sábado, 19 de enero de 2019

EL DILEMA DE LA VEJEZ EN LA NARRATIVA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

El dilema de la vejez en la narrativa de Gabriel García Márquez


Luis Javier Hernández Carmona
Universidad de Los Andes, Venezuela
luish@ula.ve

Resumen

Este trabajo intenta estudiar algunas obras narrativas de Gabriel García Márquez desde la isotopía de la vejez como agente dinámico que construye mundos posibles basados en la ficcionalización de la cotidianidad. Historias que reflejan a seres del desarraigo y la imposibilidad vulnerados por la vejez y la soledad, personajes atropellados por la historia real se refugian en sus espacios íntimos para construir campos enunciativos como formas de leer el mundo desde la lectura de sí mismos y crear historias textuales a manera de reflexión.

Palabras clave: Vejez, Soledad, Enunciación, Cotidianidad, Ficción.

Abstract

This work tries to study some Gabriel Garcia Marquez narrtive works from the isotopy of the oldness as dynamic agent who constructs possible worlds from the investment of the causality produced by a ficcionalización of the commonness. Histories that reflect beings of the uprooting and the impossibility damaged by the oldness and the loneliness, prominent fi gures knocked down between the royal history shelter in his intimate spaces to construct declarative fields as ways of reading the world from the reading of yes same and of creating textual histories like reflection.

Keywords: Oldness, Loneliness, Statement, Commonness, Fiction.


El secreto de una buena vejez no es otra
cosa que un pacto honrado con la soledad

Gabriel García Márquez

Historia y ficción: las posibilidades de narrar

La vejez, históricamente excluida y recluida de los espacios sociales, ha sido representación de inutilidad y decrepitud, muestra del deterioro corporal que simboliza las ruinas humanas y restan esplendor a la vida. Pero en la literatura, con las ruinas ocurre un hecho verdaderamente extraordinario: a partir de los románticos, comienzan a transmutarse en referentes de ensoñación, posibilidades de representación de los recuerdos; para Víctor Hugo, no existe elemento más evocador que las ruinas.

Desde tiempos pasados la literatura ha acudido a los no-lugares culturales para crear sus mundos posibles convertidos en profundas instancias reflexivas a manera de ilustración panorámica; recordemos la novela picaresca española, la novela Los Miserables de Víctor Hugo, y el mismísimo Don Quijote de la Mancha, quien extraordinariamente combina la locura y la vejez como ejes productores de la historia textual que desacraliza las novelas de caballería e instaura la novela moderna. En estos textos se intercambian los roles y otorgan al héroe la mayor carga semántica para que interactúe en el espacio semiótico de la literatura de manera autónoma y subversiva de los cánones históricos. Porque para estos, lo viejo es sinónimo de reliquia, inamovilidad que cada vez más se diluye en la memoria del olvido.

Esa particularidad romántica de mirar las ruinas y lo antiguo como detentador de significación y generador de nuevas y variadas ensoñaciones la encontramos en la narrativa de Gabriel García Márquez, convertida en una posibilidad para fabular, de convertir sus novelas en dioramas que ejercitan el principio fundamental de la fotografía y la memoria en la representación teatral de la vida, donde envejecer es hacerse isotopía subjetiva-literaria que demarca la cotidianidad construida como referente literario. 

Si ayer la fábula se basó en la animación de personajes-animales con una intención estrictamente didáctica-moralizante, hoy día, en la narrativa de García Márquez se fabula desde la vejez que retoma su papel protagónico dentro de campos enunciativos disímiles que lindan entre la realidad y la ficción, donde espacios de la cotidianidad y la periferia se transforman en ejes generadores de significación. Tal es el caso del cuento Era un hombre muy viejo con unas alas enormes (1983), o la novela Memoria de mis putas tristes (2004). O, desde un espacio histórico con las novelas: El coronel no tiene quien le escriba (1989), El otoño del patriarca (1980), y El general en su laberinto.

Comencemos tomando en cuenta los textos de referencialidad histórica que aluden a un militar en su ocaso, representado por un personaje desdoblado en un sujeto sintiente-padeciente que percibe la realidad desde sus espacios íntimos. Textos que demarcan sus historias textuales a través de la asunción de otro tiempo narrativo signado por la imprevisibilidad de las acciones e inversión de la causalidad histórica, donde la soledad es convertida en hecho estético, historia fabulada que representa la transmigración de lo real a lo humano con la potenciación de los personajes como instancias trascendentes en medio de la cotidianidad y los artilugios de la palabra para formar mundos posibles desde el sujeto enunciante-sintiente que a través de la vejez crea espacios de la ficción-reflexión.

Y bajo esta concepción estética de incorporar referentes periféricos a las historias textuales, García Márquez establece una constante en su obra que se fundamenta en la desincorporación de los personajes de los tiempos históricos, que cuando son incorporados a la historia literaria se vuelven seres dignos de compasión; envueltos en una profunda nostalgia los hace transmigrar a espacios de la trascendencia que forman parte de una cotidianidad que se hace extraordinaria. Magistralmente la ficción forma parte de esa cotidianidad como campo enunciativo y los personajes en medio de ingenuidad o destino literario se ubican en un contexto donde son asediados por hechos inverosímiles como la muerte natural e interpretada como proceso demarcativo de la culminación del tiempo histórico.

En la dicotomía literatura-vejez, los personajes de García Márquez son muestra de la escritura que alegoriza los días de gloria, bien sea representados por la fuerza de la juventud o las posiciones militares ocupadas en un proceso histórico que sirve de agente legitimador de la ficción literaria. Dentro de esta operatividad narrativa sintetiza todo un proceso histórico a partir del relato ficcional que encubre una verdadera historia no contada y abre la posibilidad desde la perspectiva del ocaso del poder para la interpretación no explícita.

Un caso emblemático ocurre con los patriarcas en la obra del nobel colombiano, quienes luego de sus muertes o en el ocaso de sus vidas ingresan a la literatura como la memoria más allá de la desmemoria histórica para remover el tiempo ido que comienza su refiguración a partir de la ficción narrativa, tal y como está expresado en El otoño del patriarca: “Fue como penetrar en el ámbito de otra época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta guardia del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente visibles en la luz decrépita”. Hay otra dimensión narrativa que delinea el personaje más allá de los atisbos de lo real para crear relaciones de significación a partir de la vejez y la soledad a manera de isotopías generados del sentido literario-simbólico.

Este procedimiento artístico de Gabriel García Márquez hace dialógicos sus textos narrativos con otras obras del abandono y la soledad, de seres condenados al olvido y rescatados por la memoria literaria. Rápidamente podemos evocar los personajes y la obra de Juan Rulfo que indudablemente constituye un íntimo diálogo latinoamericano de la utopía perdida. Y de igual forma, evocar el Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias o Yo el supremo de Augusto Roa Bastos, quienes también estructuran sus obras a partir de un dictador inespecífico y universal que alegoriza a cualquier gobernante en algún lugar latinoamericano. Dictador que se hace múltiple en El otoño del patriarca, generalizándose en la figura del “anciano más antiguo de la tierra, el más temible, el más aborrecido y el menos compadecido de la patria que se abanicaba con el sombrero de capataz” y quien resguarda a otros patriarcas en desgracia para que no se hundan en los despeñaderos de la desmemoria. Es una reunión de voces en tránsito hacia el ocaso de un régimen totalitario que cede ante los empujes de la modernización: las ‘ondas de radio y las imágenes de televisión’ que entretienen y engañan al patriarca en su ocaso y desintegración de la memoria colectiva y de la misma suya.

En este sentido, el hecho literario o mundo posible que se construye a partir de la alegorización del referente histórico apunta hacia una realidad deconstruida, liberada de la objetivación cientificista de la historia y articulada a través de elementos deconstructores como la ironía, la parodia y la desacralización. Todos los espacios están caracterizados por una lluvia constante que pone ‘los huesos húmedos’ y moja el alma haciendo más tétrico el panorama de los espectros que deambulan en medio de su laberinto. Es la alegorización específica del espacio emblema utilizado por Gabriel García Márquez en sus textos: Macondo, la metaforización del espacio latinoamericano como escenario de utopías y sueños encontrados. Latinoamérica es Macondo, tierra del coronel Aureliano Buendía, o más bien, nuestros patriarcas sienten su simbolización a través del fundador de la estirpe de Cien años de soledad.

Llueve y no fecunda sino que entumece, aísla de la realidad, separa del otro lado del mundo que existe más allá de la lluvia constante, espacio divisor entre una realidad y otra. El general en su laberinto se mueve en medio de una lluvia eterna, desde el siglo diecisiete le recuerda su desgracia y acrecienta los males. Es vivir bajo la lluvia y en medio de baños depurativos una vida que se convierte en ambivalencia entre el uniforme militar y la desnudez; el poder y el desamparo, el ser militar es una especie de anticipación a la soledad y abandono. Y esa misma condición de militar los aleja de la vida y los acerca a la muerte, los lleva al desamor, desamparo y desarraigo, hasta que llegan a la literatura y pueden reflexionar sobre sus vidas a través de un narrador que se convierte en veedor de la historia textual, quien es voz y testimonio de los hechos reconstruidos a partir de la ficción literaria.

