HORAS; EL DESIGNIO DE UN CAMINO
Luis Javier Hernández Carmona
ULA-LISYL
luish@ula.ve
PRELUDIO
Horas
(1921), es el primer libro publicado por Mario
Briceño-Iragorry, que indudablemente constituye la continuación de una temprana
labor reflexiva iniciada a muy corta edad. Tal y como lo confiesa, veinticuatro
años más tarde en el trabajo titulado Así
ha sido mi vida:
Cuando tuve doce años sentí bullir en mi mente la vocación para las letras.
Mi abuela de San Lázaro obraba en mí a través de la voluntad amorosa de mi
padre. Primero el periódico manuscrito; más tarde –en 1911- la hojita
volandera, impresa en letras de molde. Me eché a la mar de la literatura como
barco sin gobernalle y sin buen lastre. Me faltó método y disciplina para
orientar los pasos cortos de toda buena empresa. Con la llegada de los años,
veo cada día cuánta fue la deficiencia de mi preparación, lo desordenado de las
lecturas, lo improcedente de rebeldías que, lejos de encaminarse a la
destrucción de los falsos ídolos de la política y de la ignorancia, llegaron a
acometer ciegamente contra las altas verdades de la fe de los mayores.
Por lo que es fundamental hacer la acotación que este
libro fundacional de Briceño-Iragorry despertó bastante interés en los lectores
de su época, específicamente en quien ocupó un lugar muy especial en su vida,
como fue su joven profesor Roberto Picón Lares, quien lo interpretó de la
siguiente manera: “Eres un espíritu que piensa y está contento con su pensar.
Tus ideas quieren ser optimistas, buscan un optimismo salvador, pero en medio
de ese optimismo amargamente sonriente surge una sombra de desolación infinita”
Y ufano de sentirse un espíritu trascendente, apunta a renglón seguido: “Sí,
todavía lo soy. Para mi inquietud no he logrado aún reposo”.
En contraposición a lo expresado por Picón Lares, Rafael
Cabrera Malo cuestiona el texto, tal y como lo refiere Briceño-Iragorry en el
antes citado trabajo Así ha sido mi vida,
y que obviamente sirve de punto de inflexión a su obra:
Cuando Rafael Cabrera Malo leyó en 1921 la colección de páginas literarias
publicadas bajo el nombre de horas,
me escribió una fina carta en que yo debía sentir como un desollado. Esta
dolencia de sentir apenas ha venido a medio curar en mí cuando la vida llegó a
enseñarme que las verdades del corazón iluminan a veces con mejores luces que
las reflexiones severas de la mente.
Desde la distancia de adulto exiliado crea una productiva
obra cargada de autobiografía y ensoñación para intentar mantenerse apegado a
su tierra nutricia y mundo primordial. Al mismo tiempo que es la reafirmación
de su compromiso escritural con el espíritu acendrado en los preceptos
modernistas-liberalistas románticos que sirven de base a sus reflexiones y
tienden el puente entre sus tres etapas fundamentales a saber: escritos de adolescencia y juventud, escritura de
madurez, y el exilio ensoñativo.
Etapas que tienen al espíritu como generador o duende que dicta la
referencialidad de su escritura, por lo que estamos frente a la patemización de
la escritura que conduce a la concreción de los valores espirituales como
parangón ético y soporte de la ensoñación creadora que permite refundar los
acontecimientos a través de una lógica de sentido que apunta a conjuntar al
sujeto enunciante con sus espacios y circunstancialidades.
En este sentido Horas
refleja al Briceño-Iragorry que emerge de la adolescencia arropado por el
espíritu modernista y el ímpetu de los llamados fundadores de la filosofía
latinoamericana que intentan descorrer los espejos que reflejen los principios
identitarios a través de las tesis liberalistas-románticas. Por lo que podemos
percibir en este texto una profunda inclinación hacia lo místico, que arropado
por un lenguaje densamente lírico, apunta hacia la percepción de realidades y
contextos a partir de los estados del alma ‘naciente’ como la denominó siempre
en esta etapa de su escritura para dejar entrever la relación entre escritura y
reflexión filosófica.
ESCRITURA, SILENCIO Y TRÁNSITO: LAS METÁFORAS DEL HOMBRE
La
filosofía es tránsito por la vida, donde vida y camino convergen como puntos de
reflexión en medio de la severidad y el silencio; extrañamiento que desafía la
aridez humana que acecha y amenaza la existencia en medio de la cotidianidad. Y
en medio de ese tránsito surge lo constelativo a manera de lugar para enunciar
desde el espíritu que flota y fluye en medio de las reflexiones del filósofo y
sus palabras de resignación y entusiasmo.
Y es que
esa expresión resaltada condensa el propósito del libro Horas de Mario Briceño-Iragorry, enmarcado en un gran aparte: “La
ruta de Epicteto”, honrando al gran filósofo-moralista que pensaba al hombre en
medio de la vida cotidiana donde debía volcar toda su acción humana, y al
referirse al alma comentó: El
alma es como una ciudad sitiada: detrás de sus muros resistentes vigilan los
defensores. Si los cimientos son fuertes, la fortaleza no tendrá que capitular”. Dejando la
inferencia que los textos tratados en Horas
persiguen tratados sobre el alma, el espíritu y el poder moral como fortalezas
para guarnecer al hombre en medio de su cotidianidad.
Por lo que comienza con la fusión simbólica entre lo
cósmico, terrestre y humano, representados por el incesante ascender en medio
del mundano bullicio y la majestuosidad de lo físico-geográfico. Ascenso del
alma y el espíritu hacia regiones intemporales donde se encuentran los estados
sublimes y de profunda reflexión que lindan entre lo soberbio e imponente; lo
pequeño y efímero donde se balancea el mundo del sujeto trascendido. Dos formas
para mostrar lo profundamente existencial;
Con qué estrépito suena y alborota abajo, parece desafiar las ásperas rocas
que se abren a su paso: voz de ejército que triunfa, voz de hombres llenos de
vanidades y de orgullos, voz de pueblos potentes que absorben pueblecillos
pobres. Es locura de espumas en hermosas cataratas, sinfonías mayores que hacen
enmudecer los seres que junto a él vienen peregrinando en solicitud de nuevos
cielos. Todo lo arrastra: hombres y puentes, brutos y peñas: señor de selvas y
de llanos, él solo deja oír el estruendo de su voz, pero cómo va siendo pobre
esta voz del río a media que subimos en la historia de la vida cristalina.
Huelga
significar la aplicación estética de la inmensidad y majestuosidad de los
espacios naturales frente a la pequeñez y transitoriedad humana; principio
esencialmente romántico que potencia la amalgama entre naturaleza y hombre
dentro de la recurrencia espiritual, donde los espacios naturales guardan
formas de refugio y protección a manera de regazo materno:
Pero llega el día en que nuestra madre la Vida no nos busca y entonces
nuestros gritos o el descanso de la espera nada valen y la parábola de los
niños cede su puesto a la disciplinada vitalidad del árbol: la lucha resignada
y la espera diligente de quien sembró semillas para el futuro: que el deseo de
regar la tierra no torne en podre el germen y que la sombra de las primeras
hojas no sea ocasión para sueño tan largo que permita a los sarmientos atrofiar
la planta, y cuando el árbol fructificó en doradas mieles, no esperara frutos
mejores que las semillas primitivas. Sea oportuno el sembrador en sus páginas y
en sus ocios, y amoldando sus deseos a la oportunidad de la estación no sufrirá
lloros de tristeza. En la disciplina de los árboles está su lección de vida,
cuando en orfandad irremediable se lanzó a la lucha diaria sobre el confuso
erial del mundo.
