martes, 19 de febrero de 2019

HORAS; EL DESIGNIO DE UN CAMINO


HORAS; EL DESIGNIO DE UN CAMINO

Luis Javier Hernández Carmona
ULA-LISYL
luish@ula.ve



PRELUDIO

Horas (1921), es el primer libro publicado por Mario Briceño-Iragorry, que indudablemente constituye la continuación de una temprana labor reflexiva iniciada a muy corta edad. Tal y como lo confiesa, veinticuatro años más tarde en el trabajo titulado Así ha sido mi vida:

Cuando tuve doce años sentí bullir en mi mente la vocación para las letras. Mi abuela de San Lázaro obraba en mí a través de la voluntad amorosa de mi padre. Primero el periódico manuscrito; más tarde –en 1911- la hojita volandera, impresa en letras de molde. Me eché a la mar de la literatura como barco sin gobernalle y sin buen lastre. Me faltó método y disciplina para orientar los pasos cortos de toda buena empresa. Con la llegada de los años, veo cada día cuánta fue la deficiencia de mi preparación, lo desordenado de las lecturas, lo improcedente de rebeldías que, lejos de encaminarse a la destrucción de los falsos ídolos de la política y de la ignorancia, llegaron a acometer ciegamente contra las altas verdades de la fe de los mayores.[1] 

Por lo que es fundamental hacer la acotación que este libro fundacional de Briceño-Iragorry despertó bastante interés en los lectores de su época, específicamente en quien ocupó un lugar muy especial en su vida, como fue su joven profesor Roberto Picón Lares, quien lo interpretó de la siguiente manera: “Eres un espíritu que piensa y está contento con su pensar. Tus ideas quieren ser optimistas, buscan un optimismo salvador, pero en medio de ese optimismo amargamente sonriente surge una sombra de desolación infinita” Y ufano de sentirse un espíritu trascendente, apunta a renglón seguido: “Sí, todavía lo soy. Para mi inquietud no he logrado aún reposo” [2].

En contraposición a lo expresado por Picón Lares, Rafael Cabrera Malo cuestiona el texto, tal y como lo refiere Briceño-Iragorry en el antes citado trabajo Así ha sido mi vida, y que obviamente sirve de punto de inflexión a su obra:

Cuando Rafael Cabrera Malo leyó en 1921 la colección de páginas literarias publicadas bajo el nombre de horas, me escribió una fina carta en que yo debía sentir como un desollado. Esta dolencia de sentir apenas ha venido a medio curar en mí cuando la vida llegó a enseñarme que las verdades del corazón iluminan a veces con mejores luces que las reflexiones severas de la mente.[3]

Desde la distancia de adulto exiliado crea una productiva obra cargada de autobiografía y ensoñación para intentar mantenerse apegado a su tierra nutricia y mundo primordial. Al mismo tiempo que es la reafirmación de su compromiso escritural con el espíritu acendrado en los preceptos modernistas-liberalistas románticos que sirven de base a sus reflexiones y tienden el puente entre sus tres etapas fundamentales a saber: escritos de  adolescencia y juventud, escritura de madurez, y el exilio ensoñativo[4]. Etapas que tienen al espíritu como generador o duende que dicta la referencialidad de su escritura, por lo que estamos frente a la patemización de la escritura que conduce a la concreción de los valores espirituales como parangón ético y soporte de la ensoñación creadora que permite refundar los acontecimientos a través de una lógica de sentido que apunta a conjuntar al sujeto enunciante con sus espacios y circunstancialidades.

En este sentido Horas[5] refleja al Briceño-Iragorry que emerge de la adolescencia arropado por el espíritu modernista y el ímpetu de los llamados fundadores de la filosofía latinoamericana que intentan descorrer los espejos que reflejen los principios identitarios a través de las tesis liberalistas-románticas. Por lo que podemos percibir en este texto una profunda inclinación hacia lo místico, que arropado por un lenguaje densamente lírico, apunta hacia la percepción de realidades y contextos a partir de los estados del alma ‘naciente’ como la denominó siempre en esta etapa de su escritura para dejar entrever la relación entre escritura y reflexión filosófica.

ESCRITURA, SILENCIO Y TRÁNSITO: LAS METÁFORAS DEL HOMBRE
         
   La filosofía es tránsito por la vida, donde vida y camino convergen como puntos de reflexión en medio de la severidad y el silencio; extrañamiento que desafía la aridez humana que acecha y amenaza la existencia en medio de la cotidianidad. Y en medio de ese tránsito surge lo constelativo a manera de lugar para enunciar desde el espíritu que flota y fluye en medio de las reflexiones del filósofo y sus palabras de resignación y entusiasmo.

            Y es que esa expresión resaltada condensa el propósito del libro Horas de Mario Briceño-Iragorry, enmarcado en un gran aparte: “La ruta de Epicteto”, honrando al gran filósofo-moralista que pensaba al hombre en medio de la vida cotidiana donde debía volcar toda su acción humana, y al referirse al alma comentó: El alma es como una ciudad sitiada: detrás de sus muros resistentes vigilan los defensores. Si los cimientos son fuertes, la fortaleza no tendrá que capitular”. Dejando la inferencia que los textos tratados en Horas persiguen tratados sobre el alma, el espíritu y el poder moral como fortalezas para guarnecer al hombre en medio de su cotidianidad.

Por lo que comienza con la fusión simbólica entre lo cósmico, terrestre y humano, representados por el incesante ascender en medio del mundano bullicio y la majestuosidad de lo físico-geográfico. Ascenso del alma y el espíritu hacia regiones intemporales donde se encuentran los estados sublimes y de profunda reflexión que lindan entre lo soberbio e imponente; lo pequeño y efímero donde se balancea el mundo del sujeto trascendido. Dos formas para mostrar lo profundamente existencial;

Con qué estrépito suena y alborota abajo, parece desafiar las ásperas rocas que se abren a su paso: voz de ejército que triunfa, voz de hombres llenos de vanidades y de orgullos, voz de pueblos potentes que absorben pueblecillos pobres. Es locura de espumas en hermosas cataratas, sinfonías mayores que hacen enmudecer los seres que junto a él vienen peregrinando en solicitud de nuevos cielos. Todo lo arrastra: hombres y puentes, brutos y peñas: señor de selvas y de llanos, él solo deja oír el estruendo de su voz, pero cómo va siendo pobre esta voz del río a media que subimos en la historia de la vida cristalina[6].

            Huelga significar la aplicación estética de la inmensidad y majestuosidad de los espacios naturales frente a la pequeñez y transitoriedad humana; principio esencialmente romántico que potencia la amalgama entre naturaleza y hombre dentro de la recurrencia espiritual, donde los espacios naturales guardan formas de refugio y protección a manera de regazo materno:

Pero llega el día en que nuestra madre la Vida no nos busca y entonces nuestros gritos o el descanso de la espera nada valen y la parábola de los niños cede su puesto a la disciplinada vitalidad del árbol: la lucha resignada y la espera diligente de quien sembró semillas para el futuro: que el deseo de regar la tierra no torne en podre el germen y que la sombra de las primeras hojas no sea ocasión para sueño tan largo que permita a los sarmientos atrofiar la planta, y cuando el árbol fructificó en doradas mieles, no esperara frutos mejores que las semillas primitivas. Sea oportuno el sembrador en sus páginas y en sus ocios, y amoldando sus deseos a la oportunidad de la estación no sufrirá lloros de tristeza. En la disciplina de los árboles está su lección de vida, cuando en orfandad irremediable se lanzó a la lucha diaria sobre el confuso erial del mundo[7].

