APROXIMACIÓN CRÍTICA: DE LA HISTORIA A LA
NOSTALGIA[1]
Luís
Javier Hernández Carmona
Universidad
de los Andes
Trujillo, Venezuela.
Se verá… que desde hace mucho tiempo
el mundo posee el sueño de una cosa de la que tan solo le falta tener la
conciencia para poseerla realmente.
(Carlos Marx, 1843)
Consecuentemente,
la historia se ha constituido en cartabón para argumentar sobre una realidad
presente, legitimarla desde un pasado
forjado como estamento ético. Así
se construye una historia de bronce que
se blinda frente a los tiempos presentes
y se estructura en el vértice sobre el que se funda toda visión rectora del
pensamiento cultural. En este sentido, la historia es crasamente objetiva, la
visión del historiador-enunciante pasa a ser definitiva y definitoria en las
acepciones históricas. En su defecto, la nostalgia conduce a la revalorización
del hecho histórico desde la cercanía, para hacerlo íntimo, asimilable, creíble, y así
trasladarlo hasta las regiones de la utopía. En la mayoría de los discursos
históricos se percibe una nostalgia, no aquella nostalgia lugar común que nos
vuelve a la infancia, sino por la solidaridad que pretendemos construir
alrededor del hecho social. La nostalgia es necesaria para familiarizar la
historia con el enunciante, hacerla referente sentido que produzca textos que
van desde la memoria individual a la memoria colectiva, emparentando el hecho
histórico con la anécdota personal, que no solo puede estar referida a un
individuo, sino a una región determinada que sirve de punto de partida
para abarcar espacios geográficos e históricos.
La historia
jerarquiza las acepciones y las entroniza dentro de los elementos ideológicos,
por cuanto, ella se transfigura en ideología; estamento para justificar haberes
y procederes, donde la herencia es categoría sine qua non para detentar el poder, poder abigarrado en las clases
privilegiadas que articulan la historia y descendencias a manera de privilegios
naturales, otorgando una jerarquía genérica dentro de la línea de descendencia,
aun cuando esas consanguinidades sean terriblemente lejanas o improbables. Pero
a pesar de ello, no deja de ser una sonrisa o bendición de la historia para el
enunciante regodeado en su heráldica fastuosa que lo diferencia de todos los
demás; “La historia sigue siendo fundamentalmente un relato y lo que
denominamos explicación no es más que la forma en que se organiza el relato en
una trama comprensible” [Veyne, 1984, p. 67]
Así la historia se
convierte crasamente en objetiva, la visión del historiador- enunciante pasa a
ser definitiva y definitoria en las acepciones históricas, aun cuando ella sean
una falsificación de la realidad2 –como en la gran mayoría de casos-
se inserta dentro de la memoria colectiva como hecho cierto y profundamente
objetivo. La repitencia del hecho histórico y su legitimación a través
de las esferas del poder se transforman en “acervo” de las naciones,
palabra consagrada y de bronce que estatuye
toda una ideología que pretende
ser identitaria para presumir desde allí
la homogeneización de los pueblos en torno a
su génesis, manifestaciones culturales y la construcción de la
idiosincrasias como puntos de referencia. Indudablemente la escritura misma de
la historia la atomiza, potenciándola en fragmentos que giran en torno a un
gran centro o eje, pero que en cualquier
momento pueden ir desde la periferia al centro y pugnar por el desplazamiento
de lo estatuido. Esa es la mayor evidencia de la historia como constructo
ideológico;
la dimensión ideológica de la obra
histórica pone de manifiesto el factor
ético que se encuentra en juego cuando el historiador adopta la decisión
concreta respecto a la naturaleza del conocimiento histórico y las
implicaciones que pueden derivarse del estudio de los acontecimientos pasados a
la hora de comprender el presente. [White, 1992, p. 32]
Es la sempiterna
pugna entre ideología y utopía; tomadas estas desde las acepciones de Paul
Ricoeur: “ La ideología es en definitiva, un sistema de ideas que se hace
anticuado porque no puede ajustarse a la realidad presente, en tanto que las
utopías son saludables sólo en la medida en que contribuyen a la
interiorización de los cambios” [1989, p.328] Creo que este es el profundo dilema que alimenta el pensamiento de Simón Bolívar,
o de quienes quieran asumir el pensamiento de nuestro Libertador como precepto
ideológico. Porque el pensamiento de Bolívar fue profusamente nostálgico,
nostálgico en el sentido que lo define Murena; “Esa melancolía es
la nostalgia de la criatura por algo perdido o nunca alcanzado, nostalgia por
un mundo que falta de modo irremediable”
[Murena, 1984, pp. 25-26].