Así que
la escritura se fija la meta específica de ser faro luminoso que advierte a los
navegantes de los avatares de la
vida, de la deshumanización como principio letal del sujeto y sus realidades,
al mismo tiempo que señala dos formas de transitar por los caminos de esa vida:
el de la reflexión, o el de la desmemoria y olvido. La vida donde el hombre se
encuentre consigo mismo o se diluya en
las multitudes anónimas y ensordecedoras:
En el tumulto de las grandes ciudades, viciadas y llenas de inquietud, el
hombre carece de medios para conocerse a sí mismo; el vecino con quien lucha
ocupa para su conocimiento el sitio que debiera llenar su personalidad
interior, esa personalidad raras veces encontrada y a la cual hace referencia
la inscripción délfica. Labor inútil en medio del agitado movimiento de las
ciudades, atónitas por el ruido de su incesante progresar, duras por la lucha
diaria que amengua el valor propio de los hombres, ciudades instintivas,
voraces como el trágico Moloch, destructoras de vidas individuales para crear
los grandes valores de sus sindicatos, donde el hombre vale por sus brazos
solamente y donde la justicia, la confraternidad y la virtud se ferian a bajo
precio, ciudades matemáticas, productos del cálculo y la especulación… Don
Quijote las detesta y ha huido de ellas para siempre.
Y en
medio de este tránsito reflexivo, además de la conciencia espiritual, surge la conciencia
social en medio de la narración desconsoladamente desgarradora que responde a
la tradición modernista de intercalar elementos cósmicos en medio de las
reflexiones existenciales:
Sale en su inconsciencia de angustiado hacia la negra intemperie mientras
la lluvia azota inclemente su pobre espalda fatigada; camina, trémulo y nada encuentra, a no ser el agua
del río que brama con más fuerza, el azote del cielo que castiga su carne
flácida, la luz del rayo que enloquece su retina. Dolor de la noche, todo es
para el pobre pordiosero enloquecido, que a fuerza de andar cayó inerme en
tierra y ahora el vendaval le acerca al instante de la muerte, que él tal vez
espere con resignación y entusiasmo, mientras que la naturaleza se conjura
sobre su miseria.
En medio
de la flagelación natural, dos tempestades atizan el espacio
escritural-reflexivo para evocar la deidad paradójicamente salvífica y
reconstituyente en la resignación y aceptación de los designios divinos:
El viejo ve aquella destrucción serenamente, sin que su rostro revele la
más pequeña señal de dolor; da unos pocos pasos y entre la hojarasca humedecida
halla la alforja andrajosa que le ha servido tanto tiempo -desde que murieron sus hijos y parientes-
para recoger los mendrugos que le regala la largueza pública. La levanta con
cariño y rodilla en tierra une sus flacas manos en señal de oración, con devota
unción de creyente y alaba a Dios dándole gracias por el don que le hiciera de
dejarle aun el pedazo de vida que arrastra por calles y caminos, y cuando el
sol ya estuvo sobre la cresta de los altos montes, el viejo aun oraba
imperturbable, embelesado.
Paz y
resignación son consustanciales con el afligido que vive estoicamente su
miseria como espejo y oportunidad para ser socorrido por sus semejantes: “Pero
en balde tú y yo hacemos caridad a este pobre ser anónimo que nadie conoce, en
balde nuestro espíritu tienen compasión de él, que poco necesita. Dadle lo que
pide, lo que le falta, un pobre pedazo de pan para su estómago y tú anhelarás siempre,
sin alcanzarlo, el hermoso tesoro de su vida desconocida: la profunda serenidad
de su alma humilde”.
Por lo que la miseria no se traduce en quien la sufre, sino en quien la percibe
y no la socorre; otorgándole al mísero habitante de la cotidianidad la cualidad
de mártir y expresión de oportunidad para que los seres se manifiesten en toda
su esencia.
En este
sentido el alma humana trasmuta espacios y transmigra hacia la aldea
fundacional y cósmica que conserva la memoria arquetípica e intemporalidades donde
se resguarda el anonimato de quienes habitarán en algún momento los escenarios
de la vida, percibidos en el silencio y soledad como esos espacios de descanso
en el tránsito filosófico-existencial, que indudablemente representan el tiempo
de la escritura:
Alma de las cosas que es como alma de seres muertos, este profundo encanto
de los niños solitarios constituye testamentos de años que fueron. Pasó el
color de una hora, se esfumó en el tiempo el minuto de una acción, de una
palabra, y la materialidad muda y estática de las cosas próximas encierra aun
para siempre la voz que se rompió contra ella y la acción que llegó hasta su
inadvertida quietud en un momento muerto; y todo esto que ya nadie recuerda,
que la historia no hizo suyo por pequeño, vive ahí, en silencio y soledad que
hablan con voces mudas. Panteísmo del paisaje, el espíritu se enreda en la
inconsciencia de las piedras y desde ellas echa a vuelo sus campanas sobre el
correr del tiempo, sangre de esfuerzos que por ahí cruzarán, ahora tierra
fértil que después de rica exuberancia en savias y en flores, que son, más que
inadvertidas criaturas, lengua de almas ignoradas.
Asida al
anonimato surge la humildad a manera de coadyuvante de la actuación humana
hacia empresas profundamente nobles como expresión de la trascendencia del
espíritu frente a la materialidad:
Seres humildes hubo en los pueblos que lucharon en silencio, su vida fue
peregrinar en solicitud de acciones grandes, sobre la indiferencia coutidiana
arrastraron un trágico pensamiento que hasta la hora final sirvió de óleo para
la lámpara de sus energías, y fueron héroes en su holocausto: a cada paso su
carne sintió la mengua, lucharon sin fruto para entonces, pero el fatigar de su
vida habla hoy en silencio también sobre la impasividad de los muros pétreos,
de la labor útil de aquellos hombres silenciados. Su alma se prolongó más allá
de la historia de su viva, y anónima, viven hoy en el espíritu colectivo,
transformándose, agrandándose. Es el trabajo de los muertos, no aquel trabajo
materializado en soberbios capitales de que nos hablan los economistas, éste es
más intenso y enérgico. Gota de agua sobre la dura piedra, el pensamiento de
nuestros mayores más remotos –ellos dejaron el sudor de su esfuerzo en nuestras
cosas- ha labrado con empeño obra presente, y hablando por bocas actuales, es
como el fermento del alma de las colectividades que progresan. Viven perpetuamente
en los pueblos que fueron antaño indiferentes a su poder oculto, más que en los
hijos, donde triunfan los caprichos de la herencia, en pensamientos y acciones.
En este
sentido recordar se hace ejercicio reflexivo y forma de filosofar sobre la vida
a través
de lo humano y la subjetivación de los acontecimientos que otorgan una
maravillosa ciudadanía más allá de los reconocimientos sociales:
Hoy son nadie, y como para ellos, también para sus hombres hubo orfandad de
laude. Viven en nuestras ideas, en nuestro progreso, en nuestro espíritu, de
una manera subconsciente, y cuando vamos por calles que ellos cruzaron hace
mucho –sitios ocultos que fueron sombra propicia para la germinación de sus
ideales apostólicos, riego de júbilo para sus anhelos muertos- voces que
duermen en la quietud expiatoria de cosas viejas, nos hablan de ellos, de sus
entusiasmos y sus luchas en pos de una trágica idea libertaria que nunca
llegaron a consolidar. Ellos hacen amables estos paisajes indiferentes de los
pueblos viejos, estos paisajes abandonados donde parece que su evocación sin
nombre es más sentida, y alma popular, alma de seres muertos que hoy es como
espíritu de cosas, habla mejor en el silencio de cipreses argentados de luna,
junto a una fuente vieja y derruida reza con unción devota un hilo de agua
clara.