            Así que la escritura se fija la meta específica de ser faro luminoso que advierte a los navegantes de los avatares de la vida, de la deshumanización como principio letal del sujeto y sus realidades, al mismo tiempo que señala dos formas de transitar por los caminos de esa vida: el de la reflexión, o el de la desmemoria y olvido. La vida donde el hombre se encuentre consigo mismo o se diluya  en las multitudes anónimas y ensordecedoras:

En el tumulto de las grandes ciudades, viciadas y llenas de inquietud, el hombre carece de medios para conocerse a sí mismo; el vecino con quien lucha ocupa para su conocimiento el sitio que debiera llenar su personalidad interior, esa personalidad raras veces encontrada y a la cual hace referencia la inscripción délfica. Labor inútil en medio del agitado movimiento de las ciudades, atónitas por el ruido de su incesante progresar, duras por la lucha diaria que amengua el valor propio de los hombres, ciudades instintivas, voraces como el trágico Moloch, destructoras de vidas individuales para crear los grandes valores de sus sindicatos, donde el hombre vale por sus brazos solamente y donde la justicia, la confraternidad y la virtud se ferian a bajo precio, ciudades matemáticas, productos del cálculo y la especulación… Don Quijote las detesta y ha huido de ellas para siempre[8].

            Y en medio de este tránsito reflexivo, además de la conciencia espiritual, surge la conciencia social en medio de la narración desconsoladamente desgarradora que responde a la tradición modernista de intercalar elementos cósmicos en medio de las reflexiones existenciales:

Sale en su inconsciencia de angustiado hacia la negra intemperie mientras la lluvia azota inclemente su pobre espalda fatigada; camina,  trémulo y nada encuentra, a no ser el agua del río que brama con más fuerza, el azote del cielo que castiga su carne flácida, la luz del rayo que enloquece su retina. Dolor de la noche, todo es para el pobre pordiosero enloquecido, que a fuerza de andar cayó inerme en tierra y ahora el vendaval le acerca al instante de la muerte, que él tal vez espere con resignación y entusiasmo, mientras que la naturaleza se conjura sobre su miseria[9].

            En medio de la flagelación natural, dos tempestades atizan el espacio escritural-reflexivo para evocar la deidad paradójicamente salvífica y reconstituyente en la resignación y aceptación de los designios divinos:

El viejo ve aquella destrucción serenamente, sin que su rostro revele la más pequeña señal de dolor; da unos pocos pasos y entre la hojarasca humedecida halla la alforja andrajosa que le ha servido tanto tiempo  -desde que murieron sus hijos y parientes- para recoger los mendrugos que le regala la largueza pública. La levanta con cariño y rodilla en tierra une sus flacas manos en señal de oración, con devota unción de creyente y alaba a Dios dándole gracias por el don que le hiciera de dejarle aun el pedazo de vida que arrastra por calles y caminos, y cuando el sol ya estuvo sobre la cresta de los altos montes, el viejo aun oraba imperturbable, embelesado[10].

            Paz y resignación son consustanciales con el afligido que vive estoicamente su miseria como espejo y oportunidad para ser socorrido por sus semejantes: “Pero en balde tú y yo hacemos caridad a este pobre ser anónimo que nadie conoce, en balde nuestro espíritu tienen compasión de él, que poco necesita. Dadle lo que pide, lo que le falta, un pobre pedazo de pan para su estómago y tú anhelarás siempre, sin alcanzarlo, el hermoso tesoro de su vida desconocida: la profunda serenidad de su alma humilde”.[11] Por lo que la miseria no se traduce en quien la sufre, sino en quien la percibe y no la socorre; otorgándole al mísero habitante de la cotidianidad la cualidad de mártir y expresión de oportunidad para que los seres se manifiesten en toda su esencia.

            En este sentido el alma humana trasmuta espacios y transmigra hacia la aldea fundacional y cósmica que conserva la memoria arquetípica e intemporalidades donde se resguarda el anonimato de quienes habitarán en algún momento los escenarios de la vida, percibidos en el silencio y soledad como esos espacios de descanso en el tránsito filosófico-existencial, que indudablemente representan el tiempo de la escritura:

Alma de las cosas que es como alma de seres muertos, este profundo encanto de los niños solitarios constituye testamentos de años que fueron. Pasó el color de una hora, se esfumó en el tiempo el minuto de una acción, de una palabra, y la materialidad muda y estática de las cosas próximas encierra aun para siempre la voz que se rompió contra ella y la acción que llegó hasta su inadvertida quietud en un momento muerto; y todo esto que ya nadie recuerda, que la historia no hizo suyo por pequeño, vive ahí, en silencio y soledad que hablan con voces mudas. Panteísmo del paisaje, el espíritu se enreda en la inconsciencia de las piedras y desde ellas echa a vuelo sus campanas sobre el correr del tiempo, sangre de esfuerzos que por ahí cruzarán, ahora tierra fértil que después de rica exuberancia en savias y en flores, que son, más que inadvertidas criaturas, lengua de almas ignoradas[12]. 

            Asida al anonimato surge la humildad a manera de coadyuvante de la actuación humana hacia empresas profundamente nobles como expresión de la trascendencia del espíritu frente a la materialidad:

Seres humildes hubo en los pueblos que lucharon en silencio, su vida fue peregrinar en solicitud de acciones grandes, sobre la indiferencia coutidiana arrastraron un trágico pensamiento que hasta la hora final sirvió de óleo para la lámpara de sus energías, y fueron héroes en su holocausto: a cada paso su carne sintió la mengua, lucharon sin fruto para entonces, pero el fatigar de su vida habla hoy en silencio también sobre la impasividad de los muros pétreos, de la labor útil de aquellos hombres silenciados. Su alma se prolongó más allá de la historia de su viva, y anónima, viven hoy en el espíritu colectivo, transformándose, agrandándose. Es el trabajo de los muertos, no aquel trabajo materializado en soberbios capitales de que nos hablan los economistas, éste es más intenso y enérgico. Gota de agua sobre la dura piedra, el pensamiento de nuestros mayores más remotos –ellos dejaron el sudor de su esfuerzo en nuestras cosas- ha labrado con empeño obra presente, y hablando por bocas actuales, es como el fermento del alma de las colectividades que progresan. Viven perpetuamente en los pueblos que fueron antaño indiferentes a su poder oculto, más que en los hijos, donde triunfan los caprichos de la herencia, en pensamientos y acciones[13].


            En este sentido recordar se hace ejercicio reflexivo y forma de filosofar sobre la vida a través 
de lo humano y la subjetivación de los acontecimientos que otorgan una maravillosa ciudadanía más allá de los reconocimientos sociales:

Hoy son nadie, y como para ellos, también para sus hombres hubo orfandad de laude. Viven en nuestras ideas, en nuestro progreso, en nuestro espíritu, de una manera subconsciente, y cuando vamos por calles que ellos cruzaron hace mucho –sitios ocultos que fueron sombra propicia para la germinación de sus ideales apostólicos, riego de júbilo para sus anhelos muertos- voces que duermen en la quietud expiatoria de cosas viejas, nos hablan de ellos, de sus entusiasmos y sus luchas en pos de una trágica idea libertaria que nunca llegaron a consolidar. Ellos hacen amables estos paisajes indiferentes de los pueblos viejos, estos paisajes abandonados donde parece que su evocación sin nombre es más sentida, y alma popular, alma de seres muertos que hoy es como espíritu de cosas, habla mejor en el silencio de cipreses argentados de luna, junto a una fuente vieja y derruida reza con unción devota un hilo de agua clara[14].

            Esta forma de recorrer el espíritu a través de la escritura produce textos con profundo hermetismo donde la prosa se hace profusamente barroca mediante el encabalgamiento de figuras preciosistas que otorgan un valor específicamente místico a los textos, que es el gran horizonte hacia donde apuntan, y que queda directamente expresado en El misticismo de Amado Nervo y su ponderación y vigencia entre el ayer y los tiempos presentes, en directa alusión a la no prescripción del espíritu a medida que transcurre el tiempo y la historia:

Todas esas manifestaciones ultrasensibles del alma beatificada merced a prácticas más o menos sabias  y casi místicas, parecen advertirse en los modales de Amado Nervo, el poeta de virtud antagónica con el alma del siglo, representante en las letras castellanas de la escuela imperecedera de los místicos. Y al hablar de estos tenemos que anotar una verdad atestiguada en libros y sistemas: los místicos de hoy son los mismos del más remoto ayer –vivientes acaso de acuerdo con sus ciclos de reencarnaciones- y su literatura sufre apenas el cambio del idioma[15].