El discurso de
Bolívar se convierte en paradoja discursiva al no encontrar aserto en el
referente como instrumento de acción. Su visión ensoñada del hecho político lo
conduce a discurrir en los predios de la utopía, en la propuesta de cambios que
nunca llegan a concretarse;
Dignaos, Legisladores, acoger con
indulgencia la profesión de mi conciencia política, los últimos votos de mi
corazón y los ruegos fervorosos que a nombre del pueblo me atrevo a
dirigiros. Dignaos conceder a Venezuela
un Gobierno eminentemente popular, eminentemente justo, eminentemente moral,
que encadene la opresión, la anarquía y la culpa. Un gobierno que haga reinar
la inocencia, la humanidad y la paz. Un gobierno que haga triunfar bajo el
imperio de leyes inexorables la Igualdad y la Libertad. [Discurso de Angostura, 1819]
Sólo quedan los
referentes del discurso como potencia ideal para la realización, empero en el
campo práctico, que no llegan a concretarse porque tendrá que hacerse
ideología, consecuencia práctica del pensamiento. Entonces, ese discurso
discurre entre lo realizable y lo irrealizable al ser referencia de la práctica del enunciante como ser humano y no como sujeto político, ahí es donde el referente está mas cercano al
imaginario que a la realidad, y por lo tanto se convierte en metáfora del
‘deber ser´ y no del ‘es’. Un ejemplo fehaciente de esta manifestación es “Mi
delirio sobre el Chimborazo” (1823) que a pesar de no ser un texto político de
Bolívar evidencia esa ambivalencia entre lo real y lo imaginado para encubrir
la noción de grandeza e inmortalidad que tenía Bolívar sobre si mismo. Es el
encubrimiento de la intención biográfica a partir de la escritura con matiz
poético, espacio desde donde es posible la legitimación a partir de
subjetividad que se convierte en estamento ético, proyección nostálgica del ser que está abatido frente a las
circunstancias, y hace de la escritura exclamativa su confesión sentida.
Lógicamente, esta
intención confesional es posible a través del texto poético, quien se convierte en el
receptáculo-expositor de la utopía y la nostalgia, el discurso recurrente que siempre vuelve a
sus orígenes para mantener la perpetuidad que se pierde en la aplicación
práctica o política de cualquier texto o pensamiento. Para llegar a él sólo es
posible a través de la nostalgia de lo que no puede ser dentro de un es: “La
nostalgia es la magia de la utopía, es el hechizo de una realidad que se quiso
distinta y se nos evaporó en las manos”. [Quesada
Monge, 1999]. La nostalgia conduce a
la revalorización del hecho histórico desde
la cercanía, para hacerlo íntimo, asimilable, creíble, y así trasladarlo
hasta las regiones de la utopía. En la mayoría
de los discursos literarios se percibe una nostalgia, no aquella nostalgia lugar
común que nos vuelve a la infancia, sino por aquella solidaridad que
pretendemos construir alrededor del hecho histórico. La nostalgia por lo
excluido, la sensibilidad frente a lo incierto del futuro, o la
querencia a vivir el pasado como se hubiese soñado, y no como lo impone
la dinámica del presente; “La nostalgia trasciende la añoranza por las
infancias perdidas y por las escenas de los primeros años de vida, y adopta
pasados imaginados nunca experimentados por sus devotos y tal vez por
nadie”.(Lowenthal, 1998, p. 12)
La nostalgia es
categoría que remite al “animus”, a la interioridad del Ser que está trasvasada por lo impredecible; en
el fondo del Ser se aloja la complejidad de las emociones y las
articulaciones de la sensibilidad; es por ello que: “Se ha podido crear la
nostalgia, pero no podrá poseerse nunca” [Lukács, 1975, p. 55] La nostalgia es