Esta
forma de recorrer el espíritu a través de la escritura produce textos con
profundo hermetismo donde la prosa se hace profusamente barroca mediante el
encabalgamiento de figuras preciosistas que otorgan un valor específicamente
místico a los textos, que es el gran horizonte hacia donde apuntan, y que queda
directamente expresado en El misticismo
de Amado Nervo y su ponderación y vigencia entre el ayer y los tiempos
presentes, en directa alusión a la no prescripción del espíritu a medida que
transcurre el tiempo y la historia:
Todas esas manifestaciones ultrasensibles del alma beatificada merced a
prácticas más o menos sabias y casi
místicas, parecen advertirse en los modales de Amado Nervo, el poeta de virtud
antagónica con el alma del siglo, representante en las letras castellanas de la
escuela imperecedera de los místicos. Y al hablar de estos tenemos que anotar
una verdad atestiguada en libros y sistemas: los místicos de hoy son los mismos
del más remoto ayer –vivientes acaso de acuerdo con sus ciclos de
reencarnaciones- y su literatura sufre apenas el cambio del idioma.
Aquí la
fe se convierte en soporte afectivo-subjetivo que no solo es expresión
discursiva, sino más bien, arquetipo del idealismo renovador a través de la fe
a manera de oportunidad de renacer y rehacer la acción humana en base al Ser y
sus circunstancialidades. Al Ser que tiene plena conciencia de sí mismo en
medio de las accidentalidades de la vida, el dolor y la desgracia. E
indudablemente surge el filósofo belga Mauricio Maeterlinck, a quien
Briceño-Iragorry desde su novel escritura reverenció y creyó fervientemente en
el dolor como medio de purificación y trasmigración hacia la trascendentalidad:
Sí, todos pueden juzgar al gran belga, porque la desgracia siempre es
consecuente y visita cualquier forma a los mortales, y las almas que se
levantan bajo su peso parecen llenas de una sabiduría extraña: la sabiduría del
dolor que manda y se hace servir. Pero lo que ha creado Maeterlinck es la filosofía
propia de esa desgracia, la psicología de su presencia, porque ella obedece a
causas finales y eternas como todas las causas del cosmos, y cuando se
manifiesta sensiblemente es porque ya se ha operado un proceso profundo,
accesible al observador de fría mirada, pero imposible de observarlo quien no
haya dedicado una asidua constancia al estudio de esas manifestaciones del alma
humana, porque su acción no es momentánea y si puede depender alguna vez de
nuestra voluntad somos víctimas de ella por mucho tiempo, pues siempre se lleva
a cabo la sentencia de Mefistófeles en el Fausto
goethiano: “El primer acto es libre para nosotros: pero somos esclavos para
el segundo”.
Por lo
que del dolor surgirán las almas transparentadas como agua pura y viva.
Interesante viaje a las regiones ‘ignotas’ del alma para crear realidades
enunciativas paralelas a las convencionales, donde literatura y oración mística
son campos propicios para ingresar a tales “regiones equinocciales” como las
refiere Simón Bolívar en Mi delirio sobre
el Chimborazo. Regiones que suspenden el tiempo y la historia frente al
Sujeto y este pueda inventariar su existencia dentro de la acción humana:
Y es en esta transposición de lugares en el desarrollo de los hechos en lo
que se basa la superioridad admirada de los personajes de Rod. Ese silencio
ante la solemnidad inmisericorde del Destino que mata, ese silencio imposible
en la Desgracia, ese silencio que cubre
la amarga tragedia en que se desgarran el corazón y el alma, es lo que forma la
atmósfera psicológica del libro, atmósfera demasiado pueril para muchos, pero
que adquiere al ser examinada debidamente por quienes juzgan el verdadero
desarrollo de la vida más allá de las acciones exteriores –en los planos
invisibles del ente espiritual interior- una razón tan alta que es imposible
imaginar que dichos actos pudieran efectuarse de manera distinta.
En este
caso el discurso estético crea escenarios de la reflexión ética que permiten
abstraerse de lugares y espacios materiales-convencionales para cogerse a la
retrospección del espíritu y los vuelos del alma. Porque en esos espacios,
lugares o regiones ignotas del espíritu hay un elemento reiterativo en este
libro de Briceño-Iragorry: el silencio, esa forma enunciativa que rompe con los
esquemas habituales de comunicación y se transfigura en voz desde donde habla –clama- el espíritu a manera de espejo
que muestra lo que el Ser debe enmascarar en la vida cotidiana, y en ese
momento aparece Julio Sardi a razón de intelectual para la acción existencial:
“De esta manera Sardi ha vivido para sí y no para el público. Su vida no ha
sido vida de periódico o de libro, sino vida introspectiva, de inquietud ante
el trágico misterio de la existencia, ante el doloroso problema que versificó Darío; y no saber adónde vamos/ni de dónde venimos.”
Y con
Sardi rinde homenaje a su generación, a la Generación del 18 en el Occidente
del país; generación del silencio y la reflexión que legó al país y
Latinoamérica una obra que con voz fuerte y robusta: “Cuando toda una brillante
generación se ensayaba en “Génesis” ya Julio Sardi, de época anterior, había
dejado conocer su prosa vibrante, su prosa sonora, llena de inquietudes
espirituales que germinaran en el joven autor”. En
homologación a Sardi descubre su generación y a él mismo en su iniciativa como
escritor comprometido con la causa espiritual y los espacios sociales: “Es él como
elegido por la remota y desconocida conciencia social, para que hable en su
nombre para que tome la representación de su valor cultural.”
LA FIRMEZA DEL ESPÍRITU, EL TEMPLE DE LA LETRA
Indefectiblemente
existe una estrecha vinculación entre el sujeto y el discurso, uno es
representación del otro, su extensión frente a los demás a través del lenguaje
a razón de vínculo con las realidades y sus interpretaciones. Y dentro de la
historia de la humanidad, el discurso es
recipiendario de lo objetivo y subjetivo; ideológico y utópico que conviven
estableciendo balances y armonías; encuentros y desencuentros. Pero obviamente,
creando sistemas de representación que son muestra fehaciente de las
intencionalidades y propósitos de los enunciantes y las diversas formas
expresivas, donde es menester destacar
la figuración del espíritu en la configuración discursos que apuntan hacia la
nobleza y temple de la letra a manera de cartabón para aleccionar y despertar
conciencias.
Firmeza
del espíritu, espíritu de la letra que se hace diálogo y conexión para
trascender más allá del silencio de la escritura y fortalecerse desde la fuerza
humanizadora de la palabra para templar y forjar conciencias. Y desde esta
práctica escritural, ya ejecuta Briceño-Iragorry un procedimiento argumentativo
que consiste en establecer una antecedencia con la universalidad como marco de
contención de la lógica de sentido que quiere establecer. Al hurgar dentro de la causalidad histórica,
siempre se revelará la causalidad patémica que nunca desaparece de las
reflexiones de las ya conocidas denominaciones de sujeto histórico, sino más
bien, diversifican la manifestación del acontecimiento contenido en los textos
y referencialidades.
Porque precisamente eso ocurre en Horas cuando la espiritualidad trasciende a los ámbitos universitarios
contenidos en nuestra Alma Mater, la Universidad de Los Andes, fragua que labró
los corazones y temple de la Generación
del 18 en el Occidente del país. Po lo que se incluye en este libro el discurso
inaugural que Briceño-Iragorry pronunció en mayo de 1920 frente al busto del Dr.
Eloy Paredes.