Bajo esta perspectiva la literatura es un espejismo a través del cual se ve la vida, especie de ferrocarril de la nostalgia que permite repasar la vida a través de la acción narrativa de un enunciante que recapitula la vida del personaje, y al mismo tiempo, otorga la oportunidad de reescribir la historia desde los espacios íntimos. Dar paso a la subjetividad para que libere todo su potencial creador y deje las amarras de la racionalidad histórica y conmemorativa que niega los sujetos y magnifica los acontecimientos. Y la vejez será una conveniente y convincente isotopía para enunciar desde espacios íntimos fundamentalmente estructurados bajo la ambivalencia memoria/desmemoria, porque la vejez permite el trastrocamiento de los espacios de la certeza y funda la posibilidad desde la imposibilidad y el azar que conviven en los procesos de recordación, que en realidad son ejercicios de la imaginación y creación de mundos ensoñados, convertidos en falacias argumentativas.

Convenimos que García Márquez desdobla la historia en otra; cuenta la historia del antihéroe y así interpreta toda la idiosincrasia de un continente que se formó bajo el apareo de las espuelas y las armas. Es la alusión del paso de la historia y la transformación de la aldea y comarca en la ciudad que hace huir los fantasmas rurales aturdidos por los ruidos y balancines de la modernización. Otorga una nueva oportunidad a la historia de reconstruirse a través de estructuras alegorizantes de un sentir colectivo (mitos, leyendas) e interpretan todo un sistema de significaciones latinoamericanas. Un cruce de historias que desde el texto narrativo aluden de manera cierta a las tantas historias latinoamericanas diluidas en la inmensidad territorial y agotadas en el ocaso del poder.

El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, y El general en su laberinto (García Márquez, 1989; 1980; 1989b) demarcan dentro de su espectro narrativo la asunción de otro tiempo con la penetración en ámbitos que alegorizan regiones cósmicas alejadas del tiempo histórico presente y dan la impresión que todo flotara en evidencia de una época distinta, donde sus pobladores deambulan como espectros por un laberinto que los lleva inadmisiblemente hacia la condena y la derrota. Es la metahistoria que surge desde la literatura en alegorización de la realidad; es, como dijera Nietzsche (1971), el gran juego de la historia que lo ejerce quien se apodera de las reglas para desenmascarar la historia y sus procedimientos de enunciación, y en nuestro caso concreto, quien se apodera de la historia es el personaje enunciado desde sus espacios íntimos, desde sus flaquezas y temores representados por la lógica patémica que establece nuevas coordenadas de sentido y representación.

García Márquez se apodera de la no voz de estos exilados y fabula una historia con profundos visos sugeridos de realidad: seres sin destinatario, olvidados por la historia, condenados a la soledad, al exilio de la memoria y a la presencia dentro de la literatura. No existen nombres de pila que los identifique sino que son generalizados a través de la jerarquía militar y la vejez que los lleva a la adecuación universal dentro del contexto latinoamericano y abre la posibilidad interpretativa de ubicarlos dentro de contextos análogos. Seres viejos y olvidados fuerzan su reconocimiento en lo extratextual, en las dimensiones simbólicas que asumen al convertirse en protagonistas de la nueva historia que habita en la literatura.

Por lo tanto escribir es reconstruir la historia a partir de las ruinas y escombros que van quedando con el paso del tiempo para dirigir el acto enunciativo hacia el ocaso, en el cual la autoridad se ha perdido y ha recuperado tardíamente la condición humana. Han vuelto a ser hombre luego de ser Patriarca, General o Coronel, mientras la vida se ha esfumado en las divagaciones del poder, y el recorrido hacia la muerte –como liberación– se transfigura en laberinto: “Entre el presente y la muerte se abre un abismo, el abismo entre el yo y la alteridad del misterio. Vencer a la muerte no es problema de vida eterna. Vencer a la muerte significa mantener una relación con la alteridad del acontecimiento que es aún la relación personal” (Levinas, p.37). Estos textos son muestra de la constante lucha contra la muerte y el olvido. Seres negados y borrados a partir de la incomunicación y condenados a conocer el mundo a través de terceros que fungen como su voz y escucha; deambulan por el espacio que irremediablemente los lleva a la derrota, pero al mismo tiempo, a la vida literaria como realidad alterna que permite una libertad azarosa.

Tres seres seniles deambulan la historia desde la sombra del olvido; alejados de la historia espléndida se convierten en seres cotidianos que con su decrepitud fundamentan un universo narrativo que cuenta desde las vertientes de la cotidianidad. Lo viejo asalta el discurso narrativo y bifurca una historia, que además de establecer un estamento significativamente ficticio, emula lo instaurado por el Quijote con la introducción de un viejo como actante fundamental de las narraciones, y desde donde, se trastoca un espacio histórico a través de lo lúdico-imaginativo que crea nuevos espacios enunciativos donde “la representación ‘ficticia’ de la ‘realidad’, cuyo horizonte es lo suficientemente amplio para llegar a englobar tanto la escritura de la historia como la ficción literaria, pictórica o plástica” (Ricoeur, 1999, p.137).

Los espacios literarios son confluencia de historia y ficción a modo de universo narrativo que funda ejes de representación desde la imposibilidad de los personajes que deambulan desde el ocaso del poder hacia una historia envejecida que muestra sus debilidades y contradicciones a través del lado humano revelado en las postrimerías de la muerte, que mermados en sus condiciones físicas se hacen estamento literario, referentes del proceso creador ficcional.

La sensualidad cálida y decadente, decrepitud y sensualidad

Un hombre muy viejo con unas alas enormes, es la parodia desacralizadora que hiperboliza la cotidianidad frente al pensamiento místico. En esta oportunidad, el viejo con las alas enormes es la antítesis del hombre-pájaro de la mitología; además de representar la ironización de los ángeles, es el ángel convertido en patriarca que ha perdido sus poderes y se ve obligado a convivir con los humanos encerrado temporalmente en un gallinero.

La imagen de la extraña y vieja criatura alada es motivo para que los dueños del gallinero se enriquezcan mostrándolo ante los sorprendidos vecinos. Lo extraordinario se hace circense; espectáculo que irrumpe la cotidianidad, pero que en el decurso narrativo se hace cotidianidad y lo extraordinario se hace banal. La vida de la comunidad cambia motivado al azar en la caída del ángel, que luego vuelve a la normalidad cuando surge otro hecho trascendente en la comunidad, y el hombre viejo recupera sus poderes y se pierde volando en el infinito.

En este cuento, las figuras místicas-estelares se cotidianizan al salir de sus espacios sagrados para recolar en otros escenarios que para nada simbolizan lo sacro, tal es el caso del gallinero, donde la referencia de ave de corral quita toda majestuosidad a la figura alada y la circunscribe a un ámbito doméstico, a la morada de los humanos y sus triviales quehaceres. Recordemos con Marx que el reflejo religioso desaparece cuando se hace cotidiano a través de la racionalidad de los hombres, funcionabilidad que en García Márquez es un referente recurrente, porque en su obra, lo extraordinario surge de la misma cotidianidad que legitima los hechos. Aquí lo extraordinario del hombre muy viejo con alas es convertido en hecho literario a partir de la inserción de las circunstancias enunciativas dentro de la cotidianidad, esto es, la convergencia entre la conciencia histórica y la conciencia mítica. 

Dentro de estos rangos de interpretación se produce un encadenamiento de significaciones y resignificaciones que construyen un complejo campo semiótico, una manera de interpretar a partir de la dinamicidad de las circunstancias enunciativas que proveen de referentes a los enunciados para su movilidad lingüístico-simbólica. De allí que las circunstancias enunciativas sean los escenarios cambiantes de la referencialidad y el sentido de los discursos, y con respecto a los discursos estéticos se tornan muy interesantes e influentes en las interpretaciones. De allí la inserción de la cotidianidad a manera de espacio de la enunciación que contiene toda una lógica ficcional que deviene de ella misma.

Porque dentro de estas circunstancias enunciativas podemos distinguir dos tipos: las reales y las simuladas, pero en ambos casos, estamos frente a la construcción de imaginarios a través de mundos narrados donde convergen lo intra e intersubjetivo. Como situaciones comunicativas reales tipificamos la cultura, lo histórico, social, mítico, económico, político; es decir, a esos imaginarios reales que Castoriadis (1983) llama de segundo grado, y que conforman lo que podemos llamar la exterioridad para referir las circunstancialidades enunciativas como contextualizaciones de lo real, que además de establecer relaciones de objetividad y certeza, sirven para legitimar los discursos estéticos.

Mientras que como simuladas entendemos las que se constituyen en historia textual o historia narrada y permiten el trastrocamiento de la llamada realidad real; por ello, insistimos en el manejo de la cotidianidad por parte de García Márquez como un campo enunciativo que quiebra las lógicas y funda otras. Huelga referir este procedimiento estético en su emblemática obra Cien años de soledad donde la imaginación es el instrumento que enuncia la realidad a través de la reescritura del mito cristiano y mediante la creación de una metaficción que incorpora el mito como la exégesis del símbolo, y como símbolo despierta la intuición que solo el lenguaje puede explicar. El símbolo consigue reunir lo más diverso y lo homologa en la conciencia cósmica; el lenguaje reúne lo singular y lo va llevando a esa conciencia cósmica que se convierte en una mirada del alma.

En tal sentido podemos hablar de un proceso textual de la ficción, puesto que esta proviene de la inverosimilitud del hecho extraordinario que se hace real a través de su cotidianización; lo que define la presencia de una conciencia mítica que subyace en el inconsciente colectivo como isotopía concatenante que permite establecer las relaciones de significación-representación al tiempo que genera una situación que subvierte el orden lógico de las cosas a partir de la imprevisibilidad cuando se trastoca la figura alada al ser representada por un viejo a través de la paridad oposicional ángel/senilidad, que representa la historia envejecida, los mitos envejecidos como el hombre que los sustenta en su devenir histórico.