una “razón” que se basa en la sensibilidad, en la corporeidad, ella deviene del
cuerpo sensible que se desdobla frente a las circunstancias de la realidad y se
hace axioma de la cotidianidad. Esto es, receptáculo de los impulsos que
activan la sensibilidad en diversas maneras,
en:
la capacidad que tiene
nuestro espíritu de recibir representaciones (receptividad) en tanto que es
afectado de una manera cualquiera, por el contrario, se llamará entendimiento a la facultad que tenemos
de producir nosotros mismos representaciones o a la espontaneidad del
conocimiento. Por la índole de nuestra naturaleza, la intuición no puede ser
más que sensible, de tal suerte que sólo contiene la manera como somos
afectados por los objetos. [Kant, 1973, p. 20]
En nuestras
sociedades altamente politizadas, la historia se afianza aun mas como proveedora de privilegios en cuanto
a la detentación del poder; privilegia su posicionamiento dentro
de la memoria colectiva. En el acercamiento
en torno al referente histórico, y más aun, frente al pensamiento de
Bolívar, tiene una peculiar connotación, este pensamiento se ha convertido en
“inserto universal” del discurso político para justificar o legitimar cualquier
acción. Aquí, ser herederos de Bolívar, hijos de Bolívar, se convierte en la
base para que su pensamiento se convierta en franquicia ideológica del
pensamiento político y su conversión político-partidista. La imposibilidad
recurrente del pensamiento de Bolívar se hace posibilidad presente del
discurso, donde el enunciante la convierte en presunción, aforismo ético para
blindar su mensaje y potenciar el referente sobre las posibilidades del
compromiso y la empatía.
Pero esa
intencionalidad se diluye en la práctica discursiva, y en profundidad no logra su cometido, porque
adolece de la nostalgia como inhibidor
de la concepción ideológica y potenciadora de la manifestación de la subjetividad que se transfigura en especie de
sinceridad discursiva, y por ende, en manifestación ética por parte del
enunciante que avala su discurso desde lo ensoñado de la historia, la historia
que se deslastra de su violencia natural para convertirse en cándida y falaz,
historia que arrulla desde un peligroso didactismo y la pérdida de objetividad
y secuencialidad lógica de los hechos impostados como históricos: “La nostalgia
es hoy la palabra universal a la hora de considerar el pasado. Llena la prensa
popular, sirve como cebo publicitario, merece un estudio sociológico; ningún
término expresa mejor el malestar moderno” […] “Si el pasado es un país
extraño, la nostalgia lo ha hecho <<el país extraño con el mercado
turístico más saneado de cuanto existen>>”. [Lowenthal, 1998, p. 29]
Aun así, la
nostalgia es necesaria para familiarizar la historia con el enunciante, hacerla
referente sentido que produzca textos que van desde la memoria individual a la
memoria colectiva, emparentando el hecho histórico con la anécdota personal,
que no solo puede estar referida a un individuo, sino a una región determinada
que sirve de punto de partida para abarcar espacios geográficos e históricos.
Tal es el caso de Mario Briceño Iragorry, quien combinó historia regional y
nostalgia para potenciar sus escritos sobre una subjetividad identitaria que se
asume hoy día como resistencia frente a los discursos del poder. Sin intentar
glosar profusamente sobre la obra de Briceño Iragorry, es menester recordar textos
como: Mensaje sin destino, Alegría
de la Tierra o Mi infancia y mi pueblo, donde está contenido ese viaje
proyectivo desde dentro hacia fuera; viaje
a través de la memoria invadida de nostalgia para presagiar frente a
un presente, el futuro ideal, o, mas
conveniente para las sociedades latinoamericanas.