Y donde comienza con Diego García de Paredes, fundador de Trujillo, y en esta
ocasión textual, utilizando a manera de referencialidad universal a España, y
específicamente, Trujillo de Extremadura, lugar genesiaco en el orden simbólico
de Briceño-Iragorry, porque allí radica la savia de su Trujillo natal:
“Perdonadme, señores que haya distraído vuestra atención hablándoos de mi
ciudad natal, pero ella es el fruto primero y el más viejo que ha dado a
Venezuela esta larga familia de García de Paredes: fundador de pueblos”
Y traigo a colación esta particularidad para significar
la presencia constante de Trujillo dentro de la concepción argumentativa de
Briceño-Iragorry a manera y razón de punto de partida de sus reflexiones y lo
que confirió a su obra un carácter bien exclusivo. Por lo que esa visión de
cercanía a una instancia genesiaca y diversificada en la voz emocionada y
empática del orador permite consustanciar el espíritu, el homenajeado y la
academia como el espacio por excelencia de la espiritualidad que en el silencio
del claustro universitario levanta sonoras voces hacia la humanidad.
En esta pieza oratoria, luego de resaltar las virtudes y bondades
del homenajeado entre: “El alto concepto del derecho y el deber que animaba su
espíritu”, converge en la homología entre: palabra, silencio y mármol como
representación de las voces aleccionadoras que superan los muros del tiempo y
la historia; o más bien, reescriben la historia desde los perfiles
éticos-morales y sus soportes dentro de la intemporalidad de los textos y las
obras:
Su nombre le ha sobrevivido y hoy está de nuevo entre nosotros, no en la
humana carne, suerte imposible de Lázaros, sino en el mármol hecho alma, en el
mármol que es para los grandes hombres el supremo consuelo de inmortalidad,
ante la infinita amargura de la vida, estéril y ardua. En los claustros de esta
ilustre y desgraciada Universidad andina regó la miel de su ciencia, su boca
como oráculo de sabiduría para innúmeros
alumnos y hoy vuelve a ella, activamente como antes, a enseñar a estas nuevas generaciones que se levantan. La
taciturnidad del mármol no habrá de impedir que él ocupe de nuevo su sitio de
enseñanza, desde la inmovilidad de la piedra en que hoy sirve, sabrá decirle a
las generaciones que se paseen por estos amplios corredores, muchas cosas
útiles: de cómo es grande el hombre cuando dedica su existencia a la ciencia,
el honor, a la Patria y a sus conciudadanos.
El
escritor en ciernes, quien se formó al calor de la prensa, desde sus primeros
ejercicios literarios muestra su devoción por el espíritu y las letras,
comienza a ejercer su labor que desarrolló con pasión y vehemencia: la de
orador, el tribuno que con fino verbo arengó los silencios y agujereó
conciencias como aviso a los navegantes
sobre realidades cruentas e inmisericordes que se ciernen sobre los hombres
desdibujados en la desmemoria y claudican frente a lo material y valores
culturales foráneos.
Porque,
indudablemente, Briceño-Iragorry concibió el discurso en su doble articulación
de configurar un sentido, al mismo momento de construir al sujeto que enuncia
anclado entre los espacios íntimos y los colectivos a manera de figuración
simbólica. Y ya en 1921, en la memoria monástica que lo cobijó en su ímpetu
juvenil y formación universitaria, ya tenía plena conciencia del soporte de los
discursos en los ámbitos éticos-morales, y específicamente del discurso
periodístico y su manifestación en la Prensa
como libertad responsable del espíritu.
Precisamente,
en este libro el texto Límites de la
libertad de prensa, que originalmente fue una conferencia dictada en 1920
en un Centro Católico de Mérida y en ocasión de celebrarse el “Festival de la Buena
Prensa”: “festival que es en sí una enseñanza y un estímulo, pues en la vida y
en el desarrollo de las sociedades nada obra tan directamente como la palabra
que se expone y es lanzada al público desde las columnas de un periódico”.
Ferviente creyente en el poder de la prensa, Briceño-Iragorry intuye que además
de representar un ejercicio mental, tiene el gran potencial
didáctico-moralizante, fuerza pedagógica que está implícita en todo orden
discursivo. Pero además está consciente que representa un orden profundamente
ideológico, por lo que la libertad de prensa tiene que estar supeditada al
orden moral:
Poder Moral, la Prensa sí lo encierra y representa. Ella es en las
colectividades la palabra que guía y el índice que marca el grado de una evolución, pero de ese modo, cuando no está en manos de cualquiera que manche
cuartillas y que quiera expresar lo que bien piense. Surge sí, el conflicto
entre la libertad consagrada por todas las Constituciones democráticas y de
interés social, que pide la selección de la prensa, que quiere una barrera
contra el correr continuo de ideas odiosas y de pseudoideas inútiles.
Felizmente carecemos nosotros de prensa tumultuosa y de litigio; como un
recuerdo apenas vive la época de “El Heraldo” de nuestro gigantesco Juan
Vicente González, pero muy claro hemos tenido el ejemplo de la prensa
destrozándose entre sí, y oído hemos la voz de periodistas licenciosos
destruyendo a diario reputaciones sin cuento, y ello no es sino la expresión
muy clara del famoso principio democrático de la libertad absoluta de
pensamiento, principios que si en Filosofía abstracta es posible, porque en el
terreno de las abstracciones no hay diferencia entre los hombres, llevando a
una experiencia positiva, sobre todo en estas democracias tumultuosas y sin
preparación, aparece revestido de una eficacia contraria.
Todo
ello para tratar de discernir sobre los debates en torno a los medios
coercitivos de la sociedad sobre la prensa, haciendo directa alusión a la postura
de Gil Fortul en su Filosofía
Constitucional (1890). Y al mismo tiempo mostrando su oposición a la
libertad absoluta de prensa, distendida en dos vértices o:
Dos puntos vulnerables tiene además la libertad de prensa: primero: que
todas las cosas no deben decirse, y segundo: que todos los ciudadanos no son
aptos para decir cosas al público. El primer punto que no es posible examinar
en concepto particular, por la imposibilidad de enumerar las cosas que
requieren silencio, aun pudiéramos llevarlo más lejos: es humano, noble, cristiano,
que se echen al olvido y silencien hechos responsables de otro, mientras es
detestable y odioso arrojar en el calor de una discusión o en el desahogo de
una pasión, lodo e ignominia sobre inocencias de oro.
De esta
manera insiste en el Poder Moral como
ente regulador y normatizador de la prensa:
Poder moral y dirigente, la prensa necesita estar en manos selectas, manos
escogidas por algún medio, que a su frente haya personas aptas para llevar
hasta la conciencia colectiva semilla de ideas que al fructificar encaucen la
muchedumbre por vías de perfeccionamiento y grandeza, personas como las soñadas
por Bolívar para el areópago de su concepción de Orinoco y como los censores de
la Constitución, de Bolivia, capaces de representar la justicia y la moral de
la colectividad en que actúen.
Fundamentado
en el vigor y cimentación moral de la prensa, se atreve a preconizar la misión
y la visión de la prensa:
Hemos visto que la Prensa está llamada a ejercer una triple misión en la
sociedad: culturar, vindicar y señalar el coeficiente del valor social. Casi
con las mismas palabras de Víctor Hugo al definir la historia, podemos decir de
ella que es espejo donde el pueblo ve lo que es y lo que debe ser. Es la
escuela de la colectividad y el Tribunal de su justicia inflexible. Como
escuela, como cátedra perenne de enseñanzas nuevas, su misión es poderosa en el
orden de los factores sociológicos y aquí la importancia de su constitución
propia, de su estructura especifica de ideas, juega el papel más trascendente:
que ella sea capaz de todo trance de cumplir a cabalidad su cometido, que
instruya al pueblo en la exposición de ideas y de conceptos edificantes, que
sea motivo de regeneración y de creación tanto en el orden intelectual, como en
el moral, que sea ideológica y doctrinaria, no bufa e inútil, que no sea la
prensa frívola de crónicas y chascarrillos que tanto abunda en Venezuela, prensa
que no sea prensa ni un remedo suyo, papeles inútiles que llenan nuestras
calles y que sólo dejan al leerse la más profunda tristeza, porque nada dicen ni enseñan.