            Aquí la fe se convierte en soporte afectivo-subjetivo que no solo es expresión discursiva, sino más bien, arquetipo del idealismo renovador a través de la fe a manera de oportunidad de renacer y rehacer la acción humana en base al Ser y sus circunstancialidades. Al Ser que tiene plena conciencia de sí mismo en medio de las accidentalidades de la vida, el dolor y la desgracia. E indudablemente surge el filósofo belga Mauricio Maeterlinck, a quien Briceño-Iragorry desde su novel escritura reverenció y creyó fervientemente en el dolor como medio de purificación y trasmigración hacia la trascendentalidad:

Sí, todos pueden juzgar al gran belga, porque la desgracia siempre es consecuente y visita cualquier forma a los mortales, y las almas que se levantan bajo su peso parecen llenas de una sabiduría extraña: la sabiduría del dolor que manda y se hace servir. Pero lo que ha creado Maeterlinck es la filosofía propia de esa desgracia, la psicología de su presencia, porque ella obedece a causas finales y eternas como todas las causas del cosmos, y cuando se manifiesta sensiblemente es porque ya se ha operado un proceso profundo, accesible al observador de fría mirada, pero imposible de observarlo quien no haya dedicado una asidua constancia al estudio de esas manifestaciones del alma humana, porque su acción no es momentánea y si puede depender alguna vez de nuestra voluntad somos víctimas de ella por mucho tiempo, pues siempre se lleva a cabo la sentencia de Mefistófeles en el Fausto goethiano: “El primer acto es libre para nosotros: pero somos esclavos para el segundo”[16].

            Por lo que del dolor surgirán las almas transparentadas como agua pura y viva. Interesante viaje a las regiones ‘ignotas’ del alma para crear realidades enunciativas paralelas a las convencionales, donde literatura y oración mística son campos propicios para ingresar a tales “regiones equinocciales” como las refiere Simón Bolívar en Mi delirio sobre el Chimborazo. Regiones que suspenden el tiempo y la historia frente al Sujeto y este pueda inventariar su existencia dentro de la acción humana:   

Y es en esta transposición de lugares en el desarrollo de los hechos en lo que se basa la superioridad admirada de los personajes de Rod. Ese silencio ante la solemnidad inmisericorde del Destino que mata, ese silencio imposible en la Desgracia, ese silencio que  cubre la amarga tragedia en que se desgarran el corazón y el alma, es lo que forma la atmósfera psicológica del libro, atmósfera demasiado pueril para muchos, pero que adquiere al ser examinada debidamente por quienes juzgan el verdadero desarrollo de la vida más allá de las acciones exteriores –en los planos invisibles del ente espiritual interior- una razón tan alta que es imposible imaginar que dichos actos pudieran efectuarse de manera distinta[17].

            En este caso el discurso estético crea escenarios de la reflexión ética que permiten abstraerse de lugares y espacios materiales-convencionales para cogerse a la retrospección del espíritu y los vuelos del alma. Porque en esos espacios, lugares o regiones ignotas del espíritu hay un elemento reiterativo en este libro de Briceño-Iragorry: el silencio, esa forma enunciativa que rompe con los esquemas habituales de comunicación y se transfigura en voz desde donde  habla –clama- el espíritu a manera de espejo que muestra lo que el Ser debe enmascarar en la vida cotidiana, y en ese momento aparece Julio Sardi a razón de intelectual para la acción existencial: “De esta manera Sardi ha vivido para sí y no para el público. Su vida no ha sido vida de periódico o de libro, sino vida introspectiva, de inquietud ante el trágico misterio de la existencia, ante el doloroso problema  que versificó Darío; y no saber adónde vamos/ni de dónde venimos.”[18]

            Y con Sardi rinde homenaje a su generación, a la Generación del 18 en el Occidente del país; generación del silencio y la reflexión que legó al país y Latinoamérica una obra que con voz fuerte y robusta: “Cuando toda una brillante generación se ensayaba en “Génesis” ya Julio Sardi, de época anterior, había dejado conocer su prosa vibrante, su prosa sonora, llena de inquietudes espirituales que germinaran en el joven autor”[19]. En homologación a Sardi descubre su generación y a él mismo en su iniciativa como escritor comprometido con la causa espiritual y los espacios sociales: “Es él como elegido por la remota y desconocida conciencia social, para que hable en su nombre para que tome la representación de su valor cultural.” [20]

LA FIRMEZA DEL ESPÍRITU, EL TEMPLE DE LA LETRA

            Indefectiblemente existe una estrecha vinculación entre el sujeto y el discurso, uno es representación del otro, su extensión frente a los demás a través del lenguaje a razón de vínculo con las realidades y sus interpretaciones. Y dentro de la historia de la humanidad,  el discurso es recipiendario de lo objetivo y subjetivo; ideológico y utópico que conviven estableciendo balances y armonías; encuentros y desencuentros. Pero obviamente, creando sistemas de representación que son muestra fehaciente de las intencionalidades y propósitos de los enunciantes y las diversas formas expresivas,  donde es menester destacar la figuración del espíritu en la configuración discursos que apuntan hacia la nobleza y temple de la letra a manera de cartabón para aleccionar y despertar conciencias.

            Firmeza del espíritu, espíritu de la letra que se hace diálogo y conexión para trascender más allá del silencio de la escritura y fortalecerse desde la fuerza humanizadora de la palabra para templar y forjar conciencias. Y desde esta práctica escritural, ya ejecuta Briceño-Iragorry un procedimiento argumentativo que consiste en establecer una antecedencia con la universalidad como marco de contención de la lógica de sentido que quiere establecer.  Al hurgar dentro de la causalidad histórica, siempre se revelará la causalidad patémica que nunca desaparece de las reflexiones de las ya conocidas denominaciones de sujeto histórico, sino más bien, diversifican la manifestación del acontecimiento contenido en los textos y referencialidades.

Porque precisamente eso ocurre en Horas cuando la espiritualidad trasciende a los ámbitos universitarios contenidos en nuestra Alma Mater, la Universidad de Los Andes, fragua que labró los corazones  y temple de la Generación del 18 en el Occidente del país. Po lo que se incluye en este libro el discurso inaugural que Briceño-Iragorry pronunció en mayo de 1920 frente al busto del Dr. Eloy Paredes[21]. Y donde comienza con Diego García de Paredes, fundador de Trujillo, y en esta ocasión textual, utilizando a manera de referencialidad universal a España, y específicamente, Trujillo de Extremadura, lugar genesiaco en el orden simbólico de Briceño-Iragorry, porque allí radica la savia de su Trujillo natal: “Perdonadme, señores que haya distraído vuestra atención hablándoos de mi ciudad natal, pero ella es el fruto primero y el más viejo que ha dado a Venezuela esta larga familia de García de Paredes: fundador de pueblos”[22]

Y traigo a colación esta particularidad para significar la presencia constante de Trujillo dentro de la concepción argumentativa de Briceño-Iragorry a manera y razón de punto de partida de sus reflexiones y lo que confirió a su obra un carácter bien exclusivo. Por lo que esa visión de cercanía a una instancia genesiaca y diversificada en la voz emocionada y empática del orador permite consustanciar el espíritu, el homenajeado y la academia como el espacio por excelencia de la espiritualidad que en el silencio del claustro universitario levanta sonoras voces hacia la humanidad.

En esta pieza oratoria, luego de resaltar las virtudes y bondades del homenajeado entre: “El alto concepto del derecho y el deber que animaba su espíritu”, converge en la homología entre: palabra, silencio y mármol como representación de las voces aleccionadoras que superan los muros del tiempo y la historia; o más bien, reescriben la historia desde los perfiles éticos-morales y sus soportes dentro de la intemporalidad de los textos y las obras:

Su nombre le ha sobrevivido y hoy está de nuevo entre nosotros, no en la humana carne, suerte imposible de Lázaros, sino en el mármol hecho alma, en el mármol que es para los grandes hombres el supremo consuelo de inmortalidad, ante la infinita amargura de la vida, estéril y ardua. En los claustros de esta ilustre y desgraciada Universidad andina regó la miel de su ciencia, su boca como oráculo de sabiduría  para innúmeros alumnos y hoy vuelve a ella, activamente como antes, a enseñar  a estas nuevas generaciones que se levantan. La taciturnidad del mármol no habrá de impedir que él ocupe de nuevo su sitio de enseñanza, desde la inmovilidad de la piedra en que hoy sirve, sabrá decirle a las generaciones que se paseen por estos amplios corredores, muchas cosas útiles: de cómo es grande el hombre cuando dedica su existencia a la ciencia, el honor, a la Patria y a sus conciudadanos.[23]

            El escritor en ciernes, quien se formó al calor de la prensa, desde sus primeros ejercicios literarios muestra su devoción por el espíritu y las letras, comienza a ejercer su labor que desarrolló con pasión y vehemencia: la de orador, el tribuno que con fino verbo arengó los silencios y agujereó conciencias como aviso a los navegantes sobre realidades cruentas e inmisericordes que se ciernen sobre los hombres desdibujados en la desmemoria y claudican frente a lo material y valores culturales foráneos.