Es asumir la escritura
como recorrido cariñoso hacia el pasado para buscar los estamentos éticos que
permitan ilustrar en un presente las disecciones del comportamiento humano y
las tránsfugas ideológicas que subvierten el lógico devenir de las sociedades;
“Lo cierto es que la metáfora del viaje a través del tiempo se ha extendido más
allá de las fronteras de la ciencia-ficción y ahora designa todas las formas de
diversiones nostálgicas” [Lowenthal. Ob. cit. 44]. Y en Briceño Iragorry la
percepción retrospectiva nos permite comprender el pasado en medio de un
presente incomprensivo; desde esta perspectiva se evidencia una de las mayores
“intencionalidades” de Briceño Iragorry al partir de la triada individuo-
región-patria como sustento de todo principio de interpretación histórica
que debe comenzar con el individuo mismo y su conexión con el espacio local
para luego ensancharlo con el colectivo que involucra la noción de patria a
modo de dechado de virtudes;
El hombre, tanto por
su valor de individuo como por su
significado integrador de las
entidades sociales, pueblo, religión, ejército, raza; es el verdadero sujeto de
la Historia. Sujeto en la actividad de crear hechos, y sujeto en la pasividad
de estar incluido en la propia realidad de los procesos colectivos [Briceño Iragorry.
V. IV. 237]
Briceño Iragorry en
Mi infancia y mi pueblo hace un dual
recuento biográfico, el de él y
el de Trujillo a partir de la nostalgia de responder a la
inquietud de una Querida Amiga; del por qué nombra a su tierra natal como “La
tierra de María santísima”. Cuatro cartas son el soporte de una reflexión
poética- histórica que reconstruye el lar de su infancia con el añadido de la
experiencia del enunciante que ve lo que fue y lo que él quiere ver a partir de
la ensoñación que produce el viaje subjetivado, simbólico, imaginado. Es el
sensible uso de la literatura como instrumento ideal para resarcir las utopías
y convertirlas en mundos aleccionadores a través de la
escritura, y eso sólo es posible en la literatura porque en ella cohabita la nostalgia.
Y esto es
fácilmente comprobable en diversos textos literarios, o en la obra de un autor
específico, tal es el caso de Vicente Gerbasi, quien a través de su poesía
utiliza la nostalgia como el catalizador de sus textos, es la “niebla” que se
descorre lentamente frente a sus ojos develando el mundo que sólo el yo de la
enunciación puede ver y transmitir a través del discurso poético, lugar donde
se junta la subjetividad del texto con la del lector y se potencia la intencionalidad,
se logra el cometido de la escritura como hecho comunicacional a partir de la
recurrencia de la intimidad. En Vicente Gerbasi, la nostalgia está unida al
concepto de región cósmica, lugar desde donde se enuncia el acto de la
escritura, o al cual, se pretende llegar a través de la escritura (sepulcros
nocturnos en el caso de “Mi padre el inmigrante”). Es una poética
vivencial que está traspasada por la autobiografía, o más bien, la
reconstrucción autobiográfica de un entorno que se ensueña y al mismo tiempo se
hace propio, terreno conquistado a través de la palabra poética. Es el espacio
autobiográfico-biográfico como especialización de una minucia cotidiana. Es un
énfasis emocional que se trasfigurará en
la verdadera obsesión de la
memoria; una memoria biográfica, la denotación de un valor biográfico, momento
biográfico que va a constituir el “espacio biográfico” que alimenta el mito del yo.
