores superiores de la acción humana, sino más bien, ofrece su voluntad
creadora a manera de vínculo entre sus semejantes para que la palabra cumpla su
misión de cuestionar las injusticas y llame a la conciliación.
CONCLUSIÓN
Un profuso entretejido
simbólico sostiene la poética de Pablo Neruda desde donde se constituye una
corporalidad sostenida por el amor y la justicia; trasvasada en estética
vinculante que busca constituir una red intersubjetiva para convocar voces y
voluntades en torno a un ideal común.
En compleja armonía el
carácter estético se hace presunción ética en la voz colectiva reflejada en los
cantos del poeta militante; el cronista del sentimiento diversificado en la
acción humana que aborda la corporeidad como el gran espacio de la enunciación.
Una estética filosófica, por demás, vinculante de las voluntades creadoras y
conciencias que despiertan del letargo de la historia para escribir nuevos
párrafos en los muros del tiempo.
Magistralmente palabra, imagen y propósito se unifican en
cópula diversa para recrear el cuerpo perfecto que acoge por igual, tanto al
hombre y sus deseos más intensos como al peregrino incansable voceando a los
vientos patrios los cantos ceremoniales para
interrogar las conciencias y redimir los espacios más allá de la muerte y el
olvido.
Hombre, poeta y tiempo
construyen una semiosis singular que desborda los simples predios de la
objetividad-materialidad y ensanchan los horizontes desde una lógica
subjetivada o hermenéutica de los afectos que intenta situar lo comprendido a
partir del sujeto y su patemia, en la conjunción de la razón y la pasión a
manera de posibilidades para articular caminos de interpretación dentro de las
intrincadas relaciones entre mundos íntimos, especularidad y espacios
cotidianos, sin que el sujeto se diluya en los espacios de significación, sino,
siempre sea quien guíe el timón con mano firme y palabra encendida.
BIBLIOGRAFÍA
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y Narración 1. México: Siglo XXI.
[1]Tradicionalmente, la
definición de Ontosemiótica está vinculada a la matemática en función de la
relación del conocimiento con la intención didáctica, privilegiando las
relaciones cognitivas. Mientras que nuestro enfoque se orienta hacia una
semiótica del sujeto y la sensibilidad cultural, bajo las relaciones intersubjetivas
implícitas en los diversos discursos.
[2]Dentro de
esta semiótica de la afectividad-subjetividad es oportuno referir la importante
analogía que conjunta el elemento afectivo entre lo enunciativo y lo figurado
como formas de estructuración simbólica; ya que: “la analogía en el plano de
los afectos y la metaforización en el plano de las expresiones lingüísticas son
un único y mismo fenómeno. Esto implica que la metáfora es aquí más que un
tropo, quiero decir más que un ornamento retórico” (Ricoeur, 1990, p. 200).
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