A esos procesos consecutivos de leer las realidades reales o simuladas los rige indudablemente lo sensible-experencial de los sujetos enunciantes (indistintamente autor, narrador, personaje o lector) que integran a los espacios de reflexión, sus espacios intrasubjetivos. Porque la lectura desencadena una serie de procesos consecutivos que conforman la interpretación de lo percibido, desde experiencias particulares hasta relaciones de significación contenidas en lo colectivo, a partir de lo que Jung (1988) determinó como arquetipos de inconsciente colectivo.

Esta apreciación tambalea los mundos de la certeza constituidos por la inamovilidad de la historia y la realidad. Ya la historia no se constituye en una especie de pasado eterno, lo mismo que la religión y su contención en las sagradas escrituras. El padre pasado se hace Dios eterno, eso es lo que sucede con los héroes de la independencia, los grandes patriarcas de las nacionalidades que en Latinoamérica tienen un peso determinante en los modos y visiones de abordar la realidad. Los dioses y los héroes no envejecen, solo envejecen los míseros mortales; lo interesante es que en la literatura es posible la imposibilidad de hacer envejecer a los personajes históricos y míticos e incorporarlos a la cotidianidad de los hombres.

En esta importante referencia, hasta lo místico envejece, es factible de ser intervenido por el tiempo y su proceso de desgaste. Lo místico en su advocación de reliquia se transforma en antiguo y trastoca la noción de imperecedero e incólume que ha acompañado siempre la iconografía religiosa. Esta referencia nos refuerza la apreciación sobre el inmenso trasfondo en cuanto a la conciencia mítica que acompaña la gran mayoría de textos narrativos de García Márquez. La lozanía mística y eterna que acompaña los referentes de la iconografía religiosa, se ve trastocada en este cuento de García Márquez, ya que enuncia la posibilidad de intercambiar roles a partir de la ficción. Intemporalizar desde la misma causalidad impuesta por los cánones religiosos. Esto es, reescribir la ficción a partir de la ficción misma.

La mengua física como posibilidad literaria

En Memoria de mis putas tristes el amor es expresión del lenguaje corporal, tanto escrito con sus manifestaciones en el espejo, o las expresiones del enamorado para intentar describir el sentimiento. Esta narración se funda en un código lingüístico-corporal que inventa el enamorado para interpretar las reacciones del cuerpo dormido frente a las palabras de amor, ante las confesiones frenéticas de quien lo entrega todo a través del sentimiento.

En esta novela se trata de resucitar un cuerpo a través de la incorporación del deseo que se convierte en advocación amorosa. Es volver a ser joven, a pesar de los noventa años. Volver a un estadio originario desde donde es posible desafiar el mundo y las incausalidades. Aun cuando ese amor revitaliza en apariencia, porque en el fondo quema denotando el sacrificio que prueba la pureza del amor, de la misma forma que se convierte en campo enunciativo: “La prueba amorosa es una puesta a prueba del lenguaje: de su carácter unívoco, de su poder referencial y comunicativo” (Kristeva, p.2).

De allí que el nonagenario narrador de Memoria de mis putas tristes deja mensajes en el espejo intentando establecer una relación entre el sueño y la vigilia, crear una corporalidad desde la palabra que defina y describa el sentimiento hacia la adolescente. Y así, en el desarrollo de la novela el amor se constituye en la búsqueda de una construcción sígnica que medie entre el sujeto y el objeto amado, o en todo caso, pretendido. Por lo tanto, la intención narrativa es un ejercicio por establecer un código que permita comunicar sus sentimientos e intenciones. Ejercicio narrativo hecho monólogo que permite visualizar las diferencias entre los personajes y las circunstancias enunciativas tan disímiles en que se mueven. Son circunstancias análogas con el cuento Ojos de perro azul donde los enamorados nunca se encuentran en la vigilia, por lo tanto, no pueden conocerse.

Separados por medio de la imposibilidad afectiva, los personajes son unidos a través del hilo discursivo que teje el narrador, quien es el cuentandante de la historia textual, el orfebre de la ficción que se cuenta a través del paralelismo entre autobiografía y deseo; amor y vejez. Porque el narrador se mueve entre su pasado y el presente narrativo, una ambivalencia enriquecedora que permite la acción vinculada a una memoria asida a los espacios íntimos, a los niveles intrasubjetivos que lo hacen profundamente humano, al mismo tiempo, extremadamente vulnerable a su soledad y designio textual.

En Memoria de mis putas tristes se cuenta desde la memoria de la cotidianidad (García Márquez, 2004); lo intrascendente se hace historia textual; un ser sin abolengo ni trascendencia emerge desde el anonimato de traductor para escribir su memoria desde la historia de amor fundada alrededor de una virgen y adolescente, inocente e inconsciente de su rol de prostituta. Esto es, indudablemente, un amor desde la abyección y la alteridad, donde la cotidianidad se convierte en ficción, y la ficción, en memoria impelente. Así queda registrado en la novela cuando el nonagenario narrador confiesa: “Dicho en romance crudo, soy un cabo de raza sin méritos ni brillo, que no tendría nada que legar a sus sobrevivientes de no haber sido por los hechos que me dispongo a referir como pueda en esta memoria de mi grande amor”.

Esta última novela publicada de Gabriel García Márquez es ejemplo tácito de la metaforización de los no-lugares culturales como espacio semiótico literario, a saber, el burdel y la vejez. Dos isotopías que se encuentran en la periferia, en las fronteras de las esferas culturales, tratando de ser excluidas y recluidas en la extraterritorialidad, desde donde se convierten en objetos dinámicos que generan una profunda y significativa semiosis que implosiona lo establecido. Porque la literatura como agente modelizador de segundo grado se convierte en los ejes de una contracultura que cuestiona las apariencias éticas de las sociedades.

Un nonagenario narrador ubicado en un burdel al tiempo de la mengua de su estado físico, para el cual, los intentos eróticos se convierten en profundos sentimientos de protección para con la prostituta adolescente y virgen que le suministra Rosa Cabarcas para que celebre sus noventa años.  Del planteamiento de una aventura erótica surge el amor paternal que lleva a proteger a la joven que duerme durante las sesiones programadas en el burdel, cose botones de día, y aprende a leer a través de los mensajes que él deja en el espejo del baño en el cuarto.

La historia textual se desarrolla en la diversificación y poblamiento de espacios en la búsqueda de familiarizar los lugares de la periferia y abyección, hacerlos cálidos para el personaje que busca satisfacer sus deseos de compañía en procura de aliviar su soledad implícita en la vejez. Esta circunstancia conduce a la construcción de locaciones enunciativas representadas por el intento de poblar espacios, domesticándolos, con la finalidad de trasladar la casa al cuarto del burdel para humanizarlo en la senda del amor y los arquetipos de la familia del narrador, representados por los libros, los cuadros de la madre, la música de Mozart, las flores nuevas que sustituyen el estatismo y rigidez de las flores de papel. Una forma de integrar la naturaleza íntima y sensible frente a la frialdad del cuarto de ocasión, conjurar la soledad a partir de la prolongación de los espacios cálidos.

Es la transmutación de tiempos y espacios para volverlos complementarios; así lo metaforiza la frase escrita por el personaje en el espejo del baño en el cuarto donde comparten el sueño y la vigilia: “Niña mía, estamos solos en el mundo”, frase que simboliza un compromiso unilateral, puesto que ella es ajena a los acontecimientos; solo espera ser poseída, ser sacrificada. Aún más, no sabe leer ni escribir, por tanto, ese mensaje nunca le llegará para establecer la reciprocidad. Ello conduce a un destino, el amor es un acto de la imaginación; un acto percolutivo dirigido al espectador de los acontecimientos. Al lector de la novela que será quien interprete esta especie de monólogo que ha establecido el nonagenario personaje y Delgadina a través de Rosa Cabarcas.

El discurso narrativo se convierte en espejo para mirarse, verse en el otro que desde la vejez, y la decrepitud asume el rol protagónico e interactúa en espacios modernos al descender de la historia que lo ha atropellado y obliga a refugiarse en espacios domesticados como el gallinero, o el prostíbulo, espacios que siguen de alguna manera reflejando una reclusión domiciliaria dentro de la cosmovisión cotidiana y sus posibilidades de alentar un imaginario personal que se colectiviza a través del lenguaje y las notaciones de conocimiento que involucra.

Vejez y soledad: la resignificación del mundo

La intención de fabular desde la vejez en García Márquez lo vemos como el recobrar la función del patriarca que se ha perdido en la historia lineal-cronológica, reinventar la relación de la historia y el patriarcado en tiempos de extinción, cuando por paradoja, lo viejo reclama su participación. En todo caso, es la manera de recuperar las formas enunciativas del poder; asumir los discursos paradojales de la literatura para crear un mundo estético fundado en las dudas razonables que hacen autárquicas las creaciones literarias y que alegorizan implícita o explícitamente una relación con América Latina y su notación en función de los patriarcas, que a la postre es el encuentro con la historia.