Y eso es posible a
la incorporación del entorno inmediato del autor al texto convertido en
principio ético. Porque la vida misma, lo autobiográfico en literatura, gana
cadencia ética, principio moral desde donde se apuntalan las metáforas de vida
y las aspiraciones del autor dentro del mundo real. En cualquier texto o
entrevista de un autor literario, la incidencia biográfica es capital, es el
atolón desde donde se soporta su obra o parte de ella, tal es el caso de
Domingo Miliani, quien se resemantiza en los textos autobiográficos, donde la
vida es alegoría de una obra, testimonio de haberes y procederes;
Existe un objeto de nostalgia y un
sujeto nostálgico. La nostalgia no es simplemente una emoción, un afecto, un
sentimiento o un resentimiento. Es todas esas cosas juntas, y al mismo tiempo,
es también una actitud frente a la vida; en especial
la de todos los días [Quesada Monge, 1999]
Pero en la
historia, la nostalgia sirve para resemantizar el hecho o el héroe desde su
dinámica natural, no para proyectarlo dentro de un marco político-ideológico,
en este caso se diluye, pierde sus fortalezas utópicas, se hace propenso a la
vulnerabilidad de la lógica formal. Y eso es claramente discernible cuando se
aborda un hecho histórico en un presente con miras al proselitismo ideológico;
intentemos evidenciarlo en un caso hipotético: “la entrega y mística de los
héroes independentistas obliga al acatamiento de una resolución de un gobierno en un momento
dado, porque el sacrificio impera sobre cualquier posición individual, la
sangre derramada en el pasado es dogma para derramarla nuevamente”. Esta
situación –repetida con diversas acepciones y circunstancias- propone lo
histórico a manera de indicio conductual
en el presente, la repetición de la historia es condición saludable e
indispensable para el acatamiento de un requerimiento gubernamental, o a mas de
gubernamental, una posición política-ideológica. La historia se hará oráculo
para ‘monitorear´ el pasado en función de la legitimación de acciones en el
presente, la historia será síndrome de adoctrinamiento y alienación a través
del reflejo y la paternidad. Si los padres libertadores asumen esa posición,
los herederos están obligados históricamente a asumir ese mismo
compromiso, aun cuando las condiciones de realización sean otras y las guerras
cambien de nombres y tecnologías, se
mantienen los principios de la violencia reivindicativa.
El discurso
político-ideológico es altamente abrasivo para la nostalgia y la historia por
su afán de deformación del referente histórico para adaptarlo a su
conveniencia. La historia se corroe tanto en medio de las perspectivas
político- partidistas, que hasta las mismas referencias personales de un
enunciante suenan falsas cuando intenta hacer del hecho histórico una parcela
particular, o la asunción de un héroe se
esgrime como la referencia obligada a través de la exclusión de los otros. Esto
es atomizar la historia en función de las inclinaciones ideológicas, la
negación de la historia como un todo sistemático que responde a la
interdisciplinariedad y no a la abstracción caprichosa del historiador o
lector; un historiador debe combinar la inmediatez con la percepción
retrospectiva. Volver a visitar el pasado sirve para algo más que confirmar o
refutar hechos históricos; da a la
historia una nueva dimensión.
El discurso
político se convierte en oferta frente a una demanda; el enunciante político
está imposibilitado por la naturaleza misma de su discurso a utilizar la
nostalgia como empatía, porque aquí la nostalgia se convierte en simple
marketing, donde el marketing de la nostalgia refuerza esa oferta para lograr
la mayor demanda y así lograr sus objetivos:
Cuando sentimos nostalgia del
presente, del verdadero presente que merecen los jóvenes, sabemos que ahí no
tienen cabida los que falsean. Hoy se hallan frente a un presente adulterado,
apócrifo; mas, por debajo del mismo pueden vislumbrar eso que en pintura se
llama pentimento, o sea, el cuadro
primitivo. Nuestra nostalgia se refiere
pues a ese presente-pentimento, a ese
presente que debió ser, y está semioculto, cubierto por los barnices
capitalistas, liberales, socialdemócratas. [Benedetti, 2004, p. 38]
Es usual el
político que usa su pasado para homologarse con la clase social que quiere
seducir, “ama a los pobres porque fue pobre”, “es popular porque viene del
pueblo”. Pero esa referencia lo hace moverse en la mas completa ambivalencia
porque la condición que esgrime ha sido superada, ya no es, lo fue, ahora habla
desde el intercambio de roles, ha salido de un estadio social para no volver a
él, y mucho menos si es elegido para el cargo que ostenta. Entonces el discurso
se hace desde una falsa nostalgia que se convierte en mercadeo político que se
repite en las imágenes que destacan la
ternura y entrega del candidato para con los suyos. La nostalgia aquí
manipulada deja de ser nostalgia como la concibió Georg Lukács:
la nostalgia vincula a los desiguales,
pero aniquila al mismo tiempo toda esperanza
de ser uno; ser uno es encontrar
la patria, y la verdadera nostalgia no ha tenido
nunca patria. La nostalgia forma su patria perdida con intensos sueños de su
último abandono, y todo el contenido de su vida es una búsqueda de los caminos
que pueden llevar allí. La nostalgia auténtica está siempre dirigida hacia
dentro, por mucho que todos sus caminos se encuentren fuera [Ob. cit: 155]
Es emplear las
mismas técnicas de comercialización de productos a través de lo antiguo, de la
heredad que tiene lo presente con un pasado histórico que representa la memoria
colectiva de una comunidad.