            Porque, indudablemente, Briceño-Iragorry concibió el discurso en su doble articulación de configurar un sentido, al mismo momento de construir al sujeto que enuncia anclado entre los espacios íntimos y los colectivos a manera de figuración simbólica. Y ya en 1921, en la memoria monástica que lo cobijó en su ímpetu juvenil y formación universitaria, ya tenía plena conciencia del soporte de los discursos en los ámbitos éticos-morales, y específicamente del discurso periodístico y su manifestación en la Prensa[24] como libertad responsable del espíritu.

            Precisamente, en este libro el texto Límites de la libertad de prensa, que originalmente fue una conferencia dictada en 1920 en un Centro Católico de Mérida y en ocasión de celebrarse el “Festival de la Buena Prensa”: “festival que es en sí una enseñanza y un estímulo, pues en la vida y en el desarrollo de las sociedades nada obra tan directamente como la palabra que se expone y es lanzada al público desde las columnas de un periódico”.[25] Ferviente creyente en el poder de la prensa, Briceño-Iragorry intuye que además de representar un ejercicio mental, tiene el gran potencial didáctico-moralizante, fuerza pedagógica que está implícita en todo orden discursivo. Pero además está consciente que representa un orden profundamente ideológico, por lo que la libertad de prensa tiene que estar supeditada al orden moral:

Poder Moral, la Prensa sí lo encierra y representa. Ella es en las colectividades la palabra que guía y el índice que marca el grado de una evolución, pero de ese modo, cuando no está en manos de cualquiera que manche cuartillas y que quiera expresar lo que bien piense. Surge sí, el conflicto entre la libertad consagrada por todas las Constituciones democráticas y de interés social, que pide la selección de la prensa, que quiere una barrera contra el correr continuo de ideas odiosas y de pseudoideas inútiles. Felizmente carecemos nosotros de prensa tumultuosa y de litigio; como un recuerdo apenas vive la época de “El Heraldo” de nuestro gigantesco Juan Vicente González, pero muy claro hemos tenido el ejemplo de la prensa destrozándose entre sí, y oído hemos la voz de periodistas licenciosos destruyendo a diario reputaciones sin cuento, y ello no es sino la expresión muy clara del famoso principio democrático de la libertad absoluta de pensamiento, principios que si en Filosofía abstracta es posible, porque en el terreno de las abstracciones no hay diferencia entre los hombres, llevando a una experiencia positiva, sobre todo en estas democracias tumultuosas y sin preparación, aparece revestido de una eficacia contraria.[26]

            Todo ello para tratar de discernir sobre los debates en torno a los medios coercitivos de la sociedad sobre la prensa, haciendo directa alusión a la postura de Gil Fortul en su Filosofía Constitucional (1890). Y al mismo tiempo mostrando su oposición a la libertad absoluta de prensa, distendida en dos vértices o:

Dos puntos vulnerables tiene además la libertad de prensa: primero: que todas las cosas no deben decirse, y segundo: que todos los ciudadanos no son aptos para decir cosas al público. El primer punto que no es posible examinar en concepto particular, por la imposibilidad de enumerar las cosas que requieren silencio, aun pudiéramos llevarlo más lejos: es humano, noble, cristiano, que se echen al olvido y silencien hechos responsables de otro, mientras es detestable y odioso arrojar en el calor de una discusión o en el desahogo de una pasión, lodo e ignominia sobre inocencias de oro.[27]

            De esta manera insiste en el Poder Moral  como ente regulador y normatizador de la prensa:

Poder moral y dirigente, la prensa necesita estar en manos selectas, manos escogidas por algún medio, que a su frente haya personas aptas para llevar hasta la conciencia colectiva semilla de ideas que al fructificar encaucen la muchedumbre por vías de perfeccionamiento y grandeza, personas como las soñadas por Bolívar para el areópago de su concepción de Orinoco y como los censores de la Constitución, de Bolivia, capaces de representar la justicia y la moral de la colectividad en que actúen.[28]

            Fundamentado en el vigor y cimentación moral de la prensa, se atreve a preconizar la misión y la visión de la prensa:

Hemos visto que la Prensa está llamada a ejercer una triple misión en la sociedad: culturar, vindicar y señalar el coeficiente del valor social. Casi con las mismas palabras de Víctor Hugo al definir la historia, podemos decir de ella que es espejo donde el pueblo ve lo que es y lo que debe ser. Es la escuela de la colectividad y el Tribunal de su justicia inflexible. Como escuela, como cátedra perenne de enseñanzas nuevas, su misión es poderosa en el orden de los factores sociológicos y aquí la importancia de su constitución propia, de su estructura especifica de ideas, juega el papel más trascendente: que ella sea capaz de todo trance de cumplir a cabalidad su cometido, que instruya al pueblo en la exposición de ideas y de conceptos edificantes, que sea motivo de regeneración y de creación tanto en el orden intelectual, como en el moral, que sea ideológica y doctrinaria, no bufa e inútil, que no sea la prensa frívola de crónicas y chascarrillos que tanto abunda en Venezuela, prensa que no sea prensa ni un remedo suyo, papeles inútiles que llenan nuestras calles y que sólo dejan al leerse la más profunda tristeza, porque nada dicen ni enseñan.[29]

            Obviamente este planteamiento de Briceño-Iragorry deviene de lo romántico-utópico como vía para impulsar la acción humana desde la prensa y sus mecanismos de difusión-persuasión. Romántico-utópico a manera de andar por los caminos del acendramiento del bien y el espíritu: “Y es esa prensa, noble y altruista, ayuna de pasiones y mentiras, la que hemos venido a festejar hoy en este místico recinto donde viven la piedad y el amor y la ciencia, y quiera la suerte que esta idea, que ha recibido calor acá en el rincón de la montaña, bajo la suave sugestión de nuestros perpetuos hielos, cunda en otras ciudades venezolanas, para que así el triunfo de la Buena Prensa sea presto y efectivo”.[30]

            En esa reflexión de Briceño-Iragorry intuyo una profunda interpretación de los preceptos nietzscheanos sobre la voluntad de poder soportada en el orden moral: “La vida misma es para mí instinto de crecimiento, de duración, de acumulación de fuerzas, de poder: donde falta la voluntad de poder hay decadencia. Mi aseveración es que a todos los valores supremos de la humanidad les falta esa voluntad, ‒que son valores de decadencia, valores nihilistas los que, con los nombres más santos, ejercen el dominio.”[31] Recordemos que Briceño-Iragorry fue cultor de la filosofía del autor de Así habló Zaratustra e internalizó la figura del superhombre como forma de transitar hacia espacios singulares de la espiritualidad, alegoría, que junto a la figura del Quijote, autor formó parte de sus primeras y definitorias lecturas.

En tal sentido, cuando revisamos los textos fundacionales[32] de Briceño-Iragorry podemos apreciar una constante representada por la imaginación como recurso estilístico; la razón como forma de narrar y sostener las formas discursivas mediante historias textuales que giran hacia la trascendentalidad y las figuraciones de la belleza a manera de reflexión. Y en esta perspectiva y sentido alegórico encontramos el texto Discurso del mantenedor, que en principio fue pieza oratoria leída en los “Segundos Juegos Florales” de Valera, estado Trujillo, 1920. Y que contiene un exordio a la belleza de la mujer, a la mujer como enigma y emblema de la belleza que seduce y asombra.