El dilema de la vejez y su profundo entramado con las angustias humanas propicia en la narrativa de Gabriel García Márquez la irrupción de lo cotidiano como el gran metatexto que fundamenta las historias textuales para hacerlas una recurrencia entre la historia y la ficción, donde los extremos se confunden, las certezas se tambalean, y las subjetividades convocan las angustias del ser para continuar la recurrencia de la literatura, entrelazar un lector y el texto con una realidad palpable que escapa de los razonamientos específicamente lógicos para diluirse en la ficción y sus atributos para escapar hacia las regiones de la imaginación. “Mediante sus actos cotidianos de significación, la gente representa la estructura social, afirmando sus propias posiciones y sus propios papeles, lo mismo que estableciendo y trasmitiendo los sistemas comunes de valor y conocimiento” (Halliday, p.10).

En todo caso la literatura se hace refugio de la vejez para constituirse en dilemática a través de la apertura de nuevas posibilidades para reconocerse en el otro que representa la merma y la decrepitud; articular espejos para ubicar rostros y experiencias que nos tocan de cerca, asustándonos en el embrujo de regocijarnos en ellas. Y al mismo tiempo convoca la soledad como campo enunciativo, articulador de reflexiones desde los espacios más íntimos de los relatores de las historias textuales, ungidas de cotidianidad e inverosimilitud dentro de la concatenación de los mundos narrativos; esferas y perspectivas para leer la realidad y su paridad oposicional entre real y ficcional.

La vejez como espacio semiótico invade la historia textual y se adueña de ella, la vejez a más de dolores, no representa una limitación física, sino el soporte del acto creador que disuade lo socialmente establecido, a través de una revuelta íntima de los personajes y su conversión en paradoja discursiva; personajes disonantes llevan sobre sí la lógica de la imposibilidad, que es al mismo tiempo la lógica del sentido textual. Tal es el caso de Memoria de mis putas tristes, cuando la vejez comienza a minar los pasos del narrador-personaje y a consumir el discurso en “los presagios inequívocos del final”, final apoteósico que se produce cuando sobrevive a sus noventa años escuchando las doce campanadas que ponen punto fi nal a ese día, durmiendo a un lado de Delgadina; “que empezaron a cantar los gallos, y enseguida las campanas de gloria, los cohetes de fiesta que celebraban el júbilo de haber sobrevivido sano y salvo a mis noventa años”. Y desde ese momento, hace un pacto con Rosa Cabarcas, al querer comprarle la casa para convertirla en su refugio de amor, un pacto que dice que al morir alguno de ellos, el otro se quedará con todo y se lo legará a Delgadina.

Y allí surge la mayor imprevisibilidad del relato; al conocer el nonagenario narrador, por parte de Rosa Cabarcas, que Delgadina está; “lela de amor por él”. Lo inverosímil se agencia en el relato al referir el mundo de los sueños de Delgadina como el mundo conciente y reflexivo; el espacio onírico es el espacio semiótico que ha permitido la homologación de las fronteras, la conversión de los no-lugares en lugares de la realización y la felicidad; lo profano se seculariza bajo la ritualidad del amor, que hace de la ficción la realidad desde donde escribe la memoria el anónimo anciano: “Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años”.

Al final los límites se diluyen, el plazo de vida se extiende a los cien años, lo cronológico cede frente al mundo posible literario que disipa los temores y flaquezas físicas; vence el olvido y reconstruye una memoria desde los no-lugares culturales para el enriquecimiento del espacio semiótico que se vuelve infinito bajo la lectura de los interpretantes. Cien años como la cronología de la ficción en García Márquez; cien años como el punto de llegada, y al mismo tiempo, de partida de las historias textuales para iniciar un movimiento aleatorio hacia el eterno retorno de los seres que enuncian desde la vejez y la soledad.

La imprevisibilidad de los personajes propicia la implosión dada por la vejez, que en vez de significar el aletargamiento del cuerpo, se convierte en dinámica textual, y desde allí se consuma la generación del discurso de la alteridad. El momento narrativo asume las características de un embrague porque todo lo que en él ocurre está impulsado por la inversión de la causalidad lógica-real, desde donde se promueve la convulsión y el tambalear de las certezas, permitiéndose el surgimiento de manifestaciones emergentes. No se sabe con certeza cuál es el destino de estos seres de la imposibilidad porque la imprevisibilidad confunde los planos narrativos, desorienta los lectores y permite crear nuevas lógicas de sentido fundadas sobre constructos eminentemente ficcionales.

De esta manera el dilema de la vejez en la narrativa de Gabriel García Márquez se convierte en un disyuntor discursivo, esto es, un separador ético que funda una realidad paralela a la realidad real, y desde allí subvierte el orden, funda otra lógica de sentido, propicia la irrupción de la ficción y su inagotable red de significaciones. Al mismo tiempo hace de los personajes seres profundamente nostálgicos, bajo la añoranza de tiempos que no volverán, tiempos que solo pueden existir en el discurso literario y los reinos de la imaginación. Más allá de los confines narrativos quedan los objetos históricos para centrarse en sujetos profundamente sensibles, que bajo el manto de la vejez y la soledad producen una imprescindible relación intersubjetiva para leer el mundo desde los espacios íntimos y cotidianos.

Referencias bibliográficas

-Castoriadis, C. (1983). La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona: Tusquets Editores.

-García Márquez, G. (1980). El otoño del patriarca. Barcelona: G.P.

-García Márquez, G. (1989). El coronel no tiene quien le escriba. Buenos Aires: Sudamericana.

-García Márquez, G. (1989). El general en su laberinto. Bogotá: Oveja Negra.

-García Márquez, G. (2004). Memoria de mis putas tristes. Bogotá: Editorial Norma.

-Halliday, M.A.K. (1978). El lenguaje como semiótica social. México: Fondo de Cultura Económica.

-Jung, C. G. (1988). Arquetipo e inconsciente colectivo. Barcelona: Paidós.

-Kristeva, J. (1987). Historias de amor. México: Siglo Veintiuno Editores.

-Levinas, E. (1993). El tiempo y el otro. Barcelona: Ediciones Paidós.

-Nietzsche, F. (1971). “La Genealogie, l’historie” en el volumen colectivo Hommage a Jean Hipolite. París: P.U.F.

-Ricoeur, P. (1999). Historia y narratividad. Barcelona: Paidós.

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*Artículo publicado en Revista VERBUM • Vol. 11 No. 11 • Diciembre de 2016 • Universidad Sergio Arboleda • Seccional Santa Marta • ISSN 2145-387X • 27-39

Cómo referenciar este ar􀆡 culo: Hernández Carmona, L.J. (2016). El dilema de la vejez en la narrativa de Gabriel García Márquez. Verbum, 11(11), 27-39.

domingo, 13 de enero de 2019

PABLO NERUDA: DE LA POÉTICA DEL AMOR A LA PROSA DE LA JUSTICIA


PABLO NERUDA: DE LA POÉTICA DEL AMOR A LA PROSA DE LA JUSTICIA


Luis Javier Hernández Carmona
Universidad de Los Andes
Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (LISYL)


RESUMEN

La pretensión académica de esta investigación radica en articular una revisión de la obra de Pablo Neruda a partir de la ontosemiótica y su particular propósito de discernir este discurso estético por medio de la poética del amor, prosa de la justicia, voluntad creadora y acción ideológica a modo de configuraciones expresivas que crean espacios de reflexión e inflexión sobre realidades sociopolíticas a través del verso encarnado en equidad social y práctica sensible. Para de esta manera establecer relaciones dialógicas entre las diferentes etapas creacionales del autor a través de la transversalidad referencial, fusión simbólica y transcorporalidad como campos enunciativos que evidencian la generación de una estética vinculante a través de las relaciones de significación-representación e interconexiones entre: sujetos, textos, contextos y referentes. Todo ello convergido en dialogismo enriquecedor de las posibilidades de interpretación desde varias posicionalidades: estéticas, ideológicas, nociones de arte comprometido y otras corrientes del pensamiento que convergen e interactúan en circunstancialidades patémico-enunciativas determinadas.

Palabras Clave: Ontosemiótica, transversalidad, fusión, corporalidad, simbólico.



PABLO NERUDA: FROM THE POETICS OF LOVE TO THE PROSE OF JUSTICE

SUMMARY

The academicpretension of thisresearch lies in articulating a review of the work of Pablo Neruda from the Ontosemiotics and itsparticularpurpose of discerningthisaestheticdiscourse by means of the poetics of love, prose of justice, creativewill and ideological action by way of expressive configurations thatcreatespaces of reflection and inflection on sociopoliticalrealitiesthrough the incarnated verse in social equity and sensible practice. In order to establishdialogical relations between the differentcreation stages of the authorthroughreferentialtransversality, symbolic fusion and transcorporeality as enunciativefieldsthatdemonstrate the generation of a bindingaestheticthrough the relationship of signification-representation and interconnections between:subjects, texts, contexts and referents. All thisconverged in a dialogue thatenriches the possibilities of interpretationfromvariouspositionalities:aesthetic, ideological, notions of compromised art and othercurrents of thoughtthat converge and interact in specificpathemics-enunciativescircustantialities.

Keywords: Ontosemiotics, transversality, fusion, corporality, symbolic.


INTRODUCCIÓN

Los propósitos de esta investigación están fundados en los principios de la ontosemiótica[1] o semiótica de la afectividad-subjetividad[2] que privilegia las relaciones de significación-representación a partir del enunciante como instancia sensible e instauración del cuadrante: sujeto-texto-sujeto-contexto; mediante el centramiento en ese enunciante que construye el objeto enunciado en función de un espacio sensibilizante para desbordar desde lo óntico las fronteras del texto e indagar sobre la transtextualidad que permite incorporar perspectivas fenomenológico-hermenéuticas y relaciones simbólicas entre acontecimiento real y patemia, para proponer la generación de semiosis a partir de relaciones intra e intersubjetivas.