Obviamente
este planteamiento de Briceño-Iragorry deviene de lo romántico-utópico como vía
para impulsar la acción humana desde la prensa y sus mecanismos de difusión-persuasión.
Romántico-utópico a manera de andar por los caminos del acendramiento del bien
y el espíritu: “Y es esa prensa, noble y altruista, ayuna de pasiones y
mentiras, la que hemos venido a festejar hoy en este místico recinto donde
viven la piedad y el amor y la ciencia, y quiera la suerte que esta idea, que
ha recibido calor acá en el rincón de la montaña, bajo la suave sugestión de
nuestros perpetuos hielos, cunda en otras ciudades venezolanas, para que así el
triunfo de la Buena Prensa sea presto y efectivo”.
En esa
reflexión de Briceño-Iragorry intuyo una profunda interpretación de los
preceptos nietzscheanos sobre la voluntad de poder soportada en el orden moral:
“La vida misma es para mí instinto de crecimiento, de
duración, de acumulación de fuerzas, de poder: donde falta la voluntad de poder
hay decadencia. Mi aseveración es que a todos los valores supremos de la
humanidad les falta esa voluntad, ‒que son valores de decadencia, valores
nihilistas los que, con los nombres más santos, ejercen el dominio.” Recordemos que Briceño-Iragorry fue cultor de la
filosofía del autor de Así habló
Zaratustra e internalizó la figura del superhombre como forma de transitar
hacia espacios singulares de la espiritualidad, alegoría, que junto a la figura
del Quijote, autor formó parte de sus primeras y definitorias lecturas.
En tal sentido, cuando revisamos los textos fundacionales
de Briceño-Iragorry podemos apreciar una constante representada por la
imaginación como recurso estilístico; la razón como forma de narrar y sostener
las formas discursivas mediante historias textuales que giran hacia la
trascendentalidad y las figuraciones de la belleza a manera de reflexión. Y en
esta perspectiva y sentido alegórico encontramos el texto Discurso del mantenedor, que en principio fue pieza oratoria leída
en los “Segundos Juegos Florales” de Valera, estado Trujillo, 1920. Y que
contiene un exordio a la belleza de la mujer, a la mujer como enigma y emblema
de la belleza que seduce y asombra.
Y este texto lo construye desde la imaginación y mundos
posibles que otorga la creación literaria y su discursividad polifigurativa:
Quiero que sobre la obscuridad de mi palabra se derrame la luminosa
suavidad de una historia fantástica que vengo a evocar ante vosotros, para que
sea ella en esta dilecta ocasión, suerte de estrella milagrera que guíe mi
pensamiento en medio de los amplios senderos por donde habrá de peregrinar en
la búsqueda de ideas propicias que paguen acaso el regalo que se me hiciera
amablemente, trayéndome a este sitio, cumbre muy elevada para la pobreza de mi
esfuerzo.
La
estructuración simbólica-textual se organiza desde un personaje de ficción que
sirve de centro discursivo y generador de las acciones textuales a partir de la
locura a manera de articulante de la representación textual:
Tratase de un pobre loco ideado por la fantasía del novelador americano
Elías Lieberman, de un mozo de locura divina, hija legítima de la de Nuestro
Señor Don Quijote. Era un mal suave, inofensivo, artístico el que minara al
joven historiado; decíase la encarnación del gran poeta inglés John Keats, y
repitiendo sus versos adorables, iba por las populosas calles neoyorquinas
regalando rosas a las personas que encontraba a su paso y que él creía
desgraciadas.
Y aquí
la locura –otra instancia romántica- permite hablar desde la enajenación
espiritual que opone valores frente a la materialidad y el desencanto, puesto
que la locura es referente de ruptura y reafirmación discursiva, forma de
subvertir el orden en los predios de la idealidad y la trascendencia. De allí
que la locura permite ‘ver’ la belleza, “¡Belleza, fuente perenne de alegría!” Y a partir de esa alegoría de la belleza hace
toda una apología de este concepto labrado de formas disimiles y sincréticas en
la evolución de la humanidad, pero que siempre se mantiene como “manantial
fresco de alegría” desde la corporalidad humana, los valores éticos-sociales,
hasta los preceptos místicos, donde la noción de belleza produce un profundo
acercamiento a la perfección y divinidad. Ideal que queda cautivo en los
razonamientos normatizadores de las lógicas estéticas o discernimientos
historicistas:
Quizá desde su obscura torre interior de enajenado él vio en su breve
minuto de claridad, que esa gran pesadumbre que a veces agobia a hombres y
pueblos pudiéramos curar con un poco de belleza y su artística locura
convirtiéndole en galeno del espíritu, díjole ser las rosas, frágil carne de
ángeles, la droga misteriosa propia para realizar el mágico conjuro renovador
en el fondo preñado de penumbra de los
espíritus tediosos.
Pero no
sólo se refiere a la belleza física-artística-cultural que puede legarse como
patrimonio, sino a la belleza como ideal, principio de la acción y voluntad
humana: “Otro es hoy también el Ideal. Alas tiene el alma y quiere prepararse
para la última jornada que va hasta el foco de la Suma Belleza y la alegría no
está ahora en el placer voluptuoso sino en el castigo de la carne; que la
sangre llueva sobre la Cruz para que de ella surjan a su riego los lirios del
premio, esto quiere el nuevo Ideal y en ello hay también perfecta alegría”.
De esta
forma la belleza se hace sacrificio y entrega; postración y redención a través
de los valores cristianos emblematizados en san Francisco de Asís:
Grande por el amor y grande por el dolor, este pobre fraile que celebró con
goce divino desposorios con la pálida Pobreza sobre misérrimo tálamo de tierra, tiene el alma más pura y más clara que soñarse puede en un discípulo de
Cristo. Va él cantando amores por doquiera, duerme en un zarzal y éste ya no
lazra con sus uñas de crueldad, sino que en cambio florece con rosas celestes;
habla al río, y al viento, y a lobo y la enramada y es el hermano fiel de los
que sufren; su licor son las lágrimas que saben embriagar su alma adormecida.
Puntualiza
Briceño-Iragorry que la belleza en sus disímiles manifestaciones ha sido
“escala de luz”, fulguración en todos los sentidos en los cuales se encuentre
contenida. Pero siempre significando la escala más sublime entre los estados de
las cosas y el alma, y conjuntados en la figura de la mujer: “Esta fiesta de
hoy es fiesta de Belleza y de Alegría; belleza en la mujer que viene a premiar,
más que con flores simbólicas con fina sonrisa de sus labios, la obra del
agraciado justador, y alegría en los devotos de la Belleza y el Ideal que
celebran como en épocas mejores el advenimiento de estos olvidados torneos caballarescos,
donde se pone de relieve el triunfo del arte y del talento.”
La
intervención en este evento lírico-artístico-cultural permite a
Briceño-Iragorry hacer una fusión simbólica entre palabra y mujer a razón de
amalgama de la espiritualidad y la adoración del ideal en el discurso que se
hace actividad festiva del alma:
Útiles, estas fiestas llaman al trabajo de la palabra que en veces
“embriaga tanto como el falerno”, sirven de acicate a espíritus tediosos que
pueden dar mucho de sus riquezas interiores pero que duermen por la falta de
alegría y enseñan a la masa que en las grandes festividades de los pueblos las letras deben tener su
homenaje, porque ellas expresan su cultura y su progreso.