Tal es el caso de
la figuración de la nostalgia y su relación con la memoria remota contenida en
los museos, donde las regiones del arte permiten a la nostalgia resguardan los
íconos del pasado, remozar la historia allí contenida, permitir el arte en expresión
´pura´. Es la conservación de la historia y
la naturaleza (geográfica,
humana) como identidad de la humanidad. Las reliquias son iconos del pasado e instrumentos de la
nostalgia para marcar el presente, es
la estimación del pasado en el presente que nos ayuda a vivir sostenidos
por una identidad devenida en una heredad que sirve de base para sostener
nuestro sistema cultural, legitimar una pertenencia que da prestigio, poder y
propiedad. A través de estos íconos se presupone la continuidad de las civilizaciones a través de la reverencia de los legados, manteniendo
un pasado vivo que puede ser eternizado, estandarizado a través de los
inventarios artísticos.
Porque la nostalgia
funciona a manera de asepsia social y personal, borra lo malo y exalta lo bueno, permite el goce
del individuo que recuerda, o proyecta lo pretendido. Y aquí es recurrente
hacer en voz alta la pregunta de Mario Benedetti “sea una buena interrogante
para los jóvenes de hoy. ¿No será que la
nostalgia del presente es, también,
nostalgia de la decencia?” [Ob. cit: 39]. Lo ensoñado no permite que el
individuo pierda su condición de ser humano y conserve sus proyecciones éticas
como grandes metáforas de la vida; “Mientras la falsedad depende de la mala
atribución de una etiqueta, la verdad metafórica depende de la “reatribución””
[Goodman, 1976, p. 84].
En todo caso, la
nostalgia permite acceder a una memoria moral
que guarda los más prospectivos
estamentos éticos para aleccionar no desde un pasado fechado-eternizado sino
desde un espacio semiótico que permite la intersubjetividad acrecentada a
partir de la estimulación de una memoria moral por parte de la nostalgia;
La memoria moral parece inseparable de
cierto clima de tristeza. En este sentido, los recuerdos “felices”, en la
nostalgia, el pesar, la melancolía, no son muy diferentes de los recuerdos
francamente dolorosos, de las “reminiscencias desagradables” propias del
remordimiento y del arrepentimiento [Beltrand, 1977, p. 45]
En su devenir
mismo, estos espacios se cargan de significación, se constituyen en espacios
semióticos, “universos significantes” influidos por las transformaciones de las
esferas culturales. La semiosfera es el espacio semiótico fuera del cual es
imposible la existencia misma de la semiosis. Las semiosferas no se encuentran
aisladas, sino que tienen carácter grupal, intercambiando información
constantemente. Son partes interdependientes de ese “texto” a que Iury Lotman llama cultura. La cultura,
destaca Lotman (1981), posee rasgos distintivos, no representa un conjunto
universal, sino tan sólo un subconjunto con una determinada organización. La
cultura, entendida como un sistema de signos
en un área cerrada en el fondo de la no-cultura, se expresa a partir de
la oposición cultura/no-cultura. Esa noción de texto es transferible a
cualquier tipo de producción textual, no
necesariamente se restringe a los textos verbales que
tienen como característica ser discretos, sino que puede ser entendido
como el producto de cualquier tipo de lenguaje como el musical, el pictórico,
el museográfico, entre otros, los cuales se caracterizan por ser continuos,
pero igualmente constituyen un tejido cohesionado, un sistema de estructuras
complejas a distintos niveles, de manera que cada elemento adquiere un
valor en relación con los demás.