Bajo esta óptica metodológica surge el subjetivema a manera de isotopía vinculante entre la referencialidad simbólica-contextual y los sujetos enunciantes que articulan imaginarios socioculturales a través del lenguaje creador. Entendiendo por subjetivema “la construcción simbólica que crea una territorialización de la sensibilidad a partir de la función existencial para posibilitar la intersubjetividad entre los sujetos enunciantes-atribuyentes” (Hernández, 2014: 180); generando espacios enunciativos como formas de leer el mundo y diversificación de las lógicas de sentido a través de las relaciones de significación.

En tal dirección se intentará develar el binomio contenido en el desdoblamiento de la voluntad estética en imaginario social para construir tapices de historia figurada a través de la mirada, a ratos ensoñada, en momentos reveladora de la tragedia histórica que subsume al hombre en medio de los discursos del poder y la dominación, al hombre atrapado dentro de la materialidad e intrascendencia del mundo ajeno a los intereses sensibles de los creadores y del arte en general. Esto es, a las realidades desubjetivantes que niegan las potencialidades espirituales de los sujetos para encajarlos dentro de los valores y principios de las relaciones de producción socioeconómica.

Para tal fin, se articula el análisis ontosemiótico de los planos discursivos-representacionales de la producción poética, en la cual los referentes eminentemente existenciales ceden paso al referente amplificado en el espacio histórico-social que aglutina las categorías de una realidad cuestionada y reflexionada poéticamente. Estableciéndose de esta manera un elemento medular representado por el amor entre la producción literaria del autor y su actitud frente a los valores espirituales del hombre; recurrencia que permite mantener los criterios de unidad referencial dentro del universo simbólico construido por Neruda, donde quizá el amor no argumenta, pero la injusticia sí, haciendo del amor práctica social del lenguaje e intención trascendente de quien está dispuesto a trabajar por la equidad social como forma de comprenderse dentro de la figuración social.

En consecuencia, detallaremos cómo se produce el alejamiento de la trascendencia estético-espiritual –metafísica- para asumir la cotidianidad a manera de punto de acceso a la realidad social, demarcado por el tránsito del cuerpo a razón de escenario del deseo, amor trascendido y especularidad sígnica, hacia instancias colectivas, en las cuales, asistimos al desdoblamiento de la corporalidad femenina en noción de patria, madre y su transversalidad referencial con hombres e hijos como vínculos de consanguineidad simbólica y establecimiento de sentidos de pertenencia, apropiación y compromiso con las circunstancialidades enunciativas devenidas del entorno acechante y transfiguradas en discurso poético.

DE LA VOLUNTAD CREADORA A LA ESTÉTICA VINCULANTE

            La voluntad creadora es la visión narrada –poetizada- de la vida idealizada bajo los propósitos trascendentes de los enunciantes; de allí que lo narrativo responde a lo experencial-histórico en función de los hechos humanos fundamentales; esto es, con base en lo transhistórico –metafísica de la persona-, tal y como refiere Ricoeur, citado en la introducción de Amor y Justicia por su traductor:

<<la tarea de la metafísica sería la de detectar los invariantes fundamentales en los que se puede reconocer el invariable humano>>. Invariables humanos son la capacidad de diálogo, la acción y el sufrimiento en una realidad interpretable, la posibilidad de memoria, es decir, de narración. <<Hay hombre cuando hay capacidad de juzgar entre el bien y el mal >>. (Declaraciones de Ricoeur a El país, 28-11-1986, p. 46).  (Moratalla, 1990, p. 10).

Según estas referencias estamos frente a la constitución de una fenomenología hermenéutica del sí mismo bajo la recreación de lógicas de sentido en cuanto interpretación teórica, que en este caso, está fundada en la relación entre amor y justica; amor y presunción de ideales libertarios en los cuales convergen todas las nociones de libertad como acción humana que va desde la manifestación espiritual hasta la corporalidad sensible-erótica; pasando por la práctica cotidiana, y de allí, a la acción política; espacios donde la interacción de los términos genera nuevas redes de significación.

De esta manera la voluntad creadora constituye la reciprocidad de las libertades encarnadas en diferentes visiones del amor; acepciones que enriquecen la circulación de referentes y su transversalización en la fusión simbólica constituyente de la estética vinculante como intercambio o reciprocidad de representaciones entre seres de raigambre sensible.  Así que esta estética vinculante se establece a manera de materia significada de una realidad interpretable o materia significante. Además la estética vinculante está determinada por la voluntad en sus derivaciones fenomenológico-hermenéuticas para la construcción de discursos alternativos –estéticos en este caso-, a partir de una literatura filosófica derivada de la sensibilidad reflexiva.

En este sentido es menester puntualizar los pormenores de la fusión simbólica aludida a manera de comprensión de lo referido por medio de la estética vinculante y la presunción de horizontes de interpretación, destacándose el elemento vinculante y diversificante de sentidos y redes de significación, a decir de Gadamer:

Comprender es siempre el proceso de fusión de estos presuntos «horizontes para sí mismos». La fuerza de esta fusión nos es bien conocida por la relación ingenua de los viejos tiempos consigo mismo y con sus orígenes. La fusión tiene lugar constantemente en el dominio de la tradición; pues en ella lo viejo y lo nuevo crecen siempre juntos hacia una validez llena de vida, sin que lo uno ni lo otro lleguen a destacarse explícitamente por sí mismos (Gadamer, 1984, pp. 376-377).

            Por lo que la incorporación de lo simbólico a esta fusión posibilita la convergencia a manera de espacio en el cual se hacen coincidir semióticamente los planos enunciativos en función de lo lexical y lo figurado como líneas paralelas articuladas por relaciones de significación establecidas a partir de un fin determinado o propósito de investigación. De esta manera, la señalada convergencia son los espacios o campos semióticos revelados a partir de la transversalidad referencial y la fusión simbólica; dos formas de articular lógicas de sentido y de la significación.

            Ahora bien, en este aspecto es preciso decantar el móvil de esta estética vinculante  denominado voluntad creadora para destacar la prefiguración de la persona que obra detrás de la producción de textos como instancias enunciativas para nombrar al sujeto desde su identidad: narrativa, poética, social, política, cultural, mítica, y toda aquella constitución simbólica de la acción humana convertida en práctica fundamental del Ser desplegado en función de la trascendencia y el reconocimiento consigo mismo, los otros y los contextos enunciativos.

            De hecho es un acercamiento a la persona en su fundamentación ética  a partir de la triada: acción, lenguaje, narración; inherentes a la fundamentación del sujeto humano en una específica ubicación en los planos discursivos-representacionales, donde el uso de la notación ‘planos, es para significar las circunstancialidades donde se generan las relaciones de significación-representación desde diferentes semiosis, que en la transversalidad referencial y fusión simbólica, crean dinámicas sígnicas desde la transtextualidad. Adquiriendo esta transtextualidad una importancia capital en el análisis discursivo y su sostenimiento en la metáfora y alegoría a manera de formas distributivas de sentido. 

            E indudablemente ese correlato de voluntad creadora y estética vinculante deviene en concepción ética en la cual redunda la experiencia a manera de base fundamental que indaga en los mundos primordiales u originarios radicados en el amor como acción humana enfatizada desde lo individual hacia lo colectivo en cónsona expresión dialéctica de lo intra e intersubjetivo y sus mediaciones prácticas entre: sujeto, lenguaje y contextos a través de la sublimidad de la alabanza del objeto amado y su posterior conversión en principios de solidaridad consigo mismo y los otros a partir del discurso poético y su infinita posibilidad en la construcción de imaginarios; ya que: “en poesía las palabras-claves sufren amplificaciones de sentido, asimilaciones inesperadas, interconexiones inéditas” (Ricoeur, 1990: 16).

            En todo caso, con base en la ontosemiótica, esas palabras claves aludidas por Ricoeur serán los subjetivemas dentro de la articulación del sentido y establecimiento de las relaciones de significación-representación a través de la transversalidad referencial y fusión simbólica entre amor y justicia; o más bien, la subjetivación del amor y la justicia a manera de prácticas de la cotidianidad, en las cuales, cuerpo y formas de desear juegan un papel primordial en la formulación de argumentaciones que van de lo corpóreo a lo transcorporal donde es posible conjuntar las diversas isotopías concatenantes del orden discursivo en obvia recurrencia del sujeto y sus espacios enunciativos en la imaginación simbólica. Referida esta transcorporalidad como el tiempo-espacio en el cual se conjuntan corporalidad y naturaleza humana con las ricas y complejas relaciones de significación textual, discursiva, cultural y contextual.

            A nuestro entender, en esta transcorporalidad se ubican las dimensiones simbólicas que potencian los imaginarios socioculturales y su intrincada red de producción de significados; reflexión donde surge la conceptualización de corpohistoria, como:

Una posibilidad metodológica para establecer relaciones sígnicas dentro de la cultura, donde los arquetipos corporales juegan una relación simbólica de suma importancia dentro de la interpretación histórica, porque a partir de ellos se puede reconstruir, tanto de manera facsimilar, como desde la alegoría, procesos históricos que nos dejan percibir y analizar lo aparente y lo figurado, la imagen y lo representado; pero en todo caso, el cuerpo como espacio simbólico de las vicisitudes del hombre en su constante construcción metafórica desde sus espacios históricos e íntimos. Esto es, del cuerpo como el gran espacio y tiempo de la enunciación (Hernández, 2013, p. 162).