La
celebración de la palabra y la belleza es oportunidad para despertar las
pasiones estéticas dormidas en los hombres aprisionados en su cotidianidad. Y
de allí la importancia de la interesante referencia a Trujillo y su indiferencia
a las letras, y sirve hoy día como punto de reflexión e inflexión:
Duélanos el decirlo, pero de tantas mentalidades superiores hanse dado en
nuestro Estado a labores literarias, poco queda por falta de entusiasmo, a no
ser de mucha nostalgia que al espíritu trae la evocación de su recuerdo.
Hagamos estas fiestas que ellas puedan traer alegría a los indiferentes para
que así trabajen, ya que tienen a su favor el imperio de la belleza
cristalizada en alma y líneas de Mujer.
Entonces
cabe preguntarse si Trujillo se sigue soñando en las evocaciones del espíritu y
su acendramiento en el recuerdo. ¿Acaso hemos estudiado a Briceño-Iragorry y la
producción literaria de Trujillo desde una nostalgia mal advenida de la
ciudadela que aun habita en tiempos ancestrales? Hago hincapié en la nostalgia
mal advenida porque la nostalgia desde su potencialidad existencial es agente
dinámico que impulsa la acción humana hacia lo trascendente, y a través del
placer de recordar/ensoñar, como indudablemente lo hizo Briceño-Iragorry, quien
siempre creyó en la historia y la cultura como elementos de creación y no un
simple registro de acontecimientos y sujetos que configuran la historia desde
los estertores épicos.
Por
demás, sería interesante, a 96 años de distancia con el libro Horas, revisar a Trujillo desde esa
“falta de entusiasmo y la mucha nostalgia que al espíritu trae la evocación de
su recurso”. Y esa sería una muy honorable manera de honrar a Mario
Briceño-Iragorry y toda la pléyade de escritores trujillanos que han transitado
por la senda del silencio reflexivo y ensordecedor de la escritura, quienes han
edificado un ideal de belleza disímil y sincrético que aportará, sin duda
alguna, fundamentales referencias para ‘leer’ a
Trujillo en su cosmovisión simbólica. Y donde, indefectiblemente
hallaremos la conjunción entre mujer y palabra como la percibió el joven
Briceño-Iragorry:
Y vos, ¡Señora y Reina de este Reino Ideal de Belleza y de Arte! Merecéis
la eternidad de cetro y de corona: nunca mejor hablará la justicia por boca de
poeta, que al designaros Soberana de este efímero Imperio de galantería y de
versos: vuestros ojos son ojos de premio, el premio embrujador que dar la visa
puede a quienes hayan sufrido y batallado mucho; vuestras manos son seda traída
de remotas regiones de Hadas, son seda pura como para cubrir un corazón aterido
y solitario, y vuestros labios no sé deciros so son nido de sonrisas o grutas
de músicas perladas, ¡pues si habláis, subyugan, y sin en silencio sonreís dan
muerte!
LA TEXTUALIZACIÓN DEL ESPÍRITU Y LAS METAMORFOSIS DEL SER
A medida
que transcurre la lectura del libro Horas,
la textualización del espíritu muda de piel y se metamorfosea en discurso
lírico-narrativo; ora en los guiones teatrales que contienen la representación
del humano Ser frente a la visa y sus contingencias. Ora en la cultura devenida
y advenida en la incorporación patémica de la historia simbolizada desde el
sujeto que traduce en la escritura sus acaeceres y padecerás en medio de la cotidianidad.
Así aparece el texto dramático La
emboscada, donde se produce la corporeización de la vida en el personaje
como metáfora de la sensibilidad, que en medio de la “música divina de los
astros, la harmonía es cada vez más pura y delicada y subyugante”. Y
bajo la alegoría humana, la vida, “ricamente vestida y llena de joyas y
oropeles”, va recibiendo a los invitados para comenzar la fiesta, fiesta que
ofrece las más ricas y variadas viandas en medio de la música cautivadora que
entre conversación cómplice, degustación y cata de licores, los asistentes
entran en delicioso juego de seducción.
Juego que
se intensifica con el baile y la ebriedad, hasta que todos caen rendidos y
extenuados en el fragor de la fiesta que obnubila y enajena, pero al mismo tiempo, es una trampa que
encierra en la futilidad y el tránsito existencial efímero, donde los invitados
se reconocen viejos y sin oportunidad de escapar de la ‘emboscada’ tendida por
la vida a través de artilugios de la materialidad y saciedad corporal. El
espejismo que los ha hecho envejecer irremediablemente consumidos en los
placeres de la corporalidad y no en la esencia del espíritu; lo que nos lleva a
pensar en una parodia sobre el cultivo del sujeto desde la futilidad y el goce
materialista, y no dentro del cultivo del sujeto en sí mismo, el Ser dentro de
sí que supera las materialidades y se soporta en la espiritualidad como forma
de vida. Vida reconocida en la peculiaridad existencial y el autoreconocimiento
dentro de esa particularidad del espíritu.
También
en Horas aparece otro texto dramático
llamado La ciega, que representa la
conjunción entre: lo místico, cósmico, trágico y trascendental que gira en
torno a una niña ciega –Eglantina- que añora ver las estrellas imaginadas como
mariposas que encarnan “las almas de los que murieron en paz”. Trama teatral
que vincula la inocencia de los niños, la luz efímera de los cocuyos y las
estrellas con la vida hogareña y el compartir frente a la tragedia de la niña
ciega. Tragedia que se potencia al morir asesinada por su padre, la madre de
Eglantina, al encontrarla en brazos de un amante, y ella los cree de viaje por
insinuaciones de la abuela. Pero la notación simbólica-causal lleva a la niña
ciega a ‘ver’ la tragedia con los ojos del alma y descubrir que la madre está
muerta y es una de la estrella-mariposa del cielo. Por lo que en paradoja
discursiva, el ver el espectro sangrante
de la madre la sume en profunda conmoción que le produce la muerte, sino
física, espiritual.
La
recreación de temas profunda y profusamente espirituales son la catálisis de este texto que va hacia la utilización de
personajes míticos para construir sus reflexiones, tal es el caso de El viaje de Aqueronte y su búsqueda en
la vida de los muertos que escaparon de las “estigias regiones”, y que
indudablemente la muerte es prolongación de la vida, que en el texto se
representa a través de lo fantástico, pero como parábola discursiva, se traduce
en la permanencia de la existencia a través de la obras como presencia perenne
en el mundo de los vivos, donde las fronteras entre vida y muerte son superadas
por la memoria y el recuerdo.
LA BREVEDAD DEL DISURSO Y LA AFLUENCIA DEL ESPÍRITU
La
última parte del libro llamada Páginas
breves está conformada por siete textos que apuntan específicamente al
ejercicio literario de creación y en función del espíritu refugiado en la
palabra hermética para tratar de hallar certidumbres en medio de “las angustias
y las miserias de la vida”, y de allí,
surge En elogio de su serenidad, un
complejo entramado de referencialidades que convergen en la belleza y la
tristeza del enunciante frente a la imposibilidad por ser reconocido por quien
detenta la belleza:
Serenamente, indiferente, has pasado junto a mí, y nunca tu mirada, acaso
de una suavidad d redención, ha llegado hasta la aridez de mi existencia
impenitente; tu voz, tal vez bruja como la de una sirena, jamás ha derramado el
oro de su melodía en el silencio conventual de mi alma. No sé si hablas, no sé
si oyes, so sé si miras… Diríase que eres estatua vida, tal pasas con tu
indiferencia soberana, negando amables caridades a quienes tienen para ti
pleito-homenaje. Mil veces he esperado con fiel sumisión de servidor la luz de
tus ojos, cuyo color ignoro, mil veces he solicitado el momento de conocer la
música suprema de tu voz y permanecido has mil veces muda y sin mirada, acaso
con un dulce ensueños de ángeles es lo más remoto de tu débil pensamiento
juvenil.