Y este texto lo construye desde la imaginación y mundos posibles que otorga la creación literaria y su discursividad polifigurativa:

Quiero que sobre la obscuridad de mi palabra se derrame la luminosa suavidad de una historia fantástica que vengo a evocar ante vosotros, para que sea ella en esta dilecta ocasión, suerte de estrella milagrera que guíe mi pensamiento en medio de los amplios senderos por donde habrá de peregrinar en la búsqueda de ideas propicias que paguen acaso el regalo que se me hiciera amablemente, trayéndome a este sitio, cumbre muy elevada para la pobreza de mi esfuerzo.[33]
           
        La estructuración simbólica-textual se organiza desde un personaje de ficción que sirve de centro discursivo y generador de las acciones textuales a partir de la locura a manera de articulante de la representación textual:

Tratase de un pobre loco ideado por la fantasía del novelador americano Elías Lieberman, de un mozo de locura divina, hija legítima de la de Nuestro Señor Don Quijote. Era un mal suave, inofensivo, artístico el que minara al joven historiado; decíase la encarnación del gran poeta inglés John Keats, y repitiendo sus versos adorables, iba por las populosas calles neoyorquinas regalando rosas a las personas que encontraba a su paso y que él creía desgraciadas.[34]

            Y aquí la locura –otra instancia romántica- permite hablar desde la enajenación espiritual que opone valores frente a la materialidad y el desencanto, puesto que la locura es referente de ruptura y reafirmación discursiva, forma de subvertir el orden en los predios de la idealidad y la trascendencia. De allí que la locura permite ‘ver’ la belleza, “¡Belleza, fuente perenne de alegría!”  Y a partir de esa alegoría de la belleza hace toda una apología de este concepto labrado de formas disimiles y sincréticas en la evolución de la humanidad, pero que siempre se mantiene como “manantial fresco de alegría” desde la corporalidad humana, los valores éticos-sociales, hasta los preceptos místicos, donde la noción de belleza produce un profundo acercamiento a la perfección y divinidad. Ideal que queda cautivo en los razonamientos normatizadores de las lógicas estéticas o discernimientos historicistas:

Quizá desde su obscura torre interior de enajenado él vio en su breve minuto de claridad, que esa gran pesadumbre que a veces agobia a hombres y pueblos pudiéramos curar con un poco de belleza y su artística locura convirtiéndole en galeno del espíritu, díjole ser las rosas, frágil carne de ángeles, la droga misteriosa propia para realizar el mágico conjuro renovador en el fondo preñado de penumbra  de los espíritus tediosos.[35]

            Pero no sólo se refiere a la belleza física-artística-cultural que puede legarse como patrimonio, sino a la belleza como ideal, principio de la acción y voluntad humana: “Otro es hoy también el Ideal. Alas tiene el alma y quiere prepararse para la última jornada que va hasta el foco de la Suma Belleza y la alegría no está ahora en el placer voluptuoso sino en el castigo de la carne; que la sangre llueva sobre la Cruz para que de ella surjan a su riego los lirios del premio, esto quiere el nuevo Ideal y en ello hay también perfecta alegría”.[36]

            De esta forma la belleza se hace sacrificio y entrega; postración y redención a través de los valores cristianos emblematizados en san Francisco de Asís:

Grande por el amor y grande por el dolor, este pobre fraile que celebró con goce divino desposorios con la pálida Pobreza sobre misérrimo tálamo de tierra, tiene el alma más pura y más clara que soñarse puede en un discípulo de Cristo. Va él cantando amores por doquiera, duerme en un zarzal y éste ya no lazra con sus uñas de crueldad, sino que en cambio florece con rosas celestes; habla al río, y al viento, y a lobo y la enramada y es el hermano fiel de los que sufren; su licor son las lágrimas que saben embriagar su alma adormecida.[37]

            Puntualiza Briceño-Iragorry que la belleza en sus disímiles manifestaciones ha sido “escala de luz”, fulguración en todos los sentidos en los cuales se encuentre contenida. Pero siempre significando la escala más sublime entre los estados de las cosas y el alma, y conjuntados en la figura de la mujer: “Esta fiesta de hoy es fiesta de Belleza y de Alegría; belleza en la mujer que viene a premiar, más que con flores simbólicas con fina sonrisa de sus labios, la obra del agraciado justador, y alegría en los devotos de la Belleza y el Ideal que celebran como en épocas mejores el advenimiento de estos olvidados torneos caballarescos, donde se pone de relieve el triunfo del arte y del talento.”[38]

            La intervención en este evento lírico-artístico-cultural permite a Briceño-Iragorry hacer una fusión simbólica entre palabra y mujer a razón de amalgama de la espiritualidad y la adoración del ideal en el discurso que se hace actividad festiva del alma:

Útiles, estas fiestas llaman al trabajo de la palabra que en veces “embriaga tanto como el falerno”, sirven de acicate a espíritus tediosos que pueden dar mucho de sus riquezas interiores pero que duermen por la falta de alegría y enseñan a la masa que en las grandes festividades  de los pueblos las letras deben tener su homenaje, porque ellas expresan su cultura y su progreso.[39]

            La celebración de la palabra y la belleza es oportunidad para despertar las pasiones estéticas dormidas en los hombres aprisionados en su cotidianidad. Y de allí la importancia de la interesante referencia a Trujillo y su indiferencia a las letras, y sirve hoy día como punto de reflexión e inflexión:

Duélanos el decirlo, pero de tantas mentalidades superiores hanse dado en nuestro Estado a labores literarias, poco queda por falta de entusiasmo, a no ser de mucha nostalgia que al espíritu trae la evocación de su recuerdo. Hagamos estas fiestas que ellas puedan traer alegría a los indiferentes para que así trabajen, ya que tienen a su favor el imperio de la belleza cristalizada en alma y líneas de Mujer.[40]

            Entonces cabe preguntarse si Trujillo se sigue soñando en las evocaciones del espíritu y su acendramiento en el recuerdo. ¿Acaso hemos estudiado a Briceño-Iragorry y la producción literaria de Trujillo desde una nostalgia mal advenida de la ciudadela que aun habita en tiempos ancestrales? Hago hincapié en la nostalgia mal advenida porque la nostalgia desde su potencialidad existencial es agente dinámico que impulsa la acción humana hacia lo trascendente, y a través del placer de recordar/ensoñar, como indudablemente lo hizo Briceño-Iragorry, quien siempre creyó en la historia y la cultura como elementos de creación y no un simple registro de acontecimientos y sujetos que configuran la historia desde los estertores épicos.

            Por demás, sería interesante, a 96 años de distancia con el libro Horas, revisar a Trujillo desde esa “falta de entusiasmo y la mucha nostalgia que al espíritu trae la evocación de su recurso”. Y esa sería una muy honorable manera de honrar a Mario Briceño-Iragorry y toda la pléyade de escritores trujillanos que han transitado por la senda del silencio reflexivo y ensordecedor de la escritura, quienes han edificado un ideal de belleza disímil y sincrético que aportará, sin duda alguna, fundamentales referencias para ‘leer’ a  Trujillo en su cosmovisión simbólica. Y donde, indefectiblemente hallaremos la conjunción entre mujer y palabra como la percibió el joven Briceño-Iragorry:

Y vos, ¡Señora y Reina de este Reino Ideal de Belleza y de Arte! Merecéis la eternidad de cetro y de corona: nunca mejor hablará la justicia por boca de poeta, que al designaros Soberana de este efímero Imperio de galantería y de versos: vuestros ojos son ojos de premio, el premio embrujador que dar la visa puede a quienes hayan sufrido y batallado mucho; vuestras manos son seda traída de remotas regiones de Hadas, son seda pura como para cubrir un corazón aterido y solitario, y vuestros labios no sé deciros so son nido de sonrisas o grutas de músicas perladas, ¡pues si habláis, subyugan, y sin en silencio sonreís dan muerte![41]

LA TEXTUALIZACIÓN DEL ESPÍRITU Y LAS METAMORFOSIS DEL SER

            A medida que transcurre la lectura del libro Horas, la textualización del espíritu muda de piel y se metamorfosea en discurso lírico-narrativo; ora en los guiones teatrales que contienen la representación del humano Ser frente a la visa y sus contingencias. Ora en la cultura devenida y advenida en la incorporación patémica de la historia simbolizada desde el sujeto que traduce en la escritura sus acaeceres y padecerás en medio de la cotidianidad. Así aparece el texto dramático La emboscada, donde se produce la corporeización de la vida en el personaje como metáfora de la sensibilidad, que en medio de la “música divina de los astros, la harmonía es cada vez más pura y delicada y subyugante”.[42] Y bajo la alegoría humana, la vida, “ricamente vestida y llena de joyas y oropeles”, va recibiendo a los invitados para comenzar la fiesta, fiesta que ofrece las más ricas y variadas viandas en medio de la música cautivadora que entre conversación cómplice, degustación y cata de licores, los asistentes entran en delicioso juego de seducción.