Asumido entonces el cuerpo a manera de espacio enunciativo, en la transcorporalidad reside el desdoblamiento de lo simbólico, y por consiguiente, la transtextualidad devenida del anteriormente referido cuadrante semiótico entre: sujeto-texto-sujeto-contexto; ya que: “Somos sujetos permanentes de una palabra que nos sujeta. Pero sujetos en proceso, perdiendo a cada instante nuestra identidad, desestabilizados por las fluctuaciones de esa misma relación con el otro que presenta sin embargo cierta homeostasis que nos mantiene unificados” (Kristeva, 1985, p. 23). Convirtiéndose esos desdoblamientos del sujeto en las posibilidades de resignificarse y resignificar las realidades a través del lenguaje como mediador.

Cónsonos con las ideas de la ontosemiótica y su centramiento en el sujeto enunciante-atribuyente, cabe destacar la figuración de la voluntad creadora como manifestación transubjetiva que requiere de la estética vinculante para manifestarse en toda su plenitud y propiciar la generación de semiosis fundamentadas en lo figurado, con especial énfasis, en el discurso metafórico-alegórico, en el cual: “El símbolo, como la alegoría, conduce lo sensible de lo representado a lo significado, pero además, por la naturaleza misma del significado inaccesible, es epifanía, es decir, aparición de lo inefable por el significante (Durant, 1971, p. 14). Y precisamente los territorios del amor y la justicia son posibles de recorrer a partir de esta vinculación simbólica diversificada en el discurso poético de Pablo Neruda, como intentaremos demostrar en los párrafos subsiguientes.

AMOR Y JUSTICIA EN LA DIVERSIFICACIÓN SIMBÓLICA

            Comencemos por señalar al amor como espacio enunciativo a través de los intentos por construir un ideal diversificado en un otro que ejerce funciones de balance, complementariedad y fusión simbólica de la acción humana en diversas dimensiones representacionales sustentadas en la transversalidad referencial que posibilita las relaciones de significación. Concebido de esa manera, el amor es inherente a la experiencia devenida de una necesidad subjetiva que intenta corporeizarse a través de la transferencia de valores patemizados:

Ya que generalmente se aborda como un sentimiento idealizado y magnificado por una retórica que compromete al sujeto en la promesa de completud y plenitud bajo el signo del amor, que no es otra promesa que la de ser uno en fusión con el otro-amado. El amor es concebido frecuentemente como una voluntad o una pasión encauzada por los diques del yo y de la conciencia (Aguirre y Vega, 1996, p. 48).

            Visto desde esta perspectiva, el amor es una fusión simbólica, una metáfora del yo y la creación de espacios enunciativos desde donde ese yo se reconoce en función del otro, pero al mismo tiempo, como manifestación discursiva y su vinculación con agentes de normatización cultural, agencia una ética que le permite establecer rasgos diferenciadores entre sus diversas expresiones-dimensiones: filial, patrio, erótico, platónico, místico, fraterno, desexualizado, entre otras. Expresiones-dimensiones desde las cuales se establecen estamentos reguladores para garantizar su circulación dentro de los espacios de la significación; esto es, la configuración de una moral del amor donde funda su propia lógica de sentido, y en todo caso, crea una ética.

            Con las anteriores presunciones otorgadas al amor, este se convierte en imaginario que ocurre a las formas discursivas para tratar de materializarse a manera de conciencia semiótica, argumentada esta como reflejo activo de la realidad diversificada a través de la mediación del lenguaje y sus posibilidades de interpretación. O mejor dicho, a manera de construcción simbólica, en la cual, la realidad de la conciencia es la realidad de las fusiones simbólicas que se puedan establecer en la interacción y circulación de los signos dentro de los escenarios enunciativos y los procesos de significación tanto subjetivos como contextuales; en que: subjetividad, objetividad, utopía e ideología son formas de conciencia porque vehiculizan ideas sobre la realidad designada (Bajtín, 1976, 2003).

En este sentido estamos infiriendo la dialéctica simbólica a partir de las relaciones intra e intersubjetivas, a decir de Bajtín (2003):

Yo me conozco y llego a ser yo mismo sólo al manifestarme para otro, a través del otro y con la ayuda del otro. Los actos más importantes que constituyen la autoconciencia se determina por relación a la otra conciencia (al tú) […] Y todo lo interno no se basta por sí mismo, está vuelto hacia el exterior, está dialogizado, cada vivencia interna llega a ubicarse sobre la frontera, se ubica con el otro, y en ese intenso encuentro está toda su esencia […] El mismo ser del hombre (tanto interior como exterior) representa una comunicación más profunda. Ser significa comunicarse (p. 327) (Resaltado en el original).

            Teniendo en cuenta lo anterior, la conciencia es acto dialógico, al mismo tiempo, semiótico, en cuanto a la resignificación y cohabitación del sentido mediante las formas discursivas dentro de las relaciones de significación. Y en el caso del amor en tanto conciencia:

Siempre está dirigido a otro, sea este un semejante y/o la representación que hace el sujeto de sí mismo. Se juega en el campo de una dialéctica, siempre bajo el signo de la alteridad. Extrañamente, y en oposición al sentido común, no son dos los personajes que intervienen en el drama amoroso, son cuatro. Esto es así porque el enamorado ve en el objeto de amor no lo que este es, sino la imagen idealizada que ha forjado del ser amado, desde ahí el objeto de amor queda escindido entre lo que es y lo atribuido por el otro. A su vez, este ser amado, en caso de corresponder, hará exactamente lo mismo: escindirá a su objeto. En consecuencia tenemos cuatro posiciones: dos sujetos y dos ostentosas imágenes yuxtapuestas (Aguirre y Vega, 1996, pp. 50-51).

            Así pues, el amor construye una lógica subjetivada que interactúa de una manera singular dentro de los espacios culturales, y basada en el orden del lenguaje, parte de la experiencia individual que es propia y única para cada sujeto para luego concatenarse con otro a través de circunstancialidades enunciativas determinadas. Tal es el caso de la erotización de los referentes, en la cual siempre tiene que existir un sujeto erotizante para que fluya el objeto erotizado como fusión simbólica y concreción de la realidad significada. En este sentido, se está argumentando la presencia de una lógica patemizada, a razón de estructurante transubjetivo que trasciende de una simple materialidad a los espacios de la voluntad creadora, en donde, el amor se produce, crea sus formas de veridicción y cohabita con la racionalidad.

            En todo caso el amor es la asimilación de los sentimientos por sí mismo y por el otro para la identificación y comprensión del objeto metafórico radicado en la transcorporalidad, en el cuerpo simbólico que contiene las claves para desmenuzar esas lógicas de sentido subjetivado o trascendental, (estética filosófica como elemento vinculante) que en este caso intentamos explicar a través de la ontosemiótica y la identificación del objeto de estudio con lo espiritual a manera de indicio “que tienen un sentido sin tener por ello una significación. Repartidos por los diversos registros perceptivos (oído, vista, olfato, tacto), los unos reciben el goce de los otros para hacer que exista la expresión y la sensación propia” (Kristeva, 1988, p. 295).

            De esta manera estamos en presencia de un proceso de metaforización vinculante de los procesos semióticos como inscripciones simbólicas que generalmente operan dentro de las paridades oposicionales valor/antivalor, tal es el caso del amor y la justicia, instancias categoriales movidas a través de la antítesis:

Que confiere al amor el dinamismo gracias al cual pasa a ser capaz de movilizar una variedad de afectos que designamos por sus estados terminales: placer vs. dolor, satisfacción vs. descontento, alegría vs. angustia, felicidad vs. melancolía… El amor no se limita a desplegar en torno a él toda esta variedad de afectos, como un vasto campo de gravitación, pero crea entre ellos una espiral ascendente y descendente que recorre en los dos sentidos (Ricoeur, 1990, p. 19).

No obstante, en la operacionalidad de los campos semióticos los contrasentidos rearticulan los procesos de significación, específicamente en la obra de Pablo Neruda y su instauración de ideales de justicia y equidad a partir de la injusticia e inequidad social, desde la irrupción de lo excluido y marginado por las esferas sociales; surgiendo la refiguración de los contenidos referenciales a partir de una fusión simbólica determinada por específicas circunstancialidades enunciativas que desafían el carácter normativo de lo jurídico mediante la apelación del espíritu y los afectos, ya que:

Una sociedad cualquiera tiene todas las reglas a la vez, jurídicas, religiosas, políticas, económicas, del amor y del trabajo, del parentesco y del matrimonio, de la servidumbre y de la libertad, de la vida y de la muerte, mientras que su conquista de la naturaleza sin la cual dejaría de ser una sociedad, se hace progresivamente, de fuente en fuente de energía, de objeto en objeto. Por ello, la ley pesa con todo su peso, incluso antes de que se sepa cuál es su objeto, y sin que pueda saberse nunca exactamente (Deleuze, 1994, p. 41).

            Ahora bien, dentro de los planos enunciativos, la justicia argumenta a partir de la ley y las reglas; esto es, desde lo imperativo, mientras el amor no argumenta desde cánones establecidos, sino funda una argumentación soportada en valores subjetivados que llegan a racionalizarse en función de una dialéctica del reconocimiento; particularidad que equilibra las dimensiones del amor y la justicia, no solo terrena, sino también divina. Puesto que el amor propende a la justicia, tal es el caso del planteamiento de la poética de Pablo Neruda, creando un sentido a través de un complejo entramado simbólico que trataremos de dilucidar más adelante.