La
figura femenina, enigmática por demás, se hace misterio insondable en la
rigidez estética y ante la mirada del admirador atónito que intenta establecer
vínculos humanos-sensibles que permitan ‘comunicarse’ con la transfigurada
deidad. Donde el silencio y distanciamiento hacen mucho más profundo el acto de
contemplación de la mudez pétrea: “No hablas, no miras, no oyes”, variables que
la insensibilizan y semejan a una estatua, la emparentan a la Venus de Milo:
¿Acaso Venus de Milo más bella que tú?... Mármol muerto es la carne de la
bella ática y el silencio de piedra que la envuelve y la penetra nada le quita
de su imperio soberano. Muerta está hace siglos, y la palabra más dulce y
regalada habrá de romperse irremediablemente en la ruda muralla de su oído,
entre la concha de su oreja primorosa; y
le hablan y suplican locos de belleza,
una sola frase de consuelo y la perpetuidad de un vasto silencio secular sella
sus labios por siempre jamás; y no ve, ¡ah, sus ojos fríos y blancos!, diríase
que desde el vacío de sus pupilas talladas a cincel, contemplan una lejana
apoteosis en su honor; más sobre esa suprema indiferencia que le sirve de alma,
la de Milo reina por los siglos de los
siglos en el corazón de los devotos de la Belleza y el Ideal.
Lo que
establece una relación de frialdad con la belleza, el ideal y su
funcionabilidad paradigmática, donde la admiración del acólito se cruza con la
indiferencia del objeto admirado; la fría indiferencia de la belleza
materializada en mármol impoluto e incorrupto:
¿Me conoces? Lo ignoro. La trunca hija de Fidias no conoce sus devotos y la
admiran. Sobre la plenitud de la menuda
arquitectura de tu cuerpo de ánfora tu indiferencia y tu silencio como el
refugio del Ideal vejado mil veces; nuevo manto de Isis, tu serenidad es como
la ofrenda propiciatoria que tu carne y tus ojos y tu boca y tu belleza toda,
ofrece en holocausto al Ensueño, que mañana para ti, como para todos nosotros
los mortales habrá de confundirse con la más dolorosa miseria del vivir.
En esta
sección del libro Horas aparece un
texto que en lo personal siempre me ha llamado poderosamente la atención en la
escritura de Briceño-Iragorry dentro de su vinculación modernista y su
apelación a la relación entre espíritu y escritura como lugares convergentes
del Ser:
Cien veces teniendo las blancas cuartillas sobre la mesa, he tomado la
pluma para escribir algo que bulle en mi imaginación, para publicar
pensamientos que cruzan mi mente, para traducir al papel sentimientos que viven
en lo profundo de mi ser interior, allá dentro, junto a la clepsidra misteriosa
y sangrienta que llaman corazón. He empezado a escribir: “Como una sombra que
se desliza humildemente contra la derruida pared de un palacio en ruinas, así
mi vida se arrastra por el mundo…” y no podré nunca terminar la frase, nunca:
algo extraño me impide seguir escribiendo: ¿será que faltan energías a mi
diestra? Rompo el papel y comienzo con otra idea: “Si como anhelaba Darío me
fuese dado por dueño del mundo, no tendría como él la crueldad de hacerlo de un
golpe mil pedazos, no, sino con mano sabia distribuiría las riquezas entre
todos, apartaría la discordia de los hombres.
Y bajo
la advocación de Rubén Darío, el escribiente reflexiona desde los sincretismos
del espíritu y la locura, del éxtasis y la imposibilidad de culminar los
enunciados que representen lo que el ‘reino interior’ quiere manifestar desde
el “fondo del alma nostálgica”; y en esta mediación surge la reflexión a partir
del monólogo existencial que conduce a la reafirmación como Ser para la
trascendencia.
Mientras
que en el texto Panteísmo Místico la
contemplación asume connotaciones sublimes al establecer la relación entre la
belleza femenina trascendida en el alma que postrada ante la deidad antepone su
sacrificio corporal como ofrenda y tributo:
¿Qué analogía recóndita existe entre la vida beatífica y la de las imágenes
inmóviles de los grandes templos católicos? ¿Acaso no parece existir una
corriente panteísta que las hace fundirse, que hace trasfundir su esencia
íntima de la carne a la piedra y de la piedra a la carne? ¿Acaso esas imágenes
ante las cuales la devoción y la fe se postran humildemente, no aparecen a los
ojos del artista como vivificadas por el fuego vital de esos seres en oración
perenne? ¿No sucedería quizá que sin el calor mágico que esas vírgenes
prudentes les transmiten en medio del ritmo de sus plegarias, careciesen las
imágenes de esa sublime expresión que las hace aparecer como símbolos de
sublimes beatitudes ¿ ¿Acaso esas imágenes ignoran que al ofrecer su vida en
aras del altar, hacen la misma ofrenda de las vestales romanas al dedicar su
virginidad a la Gran Diosa para custodiar el fuego perenne, con la diferencia
de que las imágenes católicas se alimentan con el fuego de la naturaleza
sacrificada de sus vírgenes?
A partir
del encabalgamiento de interrogantes retóricas y profunda vehemencia textual,
el enunciante reflexiona sobre las posibilidades de relacionar la esencia
íntima en la corporalidad mística y la representación de las imágenes
salvíficas en una especie de ontología mística que comporta un sacrificio en pos
de la sublimidad-divinidad, enriquecida por los tributos de los oferentes. Por
lo que se constituyen en mediadoras entre el mundo terreno y el sagrado, puente
que se distiende entre los vínculos de la plegaria y la fe.
Pero al
mismo tiempo hace un reconocimiento a los creadores de imágenes místicas y su
potencialidad por representar la corporalidad sublime que incita al
recogimiento y manifestación de lo sublime:
¿Acaso al pasar junto a los altares
perfumados de los grandes templos no sentimos la vibración vital de tanta
virtud creadora que se ha fundido continua y latente en las imágenes de
arcilla? ¿Y tú dominador, creador de imágenes y actos, no has sentido esa gran voluptuosidad
que duerme en las esculturas sagradas, no has sentido palpita, como la
vibración de una gran arteria ciclópea, el alma de la naturaleza encerradas en
esas capillas ojivales adonde la fe lleva, en pura oración de inocencia, a
vírgenes plenas de fuego plenas de fuego creador y del impulso esencial de la especie…?