            Juego que se intensifica con el baile y la ebriedad, hasta que todos caen rendidos y extenuados en el fragor de la fiesta que obnubila y enajena,  pero al mismo tiempo, es una trampa que encierra en la futilidad y el tránsito existencial efímero, donde los invitados se reconocen viejos y sin oportunidad de escapar de la ‘emboscada’ tendida por la vida a través de artilugios de la materialidad y saciedad corporal. El espejismo que los ha hecho envejecer irremediablemente consumidos en los placeres de la corporalidad y no en la esencia del espíritu; lo que nos lleva a pensar en una parodia sobre el cultivo del sujeto desde la futilidad y el goce materialista, y no dentro del cultivo del sujeto en sí mismo, el Ser dentro de sí que supera las materialidades y se soporta en la espiritualidad como forma de vida. Vida reconocida en la peculiaridad existencial y el autoreconocimiento dentro de esa particularidad del espíritu.

            También en Horas aparece otro texto dramático llamado La ciega, que representa la conjunción entre: lo místico, cósmico, trágico y trascendental que gira en torno a una niña ciega –Eglantina- que añora ver las estrellas imaginadas como mariposas que encarnan “las almas de los que murieron en paz”. Trama teatral que vincula la inocencia de los niños, la luz efímera de los cocuyos y las estrellas con la vida hogareña y el compartir frente a la tragedia de la niña ciega. Tragedia que se potencia al morir asesinada por su padre, la madre de Eglantina, al encontrarla en brazos de un amante, y ella los cree de viaje por insinuaciones de la abuela. Pero la notación simbólica-causal lleva a la niña ciega a ‘ver’ la tragedia con los ojos del alma y descubrir que la madre está muerta y es una de la estrella-mariposa del cielo. Por lo que en paradoja discursiva,  el ver el espectro sangrante de la madre la sume en profunda conmoción que le produce la muerte, sino física, espiritual.

            La recreación de temas profunda y profusamente espirituales son la catálisis  de este texto que va hacia la utilización de personajes míticos para construir sus reflexiones, tal es el caso de El viaje de Aqueronte y su búsqueda en la vida de los muertos que escaparon de las “estigias regiones”, y que indudablemente la muerte es prolongación de la vida, que en el texto se representa a través de lo fantástico, pero como parábola discursiva, se traduce en la permanencia de la existencia a través de la obras como presencia perenne en el mundo de los vivos, donde las fronteras entre vida y muerte son superadas por la memoria y el recuerdo.

LA BREVEDAD DEL DISURSO Y LA AFLUENCIA DEL ESPÍRITU

            La última parte del libro llamada Páginas breves está conformada por siete textos que apuntan específicamente al ejercicio literario de creación y en función del espíritu refugiado en la palabra hermética para tratar de hallar certidumbres en medio de “las angustias  y las miserias de la vida”, y de allí, surge En elogio de su serenidad, un complejo entramado de referencialidades que convergen en la belleza y la tristeza del enunciante frente a la imposibilidad por ser reconocido por quien detenta la belleza:

Serenamente, indiferente, has pasado junto a mí, y nunca tu mirada, acaso de una suavidad d redención, ha llegado hasta la aridez de mi existencia impenitente; tu voz, tal vez bruja como la de una sirena, jamás ha derramado el oro de su melodía en el silencio conventual de mi alma. No sé si hablas, no sé si oyes, so sé si miras… Diríase que eres estatua vida, tal pasas con tu indiferencia soberana, negando amables caridades a quienes tienen para ti pleito-homenaje. Mil veces he esperado con fiel sumisión de servidor la luz de tus ojos, cuyo color ignoro, mil veces he solicitado el momento de conocer la música suprema de tu voz y permanecido has mil veces muda y sin mirada, acaso con un dulce ensueños de ángeles es lo más remoto de tu débil pensamiento juvenil.[43]

            La figura femenina, enigmática por demás, se hace misterio insondable en la rigidez estética y ante la mirada del admirador atónito que intenta establecer vínculos humanos-sensibles que permitan ‘comunicarse’ con la transfigurada deidad. Donde el silencio y distanciamiento hacen mucho más profundo el acto de contemplación de la mudez pétrea: “No hablas, no miras, no oyes”, variables que la insensibilizan y semejan a una estatua, la emparentan a la Venus de Milo:

¿Acaso Venus de Milo más bella que tú?... Mármol muerto es la carne de la bella ática y el silencio de piedra que la envuelve y la penetra nada le quita de su imperio soberano. Muerta está hace siglos, y la palabra más dulce y regalada habrá de romperse irremediablemente en la ruda muralla de su oído, entre la concha de su oreja primorosa;  y le hablan  y suplican locos de belleza, una sola frase de consuelo y la perpetuidad de un vasto silencio secular sella sus labios por siempre jamás; y no ve, ¡ah, sus ojos fríos y blancos!, diríase que desde el vacío de sus pupilas talladas a cincel, contemplan una lejana apoteosis en su honor; más sobre esa suprema indiferencia que le sirve de alma, la de Milo  reina por los siglos de los siglos en el corazón de los devotos de la Belleza y el Ideal.[44]

            Lo que establece una relación de frialdad con la belleza, el ideal y su funcionabilidad paradigmática, donde la admiración del acólito se cruza con la indiferencia del objeto admirado; la fría indiferencia de la belleza materializada en mármol impoluto e incorrupto:

¿Me conoces? Lo ignoro. La trunca hija de Fidias no conoce sus devotos y la admiran. Sobre la plenitud de la  menuda arquitectura de tu cuerpo de ánfora tu indiferencia y tu silencio como el refugio del Ideal vejado mil veces; nuevo manto de Isis, tu serenidad es como la ofrenda propiciatoria que tu carne y tus ojos y tu boca y tu belleza toda, ofrece en holocausto al Ensueño, que mañana para ti, como para todos nosotros los mortales habrá de confundirse con la más dolorosa miseria del vivir.[45]

            En esta sección del libro Horas aparece un texto que en lo personal siempre me ha llamado poderosamente la atención en la escritura de Briceño-Iragorry dentro de su vinculación modernista y su apelación a la relación entre espíritu y escritura como lugares convergentes del Ser[46]:

Cien veces teniendo las blancas cuartillas sobre la mesa, he tomado la pluma para escribir algo que bulle en mi imaginación, para publicar pensamientos que cruzan mi mente, para traducir al papel sentimientos que viven en lo profundo de mi ser interior, allá dentro, junto a la clepsidra misteriosa y sangrienta que llaman corazón. He empezado a escribir: “Como una sombra que se desliza humildemente contra la derruida pared de un palacio en ruinas, así mi vida se arrastra por el mundo…” y no podré nunca terminar la frase, nunca: algo extraño me impide seguir escribiendo: ¿será que faltan energías a mi diestra? Rompo el papel y comienzo con otra idea: “Si como anhelaba Darío me fuese dado por dueño del mundo, no tendría como él la crueldad de hacerlo de un golpe mil pedazos, no, sino con mano sabia distribuiría las riquezas entre todos, apartaría la discordia de los hombres.[47]

            Y bajo la advocación de Rubén Darío, el escribiente reflexiona desde los sincretismos del espíritu y la locura, del éxtasis y la imposibilidad de culminar los enunciados que representen lo que el ‘reino interior’ quiere manifestar desde el “fondo del alma nostálgica”; y en esta mediación surge la reflexión a partir del monólogo existencial que conduce a la reafirmación como Ser para la trascendencia.