            Lo que si ocurre, es que en esa dialéctica del amor y la justicia, el amor crea una especie de mandato implícito dentro de la acción humana, que en muchos y deliberados momentos, se convierte en práctica social o concreción institucional; un tránsito entre ideología y utopía en los cuales se forjan ideales a partir de la identidad narrativa que aplica tanto para personas como para instituciones. Identidad narrativa articulada a través del lenguaje, tal y como lo apunta Paul Ricoeur (2004, p. 39): “el mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo temporal. (…) el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo; a su vez, la narración es significativa en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal”.

      E indudablemente esa identidad narrativa está profundamente relacionada con la transcorporalidad (corpohistoria) y la asunción de una fusión simbólica a manera de principio de interpretación-argumentación que parte del sujeto enunciante para luego proyectarse en lo colectivo, en lo institucional como imaginario, puesto que:

La institución es una red simbólica, socialmente sancionada, en la que se combinan, en proporción y relación variables, un componente funcional y un componente imaginario. Esta autonomización de la institución se expresa y se encarna en la materialidad de la vida social, pero siempre supone también que la sociedad vive sus relaciones con las instituciones a la manera de lo imaginario (Castoriadis, 1983, p. 228).

            Así lo narrativo está implícito en lo imaginario, constituyendo un binomio indisoluble de las formas enunciativas de la realidad y sus diversas formas de expresión; y: “la narración en este sentido, es ella misma una institución obedeciendo los cánones para los cuales se cumple la dialéctica temporal de la identidad” (Ricoeur, 1990, p. 124). Institución que puede convenirse desde la subjetivación como lógica, o en su defecto, en función de la objetivación, tal y como sucede con la historia en su diversificación más aludida: regional y nacional, en la cual lo sincrético funda una convencionalidad, en la cual:

Muchos debates sobre la identidad nacional pueden aparecer completamente falsos por el desconocimiento de la única identidad que conviene a las personas y a las comunidades, a saber, la identidad narrativa, con su dialéctica de cambio y de mantenimiento de sí mismo por la vía del juramento y la promesa (Ricoeur, 1990, p. 124).

            En efecto el discurso estético de Pablo Neruda linda entre una poética del amor y una necesidad de justicia; emana del cuerpo desnudo de la mujer deseada a la cotidianidad del sujeto dentro de los imaginarios personales, para luego inquirir en la justicia como forma de resarcimiento del yo y su contexto. Todo ello conjuntado en la construcción de una particular identidad narrativa mediada por lo terreno y lo divino; lo corpóreo trascendental como fusión simbólica del Ser reivindicado en su propia esencia y la complementariedad en sus semejantes.

LA CORPORALIDAD TRANSVERSA: LOS MOMENTOS ÍNTIMOS

            Los espacios íntimos reconfiguran al sujeto desde la perspectiva intrasubjetiva para sentar los estamentos fundacionales de su relación consigo mismo y los otros a través del amor carnal, erótico, pasional, a modo de acción humana presupuesta en la esencia misma del sujeto. E indudablemente a través del otro cuerpo deseado/poseído a partir de la palabra se construye la transcorporalidad erótica donde se conjuntan en un mismo plano enunciativo el erotismo y la construcción de subjetivemas basados en la sublimidad y la trascendencia del cuerpo metaforizado en la representación del sujeto y sus desdoblamientos en el discurso poético como fórmula ideal para construir una estética del amor, por demás vinculante desde la reflexión patemizada.

            Así mismo lo erótico funda una ética transpuesta en amor con el establecimiento de las convencionalidades entre los amantes para la materialización de la idealidad inmersa dentro de una hermenéutica del sujeto fundada “en la idea de que hay en nosotros algo oculto y vivimos siempre en la ilusión de nosotros mismos, una ilusión que enmascara el secreto. De ahí se desprende la exigencia continua para el sujeto de descifrarse a sí mismo y su deseo” (Foucault, 2002, p. 16). En este sentido, lo erótico en su figuración ética constituirá la identidad narrativa que permite al sujeto configurarse y reconfigurarse dentro de los espacios de la significación como respuesta a una falta o carencia intentada solventar en la complementariedad con el otro.

En particular, este hecho de la búsqueda de sí mismo es taxativamente evidente en la poesía de Pablo Neruda, específicamente en la etapa que él mismo definió como metafísica, en la cual el cuerpo femenino se hace fusión simbólica para encontrarse en el deseo a manera de autoreconocimiento y reafirmación en la metáfora de lo amado materializado en la palabra:

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,/ te pareces al mundo en actitud de entrega./Mi cuerpo de labriego salvaje te socava/y hace saltar el hijo del fondo de la tierra/Fui sólo como un túnel. De mi huían los pájaros,/y en mí la noche entraba su invasión poderosa./para sobrevivirme te forjé como arma,/como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda (Neruda, 1977a, p. 13).

En esta fusión simbólica como semiosis contentiva de lo afectivo más allá de lo cotidiano aparece lo corpotelúrico o la junción del cuerpo femenino desdoblado en tierra y deseo; tierra labrable con la mirada/palabra del oferente para materializar el objeto amado en arma originaria (arco-flecha) o milenaria y mística (honda) para reafirmar su presencia terrena en función del ideal erótico. De esta manera la corporalidad transita desde lo físico-orgánico hasta lo místico en correspondencia con lo sublime y sus posibilidades de homologar la fragmentariedad en la convocatoria de la recomposición del sentido, ya que el erotismo es una metáfora del límite; como si el límite debiera dar lugar a la plenitud del ser. Pues, en todo caso, el erotismo como metáfora busca el punto central y oculto de la experiencia; en ese punto se determina el doble y complementario flujo de sentido:

Oh, AMADA, oh claridad bajo mi cuerpo,/oh suave tú de la aspereza desprendida,/eres toda la noche con su acción constelada/y el peso de la luz que la atraviesa./Eres la paz del trigo que se prepara a ser/Oh amada mía, acógeme y recógeme ahora en esta última isla nupcial que se estremece/como nosotros con el latido de la tierra./Oh amada de cintura parecida a la música,/de pechos agrandados en el Edén glacial,/de pies que caminaron sobre las cordilleras,/Oh Eva Rosía, el reino no esperaba/sino el frío estallido de la tormenta, el vuelo/de tórtolas salvajes, y eras tú que venías,/soberana percibida, fugitiva del cielo (Neruda, 1977b, p. 66).

            El discurso poético asume la particularidad hímnica para alabar el cuerpo femenino mediante la transversalidad referencial con variados elementos: telúricos, aéreos, tempestuosos que sirven de escenario para el descenso de la amada a derramar la calidez terrenal a quien admira a través de la palabra y utiliza las exclamaciones retóricas a manera de recurso recurrente para puntualizar la imagen añorada. Y mediante una transcorporeización produce un holograma que encarna toda la figuración pretendida a través de la estética vinculante entre el enunciante y la realidad significada.

            Surge entonces la cosmicidad de las locaciones enunciativas para abandonar la realidad tangible y crear semiosis infinitas, constelativas en la cuales se hace eco lo trascendente como visión onírica, donde el espacio de los sueños es la posibilidad de enunciar la imposibilidad material:

Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte./Te estoy amando aun en estas frías cosas./A veces van mis besos en esos barcos graves,/que corren por el mar hacia donde no llegan./Ya me veo olvidado como estas viejas anclas./Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde./Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta./Amo lo que no tengo./Estás tú tan distante./Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos./Pero la noche llena y comienza a cantarme./La luna hace girar su rodaje de sueño (Neruda, 1977a, p. 102).

            Anudado a la perspectiva nostálgica el referente acuático es el tránsito hacia el abandono de los espacios cálidos del amor y la materialización del deseo en las instancias sublimes del naufragio como transferencia hacia otros escenarios enunciativos mediante el reconocimiento del abandono y el entonar una canción desesperada:

Ése fue mi destino y en él viajó mi anhelo,/y en él cayó mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!/De tumbo en tumbo aun llameaste y cantaste./De pie como un marino en la proa de un barco/ […] Es la hora de partir, la dura y fría hora/que la noche sujeta a todo horario/ […] Es hora de partir. ¡Oh abandonado! (Neruda, 1977a, pp. 121-122).

            Esta referencialidad poética avizora una transmigración del cuerpo femenino individualizado hacia la notación de patria en la cual se encuentra con la historia colectiva que permite recorrer los senderos entre presente y pasado, e igualmente, se autoreconoce en medio de la cotidianidad urbana para iniciar así a residir en la tierra, y a partir de la reflexión poética hallar otras formas de trascendencia. Allí, la corporalidad telúrica comienza a desprenderse en corpohistoria.

RESIDIR EN LA TIERRA O LA MUDANZA DEL ENCANTO

            Bajo la isotopía residir/habitar la tierra se pretende destacar la irrupción de una temática completamente diferente a la de los espacios íntimos y su configuración en las referencias del amor, cuerpo femenino y deseo carnal. Discurso poético centrado básicamente en el yo de la enunciación y las divagaciones existenciales que configuran su mundo primordial, tal es el caso de Crepusculario (1923) donde su referencialidad se hace nostálgica para evocar el templo provinciano, la muchacha amada, el pueblo remoto, el padre o el amigo; en fin, el balance e inventario de las isotopías existenciales que sirven de referencia para evocar la noción de paraíso para el eterno retorno en momentos de angustia y desesperación.