A estas alturas
de la disertación es menester recordar que en la influencia modernista destaca
el uso de claroscuros como espacios enunciativos donde las sombras se
transfiguran en locaciones que permiten representar la confluencia reflexiva
del Ser desdoblado en espiritualidad: en “espíritu dialogante”, y de esta
manera, construye Briceño-Iragorry La voz
de las sombras; texto que contiene un diálogo entre Don Quijote, Bolívar y
Jesucristo. Sombras que se convierten en hologramas textuales de sus figuras
para proyectar su grandeza. En principio Don Quijote escucha el lamento de
Bolívar frente a la injusticia de la vida, la historia y los hombres: -¡Aramos
en el mar! –Parecía decir la más pequeña-. Luchamos en balde como luchó Jesús,
sin que se nos comprendiera, dándosenos como único premio la injusticia y la
traición de aquellos a quienes ofrendamos nuestras ideas y nuestra vida. Fuimos
tres majaderos…”
Para que
de las aguas emerja imponente la figura de Jesús y reconcilie aquellas dos
sombras circunscritas a la realidad textual y se reconozcan en la
trascendentalidad de sus obras:
-No trabajasteis en balde, pobres hombres –habló la recién llegada sombra y
su voz era dulce como un poema de amor-. Fuisteis héroes de ideas, de altos
principios Apóstoles de justicias, ¿queréis pago por vuestra obra de
liberación? ¿Quién podría pagárosla? Más si hicisteis el bien por la gratitud,
si luchasteis para después solazaros con el reconocimiento de los hombres,
majaderos fuisteis: pero bien se ve que vuestra labor no fue material de
encadenar voluntades, tal cosa era indigna de vosotros. El Ideal quiere algo
más grande, el Ideal no se conforma con la opinión de los hombres. ¡No matéis
el Ideal con vuestro Dolor! ¡Sois más que hombres…!
El ideal
es fórmula de inmortalidad y trascendencia; crisol para alumbrar las almas
dialogantes que sirven de paradigma a quienes intentan transitar por esos
mismos caminos que conducen a la realización de los Seres y sus más sentidas
aspiraciones espirituales. De allí que la idealidad se convierte en punto ecuánime
para dignificar desde el dolor y sufrimiento a maneras de purificación:
La virgen pordiosera evoca con su rostro muerto un símbolo de dolor y de
miseria; la pústula del cáncer ha hecho de su cara, antaño plena de belleza,
una trágica máscara de asco: una llaga llorosa y viva, con las tonalidades
azulosas y glaucas de la carne putrefacta de los cadáveres, en la cual tiemblan
como una amenaza y como un dicterio, un par de ojos vítreos y sin mirada, con
pupilas descoloridas por el dolor y por la muerte; y una lengua torpe, roja
como una ascua infernal, balbuceando entre la boca y las fauces nasales, unidas
por la dolorosa destrucción de la bóveda palatina.
La
belleza corporal lacerada por la enfermedad se hace aleccionadora ante los ojos
del enunciante que la saca del anonimato y la hace centro de la enunciación
lírica: “El pueblo la ve pasar como una sombra, toda vestida de blanco, tal
novia que fuese al altar, dijiérase al verla que pasa una gran mentira. Fue
bella y coqueta, dice la lengua de las gentes, tuco admiradores de quienes ella
rio, pero como es vana la vida, esta huyó de su rostro para escarmiento de
mujeres casquivanas”. La
belleza herida de muerte se hace principio estético para reflejar lo
transitorio de las vanidades humanas que en momentos devienen en castigos
corporales, donde la belleza es falso artilugio que otorga falsos valores, y que
al no existir principios morales, despierta la indiferencia frente al dolor y sufrimiento:
“Y envuelta en el oro de la tarde, la trágica mendigante sigue en su silencio
hacia la miseria de su barrio, donde nadie la espera”.
Y toda
la referencia hecha sobre la trascendencia como mecanismo de articulación
textual en Horas, encuentra su
directa concreción en Hora Solemne,
la oportunidad lírica de: “Nuestra hora más silenciosa”, nuestra hora solemne
¿llegará acaso?... ¿Llegará el momento en que nos sintamos como transportados
en alas del silencio a las regiones del vacío, más allá de las estrellas
solitarias, más allá de toda impresión de los sentidos?...
En esa
hora, espacios y tiempos se hacen inmateriales y se transfiguran en lugares de
ensoñación y reconciliación, que suponen una muerte transitoria o pequeña como
momento de transfiguración que debe ser procurado por el Ser dentro de los
mecanismos de la trascendencia:
-Procura entonces tu “hora más silenciosa”. Reconcéntrate en ti, olvida la
vida, elévate hasta la altura de un silencio imposible, sueña un poco, habla un
rato con el pájaro azul de la leyenda, arranca una estrella al árbol milagros,
báñate en el canto de la fuente encantada, y sigue –sin pensar- en ti ensueño
perenne, y allá arriba, en la región de la muerte momentánea, hallarás tu “hora
más silenciosa”, tu hora grave; sabrás tu ley eterna y habrás de llenarte de la
humedad del silencio, propicia a todas las germinaciones espirituales.
¿Despertará de tu ensueño? ¡Quién sabe! ¡Son tan pocos que no han despertado!
Entonces
surge la reafirmación del silencio a manera de solemnidad y diálogo interior,
que en Briceño-Iragorry es recurrente esta acepción escritural, e
indudablemente, él encontró esa ‘hora solemne’ en saberse consustanciado con
sus raíces ancladas en Trujillo, en la entrega sentida a Dios, y en la
propuesta de una visión patemizada de la cultura y la acción humana. Por
siempre Briceño-Iragorry a manera de conciencia simbólica estableció el ‘eterno
retorno’ con su pasado para tender puentes con el presente y presagiar el
futuro. Y de esta manera cierra Horas,
con símil, donde reconoce la
importancia de volver atrás para seguir andando:
Vamos por la vida aferrados a nuestra débil condición de humanidad, como el
espíritu enamorado de Duchmanta, el rey indio del drama de Kalidasa, lo estaba
del recuerdo de Sakuntala: “volviendo hacia atrás como la tela de seda de una
bandera llevada contra el viento”. Hasta atrás vamos por la vida, hacia
nosotros mismo, no en busca de la verdad sino de nuestra razón, conceptuada
como lo único capaz de explicarlo todo. ¿Y quién la explica a ella?... Acaso la
serpiente vuelta sobre sí misma.
Peregrino
de la memoria, cultor del pasado y artesano
de la escritura, Briceño-Iragorry desde sus primeros textos hace en simbólica
fusión confluir espíritu y palabra para desdoblarse en diversas y disímiles
consideraciones sobre: hombre, cultura, historia y ciudadanía patémica que
sirva de entorche para atar las referencialidades a través de una prosa única y
profundamente metafórica. Heredero de una tradición telúrica que aun sostiene
los estamentos del espíritu en medio de la sociedad mediatizada y materializada
por los afanes consumistas.
Porque desde sus iniciales escritos mostró la fuerza de
la creación de un artesano de la
escritura, orfebre de la arcilla milenaria con la que construyó toda una
arquitectura que desde el Trujillo cósmico, aldea inamovible de los predios de
la memoria, abrazó la universalidad como punto de encuentro de los hombres y
las ideas. Así que siempre asumió la escritura a manera de oportunidad de hacer
y deshacer; tachar y borrar para rehacer, y mostrar la madurez del escritor y
la voluntad del espíritu que dicta. Conciencia de alfarero y trashumante por
los caminos de la vida y la reflexión; discípulo de Epicteto, que a los
veintitrés años, en el colofón del libro Horas,
sella su compromiso con la historia, y consigo mismo:
Como los niños suelen amasar barro y arena y elevar construcciones que
luego destruyen para de nuevo empezarlas, así quiere Epicteto que los hombres,
poseedores dondequiera de barro y de arena ideal, construyamos siempre, aunque
sea para destruir después. En nosotros, dice el filósofo, hay mucho que destruir
y reedificar y en esta labor, espejo de entretenimientos infantiles, hallamos
compañía para nuestra soledad, así en horas solitarias nacieron estas páginas,
destinadas a morir en la hoja ligera de un periódico, y que adquieren una vida
que acaso no les corresponde y la cual deben, más que al autor, a la paciencia
del linotipista.
Luis Javier Hernández Carmona
El Paraíso, mayo, 2017.