Es una memoria
moral que no solo mira al pasado sino que recurre en una proyección hacia el
futuro buscando un destino cierto dentro de lo incierto:
La nostalgia es a menudo más de
pensamientos pasados que de cosas pasadas, es <<un soñar despierto al
revés –como pensar que adorábamos los libros de nuestra juventud- cuando lo que
de verdad amamos es la idea de nosotros mismos jóvenes, leyéndonos>>”. [Cross, 1979, p. 34]
La nostalgia es la
instancia que me permite estar en contacto con el mundo, es el arquetipo de la
historia íntima del deseo.
En este sentido, la
historia se hace hipérbole nostálgica que permite asumir el referente desde la
ensoñación y vindicar la utopía como la
máxima expresión del ser humano y sus
proyecciones éticas, o la discurrencia del espíritu en un presente cargado de
pasado bajo la sospecha de un futuro incierto. Es intentar malear el pasado sin
alterarlo, como lo ha intentado la literatura cuando frecuenta la historia y la ficción, tal es el caso del General
en su laberinto de García Márquez, donde la figura de Bolívar se
engrandece en el ocaso de la vida y las dificultades, a través de su
metamorfosis en ser humano que sufre y padece, el héroe que bajó del bronce
para mirar la historia desde las fronteras de la ficción;
la escritura de la historia ha
comenzado a reinterpretarse conforme a las categorías de lo que suele llamarse
semiótica, simbólica o poética, debido, principalmente, a una especie de
transposición de la teoría del relato de ficción a la historia considerada como
un <<artefacto literario>> [Ricoeur, 1999. p. 136]
BIBLIOGRAFÍA.
(1999) Historia y narratividad.
Paidós. Barcelona
Beltrand, Pierre (1977) El olvido,
revolución o muerte de la historia. México. Siglo veintiuno editores.
Benedetti, Mario (2004) Memoria y
esperanza (un mensaje para los jóvenes). Barcelona. Ediciones Destino.
Bolívar, Simón (1964) Obras Completas.
Caracas. Ministerio de Educación.
Briceño Iragorry, Mario (1990) Obras Completas. V. IV. Caracas.
Ediciones del Congreso de la República.
Cross Amanda (1979) Poetic Justice. New York. Avon.
Goodman, Nelson (1976) Los lenguajes
del arte. España. Seix Barral.
Kant, Enmanuel
(1973) Crítica de la razón pura.
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Lotman, Iuri M. (1981). «El texto en el texto», en La Semiosfera I. Semiótica de la cultura y
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Madrid: Cátedra.
Lowenthal, David (1998) El pasado es
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Murena H. A. (1984) La metáfora y lo
sagrado. Barcelona. Editorial Alfa.
Quesada
Monge, Rodrigo (1999) “La lógica de la nostalgia. Historia y cultura en el
siglo XX”. Escáner Cultural [Revista
en base electrónica] Disponible: www.escánercultural.com.
Ricoeur, Paul (1989) Ideología y
utopía. Barcelona. Gedisa.
Veyne, Paul (1984) Cómo se escribe la historia. Madrid. Alianza.
White, Hayden (1992) Metahistoria. México. Fondo de Cultura
Económica.
*Imagen tomada de: https://unavistabocono.blogspot.com/2011/11/plaza-centro-bocono.html
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Notas:
(1) Este artículo es producto del proyecto NURR-H-335-06-06-B. Financiado por
el CDCHTA de la Universidad de Los Andes-Venezuela.
(2) Falsificación de la historia para que no desilusione y sirva como elemento estabilizador del presente, evitando las interferencias que otros puedan llevar a cabo.