            Mientras que en el texto Panteísmo Místico la contemplación asume connotaciones sublimes al establecer la relación entre la belleza femenina trascendida en el alma que postrada ante la deidad antepone su sacrificio corporal como ofrenda y tributo:

¿Qué analogía recóndita existe entre la vida beatífica y la de las imágenes inmóviles de los grandes templos católicos? ¿Acaso no parece existir una corriente panteísta que las hace fundirse, que hace trasfundir su esencia íntima de la carne a la piedra y de la piedra a la carne? ¿Acaso esas imágenes ante las cuales la devoción y la fe se postran humildemente, no aparecen a los ojos del artista como vivificadas por el fuego vital de esos seres en oración perenne? ¿No sucedería quizá que sin el calor mágico que esas vírgenes prudentes les transmiten en medio del ritmo de sus plegarias, careciesen las imágenes de esa sublime expresión que las hace aparecer como símbolos de sublimes beatitudes ¿ ¿Acaso esas imágenes ignoran que al ofrecer su vida en aras del altar, hacen la misma ofrenda de las vestales romanas al dedicar su virginidad a la Gran Diosa para custodiar el fuego perenne, con la diferencia de que las imágenes católicas se alimentan con el fuego de la naturaleza sacrificada de sus vírgenes?[48]

            A partir del encabalgamiento de interrogantes retóricas y profunda vehemencia textual, el enunciante reflexiona sobre las posibilidades de relacionar la esencia íntima en la corporalidad mística y la representación de las imágenes salvíficas en una especie de ontología mística que comporta un sacrificio en pos de la sublimidad-divinidad, enriquecida por los tributos de los oferentes. Por lo que se constituyen en mediadoras entre el mundo terreno y el sagrado, puente que se distiende entre los vínculos de la plegaria y  la fe.

            Pero al mismo tiempo hace un reconocimiento a los creadores de imágenes místicas y su potencialidad por representar la corporalidad sublime que incita al recogimiento y manifestación de lo sublime:

¿Acaso  al pasar junto a los altares perfumados de los grandes templos no sentimos la vibración vital de tanta virtud creadora que se ha fundido continua y latente en las imágenes de arcilla? ¿Y tú dominador, creador de imágenes y actos, no has sentido esa gran voluptuosidad que duerme en las esculturas sagradas, no has sentido palpita, como la vibración de una gran arteria ciclópea, el alma de la naturaleza encerradas en esas capillas ojivales adonde la fe lleva, en pura oración de inocencia, a vírgenes plenas de fuego plenas de fuego creador y del impulso esencial  de la especie…?[49]

            A estas alturas de la disertación es menester recordar que en la influencia modernista destaca el uso de claroscuros como espacios enunciativos donde las sombras se transfiguran en locaciones que permiten representar la confluencia reflexiva del Ser desdoblado en espiritualidad: en “espíritu dialogante”, y de esta manera, construye Briceño-Iragorry La voz de las sombras; texto que contiene un diálogo entre Don Quijote, Bolívar y Jesucristo. Sombras que se convierten en hologramas textuales de sus figuras para proyectar su grandeza. En principio Don Quijote escucha el lamento de Bolívar frente a la injusticia de la vida, la historia y los hombres: -¡Aramos en el mar! –Parecía decir la más pequeña-. Luchamos en balde como luchó Jesús, sin que se nos comprendiera, dándosenos como único premio la injusticia y la traición de aquellos a quienes ofrendamos nuestras ideas y nuestra vida. Fuimos tres majaderos…”[50]

            Para que de las aguas emerja imponente la figura de Jesús y reconcilie aquellas dos sombras circunscritas a la realidad textual y se reconozcan en la trascendentalidad de sus obras:

-No trabajasteis en balde, pobres hombres –habló la recién llegada sombra y su voz era dulce como un poema de amor-. Fuisteis héroes de ideas, de altos principios Apóstoles de justicias, ¿queréis pago por vuestra obra de liberación? ¿Quién podría pagárosla? Más si hicisteis el bien por la gratitud, si luchasteis para después solazaros con el reconocimiento de los hombres, majaderos fuisteis: pero bien se ve que vuestra labor no fue material de encadenar voluntades, tal cosa era indigna de vosotros. El Ideal quiere algo más grande, el Ideal no se conforma con la opinión de los hombres. ¡No matéis el Ideal con vuestro Dolor! ¡Sois más que hombres…![51]

            El ideal es fórmula de inmortalidad y trascendencia; crisol para alumbrar las almas dialogantes que sirven de paradigma a quienes intentan transitar por esos mismos caminos que conducen a la realización de los Seres y sus más sentidas aspiraciones espirituales. De allí que la idealidad se convierte en punto ecuánime para dignificar desde el dolor y sufrimiento a maneras de purificación:

La virgen pordiosera evoca con su rostro muerto un símbolo de dolor y de miseria; la pústula del cáncer ha hecho de su cara, antaño plena de belleza, una trágica máscara de asco: una llaga llorosa y viva, con las tonalidades azulosas y glaucas de la carne putrefacta de los cadáveres, en la cual tiemblan como una amenaza y como un dicterio, un par de ojos vítreos y sin mirada, con pupilas descoloridas por el dolor y por la muerte; y una lengua torpe, roja como una ascua infernal, balbuceando entre la boca y las fauces nasales, unidas por la dolorosa destrucción de la bóveda palatina.[52]

            La belleza corporal lacerada por la enfermedad se hace aleccionadora ante los ojos del enunciante que la saca del anonimato y la hace centro de la enunciación lírica: “El pueblo la ve pasar como una sombra, toda vestida de blanco, tal novia que fuese al altar, dijiérase al verla que pasa una gran mentira. Fue bella y coqueta, dice la lengua de las gentes, tuco admiradores de quienes ella rio, pero como es vana la vida, esta huyó de su rostro para escarmiento de mujeres casquivanas”[53]. La belleza herida de muerte se hace principio estético para reflejar lo transitorio de las vanidades humanas que en momentos devienen en castigos corporales, donde la belleza es falso artilugio que otorga falsos valores, y que al no existir principios morales, despierta la indiferencia frente al dolor y sufrimiento: “Y envuelta en el oro de la tarde, la trágica mendigante sigue en su silencio hacia la miseria de su barrio, donde nadie la espera”.[54]

            Y toda la referencia hecha sobre la trascendencia como mecanismo de articulación textual en Horas, encuentra su directa concreción en Hora Solemne, la oportunidad lírica de: “Nuestra hora más silenciosa”, nuestra hora solemne ¿llegará acaso?... ¿Llegará el momento en que nos sintamos como transportados en alas del silencio a las regiones del vacío, más allá de las estrellas solitarias, más allá de toda impresión de los sentidos?...[55]

            En esa hora, espacios y tiempos se hacen inmateriales y se transfiguran en lugares de ensoñación y reconciliación, que suponen una muerte transitoria o pequeña como momento de transfiguración que debe ser procurado por el Ser dentro de los mecanismos de la trascendencia:

-Procura entonces tu “hora más silenciosa”. Reconcéntrate en ti, olvida la vida, elévate hasta la altura de un silencio imposible, sueña un poco, habla un rato con el pájaro azul de la leyenda, arranca una estrella al árbol milagros, báñate en el canto de la fuente encantada, y sigue –sin pensar- en ti ensueño perenne, y allá arriba, en la región de la muerte momentánea, hallarás tu “hora más silenciosa”, tu hora grave; sabrás tu ley eterna y habrás de llenarte de la humedad del silencio, propicia a todas las germinaciones espirituales. ¿Despertará de tu ensueño? ¡Quién sabe! ¡Son tan pocos que no han despertado![56]

            Entonces surge la reafirmación del silencio a manera de solemnidad y diálogo interior, que en Briceño-Iragorry es recurrente esta acepción escritural, e indudablemente, él encontró esa ‘hora solemne’ en saberse consustanciado con sus raíces ancladas en Trujillo, en la entrega sentida a Dios, y en la propuesta de una visión patemizada de la cultura y la acción humana. Por siempre Briceño-Iragorry a manera de conciencia simbólica estableció el ‘eterno retorno’ con su pasado para tender puentes con el presente y presagiar el futuro. Y de esta manera cierra Horas, con símil, donde reconoce la importancia de volver atrás para seguir andando:

Vamos por la vida aferrados a nuestra débil condición de humanidad, como el espíritu enamorado de Duchmanta, el rey indio del drama de Kalidasa, lo estaba del recuerdo de Sakuntala: “volviendo hacia atrás como la tela de seda de una bandera llevada contra el viento”. Hasta atrás vamos por la vida, hacia nosotros mismo, no en busca de la verdad sino de nuestra razón, conceptuada como lo único capaz de explicarlo todo. ¿Y quién la explica a ella?... Acaso la serpiente vuelta sobre sí misma.[57]

            Peregrino de la memoria, cultor del pasado y artesano de la escritura, Briceño-Iragorry desde sus primeros textos hace en simbólica fusión confluir espíritu y palabra para desdoblarse en diversas y disímiles consideraciones sobre: hombre, cultura, historia y ciudadanía patémica que sirva de entorche para atar las referencialidades a través de una prosa única y profundamente metafórica. Heredero de una tradición telúrica que aun sostiene los estamentos del espíritu en medio de la sociedad mediatizada y materializada por los afanes consumistas.

Porque desde sus iniciales escritos mostró la fuerza de la creación de un artesano de la escritura, orfebre de la arcilla milenaria con la que construyó toda una arquitectura que desde el Trujillo cósmico, aldea inamovible de los predios de la memoria, abrazó la universalidad como punto de encuentro de los hombres y las ideas. Así que siempre asumió la escritura a manera de oportunidad de hacer y deshacer; tachar y borrar para rehacer, y mostrar la madurez del escritor y la voluntad del espíritu que dicta. Conciencia de alfarero y trashumante por los caminos de la vida y la reflexión; discípulo de Epicteto, que a los veintitrés años, en el colofón del libro Horas, sella su compromiso con la historia, y consigo mismo:

Como los niños suelen amasar barro y arena y elevar construcciones que luego destruyen para de nuevo empezarlas, así quiere Epicteto que los hombres, poseedores dondequiera de barro y de arena ideal, construyamos siempre, aunque sea para destruir después. En nosotros, dice el filósofo, hay mucho que destruir y reedificar y en esta labor, espejo de entretenimientos infantiles, hallamos compañía para nuestra soledad, así en horas solitarias nacieron estas páginas, destinadas a morir en la hoja ligera de un periódico, y que adquieren una vida que acaso no les corresponde y la cual deben, más que al autor, a la paciencia del linotipista.[58]


Luis Javier Hernández Carmona
El Paraíso, mayo, 2017.


[1] Así ha sido mi vida (Esbozo  autobiográfico escrito en el exilio. 1945) en: Obras Completas. Caracas. Congreso de la República. Pág. 107. Originalmente escrito como Prólogo General de sus Obras Completas.  Editorial Edime. 1956.
[2] Texto que aparece referido en el trabajo “Roberto Picón Lares”, incluido en el Vol. 2 de las Obras Completas, editadas por el Congreso de la República en 1989, pág. 485.
[3] Así ha sido mi vida, pág. 108
[4] En mi interés académico por la obra de Briceño-Iragorry, me he propuesto estudiar  la etapa de adolescencia y juventud desde los postulados del modernismo como expresión estética que conduce hacia los planos éticos del espíritu y condensados en las expresiones  liberalistas-románticas que hacen planteamientos para superar las visiones positivistas que acechan la cultura nacional y latinoamericana y sus principios identitarios. De allí nace: Mario Briceño-Iragorry artesano de la escritura (1993) Universidad de Los Andes-Venezuela. Asimismo inventariar la autobiografía como elemento de referencialidad textual y construcción del mundo a partir de la ensoñación y los viajes simbólicos entre espacios geográficos que se patemizan desde la nostalgia y el recuerdo; todo ello intenta ser condensado en: Mario Briceño Iragorry, la palabra en el tiempo, el tiempo en la palabra (1998) Comisión presidencial para el Centenario del nacimiento. Caracas.
[5] Don Mario Briceño-Iragorry refería siempre con tono jocoso que de sus libros, el que se había agotado más rápido fue Horas, puesto que se agotó “en cosa de seis días, puesto que lo liquidaron las llamas del incendio ocurrido en la vieja librería Maury”. Según referencia del Comité Editor del Vol. 14 de las Obras Completas. Congreso de la República. Caracas. Venezuela. 1991.
[6] Todas las citas sobre el libro Horas pertenecen al Vol. 14, Obras Completas, Congreso de la República, 1991. Y en adelante aparecerá el nombre del aparte citado y su respectiva página: Sol Meridiano, pág. 14-15.
[7] Parábolas simples, pág. 18.
[8] La escuela del Quijote, pág. 20-21.
[9] Los humildes, pág. 24
[10] Ídem.
[11] Ibídem, pág. 25
[12] Alma de los pueblo, pág. 27-28.
[13] Ídem.
[14] Ibídem, pág. 29
[15] El misticismo de Amado Nervo, pág. 33
[16] Mauricio Maeterlinck y la filosofía de la desgracia, pág. 45.
[17] LA novela metafísica de Rod, pág. 49.
[18] Un silencioso, pág. 56.
[19] Ibídem, pág. 55.
[20] Ibídem, pág. 58.
[21] Destacado académico y político merideño. Fue Rector de la Universidad de Los Andes, en 1843 por escasos cuatro meses y de 1852 a 1855.
[22] Elogio del Dr. Eloy Paredes, pág. 65.
[23] Ibídem, pág. 76.
[24] Cabe recordar la importancia que tiene la prensa en la época y etapa de formación de Briceño-Iragorry, donde los periódicos tienen profunda inclinación estético-filosófica-literaria y ocupan vitales espacios de difusión de ideas y compartir experiencias. Que aunado a la manifestación modernista es el principal eje de esta prosa renovadora.
[25] Límites a la libertad de prensa, pág. 79.
[26] Ibídem, pág. 83.
[27] Ibídem, pág. 84.
[28] Ídem.
[29] Ibídem, pág. 85
[30] Ibídem, pág. 86.
[31] Nietzsche, Friedrich (1978) El anticristo. Madrid. Editorial Alianza. 
[32] Y diversificados en narrativa, poesía, ensayo y teatro de su etapa de adolescencia y juventud.
[33] Discurso de mantenedor, pág. 89.
[34] Ídem.
[35] Ibídem, pág. 90.
[36] Ibídem, pág. 93
[37] Ídem.
[38] Ibídem, pág. 95.
[39] Ibídem, pág. 96
[40] Ídem.
[41] Ibídem, pág. 97.
[42] Ibídem, pág. 101.
[43] En elogio a tu serenidad, pág. 125.
[44] Ibídem, pág. 126.
[45] Ídem.
[46] Hay un hecho importante que quiero destacar dentro de la manifestación del Espíritu y la Escritura, en otro grande trujillano: José Gregorio Hernández Cisneros, quien en su etapa de Voluntad estética produce textos que apuntan hacia la misma dirección de la imposibilidad del espíritu de manifestarse por medio de la escritura. Por ejemplo, Visión del arte (1912), donde el enunciante viaja a regiones ignotas, y de allí puede apreciar la belleza estética y su sublime trascendencia; hecho que para los comunes mortales pasa desapercibido. Véase: Hernández Carmona, Luis Javier (2016) José Gregorio Hernández Caballero de la fe Una mirada desde la filosofía de la voluntad). Trujillo.  Fondo Publicaciones ULA-LISYL.
[47] Ciento Una, pág. 127.
[48] Panteísmo Místico, pág. 129.
[49] Ibídem, pág. 129-130.
[50] La voz de las sombras, pág. 131.
[51] Ibídem, pág. 131-132.
[52] Podre, pág. 133
[53] Ídem.
[54] Ibídem, pág. 134.
[55] La hora solemne, pág. 135.
[56] Ídem.
[57] Símil, pág.137.
[58] Colofón, pág. 141