            Residir en la tierra es el encuentro con los espacios urbanos donde el sujeto sufre un proceso de desubjetivación y se incorpora a una tropelía informe que lo conduce a la materialización y cosificación. Es el hombre subsumido en una cotidianidad trepidante que hace de la palabra poética su definición desde los artilugios de la vestimenta o los enseres de trabajo, al mismo tiempo que simboliza la conciencia del yo de la enunciación de su compromiso dentro de esa realidad, con el inicio de una nueva travesía discursiva entre:

La voluntad de los motores se consumía lejos:/el humo de los trenes iba hacia las ciudades/y yo, el empecinado, minero del silencio,/hallé la zona sombra, el día cero,/donde el tiempo parecía volver/como un viejo elefante o detenerse,/para morir tal vez, para seguir tal vez,/pero entre noche y noche se preparaba el siguiente,/el día sucesivo como una gota./Y aquí comienza esta sonata negra (Neruda, 1977b, p. 11).

En Residencias en la tierra Neruda mostrará una residencia difícil, áspera, generadora de vida y muerte; una residencia común para los hombres, y a la vez, residencia del yo poético que intenta ser voz de la conciencia frente a la materialidad representada por los establecimientos comerciales, mercaderías, ascensores. Por lo que ya no se trata de la descripción de la naturaleza ensoñada mediante la traslación con el cuerpo femenino, sino por la corporalidad que engulle y devora: “Seguramente, eternamente me rodea/este gran bosque respiratorio y enredado/con grandes flores como bocas y dentaduras/y negras raíces en forma de uñas y zapatos” (Neruda, 1975, p.35).

En este aspecto residir en la tierra es presenciar la fragmentación espacio-temporal que suplanta la unicidad alcanzada en la corporeidad de los espacios íntimos y la calidez del amor; surgiendo el yo de la enunciación a manera de exiliado que encuentra en la poesía la reconfiguración del sentido como vehículo para abordar las realidades sociales y políticas, al mismo tiempo que significa el viraje del discurso poético; “Preguntaréis: ¿dónde están las lilas?/¿Y la metafísica cubierta de amapolas?/¿Y la lluvia que a menudo golpeaba/sus palabras llenándolas/ de agujeros y pájaros (Neruda, 1976, p.44). E indudablemente la figuración de los ideales de justicia como desdoblamiento de otra forma de amar.

Además de representar otra forma de amar, en ese ideal de justicia subyace el desdoblamiento de la presencia femenina en la corporalidad colectiva representada por la patria: “Es mi patria y comprenso tu canto y tu llanto/y toco el contorno de tus tricolores guitarras llorando y cantando,/porque soy un puñado de polvo de tu cordillera/y vivo en tu amor el suplicio de condecorar tus tormentos” (Neruda, 1977c, p. 69). Entonces se convierte en cronista para contar la historia de los otros: “la historia de aquél o del hijo de aquél/ o de nadie, de todos, porque este destino de greda/nos hace en el horno del pueblo parejos, parientes profundos” (Ibíd.).

En particular, esta conversión en cronista lo hace discernir en un amor que procura la justicia y equidad, tal y como se puede apreciar en Canto General mediante la construcción de circunstancialidades enunciativas desde la historia, los discursos del poder y la lucha fratricida por éste; acontecimientos que cambian la forma de subjetivar las instancias del amor y convertirlas en un padecimiento más demoledor: “Yo sufro/solo los sufrimientos de mi pueblo. Yo vivo/ adentro, adentro de mi patria, célula/ de su infinita y abrasada sangre,/no tengo tiempo para mis dolores./Nada me hace sufrir sino estas vidas/que a mí me dieron su confianza pura” (Neruda, 1982, p.325).

Esto lo lleva a convertirse en peregrino, donde el peregrinar se hace homólogo al acto de reflexionar en busca de la justicia, aún más, su discurso se convierte en prosa de la justicia al develar desigualdades y penurias a partir de una nueva dimensión de lo telúrico que sigue sosteniendo como base ancestral y escritural: “Soy el hombre del pan y el pescado/y no me encontrarán entre los libros,/sino con las mujeres y los hombres:/ellos me han enseñado el infinito” (Neruda, 1977d, p.50). Entonces se vuelve multitud en la solidaridad y el sufrimiento colectivo, puesto que: “No me siento solo en la noche/en la oscuridad de la tierra./Soy pueblo, pueblo innumerable/tengo en mi voz la fuerza pura/para atravesar el silencio/y germinar las tinieblas/ […] Desde la muerte renacemos” (Neruda, 1982, p.286).

E indudablemente no está aludiendo solo a la muerte biológica, sino a la castración social que convierte a las personas en especie de espectros deambulantes en medio de la cotidianidad:

Somos torpes los transeúntes, nos atropellamos/de codos,/de pies, de pantalones, de maletas,/bajamos del tren, del jet, de la nave, bajamos/con arrugados trajes y sombreros funestos./ Somos culpables, somos pecadores,/llegamos a los hoteles estancados o de la paz industrial,/ésta es tal vez la última camisa limpia,/perdimos la corbata (Neruda, 1977e, p. 27).

Por lo que la palabra poética se convierte en estética vinculante para despertar de los letargos y torpezas a través de su materialización en piedra primigenia para edificar los nuevos cimientos de justicia y equidad:

Quiero que a la salida de fábricas y minas/esté mi poesía adherida a la tierra/al aire, a la victoria del hombre maltratado./Quiero que un joven halle en la dureza/que construí con lentitud y con metales,/como una caja, abriéndola cara a cara, la vida (Neruda, 1982, p. 392).
       
     Ineludiblemente la trascendencia ha mudado su encanto para hacerse compromiso social e ideológico, ahora trasciende en la palabra hecha pueblo, voz de la conciencia que reclama a través de la prosa: justicia, y al mismo tiempo, lega un testimonio poético a la humanidad como otra forma de corporeizarse en el colectivo y darle utilidad práctica al discurso estético frente a la afrenta a su pueblo: “Sólo los poetas son capaces de ponerlo contra la pared y agujerearlo por entero con los más mortíferos tercetos. El deber de la poesía es convertirlo a la fuerza de descargas rítmicas y rimadas en un impresentable estropajo” (Neruda, 1974; p. 8).

            Ahora el imaginario se construye sobre la historia descarnada y las posibilidades de la lógica de la equivalencia que depara la justica fundamentada en el amor a la patria representada en el colectivo sufriente y padeciente, al mismo tiempo, de convocar a la reconciliación a manera de lógica de la abundancia: “Te necesito mi joven hermano/joven hermana, escucha lo que digo/yo no creo en odios inhumanos./Y no creo que el hombre es el enemigo/creo que con tu mano y con mi mano/llenaremos la patria de regalos,/sabrosos  y dorados como el trigo” (Ibíd. P.29).

En este sentido, el poeta nunca se deshumaniza ni pierde su posicionalidad ética desde la perspectiva del amor y la justicia como valores superiores de la acción humana, sino más bien, ofrece su voluntad creadora a manera de vínculo entre sus semejantes para que la palabra cumpla su misión de cuestionar las injusticas y llame a la conciliación.

CONCLUSIÓN
       
     Un profuso entretejido simbólico sostiene la poética de Pablo Neruda desde donde se constituye una corporalidad sostenida por el amor y la justicia; trasvasada en estética vinculante que busca constituir una red intersubjetiva para convocar voces y voluntades en torno a un ideal común.

            En compleja armonía el carácter estético se hace presunción ética en la voz colectiva reflejada en los cantos del poeta militante; el cronista del sentimiento diversificado en la acción humana que aborda la corporeidad como el gran espacio de la enunciación. Una estética filosófica, por demás, vinculante de las voluntades creadoras y conciencias que despiertan del letargo de la historia para escribir nuevos párrafos en los muros del tiempo.

Magistralmente palabra, imagen y propósito se unifican en cópula diversa para recrear el cuerpo perfecto que acoge por igual, tanto al hombre y sus deseos más intensos como al peregrino incansable voceando a los vientos patrios los cantos ceremoniales para interrogar las conciencias y redimir los espacios más allá de la muerte y el olvido.

            Hombre, poeta y tiempo construyen una semiosis singular que desborda los simples predios de la objetividad-materialidad y ensanchan los horizontes desde una lógica subjetivada o hermenéutica de los afectos que intenta situar lo comprendido a partir del sujeto y su patemia, en la conjunción de la razón y la pasión a manera de posibilidades para articular caminos de interpretación dentro de las intrincadas relaciones entre mundos íntimos, especularidad y espacios cotidianos, sin que el sujeto se diluya en los espacios de significación, sino, siempre sea quien guíe el timón con mano firme y palabra  encendida.

BIBLIOGRAFÍA

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[1]Tradicionalmente, la definición de Ontosemiótica está vinculada a la matemática en función de la relación del conocimiento con la intención didáctica, privilegiando las relaciones cognitivas. Mientras que nuestro enfoque se orienta hacia una semiótica del sujeto y la sensibilidad cultural, bajo las relaciones intersubjetivas implícitas en los diversos discursos.
[2]Dentro de esta semiótica de la afectividad-subjetividad es oportuno referir la importante analogía que conjunta el elemento afectivo entre lo enunciativo y lo figurado como formas de estructuración simbólica; ya que: “la analogía en el plano de los afectos y la metaforización en el plano de las expresiones lingüísticas son un único y mismo fenómeno. Esto implica que la metáfora es aquí más que un tropo, quiero decir más que un ornamento retórico” (Ricoeur, 1990, p. 200).

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